Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

MARIO LUIS OLEZZA, VICECOMODORO RETIRADO, PERIODISTA, PIONERO DEL POLO SUR, NOS HABLA DE...
EL SUR MÁS SUR DE LA PATRIA

ES FUNDAMENTALMENTE UN ROMANTICO, CON TODO LO BUENO QUE TIENE SERLO. ES EMPRENDEDOR, VIBRANTE, RAPIDO, CONVERSADOR. Y POR TODO ESO ES FACIL COMPRENDER QUE MARIO LUIS OLEZZA, OFICIAL RETIRADO DE LA FUERZA AEREA, SEA UN PIONERO DEL POLO SUR. UNO DE ESOS ARGENTINOS QUE HACEN PATRIA DEJANDO MUCHO DE SU VIDA EN LA ANTARTIDA. LE HICIMOS UNA NOTA. PERO COMO ES PERIODISTA Y PURO IMPETU, NO SE PUDO CONTENER. EL MISMO HIZO LOS EPIGRAFES DE LAS FOTOS Y NOS ESCRIBIO UN RECUADRO SOBRE EL HISTORICO VIAJE DEL PRESIDENTE DE LA NACION Y DEL GABINETE NACIONAL A LA BASE MARAMBIO. CASI NADA.

Porque no es lo mismo Juan en Buenos Aires, ni Pedro en la Base Antártica, que Juan y Pedro en la pequeña carpa de apenas dos metros de longitud, poco más de uno de ancho y escasos centímetros de alto, en el desierto, en el temporal. La nieve arrastrada por vientos de cien y ciento cincuenta kilómetros por hora ahoga y aplasta la pequeña forma roja, que tiembla elástica, triangular, ínfima en esa catastrófica perspectiva de un desierto. Al costado, semisepulto por la nieve, el pequeño avión monomotor aparece como un reducto mecánico inútil."
Este párrafo pertenece a la primera hoja de un libro ya en imprenta, próximo a salir a la venta. El autor de la novela "Lejos del Sol" se llama Mario Luis Olezza. Pero presentarlo así es tan frío como los treinta o cuarenta grados bajo cero que congelan |a Antártida. Detrás de este nombre y de este apellido hay un hombre de 44 años, un aviador que ya perdió la cuenta de las veces que fue y volvió del "continente blanco", un periodista, un romántico, un militar retirado. Nosotros vamos a meternos en el escritor; después, claro, aparecerá el hombre.
—Me gusta escribir, me gusta charlar, me gusta transmitir todo lo que siento. Soy un profundo admirador de Saint-Exupéry. Tengo escrito un libro de cuentos, pero ésta es mi primera novela; si, por supuesto, el escenario es la Antártida.
En el año 1971 Olezza se retiró de la Fuerza Aérea con el grado de vicecomodoro. Ahora canaliza su vocación tantas veces postergada: escribir y dar charlas radiales.
Su fuerte, la Antártida.
—¿Por qué?
Olezza sonríe. Después enumera.
—Yo hice el primer servicio de transporte aéreo militar a la Antártida y el primer intento de vuelo transpolar, en 1962. Después, dos vuelos a la Base Teniente Benjamín Matienzo, en 1964, que son los primeros del T A 05. También estuve allá cuando se realizó el primer lanzamiento de cohetes, en 1965. Ese mismo año concretamos el vuelo transpolar entre América y Oceanía que unió Buenos Aires con la base norteamericana de Mc Murdoc en el sector de Nueva Zelanda, con aterrizaje en el Polo Sur. Aquélla fue la segunda vez que se izó el pabellón nacional en el Polo. Antes, el 6 de enero de 1962, flameó en manos de nuestros marinos. Luego lo hicimos nosotros, en nombre de la Fuerza Aérea, y más tarde llegó al Polo la expedición del entonces coronel Jorge Leal. Pero numerar todos los viajes y semanas o meses de estadía en la zona austral sería tedioso. Pero si quiere, para terminar esta especie de curriculum que usted me pide, anote que en 1969, cuando yo era comandante del grupo aéreo de tareas antárticas, al regreso de un vuelo y luego de mostrar la foto de una meseta, le dije a un grupo de camaradas: "Este lugar va a ser histórico". Y comenzarnos a trabajar allí, sacando piedras, rocas. La foto pertenecía a Marambio. Hoy la Argentina es el único país que tiene en Antártida una pista de aterrizaje. ¡Y qué pista! Si hasta el avión presidencial puede aterrizar.
