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Pocas horas antes de tomar el Boeing de
Avianca que lo condujo el jueves 22 a Colombia, en la primera visita de un Papa investido
a Latinoamérica, Pablo VI se refirió al problema crucial que divide a los católicos del
Continente y que, necesariamente, deberá encarar la Conferencia del Episcopado (CELAM):
el tema de la violencia, como método legítimo o no, para alcanzar cambios sociales.
"La solución -dijo- no es la reacción revolucionaria ni el recurso a la
violencia", sino "el amor .de Cristo en la Eucaristía, el amor que enseña, el
amor que se da, el amor que es multiplicado y sacrificado".
El viernes insistió en estos conceptos en su alocución a los campesinos. Les
pidió que no pusieran su confianza en la violencia ni en la revolución: "Tal
actitud es contraria al espíritu cristiano y puede también retardar, en lugar de
favorecer, la elevación social a la cual aspiráis legítimamente".
Pablo VI comprende "en lo que tienen de generosidad y espíritu positivo"
las impaciencias que motivan a una parte del clero latinoamericano. Advierte también la
fuerza que llega a adquirir la tentación de la violencia. Pero insiste en que "ya ha
pasado el tiempo de emplear la espada".
Presión moral
"Personalmente prefiero mil veces ser matado
que matar", proclamó hace cuatro meses en París monseñor Helder Cámara, el
electrizante obispo de Olinda y Recife que desde hace tiempo ostenta el liderazgo de la
Iglesia posconciliar en Brasil y aún en América latina. El esmirriado Dom Helder
realizó allí su opción personal en favor de la no violencia: "Es evidente que
existe en Latinoamérica una violencia establecida y usual. Se afirma la existencia de
grupos que han optado por la violencia. No puedo profetizar, pero me parece que la no
violencia, dentro de su dinámica actual, es formativa y consciente. Ella ayudará a
movilizar una parte de la población y además contribuirá en forma decisiva para algunos
cambios indispensables. Suplico a mis amigos que ya han optado por la violencia o han
soñado con hacerlo, que no confundan de ninguna forma la no violencia con la pasividad,
el comodismo y la falta de valor".
A pedido del Vaticano, Helder Cámara está organizando un movimiento de presión
moral, no violento, en la línea del que encabezara en los Estados Unidos el líder negro
Luther King, antes de su asesinato. Considera Cámara que esta acción pacifista
provocará una reacción de los privilegiados. Entonces quedará en claro que la no
violencia no es ni tan cómoda ni tan ingenua como algunos creyeron. "La no violencia
es creer más en la fuerza de la verdad, de la justicia, del amor, que en la fuerza de las
guerras, las muertes y el odio". O sea la misma posición que Pablo VI sostiene en su
visita a Colombia.
Razones
La decisión de Dom Helder de organizar y encabezar
un movimiento de opinión y de presión moral y social, para forzar la "revolución
estructural" en América latina, desilusionó a los "cristianos violentos"
que, sin embargo, siguen reconociendo en él la más valiente voz profética del
Episcopado continental, ya que Cámara no ha temido denunciar las injusticias del
"régimen establecido".
La menor acusación que recibió el obispo de Olinda y Recife fue la de ingenuo.
Entonces contesto: "Mi opción se funda en el Evangelio, pero coincide además con
las sólidas razones de un sano realismo". Entre estas razones se incluye, sin duda,
la eficacia que Dom Helder asigna al papel revolucionario que puede jugar la propia
Iglesia, en un continente históricamente católico: "Al estar en mi diócesis y
comprobar las graves injusticias que se cometen -dice-, sabiendo que los obispos somos
casi los únicos que podemos hablar, no he dudado en sacar partido de esto que puede
parecer clericalismo".
Tampoco es ajena a la no violencia del prelado brasileño la convicción de que el
éxito de la lucha armada, en las actuales condiciones, resulta imposible:
"Inmediatamente llegarían 'los Grandes' y tendríamos otro Vietnam".
Finalmente, Dom Helder cree que la fórmula "no violencia" permite promover la
"revolución cultural", a su juicio necesariamente previa a la reforma de las
estructuras. Lo que propone -en definitiva- es una vía original para la revolución
latinoamericana, un tercer camino entre el liberalismo condenado por las Encíclicas como
"nefasto sistema"- y el socialismo.
Violencia establecida
"América latina es un continente de
violencia". La tajante afirmación está contenida en un documento que 800 sacerdotes
de distintos países del Continente hicieron llegar a los obispos del CELAM. Con la
aclaración de que debe evitarse, por todos los medios, "equiparar o confundir la
violencia injusta de los opresores con la violencia justa de los oprimidos, que se ven
obligados a recurrir a ella para lograr su liberación".
Apoyándose parcialmente en el documento de base que habrá de considerar el CELAM,
los sacerdotes caracterizan así el estado de violencia latinoamericano:
Existen regiones enteras donde el promedio de
calorías por habitante oscila entre 1500 y 2000 por día, cuando lo normal para el
desarrollo de una vida humana es entre 2000 y 3000. Regiones enteras donde más del 70 %
de los niños presentan evidentes signos de desnutrición, con las consecuencias
imaginables de orden físico, psíquico e intelectual.
El grado de desarrollo económico puede
medirse por el nivel medio de ingresos: apenas 300 dólares por habitante. Sin contar los
desniveles entre las naciones y los grupos sociales. Los ingresos de un europeo son tres
veces mayores y los de un norteamericano siete veces. El ritmo de crecimiento es tan lento
que, para alcanzar el actual estadio europeo, suponiendo que éste se congelara, se
necesitarían 45 años.
Se vive una democracia más formal que real,
a la que falta una auténtica libertad de organización. Los sistemas políticos se
caracterizan por diversas formas de oligarquía. En ciertos países las Fuerzas Armadas
constituyen un poderoso grupo de presión, decisivo en política.
La Iglesia ha quedado marcada por este
problema político. Allí donde existe la religión oficial, sus jefes religiosos son
identificados con el poder político. En otras partes se los ve ligados a las clases
dominantes, a los poderosos. La propia Iglesia constituye un grupo de poder.
Lamentablemente, a veces ha callado ante los abusos del poder civil y militar.
Libertad de conciencia
Esta caracterización de la violencia establecida
lleva a los 800 sacerdotes a solicitar que se exhorte a los cristianos para que opten por
todo aquello que contribuya a una liberación real del hombre latinoamericano y a la
instauración de sociedades más justas y fraternas. Para ello -sigue el documento- debe
asegurárseles "un amplio margen de libertad en la elección de los medios que crean
más aptos para obtener esa liberación y construir esa sociedad".
Lo que piden -esencialmente- es que el cristiano, cuando en el fondo de su
conciencia haya llegado a la conclusión de que es imposible modificar la sociedad en que
vive (en el sentido preconizado por la Iglesia) por medios pacíficos, apele a una
violencia que no sea sino "una justa defensa" contra la violencia establecida. A
esta última la califican así: "Se trata - dicen- de la violencia que una minoría
de privilegiados, desde la época de la Colonia, practica contra la mayoría inmensa de un
pueblo explotado. La violencia de la opresión, de la persecución y de la ignorancia. La
violencia de la prostitución organizada, de la esclavitud legal pero efectiva, de la
discriminación social, intelectual, económica y política".
Guerrilla
"Todo revolucionario sincero tiene que
reconocer la vía armada como la única que queda. El pueblo espera que los jefes, con su
ejemplo y con su presencia, den la voz de combate... Yo me he incorporado a la lucha
armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la lucha con las armas en la mano,
hasta conquistar el poder para el pueblo". El eco de este manifiesto todavía resuena
en Colombia. Es del cura Camilo Torres, símbolo y precursor de los cristianos violentos
de América latina. Desilusionado de las posibilidades de la revolución pacífica, que
había venido intentando, cambió la sotana por el fusil y se unió a la guerrilla. El 15
de febrero de 1966, una partida del ejército tronchó su liderazgo político y lo
trasformó en un mártir de la revolución latinoamericana. Su leyenda inspira hoy la
actividad del sector más radicalizado, entre los cristianos violentos.
Camilo Torres había llegado a la conclusión de que, para romper la estructura del
subdesarrollo, es necesario incorporar capitales y tecnología masivamente. Para ello,
deben recibirse aportes financieros de todos los países del mundo, especialmente de los
que mantienen entre sí mayor competencia política y económica. Esta política requiere
una decisión previa, a nivel de gobierno. Y aquí se plantea la cuestión del poder. El
poder formal siempre está constituido por una minoría -razonaba Torres- aunque haya sido
elegido en una forma exterior que parezca democrática. Es que "la esencia del poder
no está en la forma de llegar a él, sino en quién constituye el poder real", es
decir, en los grupos minoritarios con capacidad para producir decisiones. "Mientras
no existan grupos de presión mayoritarios no habrá solución eficaz al
subdesarrollo".
Esta concepción del problema del retraso de nuestros pueblos como problema
político, es la que finalmente llevó a Torres a la guerrilla. Antes había planteado
posiciones no tan dogmáticas: "La revolución puede ser pacifica si las minorías no
hacen resistencia violenta". En el momento decisivo, sin embargo, eligió la vía
insurreccional y su muerte tipifica los problemas de conciencia a que se ve sometido un
cristiano, ante la disyuntiva de matar o morir. |
En efecto, según lo
plantea el jesuita uruguayo Juan Luis Segundo, un cristiano carece de aptitudes
psicológicas -y éticas- para matar a sangre fría, en emboscada, como lo preconiza
inevitablemente la guerrilla. Esa "inferioridad cristiana" de Camilo Torres
pudo, en esta interpretación, detener sus dedos en el gatillo el tiempo estrictamente
necesario para morir, antes de poder matar. Si así fuera, Torres, en los últimos
instantes de su vida, habría dado la razón a Helder Cámara, cuando dice:
"Personalmente prefiero mil veces ser muerto, a matar".
