Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

EL LUNA PARK, ESE MISTERIO GRIS
("No habrá ninguno Igual, no habrá ninguno...")
La mano se Hace puño, el puño, trompada. Sale de un brazo musculoso. Se achata y penetra en una cara de ojos abiertos, transpirados de febrilidad. El dolor pinta su mueca, la platea ruge, el locutor que narra trepida, y todo un escenario incrustado en una manzana se sacude fuerte, tremolando. Corrientes, Lavalle, Bouchard y Azopardo juegan a la mancha con un cartelón luminoso: Luna Park. 34 años atrás se abrieron esas puertas. Para la gente es un misterio y una pregunta: ¿Qué es el Luna Park? ¿Cómo nadie "pone" otro igual? ¿Tiene "coronita"...? Más que coronita tiene trabajo y el "trabajo" más difícil del mundo, en un mundo extraño y complejo. Muchos intentaron enfrentarlo. Y muchos sucumbieron. Quien maneja hoy "este misterio", se llama Tito Lectoure. Denuncia 30 maduros años. Nació un 9 de junio. También su historia está aquí contada. Dando la cara y enfrentando la "historia gris".
Lean, por favor. Después, deduzcan.

CUANDO los Pace llegan al puerto de Buenos Aires como inmigrantes, trayendo a su pequeño hijo Domingo de apenas dos años de edad, la Argentina es un país joven. Que tiene poco más de seis décadas de una historia aún viva, y que avanza con paso incierto en medio de conflictos internos y profundos cambios. Ese mismo año, estamos en 1872, José Hernández ha editado su inmortal "Martín Fierro". Meses más tarde, los hermanos Guerri intentarán asesinar a Sarmiento en la esquina de Corrientes y Maipú, disparándole un trabucazo que no alcanza a herir al entonces presidente de la República.
Son épocas convulsionadas, inestables. Pero los gringos siguen llegando desde la península, con la ilusión de hacer una América de la que tienen remota imagen, pero cuya virginidad potencial conocen.
Domingo va creciendo al compás de singulares acontecimientos. Se rebajan los sueldos a los empleados públicos en un 15 por ciento, y 6.000 agentes del Estado quedan cesantes. Los nativos se apasionan, y dejan advertir el primer atisbo de convulsión social.
Pasa el tiempo y mueren la hija del general San Martín, doña Mercedes, y también Juan Manuel de Rosas. Los anales de la comunidad naciente siguen escribiéndose a un ritmo que es mucho más vertiginoso que el de la época. Los extranjeros todavía no alcanzan a comprender el sentido de todo eso. Sólo tratan de ubicarse, cumpliendo la más convincente de las consignas enraizadas en el Viejo Mundo: trabajar.
Buenos Aires conoce un extraño artefacto "que tiene una rueda delantera grande y otra trasera más pequeña, que sirve para cabalgar en equilibrio y que llaman bicicleta". Casi enseguida se difunden el juego de pelota a paleta y el "foot-ball", mientras llegan del exterior noticias increíbles sobre el teléfono inventado por Bell. Los habitantes de la Capital asisten, mientras tanto, a la fundación del club Gimnasia y Esgrima y de la Bolsa de Comercio.

La plaza euzkara
Domingo Pace ya tiene quince años. Namuncurá, el último cacique pampeano, dominado tiempo atrás, se convierte en una leyenda. En Buenos Aires comienza a hablarse con insistencia de Mar del Plata y sus balnearios. A la vez, los diarios reproducen una severa disposición del subprefecto de la incipiente ciudad atlántica que ordena: "Es prohibido a los hombres solos acercarse durante el baño a las señoras que estuviesen en él, debiendo mantenerse alejados, por lo menos, treinta metros. Además, se prohíbe el uso de anteojos de teatro u otro instrumento de larga vista..."
El 19 de abril de 1885, la gran aldea vive un acontecimiento deportivo y social inusitado. En la Plaza Eúzkara, dos colosos del deporte vasco de pelota van a dirimir un inusitado pleito. Son el Chiquito de Eibar y Paysandú, que habrán de disputar la friolera de 10.000 nacionales. Domingo Pace es uno de los entusiasmados espectadores del duelo. Pero él no se asombra sólo ante la destreza de los jugadores. Hay un hecho previo que ha agitado sus ideas. Piensa en las caravanas de carruajes, en los tranvías, en los hombres de a caballo que se han sentido atraídos por el comentado torneo, dando imponencia al marco. Allí es cuando su destino empieza a trazar rumbos. Rumbos que van a crear, con los años, una larga dinastía empresaria.
