Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

ARTES Y ESPECTACULOS
LA MONTONERA DE GÜEMES
Al mediodía del lunes 4 de enero, un convoy de 12 automotores y un equipo electrógeno, encabezados por el jeep del director cinematográfico Leopoldo Torre Nilsson, partió de la ciudad de Salta, con rumbo NNE, para iniciar la filmación de Güemes. La trepidante caravana reptó por caminos de cornisa hacia el departamento La Caldera y —según los planes prefijados— estableció su vivac en un sitio agreste, poblado de espinillos y surcado por un arroyuelo pedregoso, al que se lo conoce con el nombre de Campo Alegre.
A las 15 de ese día, poco después de filmadas las primeras tomas de Güemes bajo un auspicioso sol rajante, el verde escenario se ensombreció para anunciar una larga lluvia subtropical, característica de esta época del año. Así, padeciendo las inmutables inclemencias físicas que hace más de 150 años acompañaron a los gauchos del general Martín Miguel Juan de la Mata Güemes (1785-1821), Leopoldo Torre Nilsson, impertérrito y empapado, comenzó su tercer film épico, después de Martín Fierro y El Santo de la Espada.
Las películas históricas de origen argentino parecen alcanzar en 1971 un auge sin parangón. Baste recordar que están prácticamente concluidas 'Argentino hasta la muerte' —que, con la dirección de Fernando Ayala, evoca episodios de la Guerra del Paraguay— y, con la figura protagónica del general Manuel Belgrano, Bajo el signo de la patria, realizada por René Mugica. Anunciándose para el próximo marzo el comienzo de la filmación de El Señor de la Pampa, vida de Juan Manuel de Rosas, dirigida por Manuel Antín.
Primera Plana viajó al Norte para testimoniar este acontecimiento, en su primera etapa. La filmación, incluidos interiores, se consumará totalmente en lugares reales de Salta y se extenderá hasta fines de febrero, sobre la base de un libro cinematográfico escrito por L. Torre Nilsson, Beatriz Guido, Luis Pico Estrada y Ulyses Petit de Murat, y un guión técnico del mencionado director y Rodolfo Mórtola, con la asesoría especializada de Aníbal Aguirre Saravia.

DE "LA TIERRA EN ARMAS" A "GÜEMES"
El chofer Villa aculliqueó, junto al bolo de hojas de coca, su erudición cinematográfica, mientras los ocho cilindros del automóvil bufaban el pavimentado repecho: "Detrás de ese monte se filmó 'La guerra gaucha' y para el otro lado —indicó con la mano— los gringos hicieron Taras Bulba. Yo fui chofer de Tony Curtis, gente delicada el Curtis y el pelado Brynner. Que las casas tenían que ser iguales y que los autos también, no se daban ventaja. Usted va a ver, éstos son muy diferentes: Alfredo Alcón y Norma Aleandro están en el mismo hotel y comen a la misma mesa de los obreros".
Efectivamente, Alfredo Alcón personifica a Martín Güemes, mientras que Norma Aleandro da vida al personaje de Magdalena Macacha Güemes de Tejada (1787-1866), hermana del héroe. Predilecto actor de Torre Nilsson, Alfredo Alcón ha sido el protagonista de cinco películas dirigidas por aquél: Un guapo del 900 (1960), Piel de verano (1961), Martín Fierro (1968), El Santo de la Espada (1970) y Güemes (1971). Es notorio, por otra parte, que Alcón es, hasta ahora, el excluyente intérprete de la iconografía "nilssoniana" en su ciclo épico-histórico. En cuanto a Norma Aleandro, es la primera vez que actúa con el director.
La incidental referencia del chofer Villa a La guerra gaucha, película que en 1942 dirigió Lucas Demare, anudó las coincidencias tangenciales con Güemes v sus sustantivas diferencias. La guerra gaucha se fundó en la obra homónima que el cordobés Leopoldo Lugones (1874-1938) publicó en 1905, sobre la base de la gesta de Martín Güemes y sus hombres, resuelta por el autor de Lunario Sentimental bajo formas de una serie de relatos.
El punto de partida de Güemes es el poema dramático La tierra en armas, escrito por el salteño Juan Carlos Dávalos (1887-1959), ampliado y enriquecido en tal grado que se ha decidido cambiar el título del mencionado poema por el del personaje epónimo. "En rigor —apunta Torre Nilsson—, el texto de Dávalos narra episodios aislados de Martín Güemes y sus hombres. Nuestra película tiene una textura global del personaje y su gesta es una semblanza: hemos rescatado aspectos poco conocidos de su vida."
