Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Sarah Ventura
REGRESOS

Partir es vivir un poco

Por la figura y el atuendo parecía una viajera que retorna al hogar (un quinto piso en Libertador y Ocampo) después de varios años. Sin embargo, cuando Sarah Ventura empezó a hablar, el miércoles pasado, la imagen apacible se diluyó totalmente. A nadie le quedó duda, después de dos horas de cuasi monólogo, que esta "régisseuse" argentina, a fuerza de estudio y tesón, es capaz de mover montañas.
Recuerda que se fue del país en 1962, "aunque volví varias veces para ver a mis padres". Era una aventura: "Marcel Lamy me tuvo como asistente cuando montó Penélope en el Colón. Nos entendimos. Y como era por entonces director del Gran Teatro de Ginebra, me sugirió que fuera, aunque sin prometerme nada. Con ayuda de mis padres y del Fondo Nacional de las Artes, viajé a Suiza",
Pero si Sarah Ventura llevaba escasa experiencia y poco dinero, en cambio le sobraban títulos y estudios: además de primarios (en Bélgica) y secundarios (Collége Français de Buenos Aires), de danza (con Fernanda Ariotti y Carmen de Toledo), de dibujo y pintura (en Nueva York, y en Buenos Aires en las escuelas de Vicente Puig y Batlle Planas), de canto, de teoría musical y piano, de idiomas (francés, italiano, inglés y alemán) y de dirección escénica en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Al año siguiente (mayo del 63) Sarah cumplía su primer trabajo ginebrino: Le ventriloque, de Landowsky, en el teatro de la Maison des Jeunes.

LOS QUE CANTAN DE OIDO. A partir de entonces y por un camino duro, con incontables horas de trabajo, Sarah empezó a hacer de cada oportunidad un triunfo. Dirigió un Rigoletto en el teatro de Como, y óperas de cámara en Lieja y en distintas ciudades de Suiza, además de las decenas en las que participó como asistente de renombrados "régisseurs", incluidos Wieland Wagner y Gunther Rennert.
"Básicamente me interesa la ópera de cámara —confesaba el miércoles mientras convidaba cigarrillos de colores y café a sus visitantes—. Es que sólo así puedo formar equipo, trabajar en detalle. La gran ópera exige, para llegar a los mismos resultados, un tiempo de ensayos del que nunca disponemos." Para la Ventura, el mayor inconveniente está en los cantantes: "Todavía hay algunos, muy famosos, con el criterio italiano —en general latino— de que para salir a cantar a un escenario, basta y sobra con tener buena voz. Pero eso llegará a desaparecer algún día. Después de la guerra, cambió la idea de que la lírica era patrimonio mediterráneo, cuando comenzaron a surgir cantantes ingleses, norteamericanos, búlgaros, checos, alemanes, escandinavos, con una formación integral estupenda." Y añade: "Es que esos países están culturalmente preparados para que el cantante reciba una formación completa. Hay escuelas de arte, conservatorios importantísimos. En los países latinos caemos generalmente en el profesor particular; y cada uno tira para lo suyo. Mi profesor de canto me decía que importaba «la voce e solo la voce». Pero si hasta hay cantantes italianos que cantan de oído..."
Se entusiasma —y no se preocupa por disimularlo— cuando habla de Il mondo della Luna, la ópera de Haydn que el Colón proyecta estrenar el 14 de febrero (Sala Martín Coronado del teatro San Martín), y para la cual se la hizo venir desde Ginebra. Le parece natural a esta "régisseuse" que después de nueve años de experiencias en Europa se la haya contratado en el Colón; es que tiene una confianza fenomenal en que los valores (de ella o de cualquier otro) se imponen por su propio peso. "Nunca busqué recomendaciones para llegar al Colón; yo sólo me entiendo con profesionales." Y tan convencida estaba de sus argumentos que le resultó normal —aunque no por eso menos agradable— recibir, hace poco más de un mes, el deseado cable con la invitación del teatro.
Para Il mondo della Luna, Sarah Ventura cuenta con un mes de ensayos (todos los días, 2 ó 3), con un grupo de cantantes que definió como excelente y con dos colegas con los que dice entenderse a las mil maravillas: el director de orquesta Enrique Sivieri y el escenógrafo Ariel Bianco. De las óperas de cámara que conoce, ésta de Haydn, que ya montó hace 3 años en Ginebra, le resulta una de las más difíciles. Y aclara: "En realidad es una farsa de Goldoni, que hubiera necesitado para musicarla un compositor tan italiano como Cimarosa o Rossini. No creo que Haydn se entienda tan bien con el comediógrafo veneciano. Al margen de ello, la puesta del segundo acto es complicada. Se trata de un falso astrólogo a quien los discípulos preparan una trampa para que puedan casarse sus hijas y su sirvienta. Le dan de beber un somnífero y cree que se encuentra en la Luna, donde todo es perfecto. Continuamente debo mostrar al público que estamos en una farsa. No puedo dar la Luna que imaginó Verne ni la que hoy conocemos por la televisión. Es un mundo lunar paradisíaco, con mucha vegetación y hermosas ninfas. Poético, pero al mismo tiempo farsesco".

EL PUBLICO FUTURO. Confiesa, además, que con Bianco tuvieron "cataratas de ideas"', pero las fueron analizando y descartando hasta llegar a la definitiva. La colaboración, para ella, no viene sólo del escenógrafo sino también de los propios intérpretes: "Siempre tengo la última palabra, pero escucho a los artistas porque deben quedar convencidos de lo que hacen. De lo contrario los convertimos en marionetas. Entonces ya no hay más teatro."
Y a propósito de teatro (cantado o en prosa), su convicción es que debe ser puesto al alcance de los niños: "Son nuestro público del futuro, porque si so pretende iniciar al hombre en cualquier cosa, a los treinta, ya es tarde". En ese sentido se siente casi una precursora en Suiza. "Este año el Consejo de Educación nos compró un espectáculo formado por Il signor Bruschino y La cambíale di matrimonio, para ofrecer a chicos y jóvenes. Además ya empezamos una colaboración con los profesores de música y dibujo de las escuelas. Nos hemos propuesto iniciar a los alumnos en el teatro cantado: hablamos de la obra, el estilo, el compositor; luego les presentamos el espectáculo, y, por último, discutimos entre todos en mesa redonda. Sería interesante si ellos pudieran crear los decorados y trajes bajo da guía de expertos".
Para Sarah Ventura son cuentos que los adolescentes, hoy, sean poco menos que drogadictos. "Hay una fuerza en la juventud increíble, porque son conscientes de que están viviendo una época terrible, pero también maravillosa." Y por si hiciera falta, añade con énfasis: "Creo enormemente en el ser humano".
PANORAMA, ENERO 26, 1971

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