Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

EL MUNDO
Por OSIRIS TROIANI
Nunca como este año ha sido tan evidente —tan acelerada— la pérdida del liderazgo mundial tanto de los Estados Unidos como de la Unión Soviética en sus respectivos campos. Por otra parte los focos de tensión más virulentos en 1974 fueron el espacio palestino, donde se han librado cuatro guerras en 25 años, que no hicieron sino multiplicar las causas para una quinta conflagración; el sudeste asiático, donde los Estados Unidos pueden verse obligados a contener la impaciencia o la ambición de las fuerzas comunistas; el Mediterráneo oriental con su cuestión chipriota sin resolver, y las emancipadas tierras portuguesas contiguas a Sudáfrica y Rhodesia donde las minorías blancas se obstinan en practicar la segregación racial.

LA noticia del año ha sido la renuncia de Richard Nixon. Es, sin duda, la que encabezará las listas que distribuyen las agencias de prensa en los últimos días del año. Pero sería demasiado fácil encerrar la historia de 1974 en una lista graduada de titulares de diarios.
Dice muy bien Robert E. Park (Las noticias como forma de conocimiento) : "Un reportero, a diferencia de un historiador, trata simplemente de registrar cada acontecimiento singular, cuando ocurre, y se interesa en el pasado y el futuro sólo hasta el punto en que estos elementos arrojen luz sobre lo que es real y presente". Explica que "la noticia es una mercancía que se echa a perder fácil y rápidamente. Una vez publicada, deja de interesar". Yo diría que tiene la vida dorada y breve de la crisálida (chrisos; en griego, es oro).
El conocimiento que se recibe y acumula a través de las noticias es aquel que William James (Principios de psicología) define con la frase "estar familiarizado con", no con el que nombre "saber acerca de". En el primer caso se trata de un conocimiento fragmentario, intuitivo, nebuloso, hecho de estereotipos y hábito; en el segundo, es racional, formal y sistemático. El lector corriente está familiarizado con los acontecimientos de su tiempo, pero no acierta a descubrir cómo se articulan entre sí, cuál es la sustancia histórica que decantan.
Trataré, por lo tanto, de describir cinco fenómenos que pueden dar una idea aproximada de lo que sucedió en el mundo durante 1974.

La triple crisis
El núcleo central del devenir, en estos 365 días, es la triple crisis que azota a la humanidad: la penuria de energía y materias primas, el desequilibrio entre población y alimentos, y la inflación.
La cuestión que se plantea es si corresponde o no situar esta crisis, insospechable a comienzos de esta década, precisamente en este año. ¿Acaso no venía incubándose desde tiempo atrás? ¿No es resultado del ingreso de los países más avanzados de Occidente en la llamada sociedad posindustrial? ¿No la anunciaban la invasión del mundo por las empresas multinacionales, la aceleración tecnológica, el delirio consumístico? ¿No la precipitó la guerra de Vietnam?
Sin embargo, sólo se hizo perceptible a mediados de 1972, el momento en que Henry Kissinger pasea a Nixon de Pekín a Moscú y decide el repliegue militar frente a los pueblos indochinos. Y la humanidad no cobró conciencia del peligro sino este año, con las continuas reuniones energéticas, la conferencia demográfica de Bucarest (en setiembre) y la alimentaria de Roma (en noviembre).
Ahora sabemos que éste es ciertamente el desafío al que la humanidad deberá encontrar respuesta en el último cuarto del siglo XX. Aquí no empleo esta terminología, tomada de Arnold Toynbee. sino por comodidad, y rehuyendo toda discusión sobre su validez científica. En todo caso, si la triple crisis no nos sugiere el diseño de nuevas formas de organización política, social y económica, o si nuestros recursos espirituales, para decidirnos a adoptarlas, han venido a ser tan escasos como los materiales, no alcanzo a ver sino una alternativa: la sublevación de la energía nuclear —la energía eterna, siempre regenerada— contra los hombres incapaces de administrarla.
La sublevación de seres humanos sustituida por otra, inhumana. No
el proletariado de Toynbee, ni el de Marx, sino el de los átomos en libertad.