Al margen de la aducida razón suficiente para el cambio de título, esa modificación pareció atenuar la absoluta indiferencia con que el Canal 11 de televisión de Salta ha reflejado, hasta la semana pasada, el hecho de esta filmación entrañablemente vinculada con la veneración lugareña. Ocurre que con motivo del 150º aniversario de la muerte de Martín Güemes, a cumplirse el próximo 17 de junio, la referida teleemisora encaró una adaptación de la misma obra de J. C. Dávalos La tierra en armas, en la que se trabajó, con demoras e interrupciones, desde marzo de 1970 a la actualidad, con la dirección de Wayar Tedín. Previéndose su emisión al aire para las primeras semanas de junio de 1971, en 10 capítulos de media hora de duración. Para esta versión del Canal 11 se eligió como protagonista al maduro actor salteño Tito Rinaldi, el mismo que en el Güemes de T. Nilsson asumirá el papel de Casiano Aparicio (1800-1836), un bonaerense que luchó junto a Güemes y terminó su carrera como edecán de Juan Manuel de Rosas.
Cuando primera plana abandonó el frente de batalla cinematográfico aún no habían llegado a Salta los intérpretes Mercedes Sosa (Juana Azurduy), Gabriela Gili (Carmen Puch, esposa de Güemes) y José Slavin (el español La Serna). Habiendo tenido participaciones, en cambio, Alfredo Duarte (jefe de Escuadrón, Eusebio Martínez Mollinedo, 1794-1841, ayudante de Güemes) y Luis Mathé (jefe español, Jerónimo Valdés, 1784-1855).
La tucumana Mercedes Sosa —además de cantar una canción escrita por Ariel Ramírez, autor de la música de la película— asumirá el legendario personaje de la teniente coronel de Milicias Juana Azurduy de Padilla (1781-1862), jefa de un ejército de 1.500 indios de Cochabamba: "Venerada por Güemes y sus gauchos, homenajeada por Bolívar y su estado mayor —precisa Torre Nilsson—, la misma a quien el general Belgrano devolvió una bandera enemiga que ella había conquistado, escribiendo en el paño estos versos que el mismo Belgrano compuso: Desde hoy seréis ya bandera / Por mejor mano creada, / Seréis en toda frontera. / ¡Tiemble el tirano! La Hera / Abata su pompa vana; / Y para gloria de Juana / De Azurduy, diga que de él / A pesar de ser cruel / Triunfó una americana. Leopoldo Torre Nilsson dejó abierto el tomo XV (Guerra de la Independencia) de la Biblioteca de Mayo, en la página 13.502: "Esta es la documentación que hemos manejado, no son fantasías románticas; aquí está el oficio de Manuel Belgrano al Director, Juan Martín de Pueyrredón, en donde se dice que la «amazona Juana Azurduy arrancó con sus manos del abanderado ese signo de la tiranía»; aquí está el parte del comandante Manuel Ascencio Padilla, esposo de la Azurduy, donde describe el episodio".

EL PERSONAJE DE MARTIN GÜEMES
El asesor histórico de la película Güemes es el abogado Aníbal Aguirre Saravia (47, 5 hijos), quien cumplió la misma función de asesor para la película El Santo de la Espada. Es Miembro de Número del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades y ha colaborado junto a Bonifacio del Carril en la preparación de la Monumental iconographica, en la redacción de notas biográficas y en la selección de láminas. "Soy un apasionado cultor de la historia, en especial de la argentina —detalló Aguirre Saravia a Primera Plana, en la Posta de la Angostura—, pero debo aclarar que la invitación a trabajar en este proyecto
me pareció extraordinaria pues estoy vinculado a Güemes por mi tradición familiar. Pablo de la Torre (algunos lo llaman Pablo Latorre), mi tatarabuelo por vía materna, fue 2º jefe del Cuerpo de Infernales. También estoy vinculado a los Gorriti y a los Saravia, que actuaron con Güemes."
Además de las obras generales de historia argentina, tanto el asesor Aníbal Aguirre Saravia como los libretistas cinematográficos manejaron la siguiente bibliografía: Historia de Güemes y de la Independencia Argentina, de Bernardo Frías; Historia de Güemes, de Atilio Cornejo; Historia de Güemes, del general Ricardo Solá; Milicias de Salta, de Miguel Solá; tomos de la Biblioteca de Mayo (Colección de Obras y Documentos para la Historia Argentina, editada por el Senado de la Nación); documentos del Archivo Histórico Nacional; documentos del Archivo de Salta; el Boletín del Instituto San Felipe y Santiago de Salta y la "valiosísima documentación exclusiva que posee el doctor Luis Güemes, bisnieto del prócer", señala el asesor histórico.
"Martín Güemes —enfatiza Aguirre Saravia— fue un caudillo con sentido nacional que luchó por las Provincias Unidas. Una figura esencial de la Independencia argentina. Y creo que esta película será una síntesis feliz del personaje y su circunstancia histórica. Güemes fue un estadista al servicio del país todo, por encima de cuestiones locales o personales. En esta versión cinematográfica, que contribuirá a ponerlo en contacto con grandes masas de argentinos, se ha hecho una evocación total de su vida con la naturaleza, con el pueblo de su provincia que él tanto quería, desde su incorporación —a los
14 años— al Fijo de Buenos Aires. En el libro cinematográfico se ha incluido su participación en episodios de las Invasiones Inglesas, como asistente de Liniers, precisamente el 'abordaje' de tropas de caballería de la nave El Justina", termina Aníbal Aguirre Saravia. Para la dramatización de los personajes de Martín Güemes y de Magdalena Macacha Güemes, en edad infantil, se han elegido al niño Gerardo Bavio (sobrino nieto del salteño Ernesto F. Bavio —n. 1896— Senador y Embajador del régimen peronista, de 12 años de edad, y a la niña Adriana Gil, de 7 años, hija de Blanca Rovetta, mendocina, afincada en Salta y eficiente ayudante del director de Producción, Juán Sires.

UN LIDER POPULAR
"Si Güemes no hubiera muerto a los 36 años —dictamina Leopoldo Torre Nilsson—, nuestro territorio argentino sería mayor. Si Güemes no hubiera existido, creo que nuestras fronteras nacionales terminarían en Córdoba. No fue un mero defensor de la provincia de Salta, sino de la soberanía nacional, según un ideario americano; un defensor de la tierra nativa, según el concepto sanmartiniano. San Martín y Güemes son afirmación de la soberanía nacional. Durante sus seis años como Gobernador de Salta, Martín Güemes reveló su preocupación por la situación del gaucho, por su ubicación social, fue un auténtico líder popular que trabajaba con el pueblo. La oposición que le prodigó un sector de la oligarquía salteña se explica por los perjuicios económicos —comercio con Perú, impuestos, contribuciones en ganados y bienes— que le ocasionaba la tenaz militancia de Güemes."
Y en el marasmo de papeles, libros y apuntes surge otra vez el documento que avala los dichos: "Aquí está —señala Torre Nilsson— el Bando de Güemes a los habitantes de Jujuy, del 22 de abril de 1819 ("... los enemigos que viven entre nosotros ponen en conflicto y aun en nulidad las medidas adoptadas contra los tiranos."), o esta Proclama al pueblo salteño, del 27 de setiembre de 1816 ("... volved a vuestras casas, al seno de vuestras familias, a vuestros talleres... Velo incesantemente sobre vuestra seguridad...").
"A Güemes lo mata cierta parte de la oligarquía lugareña, por ejemplo el grupo de la Patria Nueva que le tiende una celada para liquidarlo, permitiendo la infiltración de una avanzadilla enemiga en la ciudad. Ese mismo sector es el que ha pretendido empañar la gloria
de Güemes alimentando una patraña galante, como la causal de la descarga que, después de 10 días de penosa agonía, lo llevó a la muerte. Hemos estudiado y encarado esta película con el máximo rigor. Si nos quedaba alguna duda, fue aventada por la opinión favorable al libro cinematográfico dada por el doctor Luis Güemes."
La presencia de Primera Plana en los lugares de filmación coincidió con la del colibretista Luis Pico Estrada, para quien "Güemes es el símbolo de un pueblo que juega su vida por algo más que una causa material. El coloniaje excede, abarcándolas, a las causas económicas y se ejerce por la violencia consumada contra la personalidad de los pueblos, en las limitaciones para conformar una personalidad política. En Güemes queremos demostrar que los hombres buscan una liberación profunda que se da a través de una identidad real con el Estado, como protagonistas de su historia. Eso es revolución. Es en ese punto donde encontré la fabulosa contemporaneidad de Güemes revolucionario, en la fuerza que lo llevó a levantar a todo un pueblo capaz de abandonar una sobrevida fácil en busca del principio de su identidad nacional. En Martín Güemes —se inspira Luis Pico Estrada—, la revolución es una forma de la poesía".

SIN APOYO OFICIAL DE CLASE ALGUNA
Juan Carlos Ciancaglini (40, dos hijos) es la tercera vez que invierte dinero en la producción de películas dirigidas por su cuñado Torre Nilsson. Antes lo ha hecho con Piel de verano y Martín Fierro. Director propietario de un importante colegio de Mar del Plata, aprovecha las vacaciones para entregarse a los mecanismos de la producción: "Cada vez más, sobre todo en películas de esta envergadura —asevera Ciancaglini—, el productor efectúa una actividad creadora. He realizado cuatro viajes previos para preparar la infraestructura de la película sobre el terreno. Así como, por un lado, Güemes se ha encarado sin crédito ni apoyo oficial alguno; por el otro ha encontrado el apoyo cordial y efectivo de la gente de Salta".
El costo de Güemes oscilará entre los 150 y los 180 millones de pesos viejos. A los cuantiosos gastos de rutina de toda película (actores, técnicos, autores, laboratorio, 25 mil metros de película virgen) deben sumarse 70 pasajes de avión (Buenos Aires-Salta y regreso); los de hotelería estimados en 19.200.000 pesos antiguos; el vestuario de 25 millones, de los cuales 5 para trajes hechos en Salta; el cuidadoso maquillaje a cargo de Orlando Villone; 12 carruajes de época; 12 carpas de campaña; 8 cañones, 500 fusiles, 400 sables, 200 lanzas, 200 machetes; la paga de 500 gauchos lugareños. Al margen de todo lo dicho, se cuenta con las facilidades en campo y ganados —500 caballos y 300 vacas— en las fincas del ex Gobernador (1952-55) Ricardo Joaquín Durand, y de los hacendados Jorge Álvarez Leguizamón y Jorge López, cuya hija —Lili López— "dobla" a Norma Aleandro (Macacha Güemes) en las escenas ecuestres.
En cuanto se refiere a la ambientación (el escenógrafo es Nazario Pugliese) al asesor Aníbal Aguirre Saravia ha detectado —al margen de platería. cuadros altoperuanos auténticos, camas, mesas, sillas, lámparas, armas, vajilla y arneses— lugares auténticos: el Museo J. E. Uriburu, ubicado en la calle Caseros 417 de Salta, en cuyas salas y patio primera plana presenció la filmación de los instantes previos a la descarga mortal que terminaría con Martín Güemes.
La responsabilidad del vestuario ha sido confiada, fundamentalmente, a la profesora Beatriz Durante: "A fines de este año publicaré el tratado La moda 1789-1830, en Europa y nuestro país", confiesa y detalla los uniformes que ha concebido —"con todo rigor documental"— para el personaje de Martín Güemes que ya ciñen a Alfredo Alcón: 1º) Como integrante del cuerpo "Fijo" de Buenos Aires: pechera y galera azul, pantalón blanco, puños y cuello rojos; 2º) Ejército del Norte (Suipacha): pantalón blanco, chaqueta y galera rojas, alamares y nudo húngaro negros; 3º) Ejército del Norte: chaqueta, galera y tira del pantalón azules, pantalón blanco; pechera y puños rojos; 4º) Gobernador de Salta, Jefe de los Infernales: totalmente rojo, incluido el gorro de manga, alamares y nudo húngaro negros; 5º) De gala: blanco de húsar, con alamares, nudo húngaro y galón dorados. Además se ha contado con la inapreciable colaboración de la modista salteña Yone López Cross, en cuyo mágico taller de la calle Buenos Aires 245, telas exquisitas, ásperos barraganes, metales y cueros conforman, en la arraigada sabiduría de la señora Yone, un deslumbrante vestuario para Norma Aleandro; además de ponchos y rastras que aportarán su externa cuota de verdad a los personajes históricos.

