Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Che, Buenos Aires

La historia de Buenos Aires a través de sus ídolos de ayer y de hoy. El tango, los "guapos" y la calle Corrientes ya no son el símbolo de la capital más multitudinaria de América del Sur; su noche se nutre ahora de otros ritmos

"A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires: la juzgo tan eterna como el agua o el aire", dice Borges en uno de sus poemas. Y Gardel le cantaba: "Buenos Aires, como a una querida, si estás lejos mejor hay que amarte". Ciudad eterna y querida para sus habitantes, Buenos Aires es —además de la capital más multitudinaria del hemisferio sur— una especie de fe, un mito viviente que alcanzó su máxima intensidad en las primeras décadas de este siglo, a través del culto a ciertos símbolos que la caracterizan: el tango, la calle Corrientes, los barrios y esa mágica "noche porteña" de copas y confesiones que hermanaba a niños bien y compadres del arrabal.
Hoy, todo eso ya no existe. O casi. El tango, debatiéndose en una agonía saludablemente crónica, ha perdido su hegemonía en un alud de ritmos menos nuestros pero más contemporáneos. Los barrios ya no tienen grises callejuelas ni "esquinas rosadas", sino relucientes avenidas con semáforos y luminosas galerías comerciales. Corrientes se ha ensanchado y ya es imposible saludar a un amigo de vereda a vereda (no sólo por la distancia, sino porque sería difícil reconocerlo entre tanta gente). La noche porteña permanece, pero sus héroes ahora se llaman James Bond, Napoleón Solo, "Virginia Woolf" o Rudolf Nureyev. Y su magia ya no termina en las penumbras cómplices del Tabarís, sino en una cena tardía en un "grill" plastificado o en las oscuridades menos telúricas de una boite de Olivos. Los niños bien ya no tiran manteca al techo. Ahora bailan "surf" y corren picadas, mientras que los compadres de arrabal se han esfumado en una realidad de barrios obreros.
Pero "la noche" permanece, y también su mitología. Están sus ídolos de siempre, como Troilo, como Rivero, el Maipo y Tito Lusiardo. Y los ídolos nuevos, como Osvaldo Piro, Piazzolla, o Zulma Faiad. Todos juntos protagonizan la zona donde el
Buenos Aires de ayer se encuentra con el de hoy, donde la ciudad noctámbula muestra su verdadero rostro. Con ellos, con los permanentes habitantes de la noche, SIETE DIAS conversa sobre la ciudad nueva y recuerda la vieja. Las dos son una sola, una historia ciudadana que transcurre junto a sus hombres y mujeres, sus calles, sus diversiones, sus ídolos y sus mitos, su quehacer cotidiano.

TRES VOCES MAYORES
Decir Aníbal Troilo, Edmundo Rivero, Julio de Caro, es casi como decir el tango. O decir Buenos Aires. De los tres (y hablando de Buenos Aires) de Caro es el más nostálgico; Troilo, el más sentimental; Rivero, el más optimista. Y el más lúcido, tal vez, cuando aclara: "No hay que confundir la nostalgia con el atraso". En esa confusión parece caer a veces De Caro, al confesar: "Vivo decepcionado. Han pasado casi tres décadas; ¿hemos progresado en nuestra música, en nuestra cultura? Hay grandes valores, pero éste es el país del acomodo, del éxito fácil".
Según De Caro, hay una diferencia fundamental entre el Buenos Aires de ayer y el de hoy: "Ahora tenemos un ritmo de vida muy robotizado; la ciencia avanza a pasos agigantados y me parece perfecto. Pero yo digo, en cuanto al arte se refiere, ¿no se ha bastardeado el sentimiento popular? ¿O se cree que la buena música no es negocio?"
Si la nostalgia del famoso compositor se parece al resentimiento, la de Aníbal Troilo es más sentimental. "Antes había otro concepto de la amistad —dice el 'bandoneón mayor' en una pausa de grabación—, los amigos eran realmente amigos y cuando te decían 'hermano' lo decían en serio. Yo conozco un solo Buenos Aires —aclara el maestro—, el de siempre. Pero el que yo conocí era distinto, se hablaba de otra manera. Claro, sin ánimo de contradecir a la gente de ahora, porque yo también soy ahora."
