Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

China
ganar la revolución para no perder la guerra

(continuación) 

Panorama
abril 1971

 

 

¿OTRA REVOLUCIÓN? - Se admite generalmente que la revolución cultural iniciada en 1966 desbarató importantes sectores de la producción en China. Millares de fábricas y centros de trabajo paralizaron sus tareas para enzarzarse en inagotables discusiones donde el pensamiento de Mao era exaltado frente al revisionismo del "Kruschev chino", como se llamó al presidente Liu Shao Chi. Millones de guardias rojos que recorrían todo el país dislocaron el transporte ferroviario. La propia Pekín se convirtió en inmenso campamento donde la población debió alojar y alimentar a los visitantes. En este proceso capas enteras de la administración fueron desalojadas y sustituidas por comités revolucionarios. La Revolución Cultural llegó al propio partido Comunista, desintegrando su secretariado y poniendo en la nomina de los reformistas a su secretario general, Teng Hsiao-ping. La mayoría de las organizaciones partidarias a nivel provincial y municipal dejaron de existir. La purga alcanzó al ejército, en la persona de los generales Yang Cheng-wu, jefe de estado mayor; Yu Li-chin, comisario político de la fuerza aérea, y Fu Chung-pi, comandante de la guarnición de Pekín. Buscando una explicación a este cataclismo, algunos observadores occidentales creyeron encontrarla en una puja por la sucesión de Mao Tse-tung, pero hoy parece evidente que Lin Piao, comandante del ejército y uno de sus fundadores, no necesitaba de los guardias rojos para asegurarse una sucesión que pocos estaban en condiciones de discutirle. Más verosímil es suponer, como lo hizo el propio Edgar Snow, que en 1966 los dirigentes chinos consideraban casi inevitable una guerra con los Estados Unidos en el continente asiático, y que sus posibilidades de triunfo consistían en el surgimiento de una nueva generación guerrillera, comparable a la de la década del 30. En las palabras de Lin Piao: "Nuestros métodos no son secretos. Una guerra se decide por las fuerzas de tierra, en lucha cuerpo a cuerpo con el enemigo. Lo más importante es la movilización del pueblo, convertir a cada ciudadano en soldado para librar la guerra popular."
De los nuevos datos disponibles surge otra comprobación. Al comenzar la Revolución Cultural la economía china mostraba ya signos de estancamiento después de los grandes progresos iniciales, No se habían superado los índices de 1959 en la producción de acero (13 millones de toneladas) ni en la cosecha de .granos (270 millones de toneladas).
La "siderurgia casera" había fracasado y numerosos planes industriales resultaron prematuros. De un índice 100 en la producción industrial de 1957 se había trepado a 180 en 1960, para caer a 114 en 1963. Estos fracasos exigían responsables, y las organizaciones de masas se dedicaron exasperadamente a buscarlos. Por supuesto los encontraron en una burocracia apoltronada, adicta a "las cuatro viejas": la vieja filosofía, la vieja cultura, las viejas costumbres, las viejas tradiciones. Por otra parte China atravesaba una coyuntura similar a la de la Unión Soviética en 1928: se trataba de tomar decisiones para las próximas décadas. Stalin obró en función de una guerra inevitable con Alemania, industrializó el país a expensas de una colectivización agraria forzada y a menudo sangrienta, privilegió la industria pesada sobre la de consumo, aplastó sin miramientos cualquier asomo de oposición. China se vio ante las mismas opciones, y dio las mismas respuestas. La facción de Liu Shao-chi fue acusada de querer postergar las necesidades de la defensa en beneficio de las satisfacciones inmediatas, de preferir la protección militar soviética en vez de desarrollar una potencia nuclear y espacial propia, y de identificarse con las tendencias "burguesas" de la nueva dirección soviética. Aunque los métodos usados fueron muy distintos -presión social en vez de represión policial-, los resultados fueron equivalentes: la facción antimaoista fue aplastada y China pudo emerger como potencia atómica y espacial, aun saltando importantes etapas de la industria pesada y de armamentos, incluso la fabricación de aviones. Después de dos años y medio de incesante batahola, el noveno Congreso del partido declaró en abril de 1969 que el pensamiento de Mao Tse-tung era la suprema guía para conducir a China, y que Lin Piao era su sucesor. Como tal, el sobrio estratego se permitió dar una explicación de los aspectos económicos de la Revolución Cultural:

• La política seguía estando por encima de la economía. Esto no significaba "reemplazar la producción por la revolución", sino "hacer que la revolución mande".

• La economía estaba subordinada al principio estratégico de "prepararse para enfrentar la guerra", pero la construcción del socialismo obedecía a "la norma de cantidad, rapidez, calidad y economía". Esto requería una "simplificación de la estructura administrativa, transformación de los reglamentos y sistemas irracionales y envío de empleados de oficina a trabajar en los niveles básicos".

• La ejecución de esta política en cada lugar de trabajo quedaba confiada a los comités revolucionarios integrados por miembros del ejército, cuadros del partido depurado y miembros de las organizaciones de masas (guardias rojos y trabajadores).

• La estrategia general del desarrollo económico consistía en "tomar la agricultura como base y la industria como factor dirigente".

Estas definiciones, probablemente, terminaban con la Revolución Cultural al mismo tiempo que la institucionalizaban. En su lugar asomaba una revolución económica y tecnológica, destinada a llenar las enormes brechas que la necesidad de supervivencia había dejado bajo el manto protector de los satélites y las ojivas termonucleares.

