Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Don Andrés Chazarreta, precursor y triunfador
por MARÍA DE QUESADA

Un metro ochenta de estatura; derecho como el álamo, la piel oscura como el algarrobo, los dientes sanos y la sonrisa abierta y fácil; la mirada viva, la mano ágil y elegante; 73 años de edad y con más proyectos que a los treinta. Así se me aparece el gran santiagueño don Andrés A. Chazarreta, una de las figuras más nobles, serias y consagradas de nuestro folklore.
En verdad, no tendría que haber aclarado de quien se trata; el nombre de Chazarreta es de difusión universal. Pero me complace calificarlo, situarlo y declarar en público mi admiración por estos maestros de argentinidad, por estos hombres de amplia visión que, hace treinta o cuarenta años, presintieron que nuestro suelo no era tan sólo productor de trigo (y Dios bendiga esta tierra que da el pan a tantos pueblos) ni nuestras praderas verdeaban tan sólo para las bestias; que comprendieron que en la entraña v el humus de la tierra argentina fermentaba un germen espiritual, una semilla artística y que las simples y frescas flores silvestres de la canción, la música y la danza criollas, podían ser cultivadas y merecían el esmero y la dedicación que hasta entonces sólo se prestaba a lo extraño.
Hombre de acción al propio tiempo que artista de sensibilidad, generoso al par que ávido de conocimientos, Chazarreta, mozo y desvalido de toda ayuda oficial, se echó al mundo de la gran metrópoli a llevar el mensaje de arte nacional. Hace de esto muchos años. Y puede el maestro estar orgulloso del camino recorrido, desde los días de 1911, cuando el Poder Ejecutivo de la provincia de Santiago del Estero le negaba el teatro oficial 25 de Mayo para presentar en él su conjunto de arte nativo, so pretexto de que dicho coliseo estaba destinado a la actuación de compañías de primer orden.
¿Y qué? ¿Desaliento? ¿Renuncia? ¡Ni soñarlo! El maestro se orientó para otro lado. Contrató el escenario del Pasatiempo del Águila; la sala se llenó noche a noche; los aplausos ensordecían y las representaciones terminaban a deshora porque el público pedía el "bis" de todos los números.
Allí empezó su carrera de divulgador del arte argentino, pues ya entonces Chazarreta era hombre de vasta cultura. Pero comenzaba su experiencia, que, hermanada con su instinto, le hacía acoger en su conjunto folklórico a todos los artistas de vocación, que, ignorantes de lo que eran, llegaban a otorgar lo más genuino y puro de las tradiciones criollas; la vieja Clodomira, gran bailarina de malambos y chacareras; el zapateador santiagueño Antonio Salvatierra; los poetas populares, los cantores sin más escuela que la de los pájaros. * * *
En 1921 Chazarreta vino a Buenos Aires y comenzó la reconquista del país al son de su guitarra. Ahora el país está reconquistado. En toda su extensión, baila sus propios bailes, entona sus lindas canciones, declama sus viejas coplas.

