Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

opciones del poder
LA ARGENTINA
Perón - Isabel: La opción al poder (I)
El ungimiento de Isabel Martínez como candidata a la vicepresidencia y la consiguiente articulación, casi definitiva, del cuadro de fuerzas que concurrirá a las urnas el 23 de septiembre han generado comentarios-contradictorios, no poca incertidumbre en varios sectores de peso y, sobre todo, un rosario infinito de especulaciones.
La idea más difundida en los cenáculos fue la siguiente: la fórmula Perón-Perón no parece compatible con la estrategia de “unidad nacional" reiteradamente enunciada por el líder justicialista. Las razones, entre otras, serían:
• Un gobierno de “unidad nacional", dispuesto a encarar una profunda recomposición política y económica, requiere la participación desde adentro del poder de las fuerzas presuntamente aliadas. Cualquier otra variante —incluso la del Consejo de Estado— toma inestable la unidad buscada, pues' afloja las riendas del compromiso y facilita la dispersión ante eventuales brotes críticos, cuyo estallido no debe descartarse dada la delicada situación general.
• La figura de Isabel Martínez no es polo de atracción para los sectores aliados y, además, carece de fuerza propia. Su ungimiento preanuncia una concentración del poder poco propicia para la búsqueda de acuerdos.
• La frustración de la fórmula Perón-Balbín debilita seriamente a la UCR, que deberá afrontar los comicios luego de un mes de tratativas que diluyeron su imagen, facilitando así la emergencia de Francisco Manrique como aspirante a la jefatura del electorado no peronista. Esto es grave, si se tiene en cuenta que, en el esquema de “unidad nacional", la UCR debe seguir siendo la principal fuerza aliada del oficialismo; por lo tanto, la encrucijada en que se debate Ricardo Balbín repercute negativamente en el tablero de alianzas que Perón pretende vertebrar.
• Existe la posibilidad de un cierto riesgo electoral. Si bien es impensable que la fórmula Perón-Isabel pierda, no lo es tanto que su caudal no sea lo suficientemente rotundo. A este respecto, el Buenos Aires Herald llegó a aventurar que el Líder no desea triunfar en la primera vuelta, para llegar así a un acuerdo en la segunda con la UCR. Pero la especulación flaquea: no explica por qué sería necesario transitar semejante laberinto, sobre todo teniendo presente que, en un eventual ballotage, las exigencias del radicalismo se multiplicarían.

POR QUE ISABEL. Frente a estos razonamientos, y ante la evidencia de que desde la caída de Cámpora hasta hace unos diez días sólo parecía viable el acuerdo electoral UCR - peronismo, la pregunta obvia es: ¿por qué Perón lanzó a la calle la hipótesis de la fórmula mixta y luego la frustró? Es decir: ¿hubo interferencias que el Líder no pudo conjurar o es que jamás tuvo el propósito de llevar a Balbín como vicepresidente?
Se ha dicho hasta el cansancio que el estilo de conducción del Jefe Justicialista consiste en permitir el procesamiento natural del juego político, para luego pilotear la alternativa que resulte más sólida. Esto es cierto sólo si se añade que un jefe no se somete a presiones extrañas a sus fines, sino que procura encarrilarlas, o absorberlas, en función de esos fines. Así, la hipótesis más plausible es que efectivamente hubo “algo” que movió a Perón a torcer el rumbo inicial en un plano si se quiere táctico: el de las candidaturas. Pero esa rectificación no alteró los fines, vale decir, no hubo cambios sustanciales en el plano estratégico: la línea de la "unidad nacional", basada en el acuerdo con la UCR, el empresariado nativo y el sindicalismo moderado, y también en 'la aquiescencia militar, sigue siendo —según la mayor parte de los indicios— la viga maestra del proyecto de Perón.