PERSPECTIVA. - Los datos que se conocen sobre la nueva política económica china son, como de costumbre, escasos. Se afirma, sin embargo, que la producción industrial de 1970 aumentó en un tercio sobre la de 1969. Aparentemente se han realizado importantes inversiones en renglones dinámicos, como la electrónica, la automación, la bioquímica. Se afirma que obreros de Shanghai desarrollaron en equipo una estampadora textil operada electrónicamente; que una fábrica de Changchun produce una máquina probadora de material macromolecular; que el laboratorio de Baoding descubrió una nueva hormona vegetal que eleva en un 30% el rendimiento del algodón y en un 10 % el del arroz, y que estudiantes de la universidad de Shantung han automatizado totalmente un fábrica de plásticos. Para impedir nuevas sorpresas en campos que hasta ahora estaban reservados a las naciones prósperas, quizá convenga recordar que China era un país de inventores cuando Europa estaba sumida en la Edad Media.

Los dientes del dragón

"China y Laos comparten las mismas montañas y los mismos ríos; están tan juntos como los labios y los dientes." Nadie vio en esta frase aparecida en el Diario del Pueblo, de Pekín, una descripción geográfica o una metáfora. A medida que la guerra empujada por el régimen de Saigón se acercaba a sus fronteras, los dirigentes chinos empezaron a usar el lenguaje previo al cruce del río Yalu, que en 1954 equilibró la guerra de Corea. Entre los que escucharon la advertencia está el más probable candidato presidencial demócrata en las elecciones de 1972, senador George McGrovern. "Durante 20 años, dijo, la bruma y los mitos han confundido nuestras actitudes hacia China." Esos mitos, agregó, pueden resultar "las falsedades más peligrosas y más costosas" en toda la historia norteamericana.

china714.JPG (20337 bytes)

china715.JPG (18763 bytes)

china716.JPG (27782 bytes)

Como haciendo eco a sus palabras, China lanzó el 3 de marzo su segundo satélite artificial. Pesaba 221 kilogramos, 48 más que el primero, que en abril del año pasado perturbó el sueño occidental con la repetición de un intencionado estribillo: "El Oriente es rojo./ Ha nacido el sol./ En Oriente aparece Mao Tse-tung." La proeza se anticipaba en 5 años a lo previsto por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos y la URSS: la misma sorpresa que en 1964 provocó el estallido de la primera bomba A y en 1967 el de la primera bomba H.
Los 2 satélites chinos han vuelto a dividir a los observadores entre los que ven el vaso medio lleno y los que lo ven medio vacío. Estos optimistas insisten ahora en que China sigue "20 años atrasada" con respecto a los Estados Unidos y la URSS, y que no posee los PBI (proyectiles intercontinentales) capaces de transportar sus cargas nucleares. Admiten, sin embargo, la existencia de PBM de mediano alcance -capaces de pulverizar Tokio o Moscú-. La realidad, probablemente, es aún más inquietante para los estrategos occidentales. En los últimos meses los satélites espías empezaron a detectar en territorio chino una serie de "agujeros", que en la interpretación subsiguiente resultaron ser silos subterráneos para el almacenamiento de cohetes nucleares, y 3 semanas atrás el secretario de Defensa norteamericano concedió la posibilidad de que a fines del año pasado los chinos hayan probado un proyectil intercontinental con carga simulada. Para mantener el secreto, el alcance del cohete se habría reducido a 3 mil 200 kilómetros, manteniendo su trayectoria dentro de territorio chino. Pero en realidad esta especulación es superflua, ya que la mayoría de los expertos admiten hace tiempo que la capacidad de colocar una carga en órbita equivale a la capacidad para proyectarla a cualquier objetivo terrestre. En otras palabras, ha dicho George Miller, presidente de la comisión parlamentaria para la navegación espacial, "los generales de Pekín están en condiciones de colocar una bomba nuclear en cualquier punto del planeta." Esto incluye obviamente a Washington, donde Miller formuló sus declaraciones.
Después de Hiroshima, sin embargo, los arsenales nucleares se mantienen no tanto para usarlos, como para impedir que otros los usen. La potencia nuclear china no escapará presumiblemente a esa regla, pero en esa perspectiva se diluyen los "20 años de atraso", ya que la destrucción de "sólo" media docena de ciudades norteamericanas pesa tanto en la balanza como el aniquilamiento de toda China. En ese equilibrio el ejército capaz de librar una guerra convencional recupera su papel, y China está en condiciones de poner 100 millones de hombres sobre las armas.
Por las dudas, los militares norteamericanos han resuelto seguir adelante con un criticado plan de defensa antibalística, que prevé una docena de emplazamientos desde los cuales se podría, quizá, interceptar los proyectiles chinos. A este proyecto se opone precisamente el aspirante presidencial McGovern: "No necesitamos un sistema antibalístico antichino, y su erección perjudicará inconmensurablemente las perspectivas de estabilidad nuclear." Para él y para otros voceros de la opinión norteamericana las soluciones de la cuestión china son políticas, antes que militares: incluyen el reconocimiento diplomático, la admisión en la UN, el comercio recíproco y el abandono de las fantasías sobre China que -sostiene- han causado a los Estados Unidos un daño mucho mayor del que puede causar la China verdadera.

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar