Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Eduardo Falú

TIENE UN SINFIN DE MERITOS QUE HACEN DE EL UN PERSONAJE DIGNO DE ADMIRACION.
ES UN EXIMIO GUITARRISTA, TIENE UNA VOZ INUSUAL PERO BELLISIMA, GUSTA DE LAS COSAS BUENAS DE LA VIDA, ES SALTEÑO Y AMADOR DE LO NUESTRO HASTA LA MEDULA, SE LE NOTA ENSEGUIDA QUE ES HOMBRE CORTES Y DERECHO, Y, COMO SI TODO ESO NO BASTARA, SU SOLO NOMBRE HONRA A LOS ARGENTINOS EN CADA LUGAR DEL MUNDO QUE PISA. EDUARDO FALU, SIN EMBARGO, ES UNO DE ESOS ARTISTAS "SIN RUIDO".
ESTA SIEMPRE AHI, TALENTOSO, RECONOCIDO, PERO NUNCA ZARANDEADO DE BOCA EN BOCA. HABLAMOS CON EL Y NOS DIJO SUS VERDADES. LO UNICO QUE NO EXPLICO ES COMO HIZO PARA METER UNA ORQUESTA EN SU GUITARRA.

Antes que nada, la voz. Esa voz que parece salida de la madera hueca de un árbol viejo y noble. Una voz que, más que pronunciar las palabras de una canción, parece evocarías. Una voz que, diciendo sólo "buenas tardes, señor", está queriendo darle a las palabras su verdadero significado. Es decir, que si Eduardo Falú le dice a usted "buenas tardes, señor", usted tiene la certeza de que realmente le está deseando que la tarde sea buena, que ojalá el sol le otorgue su bendición.
Después, las manos. Enormes, con dedos que parecen ramas de ese árbol viejo y noble de donde le viene la voz. Dedos que intentando un acorde, un arpegio o una escala parecen estar sembrando de música el mundo. Dedos que uno no imaginaría jamás en un apretón frío o complaciente. Dedos que, en cuanto anochece, buscan cerrarse sobre un acogedor vaso de buen tinto que caliente la garganta.
Por último, los ojos. Celeste muy claro, le deben haber quedado de ese color de tanto mirar, cuando niño, el increíble cielo de Salta, su tierra. Ojos que conforman una mirada limpia, clara, inequívoca. Ojos medio tristones, con esa nostalgia de árabe acriollado en una tierra que se aprendió a amar casi más que a sí mismo; una nostalgia de quién sabe qué raíces, qué territorios desolados del alma.
Eduardo Falú, un salteño que radicado en Buenos Aires vive soñando con Salta, un excepcional músico que hace quedar bien a la Argentina en todo el mundo, un hombre cortés y derecho, un amante de la noche y de las cosas buenas de la vida.

VIVIR EN FAMILIA
Su departamento de la calle Olleros, en Belgrano, es amplio. Está cuidadosamente decorado por Aída Wefer, una rosa riña que lleva 18 años casada con Falú. Tiene un balcón en el que el dueño de casa se sienta todas las mañanas muy temprano para tomarse unos mates que él mismo se ceba morosamente. También hay un piano, que toca con destreza Darío Falú, de 17 años, hijo mayor del matrimonio, posible gran músico dentro de unos años. Y también hay otro Falú —Juan José, 13—, que tuvo el descaro de elegir la guitarra como instrumento de expresión. Un descaro que le hace decir delante de su padre cosas como ésta:
—A mí, mi papá me aburre. Estoy cansado de escucharlo tocar la guitarra.
Desafiante descaro que es acogido con benevolencia por Falú padre, quien no deja de insistir para que Juan José ofrezca una muestra de su arte, cosa que termina por hacer. Con severo espíritu crítico, el padre le señala las razonables imperfecciones técnicas en que incurre su hijo "No practicás nunca", le reprocha. El chico se encoge de hombros y ataca otra pieza. Menos mal que no practica. Si practicara, don Eduardo Falú debería poner sus metafóricas barbas en remojo.
A todo esto, doña Aída logra salir fotografiada con su gato y Falú padre da por terminado con un gesto el minirrecital de Juan José.
—Hubo un tiempo en que a este loco se le dio por tocar la guitarra eléctrica. Imagínese, eso no es guitarra, es otro instrumento. El
sonido patético lo tiene sólo la de madera. Otra cosa que quiero hacerle entender es que si quiere ser músico va a tener que tomarse las cosas en serio. Como si fuera un trabajo, no un hobby.
Y me explica que él, a pesar de los años que tiene de música, estudia todas las mañanas, que hace "gimnasia guitarrística", que es el único sistema para no perderle la mano al instrumento. Le pregunto por sus métodos de trabajo. Por ejemplo, cómo compone con Dávalos.
—A veces me entrega una letra para que yo le ponga música. Otras le doy yo la música para que él haga una letra. Pero el mejor sistema es trabajar juntos. Aparte de ser un placer. Es como un juego ir armando una zamba con Jaime.
Un juego del que han salido algunas de nuestras piezas folklóricas más hermosas, obras de arte invulnerables al tiempo. Una amistad que propone la apasionante posibilidad de crear. Junto con Manuel Castilla, el poeta que acaba de recibir el Premio de Honor de la SADE, Falú y Dávalos forman un clan ya célebre en Salta, un clan que embalado en la música y la poesía no para hasta que "no da más", luego de noches enteras de vino y guitarra.

LOS PORQUES DE EDUARDO FALU
Pausado, midiendo cada una de sus palabras, Falú habla.
—Es curioso mi destino. Nunca había pensado vivir de la música. Eso sí: toqué la guitarra por vocación, me gustaba de alma. Sucedió que en Salta, cuando yo estudiaba en la Escuela Normal, alguien me escuchó y me contrató para venir a Radio El Mundo, a Buenos Aires. Eso fue en el 45. Lo demás vino por añadidura.
—¿Cómo por añadidura?
—Sí. Parece que en la música estaba el destino mío. Tuve la suerte de venir a Buenos Aires cuando empezó a conocerse el folklore. "La Tropilla de Huachi Pampa" era el número fuerte. También eran los tiempos de los Hermanos Avalos, Acosta Villafañe, empezaba a hacerse conocido Atahualpa Yupanqui, Buenaventura Luna ya era un nombre. Todos nos reuníamos en "El fogón de los arrieros". En el 50 ya actuaba en forma ininterrumpida en Radio El Mundo. Di mis primeros recitales y conciertos. Ese año o al año siguiente, no recuerdo bien, grabé la "Zamba de la Candelaria". Ahí empezó el éxito, el gran público conoció mi nombre.
—¿Y antes? ¿Qué público lo escuchaba?
—Familias adineradas. El folklore, en Buenos Aires, al menos, era un lujo. El pueblo no lo conocía. Pero al principio de los años cincuenta vinieron Los Chalchaleros, después Los Fronterizos... Y se produjo el fenómeno masivo.
—¿Cómo empezó a cantar?
—El canto vino por añadidura, como una manera de enriquecer la expresión. Había que hacer conocer lo que decían los poetas, las leyendas folklóricas, la obra del pueblo. Y para eso no hay vehículo como la voz. Así las cosas entran más fácil. Poco a poco la gente se acostumbró a mis solos de guitarra. Ahora son algo así como una institución. La otra noche, en un recital, el público estaba gritando, nada dispuesto para escuchar música. Empecé a tocar y se produjo un silencio. Hay ahora una disposición, una cultura distinta entre la gente joven. Están mucho mejor preparados para la música. Antes, la cultura era un privilegio grande. Ya no.
Una cultura musical argentina que permite que auténticos artistas como el 'Gato" Barbieri sean moneda corriente en Europa y América.
—Barbieri es un creador interesante. Un hombre que está en la búsqueda de la cosa americana. Un verdadero orgullo para la música argentina.
—¿Y Piazzolla?
—Un gran músico. Alguien que trabajó incansablemente para lograr el consenso del público. Finalmente se impuso. Probó que el creador no debe ponerse en la órbita de lo que le piden. Todo lo contrario. Debe exigir al público, exigir una atención, un respeto por lo que está haciendo. Piazzolla lo consiguió sin hacer la menor concesión. Tiene un mérito enorme. Creo que eso prueba que si a un público "inculto" o complaciente se lo hace escuchar buena música finalmente logra un sentido selectivo. Y termina escuchando lo que vale la pena.
—¿Qué opinión tiene de la música argentina?
—Que es buena, en algunos casos muy buena. Pero todavía falta la gran música nacional, la síntesis de todos los esfuerzos. Algo así como lo que logró Villa-Lobos en Brasil. De cualquier manera, algo se ha logrado. "Pinta tu aldea si quieres ser universal", dijo alguien. De ahí el éxito de Uña Ramos y Los Calchaquíes en Europa.
—Claro, quizá ésa sea la razón del auge del folklore argentino en Europa.
—Por supuesto. Fíjese que las melodías del folklore norteño o instrumentos como la quena y el charango se ponen de moda en París. Lo europeo busca remozarse en América. Lo mismo pasa con la literatura. Scorza, Rulfo, Vargas Llosa, Sábato, García Márquez, son nombres que están adquiriendo día a día mayor prestigio en los centros culturales de Europa. Lo americano tiene una sencillez, una sabia simpleza, un poder de expresión del que los europeos carecen. Europa se ha cansado de buscar lo turbio que parezca profundo.
—¿Y acá? ¿Cómo ve la situación para músicos y artistas?
—Respecto de la música, la cosa no está fácil. Grabadoras y disc-jockey tratan de imponer una música inocua, que venda rápido, sin preocuparse por valores perdurables.

SABATO, LA HISTORIA, LAVALLE
—De su colaboración con Sábato puede inferirse un interés por la historia argentina.
—Cierto. Me apasiona.
—¿Qué le apasiona exactamente?
—En principio, el sentido trágico de algunos personajes de nuestra vida nacional.
—¿Lavalle, por ejemplo?
—Eso. Lavalle es un hombre de tremenda fuerza dramática. Con un destino, algo que lo compele, lo determina. Como Julio César. Creo que Lavalle merecía morir como murió. No desde un punto de vista político, claro. Lo digo desde un ángulo metafísico. Su muerte redondea una vida signada por el coraje y la tragedia.
—¿Usted es unitario o federal?
—Vaya a saber. Creo que Rosas tuvo sus razones para ser como fue. Se aguantó el bloqueo, defendió la nacionalidad, el país. Un gran hombre, sin duda.

VIDA, PROYECTOS, FUTURO
Tranquilo, Eduardo Falú vive en un mismo tono Su ámbito interior es el equilibrio. Un equilibrio intenso, logrado a fuerza de música y vida vivida a pleno. Equilibrio que añora a Salta como paraje de paz.
—Hay que ir a Salta. No se puede ver verde acá.
Lo dice a pesar del verde que se ve por las ventanas, a pesar del barrio, que debería darle reposo y anularle nostalgias.
—Como Salta no hay —reitera. Y formula una invitación, sin fecha. Aceptamos, por supuesto.
—¿Y el futuro? —le pregunto.
—Voy a Japón en octubre.
—¿A Japón?
—Sí. No se imagina cómo comprenden la música argentina. Yo tengo discos editados en Japón que resultaron éxitos. El público japonés es, además, sensible y respetuoso.
—¿Y su futuro artístico
—Seguir en la brecha. Mis temas fundamentales son el hombre, la tierra, el paisaje. Eso no envejece y es inagotable. Mi grito pretende describirlos. En eso estaré siempre.
Así sea.
EMILIO GIMENEZ ZAPIOLA
Fotos: ANTONIO LEGARRETA
Revista Gente y la actualidad
16.08.1973

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