Hablar con don Andrés Chazarreta es un regalo para el espíritu. Hombre sencillo, se da de alma en cuanto advierte que quien lo escucha es sensible y comprende el gran mensaje de la música.
—¿Cuáles eran sus actividades antes de iniciar sus trabajos de recopilación? —le pregunto.
—Maestro de escuela, m'hija. Los chicos me han enseñado muchas cosas. Después fui profesor de la escuela del 18 de Infantería, y Secretario del Consejo de Educación de Santiago.
—Y ¿cuándo sintió su vocación musical?
Chazarreta levanta los negros ojos chispeantes, se encoge de hombros. . .
—No sé. Desde toda la vida. De chico tocaba de oído y formaba conjuntos con los compañeros de grado. Pero seriamente empecé a trabajar en 1906, cuando trasladé al pentagrama la "Zamba de Vargas", que es una pieza que le había oído cantar a mi abuelita cuando me acunaba en las faldas para dormirme.
—¿Toca solamente la guitarra?
—¿Yo? No; toco seis instrumentos; pero la guitarra es mi vocación, mi compañera, mi confidente, mi amiga, mi fortuna, mi secreto, mi. . . ¡todo!
—¿Es muy aficionado a ella el pueblo santiagueño?
—Mucho. Para eso somos como los españoles. El rasguear la guitarra ya no es mérito entre nosotros. Sería falta el no hacerlo.
—Y, ¿cómo nació en usted el propósito de recoger motivos tradicionales?
—Lo llevaba en la sangre. Me angustiaba la idea de que tanta belleza pudiera perderse para siempre, como el humo en el aire. Me sentía capaz de ayudar con mis fuerzas a salvar ese magnífico patrimonio del país. Al principio anduve a tientas; poco a poco vi lo que era preciso hacer, y cómo debía hacerse. Medio me asusté, porque era largo, difícil, tremendamente difícil. . .
—¿Quién lo ayudaba?
—Al principio sólo la gente del pueblo. Músicos populares que ejecutaban sólo para su entretenimiento y en las fiestas tradicionales del carnaval, casamientos, bautizos y entierros de angelitos. Estos entierros eran verdaderos torneos, porque la alegría de mandar un alma al cielo era cosa digna de festejarse. Los músicos menudeaban. Entre ellos un viejo arpista de Tunas Puncu, don Eulogio Ledesma fué quien me trasmitió lo mejorcito de la música que he escrito. Así publiqué mis dos primeros álbumes; al comienzo, con un resultado mediano, y después mejorando. Y mire, hay que hacer justicia a los que nos tendieron lo mano; en aquel tiempo también hubo hombres cultos que me alentaron. Todos ellos están en mi memoria.
—Y ¿cuándo hizo usted su primera presentación en Buenos Aires?
—¡Ah, de eso me acordaré siempre! Fué el 16 de marzo de 1921, en el teatro Politeama. La orquesta la formaban un arpa, tres guitarras, un violín, una flauta, un bombo y dos cajas. El resto eran cantores y bailarines. Entonces hizo su aparición como solista Patrocinio Díaz. Se cantó la "Zamba de Vargas", un escondido, un malambo, y yo toqué en la guitarra tres valses y varias vidalitas. Después empezaron las danzas. El público estaba, al parecer, sorprendido, pero pronto se notó que nuestro espectáculo le llegaba. . . Fué un éxito rotundo. Dimos 150 representaciones seguidas. ¡Y habíamos creído que con una presentación ya sería bastante!
Después comencé a recorrer con mi conjunto las capitales de provincia, y llegué hasta Montevideo. Los diarios nos dedicaron crónicas casi todas comprensivas y muchas elogiosas. Luego me he dado cuenta de que mi aparición fué oportuna; precisamente por aquellos tiempos había empezado el tango "argentino" a imponerse como danza nacional en los salones europeos. Mientras se exportaba el tango, yo aporté las verdaderas danzas nacionales, las que tienen raíz hispana sazonada con los jugos de nuestra tierra. Desde entonces decidí ocuparme sólo de aquello para lo que la providencia me ha destinado, y con un grupo de empeñosos y talentosos folkloristas trabajé sin descanso.
—Y ahora, maestro, ¿qué hace?
—Estoy corrigiendo, revisando y publicando mis obras completas, que no son pocas: nueve álbumes para piano; tres para guitarra; una coreografía descriptiva de las danzas del norte; catorce valses con los nombres de las catorce provincias argentinas. Además, dirijo las grabaciones en discos Víctor y Odeón; ya van 230 grabados en Víctor, y los vendidos creo que llegan a ochocientos mil.
—Lo felicito. ¿Y quién lo secunda en su gran labor?
—Las chicas. Mis hijas me han salido músicas y trabajadoras. Nunca tuve mejores colaboradores. Ana Mercedes, que es profesora de guitarra, está al frente de la Academia que fundé hace años, para difundir entre la infancia y la juventud porteñas el amor a la música y los bailes de nuestra tierra. Hoy cuenta esa Academia con más de 600 alumnos.
—Y ¿qué otras actividades tiene usted?
—Otras, lo que se dice otras, ninguna; porque todas van a parar a lo mismo. Estoy al frente de la Subcomisión honoraria del folklore de Santiago del Estero, y de cuando en cuando hago excursiones por el norte de Tucumán y Catamarca, llevando un conjunto de jóvenes músicos y bailarines.
Mis hijas Andrea Ramona y Josefina me secundan; la primera es una distinguida pianista; la segunda, profesora de danzas, y con sus alumnos realiza toda clase de experiencias en lo relativo a vivificar las tradiciones artísticas de la tierra argentina. Los niños son campo propicio; en sus almas nacientes prenden fuego las chispas de la tradición. Todo lo hacen con gracia y naturalidad, y en poco tiempo convierten en carne de su carne esas bellezas del pasado, esas notas y figuras que ya conocían sus remotos abuelos y que, gracias a unos pocos, también podrán conocer sus nietos.
Mientras habla, contemplo a este hombre de extraordinaria firmeza, que ha comprendido, quizás antes que nadie, el alto significado de difundir y sostener el arte nativo en nuestras masas, haciendo que en él y por él se aúnen las almas y vibre poderosamente el sentimiento de la raza. ¡Es un criollo de ley! Sufrido en las contrariedades, alegre en las ocasiones, retraído en las penas, sensible a la belleza, afable y condescendiente por los años. Pienso que habrá tenido que sostener luchas muy grandes con la incomprensión y la indiferencia, que cien veces habrá tenido que tragar un sorbo amargo. Y se lo digo. La respuesta es encantadora:
—Sí, claro. Pero eso ¿qué importa?
Volvemos a hablar de danzas, de tonadas, de instrumentos musicales.
—¿Cuáles prefiere?
Y la respuesta es la que esperaba:
—La guitarra. No hay como ella. Es canto de pájaro, murmullo de selva, suspiro de amores. Con la guitarra se puede decir todo lo que se quiere...y a veces un poco más de lo que se quiere.
—¿Y de los bailes?
—El malambo; pero el tradicional. Me duele decir que de un tiempo a esta parte nuestros bailadores se están saliendo de las normas del verdadero zapateado y se meten en acrobacias. Esto afecta a la elegancia criolla, porque, retorciendo el cuerpo o meneando los hombros, no se zapatea de verdad. En nuestro malambo son los pies los que han de hacer todo el "trabajo".
La tarde va declinando. Hace más de dos horas que escucho a don Andrés A. Chazarreta, y debo confesar que, intencionadamente, he prolongado la entrevista. Ha sido un rato de diáfana claridad espiritual. Siempre recordaré sus palabras serenas, su simpatía condescendiente, ese no sé qué de aldabonazo que dan sus ideales en nuestro corazón para recordarnos que tenemos fisonomía propia en el arte popular, en el arte imperecedero, en ese arte discreto y poderoso, tierno y rural, en que el amor va siempre enlazado con la naturaleza, y que huele a poleo y a leyenda.
—Señor Chazarreta, ¿quiere que lo deje en su hotel?
—Si es tan amable, m'hija. . .
Y los tres nos volvemos al centro. Los tres: él, yo y su guitarra.
Revista Argentina
1/12/1949


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