Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

SAN ANDRES DE GILES CAPITAL DEL PERONISMO POR UN DIA
AMANECER DE UNA CAMPAÑA AGITADA
La proclamación de Héctor Cámpora en su ciudad de origen motivó incesantes caravanas, inagotables estribillos y variables exteriorizaciones de público. Entre cánticos, velados enfrentamientos, insolaciones y asfixias los partidarios del peronismo bendijeron al candidato y lo rebautizaron como "el tío"

Las rutas nacionales número 7 y 8 presentaban un aspecto desusado en la mañana del domingo 21. Ni sus más irresistibles atracciones turísticas —San Antonio de Areco, Luján— suelen motivar las incesantes y nutridas caravanas de automóviles, camiones y ómnibus que las transitaron ese día. Sin embargo, el peregrinaje no iba a desembocar esta vez en balnearios o campings; la consigna era arribar cuanto antes a San Andrés de Giles, abordar el Parque Municipal de esa ciudad y coparlo. Allí —en una amplia extensión que el Club Municipalidad suele utilizar como circuito de carreras automovilísticas— esperaban dos carpas gigantescas (una azul y una verde); bajo las lonas, largas mesas albergarían a miles de comensales dispuestos a dar cuenta de un asado preparado con esmero.
El domingo 21, San Andrés de Giles —una pequeña ciudad ganadera y lechera del Oeste bonaerense— fue rebautizada. Ese día era la Capital Nacional del Peronismo v a ello obedeció la invasión que acabó por trastornarla. De allí, el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli) lanzó la campaña electoral destinada a catapultar al binomio Héctor J. Cámpora-Vicente Solano Lima; y la elección no fue caprichosa: Cámpora es un antiguo vecino de la zona. "De aquí surgió como simple comisionado municipal y llegó al gran destino de presidente de la Cámara de Diputados", se emocionó la maestra Amelia De Cecco de Borrajo. "Aquí nací a la vida y a la política", suele recordar el propio Cámpora, bendecido por Perón como su delfín.

CUANDO CORRE EL DIA
El asado de la proclamación estaba convocado para las 13. Pero casi tres horas antes el Parque Municipal ya lucía convulsionado. Aparte de los micros, nutridas caravanas de caminantes arribaban desde diversas direcciones, portando cartelones y banderas, descubriendo sus cuerpos —consecuencia de largas y agobiantes marchas— y protegiendo sus cabezas con un accesorio uniforme, casi reglamentario: pochitos con la imagen de Perón. Los estandartes señalaban el lugar de origen de los peregrinos o adelantaban las consignas que luego se corearían incesantemente. La consigna más frecuente resultó 'Cámpora al gobierno, Perón al poder'.
Los que llegaban a pie eran mayoritariamente jóvenes. Sus estribillos: Ché, vos, vení, / no te vayas. Vota por Cámpora, / lo ordena el general; o Qué lindo, qué lindo, / qué lindo que va a ser. / Cámpora en el gobierno, / Perón en el poder. Sin embargo, a medida que se acercaba el mediodía, un estribillo más pragmático compitió con aquéllos: Qué lindo, qué lindo, / qué lindo que va a ser. / Llegamos a la carpa y empezamos a comer.
Las intenciones gastronómicas no pasaron, en muchos casos, de los cánticos. Es que el comando frentista —con la colaboración en este caso de !a recién creada Juventud Peronista de San Andrés de Giles— había calculado abastecer los estómagos de 10 mil comensales, y mucho antes de que se comenzaran a servir las vituallas —empanadas y carne fría— se vio que la evaluación había sido ampliamente superada. A las 13 horas ya había en el lugar casi 25 mil personas. La organización estipulaba que cada cual se trajera su propia vajilla y aunque realmente hubo pocos desprevenidos, lo cierto es que no todos alcanzaron a usarla: las provisiones —4 mil kilos de carne, 6 mil chorizos, 25 mil empanadas, 33 mil panes y 20 mil botellas de bebida (gaseosas, cerveza y vino) — tardaron apenas media hora en esfumarse. Los caminos para proveerse de alimento no siempre fueron ortodoxos: una cincuentena de mojos —aportados espontáneamente por el Sindicato de Gastronómicos— se esforzaba por atender a los concurrentes: pero los más impacientes obviaron ese detalle y cargaron sobre la improvisada cantina. rápidamente desmantelada. Uno de los encargados del lugar —iras infructuosa puja con quienes se llevaban cajones de bebida acabó por gritar desalentado: "¡Pero muchachos, no nos afanemos entre peronistas'" Mientras tanto. seis jeeps recorrían el parque abasteciendo de comida a las mesas.

CALORES DE TODO TIPO
Nada de toda esta agitación existía cuando Héctor J. Cámpora arribó a San Andrés de Giles. Ello ocurrió a las 3.30 de la madrugada, una hora en que el cielo preanunciaba clima incierto para la mañana siguiente. El candidato se retiró a descansar en su finca —casona dotada de un Salón de los Recuerdos, en el que Cámpora acumula testimonios de su carrera política—; horas después inició una serie de reuniones con dirigentes locales en el club Ameghino.
El día amaneció amenazante, pero los nubarrones se disiparon pronto y, cuando el presidenciable llegó al Parque Municipal, un sol radiante caldeaba el área. Cámpora cubrió a pie la distancia que media entre el Ameghino y el Parque. Una nutrida custodia lo rodeó durante el trayecto y no se despegó de é! en todo el resto de la jornada. Bastó que los primeros simpatizantes se acercaran a Cámpora con el deseo de saludarlo, para que los custodios, hipersensibles, tendieran un cerco tan estrecho y rígido que acabó por arrojar al odontólogo sobre una ambulancia allí estacionada: "¡Señores, es la última vez que me empujan o se van de acá!", les reconvino el candidato, molesto.
Simultáneamente, nuevos versos llenaban el aire: Con Cámpora y Solano / ganamos por afano; Se siente, se siente, / Evita está presente; Luchamos por la patria, luchamos por Perón. / Los pibes y los viejos, un solo corazón; Cinco por uno, / no va a quedar ninguno.
El fervor desplegado a esa altura por la multitud hacía imposible todo ordenamiento. "Seamos buenos peronistas y pongamos orden para que esta fiesta del pueblo prosiga", se clamaba desde los parlantes. El entusiasmo superó, sin embargo, todo pedido y nadie parecía dispuesto a sentarse y a permanecer en silencio como si se tratara de un almuerzo más. Finalmente se prometió que, al finalizar la comida, Cámpora desfilaría mesa por mesa saludando a los comensales; una utopía que, con todo, aplacó los ánimos. La ingestión fue acompañada por los compases que entonaba "el compañero sanjuanino Rodríguez Lobos", quien —entre bocado y bocado— hizo corear a los comensales "unas letras que he tenido la suerte de escribir". Los títulos: Cámpora al gobierno, Perón al poder; Carteles y bombos y Evita presente.

A LA HORA DE HABLAR
Pero el almuerzo reservaba un postre especial: durante media hora los parlantes propalaron un duro mensaje de Juan Domingo Perón, fechado el 15 de enero en Madrid. Tras calificar a las elecciones de fraudulentas y llamar a una votación masiva para "derrotar a la ignominia", el jefe del justicialismo fustigó la dependencia económica exaltó el papel de la juventud y el de la mujer, convocó a la Iglesia —"testigo del empobrecimiento popular"—, a los "empresarios argentinos" y a los "militares que no hayan vendido su alma al diablo"; por fin avaló a la fórmula frentista colocándose a sí mismo como garantía- "Muy pocas veces me he equivocado ni he errado en las resoluciones estratégicas".
El mensaje del Líder será leitmotiv de toda la campaña y su frase final —"Dependencia o liberación"— será el slogan de la misma.
A las palabras de Perón siguieron las del candidato a intendente de San Andrés de Giles. Pedro Gallo, las del candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Bidegain, las de Vicente Solano Lima y las del propio Cámpora. Un denominador común las recorrió: prometieron libertad a los presos políticos. fustigaron "la entrega de estos 17 años", amenazaron con "represalias populares" sí no hubiera "juego limpio" en las elecciones; demostraron una monolítica
seguridad acerca de la victoria frentista en la primera vuelta.
Los discursos llevaron más de dos horas en completarse y ello no se debió precisamente a su extensión. Ocurrió que los estribillos los interrumpieron de continuo; y no sólo eso: el sol y los apretujones provocaron numerosas víctimas Las insolaciones y principios de asfixia estuvieron a la orden del día y no perdonaron ni al propio palco oficial. El candidato a vicepresidente Vicente Solano Lima debió abandonar su discurso por la mitad, víctima de un ahogo. Antes había recibido algunas rechiflas de los sectores juveniles duros y también interrupciones como las de Julián Nievas (30 años, jornalero, "me vine desde Open Door a dedo") : "¡Qué tanto Solano ni Solano! ¡Viva Evita!, nuestra madre espiritual".
El médico encargado del servicio sanitario ("no ponga mi nombre, simplemente soy un peronista cumpliendo con su deber"), recorría incesantemente el lugar montado en una cupé Fiat y acompañado de "dos muchachitos que no son enfermeros pero trabajan como leones". Su balance: "Atendí incalculables casos de lipotimia, principios de asfixia e insolaciones. Hubo muchas heridas cortantes y hasta una inexplicable fractura de tibia y peroné".
Cuando le tocó el turno de hablar a Héctor Cámpora, la euforia había alcanzado su pináculo; el delegado personal estuvo a punto de omitir su palabra si es que "no somos capaces de poner orden". Finalmente habló. Su discurso no abundó en precisiones programáticas, pero fue pródigo en apelaciones emocionales. "Yo soy leal y obsecuente a Perón —recordó—; unos pocos creen que eso es un defecto, pero es una virtud". Ante la insistencia de sectores juveniles, subrayó que "lo primero que haremos será liberar a los presos". Y, por fin, se lamentó de un solo hecho que, para él, empañaba el acto: "Aquí falta el macho entre los machos, el general Perón".
Mientras Cámpora hablaba, algunos estribillos destacaron la variedad de tendencia que alberga el peronismo. Ejemplos: Perón, Evita, / la patria socialista y Fidel, Perón, / un solo corazón, impulsadas por sectores juveniles radicalizados, recibían como respuesta: Ni yanquis, ni marxistas, / peronistas o Si Evita viviera sería peronista, contrapartida de Si Evita viviera / seria montonera. Estos últimos estribillos eran mayoritarios.
A las 17.30 finalizó el acto y comenzó la desconcentración. El bombo del Tula —el legendario jefe de la hinchada de Rosario Central, que viajó hasta Madrid para intercambiar bombos con Perón— siguió sonando aun entonces; las rutas volvieron a colmarse y un símbolo unificaba a todos los automovilistas: los dedos en V asomados por las ventanillas. Muchos —"víctimas" del frugal almuerzo— se apearon a comer en bares del camino. "Vea qué cosa más bonita, poder decir que no alcanza la comida para todos", se había alegrado al respecto el candidato a intendente.
En uno de esos apeaderos, a las puertas de Luján, Enrique Barroso (26 años, estudiante de Medicina) se felicitaba junto a varios compañeros, por haber hecho el peregrinaje a San Andrés de Giles: "Ahora, después de esto, el tío empieza la campaña en ganador". Por fin pidió al mozo otra vuelta de cerveza: "Tratándose de chopps, aceptamos el ballotage —chanceó ante Siete Días—; porque en las elecciones ganamos de entrada".