UNA LUZ DRAMATICA
El veterano iluminador Aníbal Di Salvo ("puso", hasta ahora, la luz de 10 largometrajes, 8 de ellos en color, de los cuales 3 para Torre Nilsson) se exalta: "Estamos logrando una luz distinta. Hemos trabajado con lluvia y con densos nubarrones y hemos conseguido una foto-color dramática, fría, gris. Con teleobjetivo hacemos cine-verdad, sorprendiendo a los gauchos en su espontaneidad, realizando tareas, captando rostros y expresiones. La iluminación de Güemes se asemeja más a la de Martín Fierro que al clasicismo de El Santo de la Espada. Pienso que estamos dando —con la luz— el drama de Güemes en su ambiente". Aníbal Di Salvo trabaja con dos cámaras Harry-Flex confiadas al camarógrafo Néstor Montalenti: ("En las escenas de gran acción y amplios escenarios utilizaremos cuatro cámaras'", aclara Di Salvo). En cuanto a la película, "trabajamos en Eastmancolor de 100 Asa de sensibilidad que forzaremos hasta 400 Asa por temperatura en revelado, y a 12 Asa con filtros y densidad neutral".
La potencia máxima de luz artificial llega a los 70 kw. El equipo habitual se ha reforzado con un Maxibrute, integrado por 9 unidades selladas con lámparas de cuarzo de 1.000 watts cada una, todas dispuestas en un panel dirigible "de utilidad para grandes áreas".

LOS INFERNALES
Algunos hombres con el torso desnudo, la gran mayoría enfundados en el rojo uniforme y el rojo gorro de manga, blandiendo lanzas, se precipitaron como un alud, montados en sus diestros caballos montañeses, por la hirsuta ladera empinada. Se filmaba una escena con participación del Regimiento de Dragones Infernales, así nominados por Güemes, en oposición al cuerpo español de los Angélicos, bautizado de esa manera por un sacerdote de la localidad de Yavi (Jujuy). Leopoldo Torre Nilsson exigió que se filmara por tres veces consecutivas, cambiando sucesivamente la ubicación de las cámaras. En la tercera alternativa, los Infernales, golpeando los guardamontes, vociferando gritos incomprensibles, llegaron al climax de la violencia incontenible. Esos gauchos —jóvenes de 17 años hasta adultos de copiosa barba blanca— son anónimos lugareños que integran el Fortín La Caldera de los Gauchos de Güemes. Así se prolonga hasta hoy —bajo pacíficas formas de culto al coraje a caballo— la precisa organización ideada por el Coronel Mayor Gobernador Intendente de Salta y Comandante General de Vanguardia, don Martín Miguel Güemes, en 1815. Sobre las divisiones políticas y regionales de la Intendencia de Salta, Güemes disponía en toda su Gobernación de Escuadrones de Gauchos, regionalmente integrados. Herederos de una tradición, sus nombres perpetúan, en muchos casos, los de aquellos que efectivamente formaron parte de los Infernales, primera plana estuvo con Anacleto Mendore, Julio Yugra, César Royo, Santiago Bordó, Zoilo Fernández, Carlos Mercado, Juan Féliz Gutiérrez y Patricio Iriarte, entre muchos otros impresionantes ejemplares de una estirpe de valientes.

ESCAPISMO Y COMPROMISO
Con la prevista regularidad de los horarios de aviones que unen Salta con Buenos Aires, desde ésta el compaginador Antonio Ripoll y Rodolfo Hansen (de la distribuidora Contracuadro) envían cotidianamente el material filmado ayer. Y todas las mañanas, antes de comenzar la faena, el equipo directivo de Güemes converge en la sala del cine Victoria, para "ver" y, consecuentemente, discutir y corregir.
El ayudante de dirección, Javier Torre (20 años, estudiante de literatura en la Universidad de Buenos Aires, autor del cortometraje El fin del mundo, hijo mayor del director Torre Nilsson) contestó a su padre, a la puerta del Victoria: "Sí, me gustó", aludiendo al material visto. El gran parecido de Javier Torre con su abuelo, Leopoldo Torres Ríos, dramatizó una ausencia familiar y cinematográfica.
HECTOR GROSSI

Recuadros en la crónica_________

LOS CRONISTAS OFICIOSOS
"Poseía esa elocuencia peculiar que arrastra a las masas de nuestro país, y que puede llamarse la elocuencia de los fogones o vivaques, porque allí establecen su tribuna. Principió por identificarse con los gauchos adoptando su traje en la forma, pero no en la materia, porque era lujoso en su vestido, usando guardamonte y afectando las maneras de aquellas gentes poco civilizadas (...) Este caudillo, este demagogo, este tribuno, este orador, carecía hasta cierto punto del órgano material de la voz, pues era tan gangoso, por faltarle la campanilla, que quien no estaba acostumbrado a su trato sufría una sensación penosa al verlo esforzarse para hacerse entender; sin embargo, este orador, vuelvo a decir, tenía para todos los gauchos tal unción en sus palabras y una elocuencia tan persuasiva, que hubieran ido en derechura a hacerse matar para probarle su convencimiento y su adhesión. Era, además, Güemes relajado en sus costumbres, poco sobrio y hasta carecía de valor personal, pues nunca se presentaba en peligro. No obstante, era adorado de los gauchos, que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, al protector y padre de los pobres, como lo llamaban y también, porque es preciso decirlo, al patriota sincero y decidido por la independencia, porque Güemes lo era en alto grado. Él despreció las seductoras ofertas de los generales realistas, hizo una guerra porfiada, y al fin tuvo la gloria de morir por la causa de su elección, que era la de América entera." (Paz, Memorias)
• "D. Martín Miguel de Güemes. a quien se ha ensalzado o deprimido a voluntad, fue hasta aquel día de su rebelión, un hombre patriota. Desde entonces su fisonomía moral cambia, y sobre su faz se nota la coloración de la ira y en sus ojos la movilidad de la ambición sin freno (...). Así Güemes mantiene su cabeza de patriota sobre la musculatura de un déspota; mientras que estruja con garras deformes la túnica de los derechos de un pueblo, levanta su frente amenazadora contra los enemigos de la independencia de la Patria. Es un fenómeno psicológico extraño; existiendo una aversión completa a todo orden, a todo límite impuesto a su altanería, conserva el ardor primitivo para olvidar sus propósitos reprobados y fomentar la defensa del territorio según su sistema." (Joaquín Carrillo, Historia Civil de Jujuy.)
• "Lejos, pues, de creer, como el general Paz, que Salta nada tuviera que temer de los realistas: lo que se ve es que Güemes supo prever a tiempo el tremendo conflicto que iba a desatarse sobre esa Provincia; y a fe que los sucesos no tardaron en darle la razón, levantando su nombre, precisamente por esa previsión, a la primera línea entre los guerreros argentinos, al mismo tiempo que el de Rondeau caía anulado y responsable de los males que había provocado." (Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina.)
• "La fuerza de Güemes no residía tanto en su propia individualidad cuanto en la fuerza de las multitudes que acaudillaba y representaba, y cuya sustancia, diremos así, se asimilaba; y aun cuando sin injusticia no pueden negarse cualidades superiores al que así dominaba y dirigía esas masas fanatizadas por su palabra, conduciéndolas a la lucha y al sacrificio, no era de cierto un género superior ni en política ni en milicia; ni sus hechos fueron precisamente los que decidieron los destinos de la revolución que se decidían en otros campos, con medios más poderosos de acción, y bajo una dirección más inteligente, más metódica y con miras más trascendentales. Su gloria no es ésa. Su gloria consiste en que, como caudillo, si bien cooperó directamente algunas veces e indirectamente otras, a la desorganización general que ha prolongado nuestra dolorosa revolución social, fue siempre fiel a la idea de la unidad nacional y, salvo un corto paréntesis, reconoció siempre la autoridad general, aunque a condición de hacer lo que mejor le convenía, pues era dueño absoluto dentro de las fronteras de su provincia, como él la llamaba. Su gloria consiste en que jamás desesperó de la suerte de la revolución; que en los más tristes días, cuando ella era vencida en el exterior y se veía desgarrada en sus propias entrañas, por la furia de la guerra intestina, él combatía solo al frente de sus valientes gauchos en la frontera, paralizando las operaciones de ejércitos poderosos, y dando tiempo para que se desenvolviesen otras combinaciones positivas. (Bartolomé Mitre. Estudios Históricos sobre la revolución argentina.)

REQUIEM PARA UN GÜEMES SIN LAURELES
Vagamente se recuerda que fue guerrillero y jinete arriesgado. También algo se dijo de un demagogo, un líder despótico, culpable hasta de ser gangoso. Otros, menos tajantes, le atribuyen solamente ciertas cualidades como topógrafo, en cuanto a conocimiento de terrenos y demarcación de límites. Lo significativo, sin embargo, es que todos pasaron por alto sacarlo del frasco de formol, olvidando así que las acciones de los hombres son producto de su tiempo y de las más diversas circunstancias: quizá sea ésta la razón por la cual Güemes fue siempre un desconocido.
