Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

AGITACION
Los fuegos fatuos
El esquema había sido ensayado 2 meses antes; el riguroso dispositivo de seguridad desplegado el miércoles último apenas reiteró, prolijamente, el dinámico mecanismo inaugurado el 28 de abril para aislar a los manifestantes de la Marcha del Hambre: un radio estratégico de 272 manzanas quedó nuevamente sometido al control de un abrumador esquema de seguridad capaz de movilizar unos 3 millares de hombres de la Policía Federal, mientras mantenía en reserva estratégica algunos cuerpos especiales —que no necesitaron intervenir— de Ejército, Marina y Gendarmería.
La jornada de resistencia popular —organizada por la Coordinadora de las Juventudes Políticas Argentinas para repudiar el sexto aniversario de la Revolución Argentina— obligó a replantear una hipótesis límite en todos los niveles del aparato de seguridad: el porteñazo, es decir un brote de violencia generalizada en algunos puntos estratégicos de la Capital Federal con raíces extendidas sobre el cinturón industrial. Por ese motivo, se decidió impedir el tránsito de vehículos y el estacionamiento dentro del perímetro de seguridad: las barricadas y los automóviles incendiados constituyen, habitualmente, el principal obstáculo para los desplazamientos policiales; sin esos inconvenientes, no resultaba demasiado complejo disolver las pequeñas manifestaciones que pudieran organizarse dentro de las 272 manzanas estratégicas.
Desde el punto de vista psicológico, no es fácil —por cierto— organizar un acto relámpago en una zona permanentemente batida por los patrulleros, dotaciones de la brigada antiguerrillera (dos hombres montados en motos de extraordinaria maniobrabilidad, con pistolas lanzagases e intenso entrenamiento para disolver manifestaciones), camiones hidrantes y la presencia intimidadora de las unidades policiales con sirenas ultrasónicas (rompeoídos) y dotaciones lanzagases de emergencia, encargadas de disparar las carcasas conteniendo gas diarreico, vomitivo o hilarante que, hasta ahora, sólo fueron utilizadas en ocasiones excepcionales.
La posibilidad de un estallido de violencia fue analizada en términos estratégicos por los estados mayores de las tres fuerzas y, posteriormente, en un cónclave que sostuvo la Junta de Comandantes para evaluar la explosiva situación de Tucumán.
Los organismos de seguridad no temían el estallido aislado del porteñazo, hipótesis desdeñable frente al descomunal esquema desplegado sobre la ciudad, sino una posible reacción en cadena similar a la que detonó en las semanas previas al cordobazo, en 1969, después de la muerte del estudiante correntino Cabral. En los primeros días de la semana anterior, los antecedentes recogidos en las principales ciudades del interior contabilizaban la posibilidad de un rosario de estallidos de violencia, desencadenado por el brote de ira que provocó entre las juventudes estudiantiles y políticas la muerte del estudiante salteño caído en Tucumán: las consignas más importantes coreadas por los tucumanos (Estos son/aquí están/los que luchan/ contra el GAN y Se siente, se siente/ Villalba está presente) se transformaron en un desafío que se escuchó el miércoles 28 en Buenos Aires, Córdoba y Bahía Blanca (Unamos nuestro brazo/por un argentinazo).
El argentinazo, evocado por algunos grupos políticos y temido por el aparato oficial de seguridad, surgió como utopía en los días previos a la jornada de protesta: después de una ruptura, sin consecuencias, de la coordinadora —que escindió a las juventudes del FIP, UCRI, MID y MAP—, algunos desacuerdos en la juventud peronista minaron la capacidad de movilización, cuando la Mesa Coordinadora para el Trasvasamiento Generacional que lidera Alejandro "Gallego" Alvarez —un grupo integrado por la disuelta Guardia de Hierro— denunció un presunto acuerdo de Rodolfo "Pilchita" Galimberti con la Federación Juvenil Comunista (FJC) y el ENA para no corear las consignas básicas del peronismo, como el retorno de Perón, y limitarse a gritar por elecciones sin proscripción, derogación de la legislación represiva y libertad
de los presos políticos. "Son consignas antiperonistas", reprocharon las huestes de Alvarez, cuando decidieron unir sus fuerzas a la juventud mapista que responde a Alberto Assef y al FIP para manifestar por separado. También incidió, sin duda, la línea independiente adoptada por los sectores clasistas —Vanguardia Comunista, Partido Comunista Revolucionario y las tendencias estudiantiles TUPAC y FAUDI— de organizar sus propios actos con independencia de la coordinadora.
Estas fracturas impidieron, seguramente, que algunos actos (Mataderos, Barracas, Villa Crespo, Flores, Morón y Avellaneda) alcanzaran la magnitud prevista, aun cuando en algunos casos llegaron a concentrarse 2 millares de personas, que alcanzó su exacta dimensión en Chacabuco y San Juan —en el barrio de San Telmo— donde la acción, por momentos, hizo evocar las jornadas del barrio Clínicas, en Córdoba. Un detalle testimonia la magnitud de ese encuentro con la policía: casi el 50 por ciento de los 300 detenidos fue apresado en esa manifestación.
Cierto es que el despliegue policial tornaba virtualmente imposible cualquier estallido de violencia; pero la jornada del 28 de junio —organizada en 9 días— parece haber alcanzado una repercusión política no inferior a la que obtuvo la Marcha del Hambre, dos meses atrás, una razón que parece haber impulsado a los organizadores a proyectar una posible reiteración de características más amplias. Pero nadie deja de tener en cuenta que esta gimnasia, en la cresta de un proceso electoral, no suele arrastrar multitudes ni provocar estremecimientos en la cúspide del poder.
Revista Confirmado
4/10/1972

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