En 1890, cuando "cuatro días plenos de balazos conmueven a la ciudad", y Gabino Ezeiza improvisa sus décimas sobre la revolución de los "boina blanca", Domingo Pace ya es el administrador de la Plaza Eúzkara. Sus sueños de convertirse en precursor de multiespectáculos para los porteños, se va materializando. Pero a diferencia de Barnum, que acude al "bluff" para atraer al público, o de los famosos Sarrasani y Hagenbeck, que agotan el género circense en interminable puja, él cree en la necesidad de promover los eventos deportivos. Circunstancialmente abrirá sus puertas a otras manifestaciones, pero sus mayores empeños estarán dedicados al atletismo, a la esgrima, y muy en especial, al ciclismo, que practica personalmente con plena satisfacción.

El viejo luna park
Es necesario conocer la trayectoria personal de este hombre, que dejó su Italia natal para afincarse entre nosotros, a fin de conocer cuáles son exactamente las raíces de ese elefante blanco que se levanta ahora en Corrientes y Bouchard, en la llamada "esquina Justo Suárez", según el oportuno bautismo de Roberto Gil. Sobre todo si se considera que uno de los fundadores del actual "Palacio de los Deportes" fue Ismael Pace, hijo y heredero de ambiciones de aquel inmigrante.
Domingo Pace, por otra parte, fue un perfil definido que se recortó sobre la Corrientes angosta del Payo Roque, de Carlos Gardel y del negro Raúl. Precisamente a la altura del 900 de la antigua avenida porteña, sobre el desaparecido café de los 36 billares, tenía su escritorio. Muchas veces Pascual Carcavallo lo consultó y cambió ideas sobre sus programaciones, en presencia de Parravicini y Cabaux.
Su parábola fue amplia, intensa. Entre muchas de las iniciativas que concretó, cuenta la de haber tomado en arriendo la Sociedad Sportiva y los tercianos de la Sociedad Rural, donde brindó muchos espectáculos. Asimismo ejerció la dirección del velódromo de Palermo, desde 1903 a 1910. Más tarde instaló un pequeño parque de diversiones en los fondos de la iglesia San Nicolás de Bari, cuando ésta estaba en Carlos Pellegrini y Corrientes, trasladándose después a la calle Rivera 641, en un local que él denominó "Luna Park", copiándose el nombre, simplemente, de otros similares de Europa.
En 1916, fue contratado para organizar en Tucumán los festejos del centenario, llegando a montar una corrida de todos. La verdad es que su Luna Park de aquellos días nada tuvo que ver con el boxeo. Pero la agitación pública producida por la campaña de Luis Ángel Firpo en los Estados Unidos, lo hizo recapacitar sobre la posibilidad de encarar esa otra actividad, entonces prohibida. Sin embargo, la noche que el "Toro Salvaje de las Pampas" combatió con Jack Dempsey, Pace hizo la transmisión radiotelefónica de la sensacional pelea, recaudando 848 pesos, a razón de 30 centavos por oyente...
Fue esta una buena razón como para que se decidiera a promover encuentros pugilísticos. Levantó un ring, bordeado por reducidas tribunas, y llevó a cabo la primera pelea: Reverbieri-Casella. A esta confrontación siguen otras, y su estadio de Corrientes 1066 adquiere popularidad. Es allí cuando aparece en escena su hijo Ismael, a quien secunda otro joven dinámico que, por añadidura, ha sido boxeador: Pepe Lectoure.
Los negocios no son muy exitosos ni compensatorios del esfuerzo. Para no interrumpir la actividad en invierno, alquilan el circo Hipodrome. Pero el progreso edilicio les va a jugar una mala pasada, derribando al Luna Park. Es que hay que dar paso a la Avenida 9 de Julio.
El 3 de agosto de 1925, fallece don Domingo, y sus dos colaboradores quedan solos, vacíos de capital, pero llenos de ilusiones.

Deambulando por la ciudad
Pace y Lectoure se desempeñan como gitanos, mudando su actividad de un lado a otro. Quizá para no darle una dirección fija a la adversidad... Organizan combates en el Parque Japonés, en el L'Aiglón, en el Parque Romano y en los teatros Nuevo, Onrubia y Coliseo. Las canchas de fútbol también son propicias. Sobre todo la de River Plate. El boxeo va tomando cuerpo, se institucionaliza en la mente de los aficionados y en la opinión pública. Se multiplican las figuras de valía. Hasta que surge el "Torito de Mataderos". Precisamente, estando Pepe Lectoure en Norteamérica, acompañando a Justo Suárez en su secunda campaña por la llamada meca del boxeo mundial, es cuando Ismael Pace tiene la peregrina idea de adquirir un terreno y construir un estadio propio sobre suelo firme. Elije una manzana frente al Correo Central, y toma por sí la gran resolución. Sus amigos le dicen que es una ocurrencia descabellada. Pace no se arredra. Llama a su socio telefónicamente y le espeta: "Pepe, no te impresiones por lo que voy a decirte, pero me establecí en una manzana que hay frente al Correo. Quiero que levantemos nuestro Luna Park." Pepe no quiere creerle. Tras un silencio, le contesta: "¡Estás loco...! ¿Un
estadio frente al Correo? ¡Estás rematadamente loco...! Ismael se sonríe y contragolpea con buen humor: No te preocupes, andá a acostarte temprano, toma una aspirina, y pensá en todo lo que vamos a tener que trabajar cuando regreses..."
El 6 de febrero de 1932, el Luna Park abre sus puertas, un tanto simbólicamente, ya que su estructura descubierta, es incompleta. Lo cierto es que, con dos tribunas y media y amplio recinto interior, a los acordes de la orquesta del "Pibe" Ernesto se realiza el primer baile de carnaval. Al que seguirán otros. Esos bailes, que habrían de hacerse famosos, lo mismo que las romerías gallegas, fueron auténticas fuentes de seguro ingreso por varios años. Sin embargo, semanas después, las carteleras anuncian la primera reunión pugilística con tres peleas de fondo: Pethenay-Suárez Franco; Cafferatta-Canavesi y Corti-De Rittis.

Los Accionistas ignorados
Pace y Lectoure siempre creyeron en el futuro, claro que apoyando sus pensamientos en acción y sentido empresario. Sobre todo cuando se sentían ahogados por dificultades financieras.
El constructor del Luna Park, C. Mariani se dedicaba a estructuras de hierro, fue un socio de imprevista trascendencia para la evolución del moderno coliseo. En cierta ocasión se apersonó a los propietarios y les manifestó que no podía esperar más, que necesitaba el dinero que le adeudaban. Pace tuvo entonces una imprevista salida, una de las tantas que caracterizaron su gestión administrativa: "Si quiere que le paguemos, va a tener que techarnos el estadio porque de esta manera no podemos asegurarnos un ingreso permanente ni afrontar nuestras deudas".
Mariani se quedó helado. Venía por sus pesos y se encontraba ante la perspectiva de un nuevo trabajo, de una nueva inversión. Pero prefirió constituirse otra vez en garante y sostenedor de la obra, prosiguiendo con el proyecto. En 1934, los 6.000 metros cuadrados estaban techados.
La crónica de todo lo sucedido desde entonces es bien conocida. Bajo las luces de ese ring cubierto, desnudaron sus torsos muchos héroes del imperio de las orejas colifloradas. Ídolos de multitudes que describieron, capítulo a capítulo, esa otra historia que está grabada en los ojos y en el recuerdo de todos los aficionados al rudo deporte. Ellos también hicieron lo suyo para la consolidación de la empresa, pero, como solían decir Pace y Lectoure, "siempre se guardará el mejor agradecimiento a aquellos gallegos de las romerías, y a todos los porteños que no perdían un solo compás de tango en el Luna; ellos fueron los verdaderos accionistas y socios de las épocas más difíciles".

Luna park 1966
Alguien dijo que la historia es la esencia de innumerables biografías. Y es así. En todos los órdenes. También en el que hace a nuestra descripción anecdótica. De la misma forma, el progreso general no es sino la consecuencia del progreso individual, en tanto y en cuanto haya en el logro esa generosidad que ahuyenta egoísmos y se vuelca a la comunidad. El Luna Park está en los comienzos de una nueva etapa. Como que su orientación ha sido depositada en manos de un hombre joven quien, hasta el presente, no ha logrado absolutamente nada por la mera relación coincidente de su apellido. Todo lo alcanzado por él, es el fruto de su labor personal, de sus anhelos, de sus miras ambiciosas. Pertenece a la juventud empresaria actual del país. Por ende, sabe de las dificultades financieras comunes, de los redoblados esfuerzos que exige la superación de obstáculos económicos y del cambiante mundo de los negocios.
No nos hemos propuesto hablar más de Juan Carlos Lectoure, sobrino de Pepe Lectoure y actual promotor del Luna Park. Eso quedará para su historia. Es decir, para su biografía. El diálogo, aceptado con amplitud, es como una pantalla sobre la que Tito Lectoure se refleja nítidamente. Aun en aspectos subjetivos. Esta es la prueba:
—Queremos saber cómo es su familia.
—Mi padre Juan Bautista (72 años), hermano de Pepe, se jubiló luego de trabajar muchos años en lo de Dreyfus como recibidor de granos. Se pasa la semana entera en casa. Sólo sale los sábados. ¿Hacia dónde... ? Pues, ¡al Luna Park a ver peleas! Lo acompaña siempre mi madre, María Celia Naredo (60 años). Él, desciende de vasco-franceses; mi madre, de asturianos. Somos cinco hermanos. Oscar Roberto (40), Ernesto (37), yo (30), Amalia Celia (28) y Alicia Amanda (22). Una familia común, que vive serenamente.
—¿Su padre estaba vinculado al Luna Park?
—Siempre estuvo en armonía con su hermano Pepe y era muy amigo de Ismael. Hace años trabajó como encargado de la confitería, en la época de los bailes. Pero del boxeo era un simple aficionado. Interiorizado de muchas cosas, mas marginado de la actividad propiamente dicha.
—¿Qué recuerdos tiene de su tío?
—Era un hombre metido en lo suyo. No tuvo muchas posibilidades de mantener contacto con sus familiares per esa razón. Que es lo que ahora me ocurre a mí. En verdad, y más por razones de edad, no tuve mucho diálogo con él. Yo era muy chico. Mi padre solía hablarnos de su capacidad para este negocio.
—¿Imaginó usted alguna vez que habría de sucedería ?
—Jamás. Mi deseo era el de llegar a ser un gran boxeador.
—¿A qué se dedicó en su juventud? ¿Estudió? ¿Trabajó?
—Hice mis estudios primarios en la escuela San José. Después inicié el secundario en el Colegio Nacional Bartolomé Mitre, pero los abandoné en tercer año. Nunca me gustó estudiar. Ni siquiera música, a pesar de que tres de mis hermanos son profesores de piano.
—¿Lo atascaba mentalmente su deseo de dedicarse al deporte?
—Quizá se confundieran ambas cosas. Aunque no lo creo así, ya que el estudio tampoco me atrae ahora. Claro que en ese tiempo actuaba en Estados Unidos y Europa mi ídolo: César Brión, cuyas huellas yo quería seguir. A pesar de ello, cuando dejé el colegio, trabajé en venta de propiedades. Y lo hacía bien, a pesar de ser joven. Además, todos me daban más edad de la que tenía, por mi seriedad, y no obstante mi cara de pibe...
—¿Cómo fue su niñez?
—Normal. Era algo callejero, pero siempre andaba con chicos mayores.
—¿Le gustó bailar?
—No.
—¿ Tuvo novia ?
—Hum..., no.
—¿La tiene ahora?
—No...
—¿Piensa en el casamiento?
—Este..., puede que alguna vez me preocupe ese pensamiento, ahora... no.
—¿Tuvo amigos? ¿Los mantiene?
—Tuve uno con el que me ocurrió algo notable. Fuimos compañeros de barrio en Balvanera; compañeros en la escuela primaria y en la secundaria. Hasta hicimos juntos el servicio militar y nos afiliamos los dos al club Gimnasia y Esgrima. Teníamos los mismos
gustos y nunca nos separábamos. Tanto, que muchos nos creían hermanos. Pero la vida nos llevó por distintos rumbos. Etcheverry, que así se llama, formó hogar, en fin..., rara vez nos encontramos ahora.
—¿Cree en el destino?
—Sé que nací un 9 de junio pero no sé a qué signo pertenezco, porque no creo en esas pamplinas. Creo en Dios, aunque no soy religioso activo. En cuanto al destino, considero que no encierra aspectos mágicos ni extraños. El destino se lo forja uno. Necesita sólo de la coincidencia de algunos factores que se denominan "suerte".
—¿Por qué se acercó al boxeo? ¿El ejemplo familiar?