La timidez de los petrodólares
Entre tanto, la economía mundial ha sufrido una radical transformación, no prevista por nadie. Estábamos acostumbrados a pensar que el intercambio de productos y servicios entre naciones desarrolladas y países subdesarrollados deterioraba invariablemente los términos de intercambio en perjuicio de estos últimos y capitalizaba en aquéllos los frutos de la división internacional del trabajo. De pronto, este proceso se ha revertido, y no por efecto de ninguna explosión social ni nacional —como esperaban todos, los revolucionarios y los contrarrevolucionarios—, sino por el empleo de las fórmulas del capitalismo monopolista contra el propio capitalismo monopolista.
Un abogado venezolano experto en la economía de los hidrocarburos, Juan Pablo Pérez Alfonzo, logró reunir a los dirigentes árabes, hace más de una década, en un trust llamado la OPEP (Organización de los Países Exportadores de Petróleo), para vender más caro a las "siete hermanas" del trust occidental que exploraba, extraía, destilaba y distribuía casi todo el petróleo del mundo. Durante el último año, ese pacto entre países sin poder político ni militar derrotó categóricamente a la primera potencia del mundo y sus aliados, causando daños irreparables a Gran Bretaña, el Japón e Italia, en particular.
La porción más suculenta de la plusvalía mundial —unos 70.000 millones de dólares bautizados "petrodólares"—, se acumula ahora en cuentas del Irán, Arabia Saudita Kuwait, los emiratos del Golfo,, Libia, Venezuela, Nigeria, Indonesia. Todos son gobiernos despóticos
—salvo el venezolano— y no tienen la menor intención de emplear ese dinero con fines sociales. Lo cual, por otra parte, no es factible: sus economías raquíticas no soportarían semejante aluvión.
Pero antes, cuando los beneficios del trabajo universal se acumulaban en la City, o en Wall Street, esa renta volvía a invertirse por todo el globo; era un ciclo interminable, como el del agua que se evapora de los ríos y vuelve a caer en forma de lluvia. Ahora será preciso restablecer el ciclo. Ya se han acuñado los vocablos "reciclaje" y "reciclar". Pero los petrodólares son menos osados que sus antepasados, los dólares y los euro-dólares. Tímidos, vacilantes, aún no han decidido adonde ir.
Por lo común vuelven a Occidente bajo la forma de compras de armas. Armas ultramodernas que, si no se emplean en seguida, son las que entran en obsolescencia con más rapidez. Los militares iranios, sirios, israelíes, egipcios y libios manejan delicadísimos pertrechos, últimos gritos de la industria bélica norteamericana, rusa o francesa (en tanto que sus colegas sudamericanos siguen aún comprando altas proporciones de chatarra).
El Sha del Irán, Reza Pahlevi, es por ahora el inversor más inteligente. Por una parte, adquiere grandes empresas de Occidente (como la Volkswagen), volviendo contra Occidente la amenaza de la desnacionalización de industrias; por otra parte, compra centrales nucleares (cuatro en Francia), para disponer de energía cuando se le agote el petróleo, a principios del siglo próximo. Pero otros nuevos ricos se limitan a invertir en edificios de renta (en California o en Wall Street) o lo prestan a sus clientes (endeudándolos sin remisión posible), o simplemente lo dejan en los bancos (sobre todo norteamericanos) , esterilizándolo, substrayéndolo a la producción y al intercambio, provocando una iliquidez mundial que contribuye a exacerbar la inflación mundial. Venga un economista y explíqueme esta paradoja.

La escisión del Tercer Mundo
Todo lo cual ha desembocado en la escisión del Tercer Mundo. Algunos de los ochenta y tantos países que lo forman se han beneficiado con la crisis; la mayoría son sus víctimas. Ahora se los ubica en un Cuarto Mundo, que soporta su expoliación por los otros tres. Y aun se podría hacer el Quinto, el de los pueblos famélicos.
Tanto la conferencia demográfica de Bucarest como la alimentaria de Roma han visto la imposibilidad de conciliar los intereses entre los exportadores de energía y de productos industriales, que absorben los nuevos costos del petróleo, y los exportadores de alimentos y materias primas, salvo algunas de valor estratégico.
Subyace en los dramáticos informes elaborados por la burocracia internacional la idea malthusiana de que la producción de alimentos no crece con la misma rapidez que la población del planeta. Todas las cifras disponibles demuestran que ello es falso. En un siglo, el número de terráqueos se ha duplicado, pero el de sus esclavos mecánicos —medido por la cantidad de energía consumida— se ha multiplicado por veinte. Ergo, el problema es simplemente de distribución.
La única solución objetiva del problema del hambre estriba en el aumento del poder de compra a los países cuya producción de alimentos no cubre sus necesidades mínimas. Pero no por la caridad internacional. Primero, porque tal cosa no existe; segunda, porque si se consiguiera crear un buen stock internacional de alimentos, ello deprimiría a los precios en perjuicio de los países exportadores, que también pasarían a la categoría de los famélicos y finalmente cejarían en la producción, agravando el déficit mundial. Nadie ayudará a nadie a elevar su poder de compra. Cada cual debe procurárselo por su cuenta, tratando de llevar al mercado mundial algún producto escaso y no renovable, como hicieron los árabes con el petróleo, y asociándose con los otros productores, para responder a la extorsión con la extorsión.

La entropía del liderazgo
Nunca como este año ha sido tan evidente —y tan acelerada— la pérdida del liderazgo de ambas super-potencias en sus respectivos campos. Conforme a la segunda ley de la termodinámica, la energía del universo, fija y limitada, se disipa calentando inútilmente los espacios vacíos. Esto se llama entropía. La distancia a que se situaron las superpotencias, con respecto al resto del mundo, es un vacío tan inmenso que agota su liderazgo.
Nixon, que ya en 1973 desistió de visitar a sus aliados europeos, menos por el bochorno de Watergate que por la desoladora falta de receptividad para su llamado a una reformulación de la OTAN, en 1974 hizo una breve escala en Bruselas, sólo para firmar una inocua declaración redactada en Ottawa. La OTAN está muerta. Francia se retiró hace tiempo. Acaba de hacerlo Grecia. La permanencia de Portugal ya no tiene sentido, cuando ese país tiene dos ministros comunistas en su gabinete.
También está muerta la Comunidad Económica Europea, que pareció bien encaminada en los años 1950-70. El laborismo inglés amenaza retirarse, previo un referendo. No era viable sino con el patrocinio norteamericano. Pero va no —ni habrá— un gobierno en Washington capaz de alentar esa integración económica y política, contando con asimilarla, a su vez, en una estrategia superior. La destrucción moral de la presidencia, primero con el asesinato de Kennedy por el propio Estado y luego con la deposición de Nixon por el Congreso y la prensa, es un símbolo de la incapacidad de los Estados Unidos para seguir ejerciendo la conducción del mundo no comunista.
Los exhortaciones de Ford y Kissinger para una cruzada contra los países petroleros han sido ridiculizadas por los árabes. En noviembre se creó una agencia, dependiente de la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico): sus dieciséis miembros deberían transferir petróleo a aquel cuyos suministros declinen en un 7 por ciento. Francia se sustrajo, para no molestar a los árabes, sus amigos. Ya se verá que el plan es impracticable, a pesar de su modestia
En el 29º período de sesiones de las Naciones Unidas se han producido dos hechos enormemente significativos. Uno fue la invitación a Yasser Arafat, caudillo de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), recibido como jefe de Estado sin poseer un palmo de tierra. La diplomacia norteamericana ni siquiera trató de impedirlo. En cambio, casi noventa países rechazaron las credenciales de la República Sudafricana y los Estados Unidos se vieron obligados a usar el veto en el Consejo de Seguridad, como la URSS durante los años en que estuvo aislada en su pequeño bloque comunista. Pero el veto norteamericano, acompañado por el británico y el francés, no lograron evitar que la Asamblea General suspendiera al gobierno de Pretoria hasta el nuevo período de sesiones, que sin duda insistirá en su sanción.
El liderazgo soviético se ha desgastado también. Por dos veces, este año, el Kremlin trató de reunir una conferencia europea de partidos comunistas. En ambos casos, los italianos tomaron la delantera del movimiento policéntrico —la tesis de Palmiro Togliatti en su Memorial de Yalta—, que aún impugna la invasión de Checoslovaquia y no perdonará la repetición del pecado. Albania, Rumania y Yugoslavia, están en los mejores términos con China. La República Democrática Alemana, décima potencia industrial del mundo, surgió este año como principal asociado del Kremlin en el Tratado de Varsovia y en el Comecon, y es fácil imaginar que Polonia y Checoslovaquia sacarán sus consecuencias.