Eso es lo que explica, por una parte, la idea de crear un Consejo de Estado y, por la otra, la reacción más o menos serena de Balbín, quien a pesar de haberse “quedado esperando” —como pretende El Descamisado— condicionó la aceptación de su candidatura presidencial al mantenimiento de la llamada “política de confluencia” con el peronismo. Si Balbín decide seguir caminando por ese andarivel —con los riesgos electorales que ello presupone— es porque existe un acuerdo de fondo, explícito o no, cuyas raíces deben rastrearse en los intereses que defienden tanto el peronismo como el radicalismo. Es decir, en la política económica de José Gelbard. No en vano el ministro de Hacienda sustentó primero la precandidatura de Balbín a la vicepresidencia y luego, cuando se vio que la idea no prosperaba, se sumó a quienes apuntalaban a Isabel Martínez.
Con todo, ¿por qué no cuajó la precandidatura del caudillo radical cuando notoriamente la fórmula mixta era el
proyecto económico y de los planes de recomposición política a largo plazo, alentados por Perón? Existen numerosas hipótesis a este respecto. Algunas de ellas:
• La alianza formal y el cogobierno entre Perón y Balbín era una coalición tan formidable en cuanto a su peso específico que los intereses contrarios a la política económica lanzaron toda su artillería contra el acuerdo. Incluso sectores que militan en el FREJULI —los desarrollistas, por ejemplo— apoyaron en su momento una candidatura militar para congelar a Balbín. El líder justicialista no habría considerado útil presentar batalla frontal en este momento contra esas presiones, y optó por una salida neutra, pero manteniendo la estrategia de "unidad nacional".
• Perón considera que debe preservar a cualquier costo su hegemonía sobre el procesó. La convergencia con el radicalismo no significa el cogobierno, sino una alianza con una fuerza dirigente: el peronismo. "Nosotros somos por decisión popular —señaló Perón el jueves 2, ante los gobernadores— quienes tenemos la responsabilidad de la dirección”. En algunos medios se afirma que la UCR, si se le ofrecía la vicepresidencia, iba a reclamar la mitad del poder, no sólo en el gabinete, sino en todos los niveles de la administración, incluso en el de la diplomacia.
• La influencia de quienes vienen acompañando al jefe justicialista desde hace muchos años. Esta es una explicación psicológica antes que política, que no tiene en cuenta la envergadura del liderazgo de Perón, su lucidez actual y toda la historia del caudillo. Un ejemplo si se quiere anecdótico: Héctor Villalón, tradicional enemigo de José López Rega, apoyó la candidatura de Isabel Martínez.
• La negativa de Francisco Manrique a sumarse a la estrategia de "unidad nacional”. La candidatura del ex ministro de Bienestar Social alteró el esquema: Perón-Balbín contra Manrique-Martínez Raymonda implicaba conceder a estos últimos una ancha franja de la ciudadanía, alimentando gratuitamente la formación de un polo nítidamente opositor, electoralmente poderoso. En cambio, la presencia de dos fórmulas no peronistas mediatiza ese peligro: impide que el centroderecha capitalice a la oposición, y bifurca al electorado receloso del oficialismo. Subsiste, con todo, el peligro de que la confluencia entre la UCR y el peronismo afecte a Balbín el 23 de septiembre. Pero el riesgo es menor.
• Por último: Isabel Martínez es la única figura inmune a la lucha de tendencias dentro del peronismo. Cualquier otro postulante peronista a la vicepresidencia habría echado combustible a la confrontación interna. Sin embargo esta conjetura sólo explica la elección de Isabel Martínez, pero no el naufragio de la fórmula mixta: Balbín también unificaba al peronismo, pues siendo extrapartidario no representaba a ninguna tendencia del movimiento mayoritario.