Es que la crónica de la historia argentina, más que a comprender procesos pareciera estar destinada a generar arquetipos. O se aprieta despiadadamente al individuo en cuestión hasta meterlo, en forma higiénica y sin residuos, en un molde de bronce o, por el contrario, se lo señala como la figura del mal, sobre la cual todo el mundo cree tener derecho a lanzar sus dardos venenosos. Importan menos las motivaciones y consecuencias de los hechos que la creación de virtuosos modelos para el futuro.
En todo caso, lo único que se consigue es transformar el relato del pasado en un western. Simple historieta de bolsillo, en ella los buenos y los malos deben estar bien diferenciados: de ahí que muchos de los personajes de nuestra vida política la invoquen, ante la posteridad, como testigo de algunas de sus acciones más oscuras.
A estos cronistas les resulta de lo más normal, entonces, remitirse al método de autoridades: se van pasando, de unos a otros, la imagen que elaborara de Güemes el general Paz, sin cuestionarse siquiera el que haya sido hecha con un significativo descuido. Por eso la mayoría de los detractores del salteño, parafraseando a lo más rancio del pragmatismo de los antiguos romanos ven en él a un tipo que después de separarse del Ejército del Norte (hasta ese momento había sido valeroso, intachable, limpio, aséptico, etc.), de buenas a primeras muestra la hilacha: ambicioso, demagogo, bruto, es decir, insufrible.
Sin embargo, tienen que ser consecuentes con su propio método. Para no entrar en oposición con las elogiosas palabras que le dedicara el Libertador, no les queda otro remedio que darle un cierto aire patriótico. Por supuesto, sin permitir que esa idea tome demasiado vuelo: lo justo y necesario para no contradecir a San Martín.
Por lo que respecta a los apologistas de Güemes, no van más allá. También están sujetos a las Memorias de Paz, aun cuando intenten por todos los medios contradecir el retrato que se desprende de ella. La visión sanmartiniana será el leit motiv de sus interminables argumentaciones.
Pretender que la Historia es un exacto conjunto de verdades inmortales, de enseñanza práctica para el futuro, o simplemente un decálogo de virtudes y defectos de los hombres de un país son los riesgos que se corren cuando la crónica está hecha por amateurs. Políticos, abogados, militares y diplomáticos debieran haber comprendido que ese trabajo, reservado a científicos de una determinada disciplina, los excedía. Así se hubiera tenido una idea completamente diferente del pasado, y los estudiantes secundarios no se hubieran sentido impotentes ante todo ese material indigerible.

LAS CONTRADICCIONES NECESARIAS
Más allá de los planteos ambiciosos, más acá de la Historia, sería importante definir a Güemes como un hombre cualquiera, con un mundo interno en el que la motivación es parte y producto de la realidad cotidiana, y cuya acción depende de los conflictos que, como homo sapiens que vive en sociedad, se le plantean a cada paso.
Es un individuo impulsivo, avasallante, con una estructura de personalidad típicamente paternalista. Sin embargo, su vida a veces se resuelve en una incapacidad para valorarse y quererse a sí mismo, necesitando proyectar hacia afuera una imagen segura, que los demás legalicen. Depende de la aceptación de los demás; y aun así, en la elaboración de todo esto, el mundo pasa por él. Son los otros los que creen su media mentira, pero también él termina por creerla.
Su padre, Gabriel de Güemes Montero, fue durante la época de la colonia empleado del Virreinato. En 1799 ocupaba el cargo de Tesorero Ministro Principal de Real Hacienda y Comisario de Guerra de Salta (por ese entonces decidió que su hijo Martín, de catorce años, fuera militar). Además de la función pública, parte de su tiempo lo dedicaba al comercio en pequeña escala. Es decir, a pesar de lo que muchos opinan, no formaba parte de la aristocracia salteña. Era, simplemente, un burgués acomodado.
Por otra parte, la gobernación del Norte habla sido, tradicionalmente, un lugar de activo tráfico mercantil; un paso obligado de los productos que iban hacia el Alto Perú; la venta de mulas y ganado vacuno le permitieron acrecentar sus reservas. Ante ese promisorio panorama, quienes detentaban el poder económico no tenían por qué quejarse: eran españolizantes a ultranza. Tanto es así, que la Revolución de Mayo —sabiamente precedida por las Invasiones Inglesas— no podía ser vista con buenos ojos.
La crónica nos dice que Martín Güemes conocía su terruño —en eso radicó la efectividad de su guerrilla—; y sin embargo hay algo en lo que no se ha reparado. Cuando en 1815 es nombrado Gobernador de su provincia, sabe quiénes son los pobres y simples; pero, por sobre todas las cosas, de entre los poderosos distingue perfectamente a quienes están con la causa de Mayo, a los realistas y a los ambiguos: es posible que haya sido esto lo que más odios le granjeó.
Qué lo empujó a militar en las filas de la Revolución, es algo bastante difícil de averiguar. No poseía una personalidad de tipo teórico, sino que pretendía agotarse en la acción. Estaba alejado de cuanto pudiera ser la lucha ideológica producida en el mundo por la revolución industrial; no hubiera comprendido nunca que muchos de los que lo rodearon en Buenos Aires fueran masones, que la guerra estaba declarada entre dos monopolios. Con la misma ingenuidad con que peleó en las Invasiones intervino en la guerra de la Independencia. Su misión como militar era hacer la guerra.
Figuras como San Martín y Belgrano, en menor medida, terminan de convencerlo, dado el respeto que les tiene. Además, al no ser uno más en la aristocracia local, y a pesar de que no se confunde con sus gauchos (en su mayor parte desposeídos), prefiere identificarse con ellos —copia su manera de vestir, sus modales, su forma de hablar— a rendir pleitesía a quienes lo rechazan. Con ellos, él, que no posee más que una chacrita comprada en 1817, se siente seguro, puede mandar. De ahí en más, quienes no lo consideraban su par, lo tenían que respetar.
Por eso es líder, casi carismático, reconocido como el protector de los pobres, identificado con sus gauchos a los que es capaz de defender a cualquier costo. Obviamente, a pesar de que su actitud pueda tener orígenes un tanto oscuros, no por ello puede ser invalidada: todo hombre es producto de sí mismo, pero mucho más de sus circunstancias. Y a la Historia sólo le importan estas últimas.
Claro está que, el ser españolizante, implica para la alta sociedad salteña una determinada realidad económica. Tanto es así, que una vez rechazados los realistas hacia el Alto Perú, las condiciones cambian fundamentalmente. En el caos de avanzadas y retiradas, Güemes llega como el defensor. Así la figura del caudillo se vuelve odiada pero segura: mientras detente el poder y se ocupe de la guerra, la provincia no correrá el riesgo de mantener con sus ahorros al Ejército del Norte ni al Realista.
Porque Güemes es salteño, no sólo defiende a su tierra, sino que, además, odia a los porteños. Mantiene esta nueva contradicción basado, por supuesto, en que Salta no necesita otra aristocracia superpuesta a la local. Aun así, no hay que atribuirle pensamientos demasiado profundos. Le gusta la vida, y con eso le basta. Con la constante presencia de la muerte en su hemofilia, trata de agotar la realidad, igual que el Don Juan, de Camus, a través de una gran cantidad de actos.
También típicamente seductor, va más allá que el Burlador. Además de sus múltiples relaciones amorosas (se dice que una cita le cuesta la vida en 1821), al casarse con María del Carmen Puch, una representante de la aristocracia, obliga al convidado de piedra a sentarse a su mesa con las manos atadas.
Enamorador de mujeres, soldado ingenuo, líder con cierto carisma, resentido, genio de la intuición y el espontaneísmo, arbitrario, casi prepotente, son algunos de los aspectos de su contradictoria personalidad. Pero no se pueden tomar parcialmente: todos cohabitaron en un mismo hombre. Al margen de esto, es innegable que más de una vez fue un simple instrumento.
Una visión así, aunque quizá no sea totalmente verdadera, es por lo menos un relato más verosímil que el que cuentan nuestros historiadores del siglo pasado; incluso que el de muchos de los actuales revisionistas, o no. A lo mejor, más reñido con determinados intereses. A. R. B. (Nota MR: Probablemente se trate de Alejandro Rodríguez Bustamante)
26/1/71 • PRIMERA PLANA Nº 417
 

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