Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

USA
EL ENTIERRO DE TIO TACO
En el hotel Coronado, en California, el Presidente Richard Nixon alimentó a 600 opulentos comensales. El jueves pasado invitaba a su colega Gustavo Díaz Ordaz para justificar una inversión política: en noviembre habrá elecciones legislativas y los republicanos necesitan el respaldo sureño de la comunidad mexicana. Cuatro días antes, sin embargo, un formidable disturbio había desmoronado las artimañas proselitistas del mandatario norteamericano.
Es una paradoja. Rubens Salazar, 42, quien cubriera la información sobre la guerra civil en la República Dominicana (1966) y en Vietnam, murió en una marcha pacifista. En Los Angeles, el sábado 29, una multitud se quejaba por la injusta cantidad de chicanos que llevan al conflicto vietnamita. Salazar, cronista de Los Angeles Times, se filtraba en la manifestación cuando una columna de revoltosos comenzó a incendiar negocios y ofender a la Policía: cayó Salazar, lastimado por las esquirlas de una bomba; 60 personas quedaron heridas y 119 en la prisión. El lunes se volvían a repetir los incidentes; esta vez hubo dos muertos. "El secreto mejor guardado de los Estados Unidos", una referencia a la comunidad mexicana que vive en USA, había sido descubierto.
En los descascarados frentes neovictorianos o en las sucias veredas, los jóvenes chicanos imprimen sus slogans, sus sueños. Tras cada frase insertan dos términos mágicos, "Con safos", que suponen la perdurabilidad del escrito. Sobre la pared de un decrépito depósito de licores, alguien ha vaticinado: Tío Taco ha muerto.
Tío Taco o Uncle Taco, el estereotipado méxico-norteamericano sin energías ni ambición, una suerte de Tío Tom, no necesita el complemento "con safos" para probar su irreversible muerte. Ha surgido una nueva militancia en los ghettos de Los Angeles, en los desiertos de Nuevo México y Colorado y en el fértil valle de Río Grande, en Texas. Los jóvenes chicanos sienten que debe cambiar "la imagen de mi raza / forjada por el gringo". El poeta Manuel Arzate quiere moldear "la identidad con nuestras propias manos / con nuestra propia arcilla / y aplastar para siempre, / con el puño apretado / la imagen que el gringo forjó / de lo que deberíamos ser".
Los cinco millones y medio de chicanos se han dividido en dos grupos. Unos, los descendientes de los primeros colonos de la región sudoccidental, hijos de los españoles que fundaron California y bautizaron la ciudad de Los Angeles con el nombre de "El pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Angeles de porciúncula". Viven dispersos, en comunidades rurales, alejados del modo de vida que difunden las ciudades.
Los otros, más numerosos, son los inmigrantes mexicanos con sus familias. Comenzaron a cruzar la frontera, en la década del '20, para aumentar en la del '50 y '60; Texas fue la estación intermedia, la plataforma de lanzamiento hacia las villas miserias de Los Angeles y Denver. Casi todos pensaban en un traslado transitorio, al revés de los rusos, alemanes o irlandeses; esa muleta psíquica les impidió cortar los lazos, integrarse.
Claro, los Estados Unidos reforzaron con sus prejuicios esa posible asimilación. La segunda minoría del país, la última en la escala social, se reparte en un 90 por ciento por la región sudoccidental: un tercio de esa gente vive con menos de 3.000 dólares anuales, el límite oficial de la pobreza. La tasa de desocupación duplica a la de los otros norteamericanos; por su parte, la mayoría de los chicanos que puede trabajar se adapta a labores no especializadas, cobra sueldos miserables.
Resulta difícil establecer estadísticas de salud: a los chicanos se los agrupa con los blancos. Pero una reciente encuesta demostró que el promedio de vida entre las personas de apellido español tiene diez años menos que el resto de los blancos. José Ángel Gutiérrez, 25, uno de los líderes más agresivos, invitó a un periodista de Newsweek a observar "los ojos vidriosos y los estómagos hinchados".
Los consejeros vocacionales se han preocupado por guiar a los estudiantes méxico-norteamericanos con criterio "realista"; es decir, inclinarlos hacia profesiones que nunca los dejarán salir de pobres. Hace poco, luego de insistentes presiones, cuajó un programa para proteger la educación de los chicanos: se demostró que los niños no aprueban los tests por desconocimiento del idioma, y no por su escasa inteligencia, como pretendían las insidiosas comisiones de educación.
Las estadísticas sólo muestran una parte del problema; la otra, provocada por la violencia de las autoridades, ahora empieza a encontrar respuesta. Alguien dijo que los policías de Texas tienen sangre mexicana; "sí, en la suela de las botas", completa un dirigente. Entonces, parece extraño que el movimiento haya tardado tanto en organizarse; se sostiene que la devoción católica, tan propensa a la penitencia y al sufrimiento, frenó la rebeldía chicaria.
César Chávez, 42, el único caudillo a quien reconocen en todo el territorio, cree que la mejor forma de romper el cerco discriminatorio consiste en ganar dinero. En 1962 inició su campaña para unificar a los cosechadores de uvas; las huelgas tuvieron éxito en forma parcial. Hace dos meses, sin embargo, obtuvo contratos por salarios mínimos, doblegando la intransigencia patronal; termina de extender su actividad a los recolectores de melones, a quienes les hizo cobrar los sueldos sindicales.
Otros han elegido una salida diferente. Reies López Tijerina, 43, propone un plan secesionista; su demanda por millones de hectáreas, propiedad originaria de los colonos mexicanos, tiene el apoyo de casi todos los historiadores. Reclama ingenuamente Nuevo México. Arizona, Nevada, Utah, Texas, parte de Colorado, la mitad de California y una rebanada de Wyoming. Sus pretensiones lo indispusieron con un par de rangers nacionalistas; por atacarlos, ahora purga dos años de cárcel.
Algunos pensaban en la política como tabla de salvación: se equivocaron de medio a medio. La búsqueda de poder ha sido negativa. Sólo cuatro congresales y un Senador (Joseph Montoya)
representan a los chicanos. Votar por los demócratas no sirvió de nada; en 1965, agruparse tras el republicano Ronald Reagan produjo menos ganancias. Encabezados por José Gutiérrez, ahora organizan un tercer partido: Raza Unida. Este año, en los comicios legislativos, presentarán candidatos en tres condados de Texas; el sistema parece válido para las regiones donde los chicanos son mayoría, pero se duda de su eficacia en las otras.
Los expertos suponen que pronto se integrarán, igual que los judíos, polacos e irlandeses. Según el economista Leo Grebler, "todavía no han tenido tiempo de asimilarse". Esa idea atrae a muchos. Es que de a poco crece el beligerante Poder Moreno, un remedo de los negros. "No me gusta el apelativo —se queja un chicano—; no pertenecemos a una raza distinta, somos blancos." Temen perderse los valores de la clase media norteamericana; los más violentos, en cambio, reniegan de ese ideal. "Lo que debemos hacer es construir una pared que nos separe de toda posibilidad de asimilación", clama David Sánchez, 21, primer ministro de los Brown Berets, un grupo calcado de los incendiarios Black Panthers.
Indecisos entre unirse o resistir, ambivalentes, los chicanos sólo engendrarán incertidumbre. Así pueden leerse anuncios como Valentine Dance 8 pm. in the Latin - American club in Cotulla; 50 cents for hombres y 25 cents for mujeres. O, por ejemplo: Para justicia en los campos, support the grape boycott.