Los cambios de personal político
La primera renuncia de un presidente norteamericano —y su reemplazo por un ignoto diputado que él mismo seleccionó—, puede verse como uno más entre los muchos cambios de personal político ocurrido en este período. No todos son concomitantes de los cinco fenómenos enunciados, pero en conjunto configuran nítidamente el fin de una época.
En el curso de pocos meses han desaparecido también de la escena Edward Heath, Georges Pompidou, Willy Brandt, Mariano Rumor, Marcelo Caetano, Georgios Papadópulos, el Arzobispo Makarios, Ismet Inonu, Golda Meir, Moshe Dayan, Haile Selassie. Nunca han sido tantas las ausencias simultáneas y definitivas.
Definitivas son casi todas: sólo pueden volver el ex Canciller alemán, el ex primer ministro italiano y el ex ministro de Defensa israelí víctimas de azares políticos. Los otros fueron derrocados o murieron.
También han completado su parábola vital tres octogenarios: el presidente Mao Tse-tung, el generalísimo Francisco Franco y el mariscal Josip Broz, Tito (quien, sin embargo, aún se mantiene activo). Próximo a los ochenta, y ya limitados en su actividad, se hallan el Papa Pablo VI y el primer ministro Chu en-lai. Todo parece indicar, además, que es inminente la muerte política del primer ministro japonés Kakuei Tanaka.
Aquellos claros han sido cubiertos por otros veteranos, como Harold Wilson, Valéry Giscard d'Estaing, Helmut Schmidt y Georgios Caramanlis, plebiscitado por los griegos después de siete años de gobierno y once de expatriación.
Las excepciones son el brigadeiro Vasco dos Santos Gonçalves, jefe de gobierno y de la Revolución portuguesa; Bulent Ecevit, que abandonó el poder en Turquía pero se apresta a recobrarlo como jefe del partido mayoritario, y el general Itzak Rabin, primer ministro hebreo.

