Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

TESTIMONIOS
Sobre el tema que no cesa
Hace poco consiguieron notoriedad dos programas de televisión dedicados a Carlos Gardel. En ambos, se advirtió la ausencia de Mona Maris, testigo insoslayable. Tratando de explicarse esa ausencia, Panorama obtuvo de la conocida actriz un testimonio paralelo, el cual, según sus propias palabras, podría considerarse el borrador de un capítulo de las memorias que promete escribir.

No pocos tratan de averiguar si no me molesta que me pregunten sobre Gardel y prescindan de otros aspectos de mi vida o mi carrera. Les digo siempre que no. Soy consciente de que si permanezco en la noticia se debe en gran medida a que alguna vez trabajé con Carlos. Sin buscarlo, entré de costado en la leyenda: fui en la ficción la mujer fatal que lo asediaba en la película Cuesta abajo.
Muy conversadora, no soy obsesiva y me paso horas en diálogo alrededor de todos los temas posibles. Pero la realidad me impone el tema Gardel. Me apasiona por los vínculos que me unieron a ese hombre tierno y compulsivamente simpático, por el respeto y la admiración que tengo por el artista. Me inmiscuyo en el tema tanto como lo rehuyó cuando adivino que se pretende denigrar a Carlos. No estoy dispuesta al sensacionalismo, a costa de un hombre muerto hace mucho tiempo, sin herederos directos que lo defiendan.
En el mes de junio —aniversario de la muerte de Gardel— acostumbro a irme de Buenos Aires. Deseo evitar que me acosen. Pagarán justos por pecadores; no siempre puedo discriminarlo, ya que mi prolongada ausencia me ha dejado en ascuas sobre muchos periodistas de la última generación, o sobre nuevas gentes de la radio o la televisión. Mi huida no siempre da resultados ya que, hasta en mi aislamiento de Bariloche aparecen curiosos. Para mi nerviosidad difícilmente contenible, suele ser un revulsivo que me digan que así o asá era Gardel gentes que no lo conocieron y desaprensivamente hablan por influencias bajamente interesadas.
Recientemente, en una reunión en apariencia inofensiva, comprobé hasta qué punto las malignidades prenden. Unas señoras me rodearon —¡a mí!— para informarme del ser dudoso que había sido Gardel y de cómo hasta su muerte correspondía a esa imagen. La tragedia de Medellín sería la consecuencia de una pelea en la que Carlos desplegó matonismo, revólver en mano, como un villano clásico, sin compasión por quienes lo rodeaban. Gasté las pobres palabras que pude para contar que mi amigo no era un matón y que no había indicios certeros de que el accidente de Medellín tuviera tan novelescas motivaciones. Después até cabos. Días u horas antes, la televisión había lanzado infundios al respecto. Fui invitada a un programa y, temerosa, me negué a concurrir. Se me dirá que mi deber es estar presente para asumir la posición justa. Contesto que no soy oradora ni manejo las astucias de la polémica. Acaso mi sinceridad se estrellara contra verbalismos no tan sinceros pero sin duda más hábiles. Con complacencia leí más tarde, en un semanario, el informe de un perito en accidentes aéreos, que retoma el caso Medellín 1935. Técnicamente se las trae, pero no queda duda en cuanto a que Gardel y su comitiva fueron víctimas de las circunstancias.
Un amigo me suele decir que Gardel se defiende solo. Que su voz, desde el surco incesante, nutre la vigencia del artista. Y que si el artista es indestructible, todo lo demás carece de importancia. Tiene razón, pero los que tuvimos el privilegio de la amistad de Carlos no podemos conformarnos. Nos duele como propia la ofensa. Por cierto, Gardel no era un ser perfecto. Era demasiado humano para serlo: candoroso, emotivo, sensual, gozador de la vida. No lo conocí demasiado en extensión de tiempo; lo conocí intensa, sobradamente, durante unos meses de 1934, en una filmación y las consiguientes tertulias, paseos, comidas, entretenimientos, diálogos y también confidencias. Sentí su influjo, o su flechazo, si prefieren la denominación. No digo más; el resto llena el recuerdo que me pertenece exclusivamente. Lo cierto, Gardel era carismático, como está de moda decir. Comparación curiosa, conocí muchas personas que lo superaban en apariencia. Él tenía lagunas de cultura, dada su formación a tropiezos, pero su intuición era portentosa y no menos su inteligencia. Aplicó ambas condiciones a la superación artística, desdeñando la pose que muchos adoptan para hablar de lo que no saben. Era, por sobre todo, un hombre cabal, un verdadero cristiano, para repetir lo que digo cotidianamente, amigo integérrimo, exquisito —doy fe— con las mujeres.
Sé que el cargo tremendista que se le hace a Gardel para encasillarlo como oportunista (o cosas peores) emana de su relación, en Francia, antes de que yo lo conociera en los Estados Unidos, con la baronesa Sally de Wakefield, millonaria, dueña de los cigarrillos Graven. Esa dama (un "bagallo" según los maldicientes) le habría dado protección económica, salvándolo de reveses del juego. Será cierto. Se olvida, sin embargo, que esa dama se asoció a la Paramount en la producción del film de Carlos 'Luces de Buenos Aires', éxito que le deparó interesantes ganancias. Además, no era un ''bagallo" sino una señora gordita, (¡debilidad de los latinos!), levemente mayor que Gardel No debe de haber sido tan ignominiosa esa relación; yo fui testigo, durante el rodaje de Cuesta abajo en Nueva York, de la visita de un distinguido caballero que vino a revivir con Carlos "los grandes momentos pasados en Francia". Era justamente un hermano de la baronesa de Wakefield. Los que fabulan sobre esto ignoran cómo a un artista triunfador lo rodean los mecenas. En el caso particular de Gardel, los detractores no contabilizan los gestos altruistas de que fue capaz, con perjuicios para su bolsillo. A mí me constan.
Podría seguir largamente. No quiero excederme ni gastar pólvora en chimangos, como dicen sabiamente los criollos. No sé si en los detractores no alienta el propósito de lastimar una ilusión colectiva que Gardel simboliza en su canto tan argentino. Si así fuera, habría que dedicarse a analizar si no desprecian al pueblo algunas gentes que dicen expresarlo. Esto ya sería para otro largo y complicado capítulo.
PANORAMA, ENERO 3, 1974
 

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