EL FUTURO. El surgimiento de la fórmula Perón-Perón reconoce, pues, diversas causas de tipo coyuntural. Con todo, la mayoría de los observadores no sólo estimaban inamovible la línea de "unidad nacional”, sino que consideraban improbable que la herencia de Perón pueda ser canalizada por una sola persona. En caso de acefalía, dependerá de las circunstancias quien asuma el poder real, pero en cuanto al liderazgo político resulta inverosímil imaginar un solo delfín. Por eso, Perón ha puesto énfasis en la institucionalización del justicialismo: abrir cauce a todas las tendencias internas —con un cierto control desde la cima, como es natural— y entregar la conducción a la que resulte mayoritaria significa garantizar la continuidad del peronismo y, eventualmente, echar las bases de un nuevo movimiento que sea síntesis del proyecto de "unidad nacional”, si es que éste prospera.
La idea de institucionalizar al peronismo, remendar el Estado a la "manera europea" y recomponer todo el espectro político en torno a esos ejes forma un solo "paquete" con la línea económica y con la imagen del futuro país que parece tener Perón: una "democracia integrada”, sustentada en él desarrollo autónomo del capitalismo nacional y capaz de insertarse, con poder de decisión, en la integración de América latina, en el "continentalismo" caracterizado como rasgo esencial de esta época del mundo.
En ese sentido, uno de los primeros pasos podría ser la reforma constitucional y la creación de un Consejo de Estado, con un primer ministro como jefe de gobierno. El modelo no sería el de las repúblicas parlamentarias europeas de posguerra: la tendencia es vigorizar el poder, no debilitarlo.
De ahí el Consejo de Estado: se trataría de ampliar el margen de maniobra del Presidente con el acoplamiento de un primer ministro subordinado, pero representativo de fuerzas no incluidas en el Poder Ejecutivo. Esta propuesta, inspirada al carbónico en la V República de Charles de Gaulle, ¿será aceptada por la UCR? Todo indica que Ricardo Balbín no se opone: habrá que ver si lo acompaña el resto del partido.
Lo cierto es que la fórmula Perón-Isabel, impensable hace apenas un mes —aún se espera un golpe de timón de último momento—, no tiene mayores obstáculos a la vista. Incluso la izquierda peronista la ha aceptado, y otro tanto se supone que ocurrirá con la mayoría de los sectores de la izquierda no peronista. Los militares tampoco la objetan: si alguna vez muchos de ellos pensaron que era mejor Perón-Balbín, ahora consideran que, mientras se respete la ley, las FF.AA. deben mantenerse al margen, preocupándose sólo de que no las comprometan.
Es que la capacidad de absorción del líder parece inagotable: para casi todos, la única alternativa es Juan Perón. Ricardo Cámara
________________
BALBÍN-DE LA RÚA
La opción al poder (II)

"La vida de los partidos se rodea voluntariamente de misterio: no se obtienen de ellos datos precisos, incluso elementales. Se está aquí en un sistema jurídico primitivo, donde las leyes y los ritos son secretos, donde los iniciados los desnudan hurañamente a la vista de los profanos. Sólo los viejos militantes del partido conocen bien los pliegues de su organización y las sutilezas de las intrigas que se anudan en ella. Pero raramente poseen un espíritu científico que les permita conservar la objetividad necesaria; y no hablan gustosamente de ello". (Maurice Divergir).
En las primeras horas de la mañana del domingo 12, Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa aceptaron ante la convención nacional del radicalismo componer la fórmula que llevará el partido en las elecciones convocadas por el gobierno nacional para el domingo 23 de setiembre. Concluía un largo proceso interno en una forma prevista sólo a medias; concluía una "política exterior" de la UCR que sembró su camino de sospechas y alentó un mar de conjeturas; concluían, también, decenas de horas de consulta, de negociación y discusiones.
Dos semanas atrás, el domingo 29 de julio, la convención nacional decidió por amplia mayoría que la UCR se pusiera en contacto con las fuerzas políticas, sindicales, empresarias y culturales de la Argentina. Este paso intermedio fue un logro de la conducción balbinista; los observadores no vacilaron en atribuirle el doble sentido de ser, a la vez, un compás de espera respecto del justicialismo, y un intento de retomar con amplitud la iniciativa política nacional. Ambos juicios tenían sólido asidero: los síntomas de una política de confluencia latían con pulso regular y firme, y Juan Perón no había intentado, a lo largo de más de treinta días, ningún acto importante en el plano multipartidario.