Recuadro en la crónica
LAS ZONAS INCONTROLABLES
Ni remotamente se habían apagado, los ecos del asado de la proclamación cuando un nuevo baño de sangre sacudió las entrañas del peronismo. En la mañana del lunes 22, a la lista integrada por Augusto Timoteo Vandor y José Alonso se agregaban los nombres de otros dos gremialistas ejecutados por comandos guerrilleros: se trataba de Julián Moreno —secretario adjunto de la seccional Avellaneda de la UOM y candidato a diputado nacional del Frejuli— y Leopoldo Deheza, su colaborador y chofer (cargo, este último, que también desempeñó para Vandor). Abajo se reproduce la página uno de la edición vespertina de Crónica: un documento espeluznante.
El atentado se cumplió en Lanús-Oeste —frente al número 2026 de la calle Medeiros—, donde ocho terroristas distribuidos en tres automóviles emboscaron a Moreno y Deheza y los mataron sin darles tiempo de usar las armas que poetaban. Las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) perpetraron la ejecución y —en un comunicado— la justificaron diciendo que los muertos eran "traidores al movimiento obrero y a Perón"; además, anunciaban que represalias semejantes esperan a José Rucci, Rogelio Coria y Lorenzo Miguel.
La reacción más pronta y enérgica no provino, curiosamente, de círculos peronistas sino desde el gobierno. En la noche del lunes, una declaración del presidente Lanusse repudiaba el hecho y dejaba a consideración "de los argentinos que sólo son incondicionales con la patria" si "estas explosiones violentas (...) provienen de arriba —como impúdicamente se ha dicho— o si, en cambio, se originan entre elementos que, actuando tras burdos disfraces, infiltrados entidades de diversas características o corrompiéndolas con concepciones extremistas, amenazan arrastrar a la Nación hacia el caos y el enfrentamiento fratricida".
Era, obviamente, una directa alusión al tono que había campeado en las consignas y los discursos de San Andrés de Giles. En la muerte de los dos gremialistas anchorenistas (Romero hubiera sido candidato a intendente de Lanús si se mantenía la defenestrada candidatura de Manuel de Anchorena a la gobernación), el gobierno encontraba un elemento para presionar sobre la dirección justicialista; es que desde la ida de Perón, desde ese sector se inició un paulatino proceso de endurecimiento seguramente destinado a acentuarse durante la campaña electoral.
Fue precisamente el calor de esa escalada que se notó, en las últimas semanas, un resurgimiento en el accionar de las formaciones especiales (que aparecieron así aparentemente liberadas del consejo de esperar, "porque para la violencia siempre hay tiempo"). De ese modo, la táctica peronista proponía un fortalecimiento en el terreno electoral —tratando de cohesionar a las huestes en torno a la fórmula Cámpora-Solano Lima, y establecer sólidos pactos con el radicalismo— y, simultáneamente, adoptaba un endurecimiento capaz de jaquear al gobierno y de establecer una advertencia acerca del "juego limpio" en las elecciones.
La interrelación de ambos procesos podía inferirse de dos hechos simultáneos: al tiempo que Cámpora iniciaba su primera gira proselitista y reiteraba en Neuquén que "este proceso está viciado de ilegitimidad", el comunicado de las FAR —tras el operativo de Lanús Oeste— era refrendado por el slogan
Cámpora al gobierno, Perón al poder.
Según agoreros observadores, hechos como el de Lanús no serían excepcionales; es que —estiman— durante toda la etapa preelectoral Perón se valió de sus sectores negociadores para ubicarse dentro del proceso de institucionalización; sectores que tenían su columna vertebral en el ámbito sindical. Al iniciarse la etapa política —y necesitado de mostrarse combativo para consolidar sus fuerzas— se desligó de las principales cabezas conciliadoras —tal el caso Coria—, dio mayor participación a la juventud y endureció sus declaraciones. Tanto una como otra actitud ofrecen imponderables o zonas no del todo controlables. La negociación pudo alcanzar así niveles de conciliación superiores a los requeridos por el "comando estratégico" de Madrid. El endurecimiento desata a las formaciones especiales, como ocurrió el lunes 22.
Lo cierto es que los acontecimientos del domingo y lunes colocaron en una coyuntura delicada al proceso electoral. El presidente reiteró, entre sus allegados, su disconformidad por la marcha de las campañas electorales, al tiempo que una reunión de la Junta de Comandantes —trasladada del lunes al miércoles— se internaba en el análisis decisivo de la situación. Y todo esto mientras otras alternativas dan nuevas características a la actual etapa política. El ballotage estará abierto, de acuerdo a una nueva disposición, sólo a las dos primeras fuerzas, y no ya a todos aquellos que obtengan más del 15 por ciento de los votos. Para ello, esos dos partidos, frentes o alianzas deberán sumar, entre ambos, el 66 por ciento del electorado. Si bien el radical Enrique Vanoli vaticinó el resultado —"entre radicales y peronistas obtendremos el 66 por ciento"—, la disposición parece tender a polarizar y no a unir a esos dos protagonistas del espectro: puede sospecharse que los términos peronismo-antiperonismo aparecerán así más claramente planteados, y muchos votos indecisos o proclives a volcarse en fuerzas menores deberán optar por uno de estos polos.
Simultáneamente, la Alianza Republicana Federal sufría dos traspiés; uno, la impugnación de su estructura partidaria en la provincia de Buenos Aires (el distrito electoral más importante); otra, la expulsión de sus filas del Partido Laborista, debido a declaraciones de Guillermo Patricio Kelly, dirigente del mismo.
Por fin, José Rucci sostenía febriles sesiones de trabajo con Perón, en Madrid. De allí traería las instrucciones inmediatas para el desenvolvimiento del justicialismo. También, se aseguraba, vendría con la seguridad de que será ministro de Trabajo si el Frejuli triunfa. Sin embargo, en la Argentina lo esperaba una cuestión más inmediata y más estrechamente relacionada a la especificidad de su cargo: en la planta de SOMISA de San Nicolás, 8.000 obreros cuestionan su política al frente de la CGT, así como "a los dirigentes burocráticos de la UOM", y exigen un sindicato propio.
Revista Siete Días Ilustrados
29.01.1973

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