En la pasión del diálogo, el "troesma" termina por admitir que "a mí me gusta irremediablemente el Buenos Aires de antes, aunque "en este de ahora soy feliz: soy un triunfador, tengo a mi esposa, a mis amigos..."
Y Troilo, una vez más, termina conmovido: "... tengo a todos estos amigazos que hay aquí, que me quieren como yo los quiero a ellos. . . ¿Qué más puedo pedir?". Para Troilo, Buenos Aires es una amistad renovada. Y quizá tenga razón.
Antes de partir en una gira de ocho meses por el exterior, Edmundo Rivero sostenía que el tango no ha perdido su vigor. "Buenos Aires —dijo— vive el mismo espíritu de siempre en lo que se refiere a nuestra música. En este momento el público de tango es sumamente joven, como si buscara en él la manera de entender a la ciudad. El tango canta todas las sensaciones humanas, y para poder interpretarlo hay que haberlo vivido y sentido, mi generación lo vivió y lo conoció y puede transmitirlo a los más jóvenes".
El "Feo" reitera su confianza en la juventud, en el futuro de Buenos Aires: "A mi me interesa que todo se renueve. El pasado está muerto y hay que recordarlo, pero no detenerse". Su carrera de intérprete es sin duda la más clara expresión de ese avance constante que Rivero quiere y admira en Buenos Aires.
"Antes, el extranjero que llegaba a Buenos Aires iba primero a La Cabaña a comer un bife grandote, y después hacía doblete en el Tabarís." Tito Lusiardo, el actor de tantos éxitos populares, no oculta su fervor por el pasado porteño: "Todo era más pequeño y más lindo; en Corrientes hablábamos con los amigos de vereda a vereda, había más cafés, más teatros, más gusto a noche, vivíamos menos apurados. Hoy, todo ha cambiado. Lo único que queda intacto es el Obelisco, por ahora". Pero Tito no reniega del Buenos Aires de hoy, que todavía lo aplaude y lo quiere. "El público argentino —dice— siempre fue igual, uno de los más cariñosos del mundo."
Azucena Maizani, la casi legendaria "Ñata Gaucha", adhiere también a la nostalgia: "El Buenos Aires de ahora me gusta, pero le faltan muchas cosas, no es tan nuestro como antes". Azucena se ha retirado hace varios años —empezó a cantar en 1923—, pero todavía esporádicamente vuelve a los tangos para "tantear" al público.
Una vez más, la ciudad que se quiere como a una persona, como a un amigo entrañable.
La noche porteña tiene un elemento insustituible que se ha renovado sin cambiar su espíritu: la revista. El humor de Buenos Aires, a veces irónico, a veces directo y preciso, tiene allí su expresión más popular y concreta. Y la revista tiene dos "templos" indiscutidos: el Maipo y El Nacional. Dringue Farías fue durante muchos años el "sumo sacerdote" de la sala de Esmeralda. Adolfo Stray, todavía oficia su ritual en Corrientes.
Los dos coinciden en un análisis realista de la noche porteña, buscando más las razones sociales del cambio, que las simples añoranzas. Y, paradójicamente, tal vez fueron los cómicos los que hablaron más en serio. "Aquellos restaurantes para artistas, periodistas y actores ya no existen —dice Dringue— porque a Buenos Aires se le acabó la diversión. Ahora para vivir hay que trabajar, y lo más que se pueda. Porque, viejo, la inflación no es ningún chiste. La noche ha cambiado mucho — agrega—; antes la gente se divertía trasnochando, ahora ya no hay tiempo. Además, hay un gran enemigo de la noche: el televisor." Será por eso que Dringue, ex ídolo de la noche, sólo trabaja en TV.
Cuando SIETE DIAS habló con Adolfo Stray, su esposa escuchaba atentamente. En su voz raspada e incisiva se traslucía el optimismo. "Me encanta el Buenos Aires de hoy, con todas sus deficiencias, y pienso que va a llegar a ser una de las grandes ciudades del mundo. Claro, antes la ciudad era más íntima, más en familia, y tenía cosas que no se pueden olvidar, como el café de Los Angelitos. Ahora el costo de la vida, la lucha por la subsistencia diaria, influyen en el humor de los argentinos. A mí me toca especialmente el porteño y le puedo asegurar que desde el escenario eso se nota. Porque, viejo, si una familia tipo no tiene para comer, maldita las ganas que tiene de reírse."
Junto a sus figuras tradicionales, Buenos Aires ha incorporado rostros nuevos, voces jóvenes, nuevas siluetas que se recortan en su noche interminable. Quizá la más joven, la más famosa y, por
supuesto, la más linda, sea Zulma Faiad. Una muchacha que ha triunfado.
"La gente anterior a nosotros dice que antes Buenos Aires era mejor. Los amigos eran los amigos y todo eso. Pero yo pienso que es mentira, porque cuando yo tenga la edad de ellos voy a decir lo mismo, pero lo único que haré es tener nostalgia de mi juventud, que es lo que les pasa a ellos." Después de la demolición, viene la construcción: "Yo creo que comparados con cualquier país del mundo, debemos sentirnos felices de tener a este Buenos Aires, con tantos errores pero con tanta calidez." Y Zulma sigue demostrando que es algo más que un cuerpo escultural: "A mí me preocupa el ser humano, yo quisiera que mi país sea un país en el que todo el mundo pueda comer bien y criar bien a sus hijos. Pero claro, somos un país nuevo, que no conoce guerras, indiferente. Sí mañana me dicen que cambió el gobierno, me limitaré a preguntar: '¿Y quién está ahora?', porque estoy acostumbrada; pertenezco a una generación que ha tenido muchos presidentes".
Es inútil intentar que Zulma hable de la noche. "Yo no vivo la noche de Buenos Aires, la trabajo. Y, además, no me divierte. Me aburre muchísimo ir a una boite, prefiero dormir. Porque a mí me gusta el día, la naturaleza. Y la ciudad también me gusta y no me asusta: cuanto más vértigo, mejor."
Dos figuras jóvenes del tango, Osvaldo Piro y Juan Carlos Cedrón, no parecen hallarse muy cómodos en esta Buenos Aires de su generación. "Me siento muy mal en Buenos Aires —dice Cedrón—; creo que no hay posibilidades para desarrollar el arte a nivel popular." Y Piro remata: "El pretendido arte popular es una gran estafa". "Lo que sucede —explica Cedrón— es que estamos encerrados. Somos una generación que precisa estudiar, pero cuesta muy caro; que necesita trabajar, pero no hay trabajo. Yo me siento muy solo, y creo que todos vivimos solos en Buenos Aires."
Otro joven dedicado al tango, Néstor Fabián, aproxima el dedo a la llaga: "A través de las letras no me siento interpretado, porque ninguna habla de ahora, no hay temas nuevos. La ciudad cambió totalmente y falta alguien que entienda estos cambios, los escriba y los interprete." Para Fabián, el comentado "resurgimiento" del tango no es cuestión de estafa, como dicen Piro y Cedrón, sino de snobismo. "Mucha gente se ha volcado al tango por snob, y no lo siente para nada. Acá (se refiere al local nocturno donde actúa) viene el público de visones, de las joyas que hacen ruido, un pequeño sector de la ciudad; porque no me diga que Buenos Aires se caracteriza por tener pieles y guita en abundancia." Y en cuanto a la soledad, Néstor no cree en ella: "El porteño de hoy está más acompañado que nunca, porque ahora se junta primero a la mujer y después a los amigos. Antes era al revés. Pero los amigos entretienen, y la mujer, en cambio, acompaña".
Hablaron los habitantes de la noche. Los veteranos y los jóvenes, los de antes y los de ahora. Llega ese olor agrio del amanecer en el centro, ese momento muerto entre la última copa y el primer café con leche, cuando los bares sacan sus entrañas a la vereda. Dentro de unos minutos la ciudad volverá a palpitar de nuevo: apurada, dinámica, moderna. Distinta de la que cantó Azucena Maizani, de la que quisieron Tito Lusiardo o Julio de Caro. Una ciudad que crece, que lucha día a día por instalarse definitivamente en el futuro. Y al llegar la noche, sus ídolos estarán allí, desde el bandoneón, desde el escenario. Los viejos y los jóvenes. Los que aquí se han mostrado optimistas o amargados, conformes o nostálgicos. Todos. Y su sola presencia dirá que, de algún modo, la ciudad es la misma, la de siempre. Esa ciudad cambiante, cosmopolita, exigente y cálida, a veces incomprensible; pero que, nadie sabe bien por qué, se hace querer como un amigo o una novia.
Revista Siete Días Ilustrados
24.10.1967


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