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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

La Resurrección de Dalí
A los 77 años, en Figueras, su pueblo natal, acaba de fundar su propio museo: una lección de vida.

Revista Somos
octubre 1981
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

A pesar de ser hombre experto en sortear imprevistos, el rey Juan Carlos no pudo dejar de sorprenderse cuando en La Moncloa, en plena reunión de gabinete, un ujier le entregó un telegrama urgente de Salvador Dalí. El texto, escrito en papel celeste y de una extensión que recordaba más a una carta que a un telegrama, le pedía que pusiera bajo su protección personal al futuro Museo Dalí, en Figueras, que según el propio pintor sería el centro daliniano más formidable del mundo. Como muestra de su buena voluntad,el maestro surrealista le comunicaba al rey que después de dos años de inactividad había comenzado un nuevo cuadro titulado 'La monarquía apoyada por las ciencias exactas y las humanidades'. Lo cierto es que antes de que Juan Carlos reaccionara y le comunicara su apoyo incondicional, el gobierno de Cataluña tomó la delantera y le entregó al maestro, en mano, un cheque de 600.000 dólares para que comprara y refaccionara el conjunto de casas medievales que formarán el Museo.

 

 

 

Este proyecto (que muchos ya juzgaron como faraónico) es la continuación de un pequeño museo-teatro que Dalí abrió en su pueblo natal hace años. A esta especie de muestra permanente de algunos de sus delirios los directores de museos y galerías tradicionales no dudaron en calificarla de aquelarre, los norteamericanos la rebautizaron Dalilandia y el resto del mundo lugar de turismo. La mejor prueba de que esta última clasificación es la correcta son los 3 mil turistas diarios que visitan durante el verano español esta casona en la que Dalí expone una torta gigante de cemento y televisores, un cuarto hecho exclusivamente con la cara de Mae West, su propia cama ("obra maestra del erotismo moderno") y el célebre 'Taxi llovido' que, éste sí, es parte insoslayable de la historia del surrealismo.
El nuevo museo, que será diseñado por el maestro hasta en sus más mínimos detalles, tendrá algunas características muy especiales. Para empezar, a diferencia del Louvre o del British Museum (comparación que a Dalí le encanta) no cobrará entrada. Eso sí, en cada rincón habrá una alcancía con un cartel que recuerda al visitante su obligación de depositar un óbolo para el pobre Dalí. La obra más descollante, por el momento, será una torre del siglo XIII llena de agua. Este endemoniado trabajo de ingeniería será un homenaje a Narciso Monturiol. Un natural de Figueras que según Dalí es el único que merece figurar junto a él. ¿El motivo? De acuerdo con las declaraciones del maestro "porque se trata, ni más ni menos, que del inventor del submarino". Uno de los aspectos más desconcertantes será la biblioteca. Dalí siempre le tuvo ojeriza a la de Washington porque "con su millón de libros es insuperable aun para el divino Dalí". Sin embargo, esta vez prometió que la superaría. ¿Cómo? Imposible saberlo. Porque la biblioteca del museo estará dedicada únicamente a dos autores: el surrealista francés Raymond Rousell, autor de la novela Impresiones de África, y el filósofo catalán Francesco Pujol, que publicó sus obras a principios de siglo y que según Dalí "son los dos escritores que más me han influido".
Como todo museo que se precie, éste tendrá sus visitas guiadas realizadas por un grupo de expertos en la obra de Dalí. Lo cual, en este caso, no es garantía de nada. El maestro ordenó a cada uno de los guías que dieran a los visitantes datos falsos sobre sus obras. De esa manera (según su razonamiento) saldrán sabiendo la única verdad: que la realidad es engañosa. Axioma que será reforzado por un monumental catálogo irracional. Varios volúmenes encuadernados en cuero de Rusia, a todo color e impresos en papel ilustración. Contendrán, por supuesto, todas las obras expuestas en el museo. Pero hay un detalle. Algunas tendrán otros nombres, fechas distintas, y hasta es posible que haya cuadros de otros autores. Confusión que no
impide al museo otorgar, anualmente, el Premio Dalí. Una recompensa que nadie sabe hasta ahora en qué consiste pero que se dará al crítico de cualquier edad y nacionalidad "que explique mi obra. Porque yo no tengo la menor idea de lo que pinto". La última sorpresa será un misterioso proyecto que Dalí bautizó como cine-táctil. Una sala especialmente equipada en la cual "los ojos verán una cosa y los dedos sentirán otra".
¿Una monstruosa boutade? ¿El testamento estético de un genio del siglo XX? ¿El canto del cisne del arte moderno? Todo puede ser. Depende desde qué punto de vista se juzgue este proyecto que, desde ya, está destinado a ser un muestrario de verdades y mentiras, fealdad y belleza, genio y locura.
Pero más allá del asombro y la polémica lo cierto es que en este Museo Dalí estarán las 200 obras que nunca vendió por considerarlas sin precio. Y que Salvador Dalí, a pesar de sus 77 años, el mal de Parkinson y tanta vida duramente vivida, vuelve al ruedo cuando todo indicaba que su destino inmediato era el de convertirse en un cadáver glorioso.
En su casona de Figueras, junto a Gala, compañera de tanta dicha y tanta desdicha, el maestro acaba de iniciar una nueva obra. Un fresco de dimensiones gigantescas inspirado en dos leyendas de la mitología griega: el vellocino de oro y el hilo de Ariadna. Lo está pintando con esmalte dorado (una técnica medieval) y láminas de oro. Puede hacerlo, porque para este tiempo él mismo es una leyenda viviente: la del Ave Fénix. 
Luis Pazos 
Informe: Ana Barón

 

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