—No. En mi casa no hubo boxeadores. Sin embargo, cuando mi padre me descubrió la inclinación, comenzó a enseñarme. Eran lecciones caseras destinadas a que aprendiera a pararme bien, a armar la guardia, a caminar correctamente. Hasta que un amigo me llevó a Gimnasia y Esgrima para que Jorge Azar me entrenara.
—¿Por qué su padre no lo llevó al Luna Park?
—No sé. A lo mejor para evitarse los rezongos de mi madre, que no quería que yo peleara...
—¿Cómo se produce su ingreso a la empresa?
—Al fallecer Ismael Pace, la sucesión designó a Juan Manuel Morales para el cargo de match-maker. A la vez, la señora Ernestina de Lectoure, me ofreció la oportunidad de comenzar a hacer un paulatino aprendizaje de tipo administrativo. Me empeñé con tanto entusiasmo, que en poco tiempo no había secretos para mí en ningún rincón del estadio. Morales, un hombre honorable, capaz y sumamente correcto, enfermó y debió retirarse por largo tiempo. Entonces me confirieron la responsabilidad a mí.
—Usted es el segundo con apellido Lectoure, y encarna la tercera generación en la conducción de ese negocio. ¿Pesa esa responsabilidad? Desde entonces, ¿su vida ha sufrido muchos cambios?
—La responsabilidad es inmensa. Y crece en la medida en que uno trata de trascender en el mercado internacional. Desde que me hice cargo de esta tarea, advierto que hay una transformación en mí. Pero de forma, o, si usted quiere, en lo referente a los matices de la relación con los demás. Morales me brindó una ayuda inestimable en la forja del difícil metier de la programación de combates. A esa experiencia, yo trato de sumar personalidad.
—¿Sobre qué bases cree que la forjó?
—Es difícil responder. Hice la conscripción en la policía, y eso fue un primer paso. Con un arma en la cintura —felizmente nunca debí usarla—, un uniforme que representa la ley y una soledad total en el terreno de los hechos, le aseguro que uno se templa. Es una buena forja. Porque valen la seguridad en sí mismo y el aplomo que uno muestra, aunque por dentro no sea así. Esa breve etapa de mi vida, ha sido significativa.
—¿Sería capaz de autodefinirse?
—Creo que soy sano, generoso, bueno... Por lo menos trato de ser así:
—Algunos afirman que tiene un carácter fuerte, áspero a veces...
—Confieso ser temperamental por herencia paterna. Reacciono ante las cosas desubicadas, ante la injusticia y ante la inercia de los demás. Las cosas deben hacerse con presteza, con claridad, sin perder equilibrio ni dañar a terceros.
—¿Le preocupan algunas apreciaciones grises que se hacen del Luna Park?
—No. Frente a esto sólo pido una cosa; que se me dé la alternativa de escucharlas personalmente y poder responder. La fantasía de algunos la intención torcida de otros y hasta la acidez de algunos desplazados son el caldo de cultivo de ciertas manifestaciones. Ninguna de ellas me quita el sueño. Mi política es la de "dar la cara". Y ante mi conciencia no tengo reproches que hacerme, ni páginas del viejo tiempo que escribir de nuevo...
—¿Cuál es su posición política?
—No me interesa la política. La ejercito solo como ciudadano en función del voto. En lo que hace a su vaivén permanente, hasta me atrevo a afirmar que no la entiendo. Soy argentino, me siento argentino y actúo en calidad de empresario, pensando como tal.
—¿Y su posición frente a la vida?
—Creo que soy un afortunado, porque he contado con esa suerte a la que antes me referí. En consecuencia, soy un agradecido. Pero me apresuro a decir que muchos otros hombres jóvenes de mi país, ante las mismas oportunidades que a mí se me ofrecieron, hubieran tenido éxito. Además, téngo algo más que pedirle a la vida: la segunda oportunidad de poder asomarme al mundo de la cultura, que es tan importante. Aun cuando no sea a través de un estudio metódico, entiendo que todos debemos cultivarnos. Los hombres, generalmente, nos sentimos propensos a contentarnos con las cosas comunes, y a veces nos tornamos insensibles a lo más profundo que tiene la vida. A eso me resisto. No importan los circunstanciales éxitos empresarios si se carece de esa otra sensatez. Es como vivir en el vacío. Estos años de labor ininterrumpida, los viajes al exterior y el contacto con gentes ilustradas y capaces me han enfrentado con esta verdad. El Luna Park marcha; yo no me puedo detener. . .
Revista Extra
septiembre de 1966


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