Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


Proyectos para el nuevo año

El fin de año, y el comienzo de un nuevo período crucial para la resolución de la crisis argentina, se caracterizó por la presencia constante de Juan Domingo Perón en el centro del escenario.
El presidente recibió y ungió con atributos de mando a militares, habló con sindicalistas y legisladores, leyó mensajes, formuló declaraciones a los periodistas, y hasta ordenó, sobre el filo mismo del 31 de diciembre, la realización de un operativo diplomático en el Uruguay. Semejante maratón no fue simplemente formal: vino a confirmar, al inicio del nuevo año, que el signo distintivo de la estrategia de Perón sigue siendo la búsqueda de mayores márgenes de poder, dentro del esquema de unidad nacional.
Luego de la reciente crisis castrense, fue indudable para los observadores que el jefe del Estado amplió su influencia y su autoridad sobre los factores que incidirán decisivamente
en el futuro inmediato. Es decir, conquistó en la práctica, merced a precisas jugadas de ajedrez en el tablero político, una capacidad de maniobra más elástica y efectiva que la emergente de las urnas. Por eso, el saldo más visible de 1973 fue el afianzamiento del poder presidencial (ver páginas 44 y 45 -enlace al 5/12/2021 https://www.facebook.com/photo?fbid=331909575601417&set=pcb.331910092268032), algo que se verificó sobre todo en dos terrenos: el justicialismo y las Fuerzas Armadas.
Pero ello generó otras consecuencias. Si el presidente tuvo que dedicarse a ensanchar su radio de acción, fue porque dentro del gobierno, del partido oficial y de los factores de poder económicos y militares, existían tendencias contrapuestas, todas arremolinadas en torno a Perón, pero con intereses y proyectos propios. Esa situación subsiste, y 1974 será, probablemente, el año en que la pugna aflore aún más a la superficie. Por lo tanto, el afianzamiento del poder de Perón implica que, en la etapa que se avecina, María Estela Martínez y José López Rega batallarán desde posiciones consolidadas. Hace dos semanas (Panorama 344), ya se señaló, a propósito del problema militar, la gravitación preponderante alcanzada por López Rega dentro de un reparto del poder en el que José Gelbard y Vicente Solano Lima ocupan las otras plazas influyentes.

BEMOLES. Llamó la atención, por eso, la existencia de una campaña de rumores que adjudicaba al presidente la intención de emprender un largo viaje rumbo a España y otros países azotados por un invierno sin petróleo ni calefacción.
La marea de versiones en ese sentido, coincidió con otra, tal vez originada en las mismas usinas, según la cual, la reforma de la Constitución anunciada por Balcarce 50, tenía el propósito de modificar el sistema presidencialista de gobierno, limitando la capacidad de decisión del titular del Poder Ejecutivo. La especie sugería dos posibilidades: o gobierno parlamentario, o institucionalización de un Consejo de Estado con un primer ministro como depositario de las riendas del poder. También era factible —agregaba el rumor— una combinación de ambas fórmulas.
El gobierno debió desmentir la primera de las versiones, anunciando que el presidente permanecerá en el país y que por ahora no se propone realizar ningún viaje. Pero no hizo comentarios sobre la cuestión de la reforma.
Es que ese es un tema preñado de bemoles. No parece casual que la idea de cambiar la actual estructura del Poder Ejecutivo surja precisamente cuando se fortalece el poder de Perón, y se afianza, la imagen de la vicepresidenta. Es obvio, entonces, que el problema tiene que ver con la sucesión del caudillo y los preparativos que cada sector realiza con vistas a resolver a su favor una eventual crisis de acefalía.
El proyecto de Perón, como él mismo lo ha dicho, es sancionar una nueva Constitución acordada entre todos las tendencias. La idea del acuerdo es básica en esta cuestión, porque, para el presidente, se trata de coronar con una nueva Carta Magna, la articulación de un tipo de país que, como el forjado por los constituyentes de 1853, tenga vigencia durante varias décadas. Pero esta ambición histórica se ve urgida por las concretas exigencias de la lucha por la sucesión.
En lo fundamental, los planes relativos a la creación de un Consejo de Estado tienden a mediatizar a la vicepresidenta como heredera constitucional del Poder Ejecutivo. Se trataría de vertebrar un mecanismo que limite la esfera de acción de María Estela Martínez, y de respaldarlo mediante el voto popular y el poder incuestionable de una Asamblea Constituyente. Por eso, no faltan los que califican a este proyecto de "golpe de Estado legal".
Es obvio que el plan será resistido, y que, en consecuencia, la reforma constitucional se convertirá en un campo de batalla más de la lucha de tendencias en la que están embarcadas diversas corrientes que coexisten en el gobierno y en los restantes factores de poder. Porque el problema de fondo es el siguiente: aun cuando prospere el Consejo de Estado, ¿qué sector ejercerá el control del nuevo organismo?
A nadie se le escapa que no es lo mismo un López Rega de primer ministro, que un José Gelbard o un Vicente Solano Lima. Todos los grupos podrán consentir la titularidad de María Estela Martínez, pero la hegemonía en el poder no dependerá de los mecanismos legales, sino de cómo se resuelva la lucha política. De ahí que siempre esté en primer plano el problema de los reagrupamientos y de las alianzas o disputas que vayan forjando los distintos protagonistas de este complejo proceso. Esa será una de las cuestiones capitales de 1974, un año en que cobrará aún más importancia la figura de Ricardo Balbín: ganar el apoyo del jefe de la oposición significará un punto a favor casi decisivo para cualquiera de los grupos enfrentados.
Mientras tanto, el caudillo permanece en calma. El jueves 27, cuando habló ante los altos mandos de las Fuerzas Armadas, solicitó el aporte castrense, señalando que "el gobierno es cada día más complejo", Y agregó: "Lo que está pasando en este momento en el mundo, nos está demostrando que esa complejidad, lejos de atenuarse, se va pronunciando cada vez más, con caracteres de mayor peligro".
El hecho de que en esa misma reunión, el presidente haya dicho que "si un día yo no siento que se me acompaña en el gobierno, y que todos luchamos por los mismos objetivos, seré el primero en decir que no sirvo más y me voy", generó diversos comentarios. Entre otras cosas, muchos observadores se preguntaron la causa de que semejante juicio fuera formulado frente a un auditorio militar. Ocurre que Perón es quien mejor conoce lo que pasa en el gobierno y en las Fuerzas Armadas, y sabe que éstas últimas, reestructuradas por él mismo hace pocas semanas, también jugarán un rol fundamental en la etapa que se avecina. Pero al presidente le gusta ser irónico: el último día del año dijo ante los periodistas, que sus diferencias con Carcagno habían sido "de matices". R C

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El universo de Perón

Por Jorge Lozano
En los últimos siete meses de 1973, los argentinos comprobaron que el gobierno se manejó sin oposición a la vista o, en otros términos, que los presuntos opositores callaron sus críticas, decididos a aceptar el imperativo de la unidad nacional enhebrado a las normas constitucionales. Puede pensarse que el peso y la fuerza de la inercia de siete millones de votos siguen siendo eficaces disuasivos para los adversarios del justicialismo, y que el propio Juan Perón —centro y eje del sistema político— dispersa con su inmenso poder de atracción las turbulencias que engendra el agudo conflicto ideológico del peronismo. Empero, esa actitud de la oposición tiene alto valor y, obviamente, su precio político; así lo reconoció el presidente el pasado lunes 31 de diciembre. Es que el caudillo es consciente de la peligrosa fragilidad del sistema político de la Argentina. Así, días atrás, una persona que conoce al presidente definió la situación con el siguiente ejemplo: "Supongamos —dijo— que Perón es un sol y que en torno suyo giran planetas y asteroides. En las elipses de esos cuerpos, dentro de las leyes de atracciones y rechazos, los observadores poco sagaces pueden confundir la magnitud de la luz de un planeta con el brillo de un asteroide. Es explicable: quizá ese cuerpo pequeño, sin aristas importantes, se encuentre más cerca del sol que un planeta; pero sí todo gira armoniosamente, ningún asteroide puede trasformarse en eje del sistema
Se trata, entonces, de no confundir las luces y evitar la quiebra del sistema. Durante la emergencia militar, y cuando ya se advertía el fracaso de la tentativa autoritaria, los sectores más lúcidos del firmamento político reclamaron la institucionalización de la izquierda y la formación de un frente político derechista. Ese reclamo se fundaba en la necesidad de encontrar el punto de equilibrio de las tendencias para amalgamarlas a una causa nacional, en la medida que el centrismo híbrido no había ofrecido soluciones razonables desde la caída de Perón, en setiembre de 1955. Pero no era todo: había que terminar de una buena vez con las ficciones y destruir las máscaras políticas, porque la modernización del país —o si se prefiere la revolución— requería un orden previo y posiciones genuinas. Ejemplos: la caduca derecha oportunista, la misma que usó el poder militar de espolón de proa para defender sus intereses, llegó a admitir el libre juego de marxismo de utilería (la llamada "izquierda norteamericana"), en tanto las premisas y juegos dialécticos de esa procedencia entretenían a los intelectuales de la pequeña burguesía: por eso, tal vez, los mentores de esa izquierda se engarzaron sin problemas al esquema de la derecha oportunista. El resultado: no hubo revolución y cundieron las frustraciones. El presidente, quizá para salvar su doctrina, insiste en manifestar que en el mundo se acabaron las izquierdas y las derechas y que la perfecta síntesis se verifica en el justicialismo. Con matices, vuelve al círculo vicioso del centrismo, zona donde abundan los asteroides sin luz propia y sin aristas. La advertencia: la revolución no puede hacerse con derechistas que juegan en la izquierda y con izquierdistas a la "norteamericana". La revolución se hará con posiciones genuinas y con una meta nacional. Los partidos políticos y las Fuerzas Armadas, planetas del sistema, deberán tenerla en cuenta. Perón, el sol, conservará su lugar. Con eso basta y sobra.
Revista Panorama
03.01.1974

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