Cuatro focos de tensión ...
El único conflicto armado de 1974 ha sido el de Chipre. El Ejército turco ocupó casi la mitad de la mayor isla del Mediterráneo, sin que el Ejército griego acudiese en auxilio de los 300 oficiales que Makarios tenía a su servicio y que, en cambio, torpemente instigados por la dictadura de Atenas, lo depusieron. De hecho, la República sucumbió. La participación parece inevitable. El problema de los refugiados es patético.
Aún más intensa, en cambio, es la actividad militar en el sudeste asiático. Los acuerdos Kissinger-Le Duc Tho (enero 1972), seguidos por una avenencia entre las fracciones laosianas —pero no por otra similar en Camboya—, ha sido letra muerta. Durante todo el año se combatió con saña en Vietnam del Sur y en el reino khmer. Varias decenas de miles de muertos se han sumado a los guarismos.
Mientras el fracaso del golpe derechista en Chipre abrevió los estertores del régimen instituido en 1967 por los coroneles griegos, el alzamiento cívico-militar que arrasó la dictadura salazarista, después de casi medio siglo, condujo a la descolonización de las posesiones portuguesas en África: Guinea, Angola y Mozambique. Ese proceso institucional aún no ha concluido.
En los últimos dos meses del año el Medio Oriente volvió a vivir una inminencia bélica. Los jefes de Estado árabes arrancaron al rey Hussein II sus derechos sobre la Cisjordania, ocupada por Israel, y los transfirieron a Yasser Arafat. El Medio Oriente es un fabuloso arsenal y ambas partes creen más en su eficacia que en las interminables negociaciones regidas por el judío errante Henry Kissinger.
Los focos de tensión más virulentos en 1974 han sido, pues, estos cuatro:
•El espacio palestino, donde se han librado cuatro guerras en 25 años, que no hicieron sino multiplicar las causas para una quinta;
•El sudeste asiático, donde los Estados Unidos pueden verse obligados a contener la impaciencia o la ambición de las fuerzas comunistas;
•El Mediterráneo oriental, con su cuestión chipriota sin resolver;
•Las emancipadas tierras portuguesas contiguas a Sudáfrica y Rhodesia, donde las minorías blancas se obstinan —y no tienen opción— en practicar la segregación racial.

... y otros cuatro
A estos focos es preciso añadir otros que van a prosperar, sin duda, en el futuro próximo:
•La frontera ruso-china de 7.200 kilómetros de largo, donde ambas potencias comunistas pujan por el dominio de territorios y poblaciones que no son rusas ni chinas;
•Los emporios petroleros del Medio Oriente (el Golfo Pérsico y Libia). hacia donde vuelven los ojos los estrategos norteamericanos ávidos de petróleo;
•El Mar Rojo, a cuyas costas se asoman, pendencieros, los dos países económica y militarmente más sólidos de la región, Irán y Arabia Saudita.
•El Indico, patrullado por una flota soviética superior a la norteamericana, y donde el Pentágono está instalando bases ultramodernas (especialmente la de la isla Diego García, posición británica).
La estrategia de este sector es muy compleja, y abarca tanto el problema separatista a la provincia eritrea de Etiopía como los choques fronterizos entre Irán e Irak, la presión del régimen prosoviético afgano sobre ciertas minorías de Pakistán, y los enigmáticos proyectos de la India, que este año detonó su primera bomba atómica

La Declaración de Quito
Esta presurosa reseña de 1974 excluye deliberadamente los sucesos latinoamericanos. Es que los pueblos de este continente —salvo en Brasil— no participan de la política mundial, en parte por su situación periférica y en parte porque —salvo Cuba— sólo disfrutan de su autodeterminación en cuanto no alteren el equilibrio internacional.
Sólo cabe una mención del frustrado "nuevo diálogo" iniciado por Kissinger al margen de la moribunda OEA (Tlatelolco I, II, y la tercera, programada para marzo próximo en Buenos Aires), y la XV Reunión de Consulta, que no logró levantar las sanciones contra el régimen castrista.
Sin embargo, este fracaso debe ser computado como un éxito. Los patrocinadores de la conferencia, Costa Rica, Colombia y Venezuela, pretendieron, con ella, salvar el TIAR (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca), o sea del dogal que el imperialismo, con la anuencia del gobierno argentino de la época, colocó en 1947, en el cuello de sus veinte colonias.
Pero las doce delegaciones que votaron por la extinción del dictado de 1964 —el cual nos negaba a los latinoamericanos el derecho a tratar con Cuba, que conservaron todos los otros miembros de la comunidad internacional—, han firmado la declaración de Quito. Ella cierra una etapa ominosa de la política interamericana. Cuatro miembros del sistema, incluida la Argentina, se unieron a México, que nunca acató ese dictado, para ignorar las sanciones; pronto lo harán otros, incluido el Brasil y hasta los Estados Unidos, desamparando a las dictaduras uruguaya, Paraguaya; y boliviana. Es hora de celebrar los funerales del TIAR.
Amigo lector: déjeme participarle mi alegría.
REDACCION
22/01/1974

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