Ejemplo de Cristo
Jesús amó a su pueblo tan eficazmente que las
autoridades constituidas lo condujeron a la muerte para conservar sus privilegios. Fue
muerto por ser revolucionario, y esto sin ser violento. Realizó la revolución más
grande de la historia sin derramar más sangre que la suya propia. A diferencia de los
"zelotes" -revolucionarios violentos que luchaban por la liberación de Israel
del imperialismo romano- Jesús encontró el camino para llegar al corazón del hombre en
la mansedumbre del Profeta, y no en el poder del Rey, aunque fuera un rey de justicia para
los pobres.
Sin embargo, en circunstancias especiales, no desdeñó la violencia. Por ejemplo,
sacó a latigazos a los mercaderes del templo. De esto se desprende -para algunos
cristianos- que el Evangelio no conduce a adoptar principios rígidos, sino a buscar, en
cada situación histórica concreta, los medios más apropiados para ayudar al prójimo.
No habría una receta de no violencia aplicable a todas las situaciones. Pero para la
ética cristiana la violencia serla "el último cartucho", que sólo se
justifica, según la Encíclica Populorum Progressio, "en caso de tiranía evidente y
prolongada, que atentase gravemente contra los derechos fundamentales de la persona y
damnificase peligrosamente el bien común del país".
Limites
Descartar el camino de la insurrección, como lo
hace la doctrina oficial de la Iglesia, no significa, desde luego, la renuncia a denunciar
el orden establecido. En la inauguración del 39º Congreso Eucarístico de Bogotá, el
lunes 19, el legado papal, cardenal Lercaro, pronunció en el curso de la misa una
homilía suficientemente clara. En síntesis, dijo:
-Bajo las apariencias del orden establecido se ocultan fenómenos de injusticia y
hasta de odio. Por otra parte, asistimos al despertar de un mundo nuevo. El progreso de
los medios de comunicación lleva a la unificación de la familia humana, pero al mismo
tiempo, por un misterioso contraste, se despiertan egoísmos sociales que llegan hasta el
genocidio.
Lercaro exhortó a tener el mayor respeto por la justicia, a velar porque el pan,
el vestido, la vivienda, el trabajo, la seguridad del mañana, la salud, la cultura, la
libertad y la participación en la vida comunitaria sean distribuidos de manera
equitativa. "La tentación de desdeñar al prójimo -dijo- es la tentación de Caín,
pues somos los guardianes de nuestros hermanos. Debemos tener la obsesión de la
justicia".
Sabiduría
Indudablemente, la posición morigeradora de Pablo
VI tiende a preservar la unidad de la Iglesia latinoamericana, para que pueda cumplir, sin
fisuras, su tarea como motor del cambio, ya que, haciendo "pendant" con las
tendencias "violentas", existe también un cierto conservadorismo, un cierto
quietismo en buena parte de la jerarquía tradicional acostumbrada a considerar que el
terreno espiritual y de la misión es el único en el que legítimamente puede moverse el
sacerdocio. Este sector se ha visto impactado por el propósito de "fundar desde acá
abajo el Reino de los Cielos". También por algunas novedosas ideas de las
Encíclicas, según las cuales no se condena ya solamente el egoísmo de los ricos como
causa moral de la injusticia social, sino que se indaga en las causas socioeconómicas de
la miseria y se propone una acción audaz e innovadora para combatirla.
En el pasado, la Iglesia alentó acciones guerreras. El papa Urbano II predicó en
el siglo XI las Cruzadas que tuvieron como objetivo recuperar, en Jerusalem, el Santo
Sepulcro, en manos de musulmanes. La Inquisición fue una manera violenta de averiguar y
reprimir delitos contra la fe; los tribunales eclesiásticos obraron de acuerdo a la
autoridad civil y sus pronunciamientos se tradujeron incluso en ejecuciones; la última
sentencia de muerte inquisitorial se realizó en 1781. En el siglo XVI, Julio II, llamado
"el Papa guerrero", tomó las armas para recuperar los Estados de la Iglesia y
librar a Italia del yugo extranjero; peleó con éxito contra los franceses y sus aliados
venecianos y ferrarenses. Algunas décadas más tarde, las guerras de religión entre
católicos y protestantes encendieron a Europa; en París, una sola noche, del 23 al 24 de
agosto de 1572, el almirante Coligny y 2000 hugonotes fueron muertos por los católicos.
Pero esta actividad airada, que incluso llegó a justificarse con una
"teología de la guerra", está en contradicción con los principios que
defiende la iglesia posconciliar: amor, paz, coexistencia, desarrollo económico y
denuncia de la injusticia social. En una línea absolutamente coherente de prédica, Pablo
VI desalienta tanto las corrientes tradicionalistas, fuertemente conservadoras, como las
esencialmente violentas. Con respecto a estas últimas, admite lo que su impaciencia tiene
"de generosidad y espíritu positivo", pero exhorta a deponer el método
revolucionario, en beneficio de un amor activo. |