Pero estas dudas parecen disiparse entre los jóvenes. Un abogado de 36 años, Peter Torres, advirtió: "Siempre se nos dijo que no le discutiéramos al patrón; tampoco, la brutalidad policial. Me crié en un barrio pobre de San Antonio y vi cómo maltrataban a nuestra gente en las calles. ¿Por qué tanto odio? Ya no seremos víctimas del establishment. Existe la conciencia de que algo causará nuestra gloria y la del país, o nuestra destrucción". Con safos.

Recuadro en la crónica__________
UVALDE EL PAIS DE DIOS
Al Oeste de San Antonio, a través de lomadas repletas de cactos, por un camino salpicado de letreros que dicen "Este es el país de Dios", se llega a Uvalde. Casi dos horas de viaje para entrar en una ciudad soñolienta, con algo más de 10.000 habitantes, una metáfora de los Estados Unidos para los chicanos. La historia del pueblo es la de dos culturas, una al lado de otra y, sin embargo, separadas por diferencias abismales.
Para los méxico-norteamericanos —la mayoría de la población—, la vida siempre ha sido una continua lucha. Hasta los que han almacenado un poco de dinero viven en barrios de chozas y calles de tierra; muchos viven sin servicios sanitarios, electricidad, agua corriente, y si se les pregunta por la calefacción pueden responder con un insulto.
En un extremo de Uvalde viven "los sedientos". Al barrio no se les suministra agua; las autoridades se excusan en razones técnicas: el área se encuentra fuera de los límites de la ciudad. Juanita González, de 48 años aunque parece tener 20 más, sufre con su marido y cinco hijos en un sucucho de hojalata y cartón, asentado sobre un piso mugriento.
Cerca de la casa se halla "la casita": el baño. En los alrededores, varias latas vacías esperan alguna lluvia bienhechora. Cuando trabaja el esposo, Daniel, gana diez dólares por día: coloca cercos. Resulta que casi nadie hace construir vallas: antes deben pensar en comer.
Hace tiempo decidió buscar otro trabajo, una changa. Tres veces por semana, Daniel carga un barril de 30 litros en una carretilla de fabricación casera y concurre al cementerio; se arrastra entre los arbustos y llena el recipiente con la manguera del jardín. Luego, el líquido lo vende entre sus vecinos. El mes pasado, una norteamericana observó cómo Daniel obtenía el agua; al denunciarlo sostuvo que se morirían las flores de la oscura tumba donde yace su amigo. Desde entonces, el ingenioso González debe esconderse de los curiosos cada vez que recoge agua en el cementerio.
Como se ve, quienes tienen sed deben robar el agua de los muertos. "Por lo menos es pura", reflexiona Daniel González. Unas cuadras más lejos, en otro sector chicano —Burns Addition—, la gente consigue agua de pozos privados. Dos meses atrás, el Departamento de Sanidad de Texas examinó las fuentes: al encontrar organismos coliformes, descubrió la presencia de excrementos humanos. John Burns, un rico norteamericano que vende el agua a 3 dólares mensuales, afirma que la suya "es la mejor del mundo". Admite que le pone cloro "a veces" y anuncia una futura instalación de dos purificadores.
El establishment de Uvalde niega que haya hambre o problemas de vivienda; al contrario, los concejales rechazaron programas de alimentación que preveían una ayuda a los barrios pobres. Tampoco se quejaron por el voluminoso subsidio que el Gobierno federal le otorgó a los terratenientes, con quienes se han coludido. Sin embargo, suelen dar consejos: a un activista le recomendaron irse de Uvalde para conseguir el éxito de su programa.
A pesar de las dificultades, el movimiento chicano comienza a agitarse. En las polvorientas calles se realizan marchas de protesta; algunos escolares boicotean el colegio con el riesgo de que los expulsen. "Esto pronto será interesante —asegura Gabo Tafolla, 27, maestro de escuela—; en cinco años controlaremos la ciudad. Quizá sea demasiado optimista, pero de otro modo no valdría la pena vivir"
8/IX/70 • PRIMERA PLANA Nº 397

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