Por eso, cuando en la mañana del martes 31 de julio Balbín acudió a la residencia de Gaspar Campos 1065, respaldado por su victoria interna contra el bando de convencionales adictos a Raúl Alfonsín, se creyó tener la evidencia palmaria de que la política de confluencia tendía a cristalizarse, mutando en hechos los perfiles casi gaseosos de su propia hipótesis. Pero durante los días restantes de esa semana, los radicales comprobaron, por el rigor de una nueva evidencia, que Perón distaba mucho de estar dispuesto a perder la iniciativa política, y que no cedería ni un dedo de paño de sus vestiduras de líder totalizador y carismático: el miércoles 1º de agosto, al mediodía, convocó a los dirigentes de la Hora del Pueblo para una "consulta a domicilio".
Tan pronto como hubo conocido la novedad, Balbín consultó, directamente o por medio de algún allegado, a Horacio Thedy, Camilo Muniagurria y Manuel Rawson Paz; se trataba de disuadir a Perón de que la reunión fuera en Martínez, buscando, en cambio, que se efectuara en algún lugar neutral. La reforma no prosperó, y el viernes 3 la Hora del Pueblo se congregó en la
residencia de Perón para mantener, quizás, una de las sesiones menos trascendentes de su nutrida historia política. Un eventual propósito de Balbín, la firma de un documento conjunto, tampoco se había realizado; el caudillo radical proseguía su discutible marcha de sacrificio político. Dos días atrás Francisco Manrique había confiado al periodismo que Balbín le había participado "sus desengaños y frustraciones”.
Por fin, el sábado 4, en el escenario del Teatro Nacional Cervantes, la ola de la hipótesis confluencista se rompió fragorosamente contra la poblada escollera de las decisiones internas del justicialismo: la fórmula Juan Perón-María Estela Isabel Martínez de Perón aventó los aires ya un poco fríos y estáticos de la confluencia imaginada por muchos. El cuarto intermedio decretado por la convención radical llegaba a su fin; Balbín mantuvo varias entrevistas más, culminando la convocatoria radical con algún éxito táctico, como el significado por la entrevista con el ex gobernador tucumano Celestino Gelsi, que evidenció algunas intenciones de retomar al añejo tronco radical, abandonando las huestes federalistas de Manrique.
Había llegado la hora de la fórmula propia del partido. Los adictos de Alfonsín —54 convencionales se habían adherido a la moción minoritaria en la madrugada del domingo 29— veían fortificada su posición de defensa del individualismo partidario por el mismo curso de los hechos. Pero la victoria del balbinismo había alejado aún más la posibilidad de las elecciones internas en la UCR, ya casi imposibles, en la práctica, quince días atrás. Entonces empezaron las negociaciones.
El pliego de condiciones de Alfonsín fue exigente: el dirigente del Movimiento de Renovación y Cambio (MRC) habría solicitado la intervención en algunos distritos partidarios, una reorganización general en la UCR, e inclusive se afirma que habría incluido una cláusula que hubiera asegurado a su sector el manejo de la campaña electoral. De haber sido aceptadas las condiciones de Alfonsín, éste habría integrado el segundo término de la fórmula radical Pero las condiciones parecieron leoninas al balbinismo de esta manera, las gestiones que habrían tenido como mediador diligente a Francisco Rabanal, como plenipotenciarios a Juan Carlos Pugliese y Antonio Tróccoli por el balbinismo, y a Bernardo Grinspun, Raúl Borrás y Germán López por el MRC, fracasaron cerca del mediodía del sábado 11. La fórmula Balbín-Alfonsín se disipaba. A los duros términos planteados en la transacción por el alfonsinismo se sumó, también, una nueva contingencia: algunos convencionales del interior, recién llegados a Buenos Aires, vieron con marcado disgusto las negociaciones, conducidas al margen de los distritos provinciales. Además, una secular tradición partidaria iba a ser obviada: tanto Balbín como Alfonsín son hombres de la provincia de Buenos Aires. Una declaración del jefe
de prensa del Comité Nacional, en el mediodía del viernes 10, había ya descartado las probabilidades de éxito de las gestiones: Rafael De Stéfano declaró que “es natural que haya conversaciones sobre el segundo término de la fórmula; en especial cuando el primero ya está irreversiblemente definido; pero la decisión última la adoptarán los 242 convencionales, aunque algunos dirigentes intenten particulares actitudes al respecto”.
El Comité Nacional se desligaba de la intentona. Una reunión posterior orquestaría la candidatura vicepresidencial que intentaría imponer el sector balbinista y, sobre todo, los dirigentes del flamante Movimiento Línea Nacional (MOLINA), fundado pocos días atrás, después de penurias y disensos que es probable se hayan traducido en el resultado final de la elección de los convencionales. Como lo afirmó Panorama (ver pág. 17, Nº 325), la idea del MOLINA no fue “demasiado grata para algunos”, y había sido “casi abandonada” una semana antes.

LA CONVENCION. Después de superar la larga espera que precede a la singular "hora radical”, la convención nacional, citada para las tres de la tarde del sábado 11, comenzó a sesionar a las siete y media. Felipe Abdala, su presidente, hizo una aclaración previa sobre una enmienda proyectada en la sesión anterior por el convencional Acdeel Salas, que intentó incluir en el despacho de la mayoría —el que triunfó— una cláusula estableciendo que la fórmula partidaria se elegiría por intermedio de la convención apenas ésta reanudara sus sesiones. Fue evidente que el clima de negociación que imperó en el partido en los quince días posteriores a la primera reunión de la asamblea fue el principal motivo para que la “enmienda Salas” no fuera considerada. Hay margen para suponer que, en ese trámite político, a la conducción nacional no le interesaba dejar en claro que el partido elegiría una fórmula propia apenas se volviera a reunir la convención. Debe destacarse que Salas no es alfonsinista.
Con la asistencia de 220 convencionales sobre una lista de 242, la secretaría procedió a leer el despacho de la mayoría, que establecía un procedimiento para la elección de los candidatos por medio de la convención. El despacho se fundaba en ¡la rapidez que exige el plazo para presentar candidaturas (23 de agosto), pero no explicitaba que el procedimiento reclamado constituyera una reforma a la carta orgánica del partido. Así, el sistema de elección quedaba flotando en una confusa zona marginal, sin derogar los artículos 13 y 15 de la carta, que reclaman las elecciones directas para ese caso. El alfonsinista Grinspun se encargó de destacarlo con amplia propiedad jurídica; aseguró que una fórmula elegida en esas condiciones podía ser atacada ante los tribunales electorales por “algún travieso”. Hasta Carlos Adrogué y Arturo Mathov coincidieron con Grinspun. El despacho de la mayoría se votó con una reforma: establecía la modificación de la carta orgánica, tornando inaplicables los artículos 13 y 15, y ordenando que la elección de la fórmula se hiciera por voto nominal y mayoría absoluta, repitiéndose la votación si ésta no se alcanzaba, y votándose por tercera vez entre los dos candidatos con más sufragios si no se llegaba a la mayoría en la segunda vuelta. Se aclaró también que esta solución de emergencia no comprometía "bajo ningún concepto" el principio de elecciones directas. El convencional bonaerense del MRC, Alberto Figueras, combativo, se encargó de destacar que “el despacho de la mayoría aprobado en la sesión del 29 de julio había tornado imposible el comido interno en el partido”. A pesar de estas salvedades, y como demostración de cierto “espíritu de colaboración”, los alfonsinistas aprobaron el despacho con la reforma introducida por Mathov, obteniéndose así la unanimidad.