El espíritu de "Lejos del Sol" es la Antártida, todas las vivencias recogidas por Olezza en "ese otro planeta", como é| mismo llama a la tierra blanca. Como toda primera novela, tiene una historia. El mismo vicecomodoro la cuenta:
—Yo tengo un libro de cuentos ya editado. Pero éste va a ser mi verdadero parto. Puede salir un hijo normal o anormal, pero cualquiera sea el resultado, no pienso dejar de escribir. Por lo menos mientras mi capacidad sicofísica me lo permita. Y aunque a usted le parezca mentira, como no tengo editor, de la edición del libro se encargó un fabricante de juguetes, Juan Casas, y don Pascual, el imprentero. No sé el apellido, sólo sé que se llama don Pascual y que es un tipo macanudo, igual que Casas. Ellos confiaron en mí y se largaron. La cosa es medio rara, pero es así nomás.
Mario Luis Olezza es alto, corpulento, verborrágico, simpático. No es necesario hacerle demasiadas preguntas. Es como si él mismo estuviera haciendo la nota por encargo.
—Nací en un inquilinato de Barracas. Mi padre fue obrero metalúrgico; mi abuela, cigarrera. Cuando fui a la Antártida por primera vez. era escéptico, sentía como si hubiera perdido la fe en el hombre. Pero después de esos ocho años antárticos volví a tener confianza en el hombre. Es que allá se aprenden muchas cosas. En el libro trato de demostrar que el ser humano, en la Antártida, como en cualquier desierto, toma contacto real, tangible, con el problema metafísico. Hombre-Dios. Pero, ¿a través de quién? De los otros hombres. Todas las grandes religiones tienen un punto convergente en su desarrollo, en su aspecto místico, y es el desierto. Y va el ejemplo —anuncia Olezza—: Moisés y su pueblo y el desierto. Otro: Jesús que se aleja en el desierto para confirmarse en su tarea mística. Y por no seguir con los ejemplos religiosos, le comento uno de otro carácter: Saint-Exupéry, en "El principito".
—Yo tengo un "Principito". Se llama Paco, lo viví, lo encontré en |a Antártida. Pero para que se comprenda, tengo que contar el accidente. Fue en 1962. Durante dos meses seguidos construimos una pista de 800 metros de largo por diez de ancho a fuerza de pala. En esa tarea perdimos entre 10 y 20 kilos cada uno de los expedicionarios. Y eso. en Antártida, se siente. Ya estábamos cerca del Polo, ya concretábamos la hazaña del vuelo transpolar, ya íbamos rumbo a Nueva Zelanda. Pero una falla técnica hizo que el avión se prendiera fuego. Salvamos nuestras vidas por milagro, pero lo perdimos todo: desde la ropa hasta los documentos. Yo sufrí varias quemaduras y me saqué el brazo. En la base argentina Ellsworth nos socorrieron. Pero habíamos fracasado. Aparentemente todo estaba perdido. Ya en la base, escucho que Ángel Abregú, un científico, un antártico con todas las letras, hablaba por radio con una sobrinita de 4 ó 5 años. Yo estaba recostado, me habían enyesado y curado las heridas, cuando escuché la charla. Abregú le decía a la sobrinita: "Mirá que Paco me dijo que no tomás la sopa", a lo que la chiquita le contestaba que Paco estaba faltando a la verdad. La conversación se prolongó durante un rato y siempre en el mismo tenor. Cuando terminó, le pregunté a Ángel. "Che, decime, ¿quién es ese Paco?" "¡Ah!, ¿no lo conocés? Paco Caldereta", contestó, e hizo el dibujo de un pingüino. Yo no le pregunté nada más, había comprendido. En la soledad, en esa terrible soledad, esos personajes irreales existen. En el estado en que yo estaba me hizo mucho bien, fue como si el dibujo se hubiera corporizado. Desde entonces Paco anda conmigo.
—Pero, ¿Abregú no le explicó nada?
—No, en la Antártida no se dan demasiadas explicaciones, no son necesarias, además. El hombre en el desierto se quita el disfraz.
—A ver. ¿cómo es eso?
—Claro, el hombre allá vive en comunidades primitivas, aisladas, en Islas, durante uno, dos años, y no puede esconderse, aislarse del otro que tiene enfrente. Lo necesita él y lo necesitan. Inclusive para la vida vegetariana, la doméstica. ¡Y no hablemos de la espiritual! Tiene que apoyarse o muere. El egoísmo tan común en otros medios, allá no corre. Por eso Abregú compartió a Paco conmigo, y aunque esto parezca una nimiedad, es una cuestión de fondo. Allá el hombre encuentra al hombre. Se saca la careta y se vuelve más simple, más elemental (en el mejor sentido de la palabra). Rusos y norteamericanos trabajan juntos. ¿Usted se imagina lo que son cuatro meses de noche continua y otros cuatro de luz permanente? O se vuelve loco, o de veras entiende que para esos hombres la bandera fundamental es la lucha, el trabajo, la acción comunitaria.
Olezza detiene su monólogo y reflexiona:
—Pero, ¿lo dejamos a Paco?
—No hay problemas, tráigalo de nuevo.
—Le cuento; a partir de ese hecho con Abregú, sentí que Paco era en realidad mi propia conciencia, primitiva, romántica, pero no especulativa. Era un poco el niño que todos debiéramos tener adentro, por otra parte, el hombre, en ese otro planeta dentro de nuestro planeta que es la Antártida, es otro hombre, más auténtico, sin careta, sin disfraz. Y eso lo prueban estos dos ejemplos que voy a dar: EL DINERO, LA MUJER.
Caminamos por la vereda de la avenida Costanera. Olezza habla de un lugar ubicado a miles de Kilómetros. De otra vida, de otro mundo, de otras costumbres.
—El dinero, en la base, no existe. Es una pequeña ciudad que lo tiene todo adentro. Energía, combustible, almacén, carnicería, ropa, y los hombres que allí viven, consumen. Pero para consumir, en vez de pagar, aportan su trabajo. Es decir, pueden ayudar a mantener los servicios de la base, hacer de peón, servir las mesas, cuidar los grupos electrógenos, hacer el agua descongelando hielo. Pero, ¡cuidado! Eso lo hacen todos, desde el jefe para abajo, por turnos. Ese es el aporte, más allá de la tarea específica a la que cada uno esté asignado. Con esto quiero decir que para comer, por ejemplo, yo no pago con dinero, debo ayudar cargando bolsas de harina, descongelar la carne y llevársela al cocinero. Es una forma igualitaria y democrática. Si el jefe deja de hacerlo como los demás, deja de ser jefe.
—¿Y no se quiebra el concepto de autoridad o de poder? ¿Los hombres están preparados para aceptar eso sin transgredir normas de disciplina?
—La autoridad es moral, intelectual y efectiva. Sólo con autoridad se tiene poder, que no se ejerce por fuerza sino por derecho y por obligación. Sintetizando, eso es justicia.
—Usted había hablado sobre el problema de la mujer en la Antártida.
—No, no es un problema; allá no existe como tal.
—¿Por qué?
—Simplemente sublima a la mujer, sublima lo sexual. La vuelve a hacer madre, novia, esposa, hermana, mujer. Y no un artículo de consumo. Allá no se respira una permanente atmósfera de erotismo. Además, el hombre, que continúa teniendo sus instintos normales (no vulgares ni comunes), trabaja mucho físicamente, y en consecuencia no le queda tiempo para fantasear demasiado. ¿Sabe qué pasa? La Antártida es otro mundo. Tan otro mundo es que por esa zona polar se firmó el primer tratado de paz entre los Estados Unidos, Rusia y once países más, incluida la Argentina, en el cual todos se comprometen a utilizar ese territorio con fines pacíficos. Le puedo asegurar que el que va una vez a la Antártida, VUELVE.
Y tiene razón. Las estadísticas así lo indican. Lejos de espantarse, el que fue una vez, vuelve. SIEMPRE VUELVE. Y seguro debe ser por todas estas cosas que nos contó Olezza.
Es que debe ser cómodo andar de la mañana a la noche sin careta. Sin disfraz.
JORGE MARRONE
Revista Gente y la actualidad
16.08.1973


ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba