Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Ernesto Bitetti
Una guitarra a través del mundo
A su retorno al país para ofrecer una serie de recitales, el consagrado concertista argentino -radicado desde hace cuatro años en Madrid- confió a Siete Días las razones de su exilio y las facetas que animan su pasión musical

Cuando salió al escenario del porteño Teatro Colón, el pasado 26 de junio, lo recibió una ovación de esas que no suelen tributarse a un debutante argentino. Claro que en este caso se trataba de Ernesto Bitetti, un guitarrista rosarino que a los 28 años ha logrado un lugar de prestigio entre los mejores cultores del difundido instrumento. Aunque volver al país de origen para presentarse frente a una platea que suele reunir a espectadores superlativamente exigentes no sea una empresa fácil, el joven concertista había trajinado su guitarra lo suficiente como para sentirse bien pertrechado. No es para menos: en la temporada 1970-1971, Bitetti ofreció más de 80 conciertos, recorriendo un periplo que incluyó Japón, Filipinas, Singapur, India, Tailandia, Irán, Unión Soviética, Estados Unidos, Canadá y los principales países europeos. Este itinerario, que ya comienza a hacerse habitual, comenzó cuando el artista apenas había cumplido cinco años de vida. Entonces, de la mano de sus padres, llevaba su pequeña guitarra para que Graciela Pomponio y Jorge Martínez Zárate —el célebre dúo guitarrístico instalado en Rosario— tutelaran los primeros arpegios del principiante.
Luego de varios años de pacientes estudios —que no se limitaron al dominio del instrumento: también procuraron obtener un amplio panorama de la expresión musical— Bitetti pudo intentar la gran aventura: en 1965 se lanzó a Europa para iniciar un itinerario que, gracias al éxito obtenido, aún no ha concluido. Sobre esas experiencias en el exterior y algunas reflexiones acerca del arte que ejerce, se explaya el guitarrista argentino en el reportaje que sigue. Sus reales condiciones de intérprete, en cambio, podrán comprobarse el 19 y 24 de este mes en el teatro Metro, de Buenos Aires; allí Bitetti demostrará que para acceder al gusto de los argentinos parece imprescindible regresar de Europa, con laureles y críticas inobjetables. Como esto se ha trasformado en una costumbre, no resulta excesivo recordar que EB obtuvo la "Guitarra de oro" en el Festival de Música Internacional de Italia, que en Japón fue honrado con un premio a la más importante actuación artística por televisión en 1970, que la televisora estatal de Madrid le dedicó siete recitales de gala y que su versión del Concierto de Aranjuez fue elegida para la banda de sonido del film El jardín de las delicias que representará al cine español en los próximos festivales internacionales.
—¿Por qué eligió la guitarra?
—Cuando tenía 5 años vi una película donde se narraba la vida de José Betinotti; se llamaba El último payador y recuerdo que la interpretaba Hugo del Carril. Sentir la guitarra, que sólo era usada como acompañamiento del cantor, me produjo un impacto muy grande. Cuando llegué a casa pedí a mis padres que me regalaran una guitarra y ellos accedieron. Claro que era de juguete, de manera que no me conformé y al final logré una del tamaño que necesitaba mis dedos.
—¿Siempre se dedicó con exclusividad a la música?
—Traté de estudiar Ingeniería pero eso sólo duró un año; luego pudo más mi Aleación por la guitarra y a .partir de 1961 comencé estudios en el Instituto Superior de Música de Santa Fe. Después de 4 años y 44 materias egresé y me lancé a Europa en agosto de 1965. Estuve un año dando conciertos en Estados Unidos, Centroamérica y Europa. Pero fue en España donde se empezó a abrir mi panorama: Hispa-Vox, el sello grabador más importante de España, me ofreció un contrato. Luego fue haciéndose el círculo, aparecieron programas de televisión, conciertos con orquesta y recitales. Cuando los discos se editaron en otros países, comenzaron a llegar invitaciones de Japón, Estados Unidos y varias capitales europeas. En este momento no son muchos los países que me quedan por visitar; durante 1972 viajaré por primera vez a Australia, Nueva Zelandia y Noruega; luego, espero ir a otros lugares que todavía no conozco, como Sudáfrica.
—Para un concertista en actividad, ¿es necesario residir en Europa?
—Sí, a mi esposa y a mí se nos hizo imprescindible. Cuando nos casamos, en 1968, elegimos a Madrid como cuartel general. Por afinidad natural debimos decidir entre Italia y España. Optamos por 'Madrid porque es el lugar donde el ritmo de vida se parece más al que estábamos acostumbrados desde siempre. También es importante que España nos haya recibido muy bien desde el vamos, aunque existe una razón práctica que nos obliga a permanecer en Europa: la actividad más importante se desarrolla en Londres, Viena, París y Roma. Es razonable pensar que residiendo en la Argentina, el contacto con estos centros artísticos se tornaría impracticable. Además, trabajo muy unido a Hispa-Vox, con la que llevo grabados ocho long-plays. Las grabaciones sin orquesta solemos realizarlas por la noche en la iglesia románica de El Escorial, que tiene la resonancia exacta que necesita la guitarra. El único inconveniente es que hay que esperar que se vayan los pájaros, por eso trabajamos de noche.
—¿Existía interés por escucharlo en la Argentina?
—Dejando de lado el hecho de ser argentino, creo que la primera experiencia importante en mi país la hice el pasado 26 de junio en el Colón. Lo que sucedió ese día me hizo recapacitar acerca del interés que existe en la Argentina por la guitarra. Antes de ese día estaba prácticamente inédito en mi propia tierra. A pesar de todo me gustaría afincarme aquí, llegar a tener una generación de alumnos. No me disgustaría que algún día las giras puedan partir de la Argentina.
—¿Es éste un buen momento en la historia de la guitarra?
—Quizás el mejor en cuanto a grandes masas. Si bien la guitarra tuvo momentos importantes, siempre eran grupos reducidos los que participaban de los recitales, nunca más de cien personas.
—¿A qué se debe el auge de la guitarra?
—La guitarra es, por esencia, un instrumento de gran sensibilidad, de gran emoción. Su misma tradición lo hace más popular que los demás y de alguna manera "le quita el frac". Esto es importante para que la juventud haya podido escuchar con deleite música clásica. Estoy seguro de que muchos jóvenes concurren a los recitales únicamente por tratarse de la guitarra, instrumento que conocen sobradamente a través de su aplicación en música popular. Esta convicción se origina en mi contacto con
ellos, luego de haber actuado en muchas universidades.
—En otros países, ¿es común que las universidades desarropen una importante actividad musical?
—Muy común. En Estados Unidos hay 1.100 universidades que organizan espectáculos constantemente, ya sean de música clásica, jazz, pop o folk. En Japón hay sociedades importantísimas, como la de Min-Non, que logran nuclear un millón de asociados para brindarles programas completos de conferencias, conciertos y representaciones teatrales. Lo que importa en esto es advertir cómo se puede realizar un planteo social de la música, como se comprueba en la Unión Soviética. Allí nos llevamos grandes sorpresas. Sin hablar de grandes ciudades como Moscú o Leningrado, una capital de provincia corno Minsk ofrece 365 espectáculos distintos durante el año. Claro que las localidades son de precio muy accesible, pero lo fundamental es que ellos lograron crear público suficiente como para que una ciudad que tiene cerca de 900 mil habitantes mantenga una actividad constante y variada. Allí la juventud gusta tanto de la música clásica como de la moderna y asiste a conciertos de todo tipo.
—¿A qué se debe esta diferencia de gustos?
—La diferencia comienza en la escuela, lugar donde debería realizarse una verdadera iniciación musical con criterio educativo. Como sabemos, en nuestras escuelas la hora de música equivale a un recreo, los profesores no logran entusiasmar a nadie y como resultado nuestra juventud no asiste a conciertos por el temor de aburrirse. Ese es el valor de la guitarra: los jóvenes piensan que no perderán el tiempo, sienten afinidad con el instrumento.
—Un instrumentista, ¿es un creador o un repetidor?
—Es un recreador. Si aporta su propia personalidad a la obra y sabe captarla, puede incluso sobrepasar la idea del compositor. No es raro que algunos escriban una obra y al escuchar la versión se sorprendan al encontrarla distinta de cómo la habían imaginado. Pero no sólo es cuestión de saber ejecutar bien un instrumento, es necesaria una buena formación musical. Para tocar obras clásicas tuve que estudiar piano, historia de las artes y dirección orquestal, entre otras cosas. Quiero decir que primero hay que ser músico y después elegir un instrumento, esto es lo esencial. Para afrontar un Bach delante de públicos muy exigentes no basta con dominar técnicamente la guitarra: se debe poseer una educación musical que permita ingresar en el universo del compositor.
—¿Interpretaría música folklórica argentina?
—Responde a un estilo distinto. Yo sólo podría ejecutar temas que han sido pensados para guitarra clásica, como un gato de Héctor Ayala o el Preludio de Ángel Lasala, que interpreto cuando me piden motivos argentinos. Últimamente estoy ensayando Adiós Nonino, de Astor Piazzolla, una obra excelente. También espero que Waldo de los Ríos termine de componer para mí un concierto para guitarra y orquesta que estrenaré el año próximo. Si bien tendrá estructura clásica, los motivos principales serán ritmos folklóricos argentinos.
—¿En qué repertorio se siente más cómodo?
—.Me gustan todos, pero especialmente los últimos cuatro siglos de música española, Bach y entre los contemporáneos me siento muy cómodo interpretando a Villalobos.
—¿Qué le gustaría llegar a realizar como artista?
—Podría decir que no tengo aspiraciones de grandeza. Me contentaría con ser un concertista invitado continuamente a brindar recitales, un artista que no fuera olvidado en pocos años.
—¿Cómo definiría a la guitarra?
—Es el mejor vínculo entre la música clásica y la popular, es un instrumento que trasmite emoción y el único que se pulsa con los dedos y en el que el sonido resultante es una creación del artista. En la guitarra, todo parte de la tensión entre dos manos y en esto, quizás, reside su poder de comunicar seres humanos.
CARLOS INZA
Revista Siete Días Ilustrados
10.07.1972

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