La convención pasó a un breve cuarto intermedio para llamar a la mesa directiva del. Comité Nacional a informar sobre la gestión encomendada; es decir, las conversaciones mantenidas por Balbín según la convocatoria ordenada por la resolución del domingo 29 de julio.

EL INFORME DE BALBIN. El caudillo radical fue saludado con aplausos por la mayoría de la asamblea a su llegada; pero sólo por la mayoría, porque las filas del alfonsinismo mantuvieron un cerrado silencio. El discurso de Balbín fue global: señaló que la actitud del radicalismo demostraba que había un diálogo abierto en todas las direcciones del país, y no solamente una conversación bilateral. Añadió que él camino tomado por el partido servía para despejar dudas, ya “que había en el país un estado de confusión que llegaba hasta nuestras filas partidarias”, y que "es necesario preservar la individualidad partidaria porque lo necesita la democracia de los argentinos”. En una frase elíptica, él presidente de la UCR dejó abiertas ciertas posibilidades de proseguir en el camino de tas coincidencias, agregando que “no importa que las convenciones partidarias estén eligiendo los candidatos”. Esta afirmación agudizó aún más el silencio.
Por último, Balbín expresó que la conducción quisiera brindar "como un último servicio un solo radicalismo en toda la extensión de la República”, "para que todo lo que fue radical vuelva al radicalismo"; dijo que, en el último proceso, "en qué medida hemos cumplido nosotros y han cumplido otros, será un tema que expondremos en la próxima campaña electoral”, y enfatizó en la necesidad última de "preservar el destino civil” de la Argentina.
El nutrido aplauso de la mayoría no bastó para evitar las discusiones. Después de un cuarto intermedio que se prolongó hasta las dos y media de la madrugada del domingo 12, el alfonsinismo puso en tela de juicio el valor del informe cuando llegó la hora de debatir el proyecto redactado por la mayoría de la comisión de asuntos políticos de la propia convención. Domingo Romano, defensor del proyecto, habló de “pluripartidismo bien entendido”, de la “unión de las grandes mayorías nacionales”, y expresó que la superación de las antinomias es una tarea sin fin”. Le contestó Carlos Becerra, que intensificó el peso de los términos de da. crítica alfonsinista, asegurando que no sólo no se concreta la línea política a seguir por el radicalismo, sino que su actitud política de las últimas épocas tiende a resguardar el “statu quo”, sin ubicar al partido con las fuerzas progresistas. Becerra aclaró que el informe de Balbín no lo había satisfecho, ya que no pasaba de reproducir los “comentarios de los periódicos”, Luego, el dirigente cordobés delimitó la posición del MRC: el movimiento acata las decisiones de la convención con su presencia, pero se abstiene de votar una fórmula en esas condiciones.
Por fin, no faltó quien intentara una mediación entre los dos despachos presentados: Anselmo Marini hizo una larga historia de la política institucionalizadora del partido, compensando el recuerdo que hiciera Becerra de Arturo Mor Roig —crítico, por supuesto— con la afirmación de que “la Hora del Pueblo fue anterior a Mor Roig”. Pero Marini produjo alguna sensación cuando definió al peronismo como un “populismo nacional de esencia totalitaria”; es que el dirigente platense, a pesar de ser íntimo amigo de Balbín, no comparte a estas horas su posición política. No estuvo de acuerdo, por ejemplo, con el despacho de convocatoria del domingo 29, prefiriendo retirarse antes que votarlo.
El poderío del balbinismo en la asamblea se puso de manifiesto una vez más: el despacho aprobando el informe de Balbín y rechazando, entre otras cláusulas, “cualquier actitud partidaria
o extrapartidaria que pretenda reimplantar las antinomias y él desencuentro entre los argentinos”, fue votado abrumadoramente.

