Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

IGLESIA
En la distancia está la clave

Al terminar las deliberaciones del plenario de obispos, en San Miguel, quedó claro que no se confirmaría ni se rectificaría la posición crítica, adoptada hace un par de meses por la comisión permanente del Episcopado, con respecto al Movimiento Sacerdotal para el Tercer Mundo. El silencio fue interpretado por algunos observadores como una continuación de la misma línea: un vocero oficioso de la Curia ironizó respecto a esa tesis. "Si viviendo las cosas así son felices, no hay motivo para desilusionarlos", contestó.
Pero si el tema del Tercer Mundo parecía quedar nuevamente en una nebulosa en la cual todas las interpretaciones son posibles, una carta de Jerónimo Podestá, distribuida entre los obispos, removió un problema jurisdiccional planteado por el presidente de la Conferencia Episcopal, Adolfo Tortolo, en el Norte, cuando se refirió a un sacerdote de Bahía Blanca, Dulio Biancucci, quien protagonizó un incidente en su iglesia con oficiales de la Base Naval. El problema se planteó porque el obispo de la zona, Geminiano Essorto, no creyó lógico censurar a Biancucci, quien fue objetado, no obstante, por Tortolo.
Las relaciones de la Iglesia con el Estado constituyeron, sin duda, el tema político principal en las deliberaciones de San Miguel. Si uno de los capítulos fue catequesis, el otro fue doctrina y tuvo una neta, inevitable, connotación política. No habrá, esta vez, declaración final ni se transmitirá a la comisión permanente ningún encargo en ese sentido, pero trató de madurarse el estado actual del problema.
Uno de los voceros oficiosos de la Jerarquía Católica explicó, hace unos días, cerca de la quinta de María Auxiliadora, en San Miguel, que el cambio de estilo producido desde el derrocamiento de Juan Carlos Onganía constituye una de las claves más significativas en el análisis de las actuales dificultades entre el Clero y el Estado.
Era posible pensar que la circunstancia de que el anterior presidente fuera un preconciliar casi típico, participante de los cursillos de Cristiandad, con asesores directos ubicados generalmente en su misma línea, podía haber determinado un clima de desconfianza mutua entre la Iglesia —que en forma notoriamente mayoritaria enfrenta a esa tendencia— y el gobierno. De alguna manera, los principios de Onganía eran más lejanos que los puntos de vista del actual jefe de Estado, Roberto Marcelo Levingston, con relación a la tónica del cristianismo contemporáneo. Y Onganía, inclusive, cometió errores inefables, que casi llevaron a situaciones de duro distanciamiento, como cuando —por ejemplo— quiso asociar simbólicamente la Jerarquía Eclesiástica a la Revolución en la famosa escena de jura del ministro de Relaciones Exteriores, Nicanor Costa Méndez. Un chasque del arzobispo Antonio Caggiano debió aclarar entonces al presidente que no debía repetir la equivocación de presentar un hecho consumado ante cámaras de televisión, fotógrafos, periodistas y público, invitando delante de todos a firmar el acta al alto prelado, ya que no correspondía de ninguna manera que el Primado de la Argentina protocolizara una designación claramente correspondiente al poder civil, laico.
Pero era suficiente una sola indicación, una alusión, algún gesto simbólico (la ausencia del Arzobispo en una ceremonia, por ejemplo) para que Onganía comprendiera que debía rectificar una actitud determinada: no dejó de equivocarse muchas veces frente a la Iglesia, pero su sensibilidad frente al problema hizo posible una relación fluida y, en definitiva, cordial con el Clero. En cambio, luego de desplazado Onganía se adoptan pautas más rígidas con respecto a determinadas corrientes de la Iglesia, sin comprender el espíritu de cuerpo de la Institución, y esas pautas encrespan los ánimos. La actitud del presidente Levingston de aparecer como "retando" a jefes de la Iglesia que fueron a saludarlo, hace unas semanas, dejó azorado en esa ocasión al canciller Luis María de Pablo Pardo, testigo de la escena: el Primer Magistrado, en realidad, reprochaba una supuesta benignidad ante las actividades del movimiento sacerdotal para el Tercer Mundo, en forma por demás enfática. Pero, con independencia de esa anécdota, lo cierto es que muchos obispos y sacerdotes creen ver la mano del oficialismo en lo que consideran como una verdadera campaña de desprestigio contra el catolicismo posconciliar, campaña de desprestigio que inclusive se habría apoyado en la táctica metodológica del escándalo.
Uno de los deportes favoritos, por parte de los laicos vinculados de una u otra forma a la reunión, fue "puntear" la posición de los obispos para evaluar la relación de fuerzas. Cualquier sistema utilizado para medir el poderío de las diversas corrientes de opinión mostraba que mientras en la comisión permanente las tres alas eran casi parejas, en el plenario existía un claro desequilibrio a favor del centrismo, que contaba con los dos tercios del total.

TRES Y EL TERCER MUNDO
Lo cierto es que, después de la reunión de la Comisión Permanente del Episcopado, realizada en agosto, quedó flotando una amplia franja de divergencia entre las tres grandes líneas que forman los obispos argentinos. Allí estaban representados media docena de altos prelados considerados como derechistas (Adolfo Tortolo, Moisés Blanchoud, Germiniano Esorto, Manuel Tato, Olimpo Maresma, Antonio Caggiano); unos cuatro izquierdistas (Manuel Marengo, Carlos María Cafferata, Vicente Zaspe y Jorge Kemerer) y un importante bloque centrista, formado por Raúl Primatesta, Antonio Plaza, Juan Carlos Aramburu, José Miguel Medina y Antonio Rossi. Las definiciones, por supuesto, deben interpretarse en sentido relativo a la Iglesia misma. Allí se aprobó una declaración centrista, redactada por el obispo de Jujuy, José Miguel Medina —quizá la figura moderada más representativa, luego de Aramburu—, pero, finalmente, Tortolo y Caggiano dieron a conocer un texto donde se incluían severas críticas al tercermundismo. La preocupación de algunos obispos, ahora, es evitar que el eventual pronunciamiento de la Conferencia Episcopal no refleje adecuadamente el espíritu de las deliberaciones.
Mientras unos quince miembros forman parte de la Comisión Permanente, que sesionó en agosto, los sesenta obispos del país integran el plenario, que se reunió la semana pasada. En el plenario, la relación de fuerzas está mucho más desequilibrada en favor del centro: hay dos élites con poca fuerza numérica (una conservadora y ultra-conservadora; otra progresista e izquierdista) y una enorme franja-tapón. Alguien calculó que más de cuarenta obispos sobre sesenta (dos tercios del total absoluto) respaldan al "bloque centrista" que encabezan Juan Carlos Aramburu, José Miguel Medina, Antonio Plaza y Raúl Primatesta. El bloque izquierdista, más o menos ubicado en la línea progresista, tiene sus portavoces más conspicuos en Italo Di Stéfano, Enrique Angelelli, Jaime de Nevares (quien vino virando desde posiciones conservadoras-), Alberto Lriarte, Juan José lriarte, Vicente Zaspe, Carlos María Cafferata, Antonio Brasca, Manuel Marengo y Jorge Kemerer (nueve obispos), mientras que el sector derechista está representado básicamente por el presidente de la Conferencia Episcopal, Adolfo Tortolo; Antonio Caggiano, Victorio Bonamin, Alfonso Buteler y Guillermo Bolatti. El obispo de rito oriental, Zapelac, proveniente de Europa oriental, es considerado quizá como la figura más derechista del clero argentino, junto con el provicario castrense Bonamin, a nivel obispal.
El presidente de la Conferencia Episcopal es un derechista que bordea el integrismo, Adolfo Tortolo, pero está limitado de alguna manera por los dos vicepresidentes, Plaza (centroderecha en lo litúrgico, centroizquierda en lo político) y Primatesta (centrista mirando a la izquierda). El ala progresista. trata, en estas condiciones, de producir un renucleamiento de fuerzas para evitar que la ofensiva anti-Tercer Mundo disgregue los efectivos favorables al cambio. Hasta el lunes, la principal tarea de la Conferencia Episcopal fue mejorar el Catecismo para Adultos, criticado por Roma en su versión original; desde el martes, la política ocupó la mayor parte del tiempo y comenzó a flotar la posibilidad de preparar un documento que fijara orientación frente a problemas de actualidad. Una idea quedó lanzada al mismo tiempo: crear una secretaría de Prensa de la Iglesia, capacitada para contestar rábida y drásticamente las insidias anticlericales que se atribuyen a algunos medios de expresión. Se recordó, por ejemplo, el caso reproducido en los diarios de una novicia que se suicidó y en cuya casa se encontró "propaganda subversiva". La Iglesia —se reprochó en la Conferencia— no tuvo capacidad de velocidad como para contestar: a) que esa novicia era una persona enferma, que padecía de esquizofrenia; d) que las novicias no son guerrilleras castristas y que lo único subversivo que encontró la policía fue un ejemplar de la revista Cristianismo y Revolución, que se vende públicamente, y que había sido dejado allí por un familiar.

LA VIOLENCIA PACIFICA
El documento de los sacerdotes tercermundistas fue motivo de análisis en la reunión de San Miguel, pero, sin duda, la aparición de un nuevo grupo cristiano, el movimiento Iglesia y Cambio en la Argentina (MICAR), constituyó la novedad que provocó más discusiones.
El núcleo MICAR, mixto (católico-protestante), levanta la bandera de Medellín y el Concilio Vaticano II: "Nosotros nos pronunciamos —dice ese sector, en un documento— por la violencia pacífica, que no es una contradicción en los términos, sino que es la violencia de Cristo... No compartimos, por lo tanto, la estrategia de la violencia cruenta como sistema, la violencia armada de grupos minoritarios que no operan al ritmo del pueblo y, muy especialmente, el crimen personal como método de acción política, sean cuales fueren su finalidad y sus autores. Pero recordamos que la paz no consiste en la mera ausencia de violencia o derramamiento de sangre ni se confunde con la paz del orden establecido. La paz es obra de la justicia. Denunciamos, por lo tanto, a las actuales estructuras injustas como el principio de toda violencia y a quienes lo mantienen como sus principales responsables". El apoyo a las revoluciones nacionales de Perú y Bolivia surge nítidamente del texto, aun cuando los dos países no son expresamente nombrados: el documento dice que las Fuerzas Armadas "como integrantes de la Nación y del Pueblo ... deben optar muy rápidamente, porque los plazos son cada vez más cortos, ante el dilema de hierro que tienen por delante: ser, voluntaria o involuntariamente, el instrumento de políticas y estrategias militares mundiales o continentales o convertirse definitivamente —como lo han hecho ya otros ejércitos hermanos de América latina— en la fuerza armada de un pueblo con destino, sumándose al proceso de cambio". Matilde Quarraccino y el cura Gerardo Farrell están entre los inspiradores del nuevo grupo, cuya filosofía tiene evidentes puntos de contacto con el movimiento del Tercer Mundo, pero cuyos objetivos son emitir opiniones técnicas y formular denuncias concretas, tratando de evitar un poco la retórica de aquel controvertido movimiento sacerdotal.
CONFIRMADO - 4 de noviembre de 1970

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