Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

¡Se terminaron los locos lindos!
por PEDRO PATTI

_EXTRA, extra!... ¿A los ingleses se les vino abajo la estantería!... ¡Chuenga, chuenga!... Los argentinos están ganando seis a cero. ¡Chuenga, a la rica chuenga!... ¡Extra, extra, última noticia! Si los argentinos le hacen otro gol a los Ingleses. Churchill presentará un ultimátum a Perón. . ¡La chuenga se termina y van a tener que chuparse los dedos!... ¡Chuenga, chuenga! Ultima noticia transmitida por el aparato de televisión del café de la esquina: los del Río de la Plata les están ganando por ocho a cero a los del Canal de la Mancha... ¡Chuenga. chuengaaaaaaa!
—Che, loco lindo, ¡cómo te viniste abajo! ¿Qué hacés aquí, en el cine, en lugar de vender en la cancha? —pregunta al que desgañita uno de los que hemos salido al vestíbulo durante el último intervalo de la tarde, en este cine de la avenida Rivadavia al tres mil y pico.
—¡Qué querés, viejo! Cuando iba a empezar la segunda biaba entre argentinos e ingleses se descolgó el diluvio, y en menos de lo que canta un gallo la cancha de River se convirtió en la laguna de Chascomús. Lo único que faltaba eran los pejerreyes... ¡Y yo con esta bolsa de chuenga sin vender!... ¡Goooool de los argentinos y van doce!... ¡Chuenga, a la rica chuenga! Los ingleses están desesperados y no quieren volver a Londres; tienen miedo que los manden a Corea por perder con los argentinos... ¡Chuenga, chuengaaaaaa!...
—¡Che, loco lindo, dame un mango de la mercadería que vendés!
—A mí, cincuenta guitas..
—¡Foul de los ingleses!... ¡Otro pepino de los argentinos y van... veinticuatro! Chuenga, chuengaaaa...
Y mientras continúa con la ocurrente sarta de disparates, el loco lindo que tengo a tres pasos de distancia acciona como si fuese pulpo, repartiendo a derecha e izquierda, arriba y abajo (hasta los chicos piden) la clase de caramelo que vende a un peso el puñado. En los diez minutos que dura el intervalo calculo que ha vendido por valor de cincuenta pesos.
—Bueno, ahora rajo para el biógrafo de la otra cuadra —exclama el insólito personaje al ver que el público empieza a entrar en la sala—. ¡Mi madre! ¡Cómo me vine abajo! ¡Tener que vender a los cosos del biógrafo!... ¡Goooooool argentino! Y van cuarenta y cinco. ¡Chuenga, chuenga!...
—No cabe duda que es un loco lindo —comenta alguien que está fumando a mi lado, viéndolo correr hacia la otra cuadra—. ¡Lástima que ya no queden en Buenos Aires locos lindos como éste! Pese a que tienen los cables medio pelados, en el fondo los locos lindos son grandes optimistas, filósofos a su manera, toman la vida en broma y hacen reír a los demás...
Cierto. Con sus noticias disparatadas, la monserga que emplea y la indumentaria que usa —pantalón de franela y camiseta de sport ceñida al cuerpo, no obstante el frío intenso— constituye lo que el porteño llama "loco lindo", individuo que da el brochazo fuerte, detonante, el toque pintoresco allí donde se presenta, así sea un velatorio. Antes abundaban y los había por docenas en cada barrio, y cuanto más nos internemos en la historia de nuestra ciudad encontraremos que los hubo más que buzones de bocacalle, uno en cada esquina, como quien dice. ¡Eran locos lindos de verdad, cada cual con su locura peculiar, con su personalidad perfectamente definida! Algunos, naturalmente, quedaron sumergidos en el anónimo; otros terminaron siendo tan populares, que sus nombres y hechos sobresalientes fueron recogidos por historiadores y cronistas, como ese episodio políticofutbolístico ocurrido en el año 1901, media hora antes del partido entre el flamante Club Atlético Alumni, nombre que acababa de reemplazar al del English High's School, contra el también novísimo Club Atlético River Plate, acabado de nacer por la fusión del Santa Rosa Foot-Ball Club y el Juventud Boquense. Media hora antes del partido, decíamos, alguien de vestimenta fácilmente individualizare —saco cortón, chambergo de grandes alas, echado hacia atrás, lo que le confería aspecto de bohemio— se pone repentinamente de pie en la tribuna y empieza a despotricar, a tirar piedras contra los que están en el pescante del Estado: "...y jamás el país tuvo un gobierno que le desgobernase tanto como este de ahora; nunca hubo un presidente más desacertado y más desprendido que el que está tirando los dineros del pueblo por las ventanas de la Casa Rosada. Invito al primer magistrado a que levante la cabeza y observe con atención lo que esta ocurriendo al otro lado del océano, en Europa, en los Estados Unidos..." Al principio el público lo escuchaba atento, luego muerto de risa, alentándole, insuflándole al despotricamiento ilimitado:
"¡Bravo, bravo! ¡Así se habla, sin pelos en la lengua!... ¡Adelante, Tartabul, adelante!... ¡Abajo el gobierno y arriba el tribuno Nemesio! ¡Tartabul presidente!..."
El orador se entusiasmaba, redoblando la tirada de piedras contra los de la Casa Rosada, desde el primer mandatario al último ordenanza. Y la jarana se prolongaba hasta que sonaba el silbato del árbitro, comenzando el partido; entonces, simultáneamente, comenzaba la tragedia para el pobre Tartabul al ver que todo el mundo se desbandaba rápidamente o le volvía la espalda absorbiéndose en el juego. Cuando ocurría esto, el infeliz abandonaba la cancha, la esquina o donde estuviere y vuelta a trotar afanosamente la calle, hasta dar con otro grupo —a veces son suficientes cinco o seis individuos que charlan a la puerta de un bodegón—, al que sorprende subiéndose a un farol, a un cajón, a una silla, a lo primero que le viniere a la mano, y dispararle a boca de jarro: "...y jamás el país tuvo un gobierno que le gobernase tanto como este de ahora; nunca hubo un presidente más bla... bla... bla..." Contemporáneamente a los de Tartabul, el gobierno y todos los que le rodean han de soportar los ataques de otro loco lindo que también tiene fama de tragón: se llama Candelario, engulle tanto o más que Gargantúa; se le invita simplemente para verle comer, pues cuesta creer que trague tanto v no estalle nunca como un globo inflado en demasía. Más aún, hay veces que en lugar de pagar, Candelario cobra cinco, diez y hasta veinte pesos por entrar y sentarse a comer en cualquiera de los restaurantes de la calle Cuyo (hoy Sarmiento), San Martín, o de la calle Artes (ahora Carlos Pellegrini), próxima al mercado. Se explica el contrasentido: el glotón Candelario solía convertirse en medio publicitario, en un motivo de propaganda. Un cartelón anunciaba:
"Hoy CANDELARIO come aquí a las 7 y 30 p. m." El resultado era siempre el misma: el restaurante, la taberna o el boliche se llenaba de público más curioso que con hambre.
Sí, a medida que nos adentramos en la historia de nuestra ciudad, topamos con otros locos lindos que tuvieron su cuarto de hora de gran popularidad. Grajeras, individuo bastante rico y respetado, y a quien un día le fracasan los negocios y se encuentra en la calle de la noche a la mañana; pierde la razón, se vuelve loco tranquilo; perro suelto que ve, perro que lleva consigo, por lo que le llaman San Roque.
Revista PBT
12.06.1953

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