LA FORMULA. Después de la propuesta del convencional Alberto Carpignano, Balbín obtuvo 159 votos para ser nominado candidato presidencial. Las abstenciones sumaron 44, y casi todas pertenecieron al sector alfonsinista. Sólo un convencional aclaró que se abstenía por estar personalmente en contra de la candidatura del caudillo. Pero las opiniones se dividieron cuando llegó el momento de votar el segundo término de la fórmula. En la primera vuelta, 81 votos favorecieron a Femando De la Rúa, 72 al senador chaqueño, Luis León, y hubo 35 abstenciones. Cuando los convencionales votaron nuevamente —porque De la Rúa no había alcanzado la mayoría absoluta necesaria— la retirada de los adictos al MRC definió por anticipado el resultado. De la Rúa consiguió 102 sufragios, León 55, y sólo se registraron dos abstenciones. Como se ha dicho al principio, el proceso interno del radicalismo se había cumplido sólo parcialmente en la forma prevista. De la Rúa, apoyado por sectores que se desentendieron de algunas decisiones previas, había derrotado al vicepresidente segundo del Comité Nacional en la puja por el segundo término.
¿Qué había sucedido? Sencillamente, una decisión general no había sido acatada. En una reunión que incluía dos delegados por provincia, once distritos debían apoyar a León. Por supuesto, los delegados eran todos balbinistas, y sólo los que representaban a Santa Fe, Santiago del Estero, La Rioja, Tucumán y Mendoza no se pronunciaron a favor del senador chaqueño. Según los allegados al Comité Nacional, el cónclave no agrupaba exclusivamente a convencionales del MOLINA. Hay algunos datos que permitieron sospechar lo contrario: sobre todo, las duras recriminaciones con que Ricardo Pueyrredón formuló la acusación general de que se había faltado a lo pactado en el bloque del MOLINA. El nudo del desacato estaría en la fractura de la delegación bonaerense, organizada por César García Puente, que —según algún dirigente supervinculado a Ricardo Balbín— se aseguraba de esta manera un camino más fácil para las próximas luchas internas, en las que León, acrecentada su figura por la candidatura, tenía probabilidades más que estimables de ocupar la jefatura del partido.
Por último, todo parece indicar que De la Rúa no pretendió ni un solo momento ser designado para el segundo término; por el contrario, se resistió empecinadamente a ser nominado. Pero lo cierto es que, voluntaria o no, su candidatura introduce una afilada cuña entre ¡los sectores en pugna en el partido. Mientras la candidatura de León hubiera significado un triunfo palmario del confluencismo, y la de Alfonsín o uno de sus adictos una victoria del individualismo progresista, de las posturas programáticamente más avanzadas, la de De la Rúa —cordobés por nacimiento y ex asesor del ministro del Interior de Arturo Illía, Juan Palmero— es un claro paso adelante del “principismo” radical. Desde donde estuvieran, Tilla y Benjamín Zavalía deben haber esbozado una sonrisa de satisfacción. Las provincias se dieron el lujo de imponer un hombre al cual las une su origen, y que cuenta, además, con la simpatía de los dirigentes de la Capital Federal y un triunfo rotundo frente al peronismo. Sólo pierde, como se ve, el prestigio bonaerense. Los balbinistas acusaron el golpe. Los confluencistas también. El candidato vicepresidencial ayuda la posición de la UCR frente a la probabilidad electoral de Manrique, pero parece estar dispuesto a dar una batalla muy “radical” en las próximas elecciones.
Frente a la izquierda, algunos radicales consideraban, con cierta ingenuidad o por simple argumento, que la figura de León podía captar más votos. Pero lo cierto es que la candidatura de Balbín, rechazada de plano por los sectores juveniles de esta tendencia, coarta casi por absoluto todo intento de promoción en este sector ideológico. Quizá sólo el propio Alfonsín podría haber ensayado una apertura semejante. Pero, a su vez, habría espantado algunos sectores moderados que De la Rúa puede volcar a su favor. En síntesis, la crisis política en que se debatió el radicalismo hasta arribar a la fórmula propia encontró una solución ortodoxa. Corresponderá a las urnas decidir si fue un acierto.
Fernando Lascano
PANORAMA, AGOSTO 16, 1973
 
 

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba