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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

EL PAPA EN BOGOTA
Cristianismo ante la violencia

"Esta reunión del Episcopado, esta visita de Pablo VI, serán nuestro Concilio Vaticano II", La frase circuló esperanzada en Bogotá, orilló las celebraciones del 39º Congreso Eucarístico y se instaló -insistente- en Medellín, donde, a partir de hoy, algo más de 300 prelados discuten hasta qué punto, con qué énfasis, por qué vías, la iglesia participará en la búsqueda de (y la pelea por) cambios estructurales en América latina.

revista Panorama
septiembre de 1968

 

 

Pocas horas antes de tomar el Boeing de Avianca que lo condujo el jueves 22 a Colombia, en la primera visita de un Papa investido a Latinoamérica, Pablo VI se refirió al problema crucial que divide a los católicos del Continente y que, necesariamente, deberá encarar la Conferencia del Episcopado (CELAM): el tema de la violencia, como método legítimo o no, para alcanzar cambios sociales. "La solución -dijo- no es la reacción revolucionaria ni el recurso a la violencia", sino "el amor .de Cristo en la Eucaristía, el amor que enseña, el amor que se da, el amor que es multiplicado y sacrificado".
El viernes insistió en estos conceptos en su alocución a los campesinos. Les pidió que no pusieran su confianza en la violencia ni en la revolución: "Tal actitud es contraria al espíritu cristiano y puede también retardar, en lugar de favorecer, la elevación social a la cual aspiráis legítimamente".
Pablo VI comprende "en lo que tienen de generosidad y espíritu positivo" las impaciencias que motivan a una parte del clero latinoamericano. Advierte también la fuerza que llega a adquirir la tentación de la violencia. Pero insiste en que "ya ha pasado el tiempo de emplear la espada".

Presión moral

"Personalmente prefiero mil veces ser matado que matar", proclamó hace cuatro meses en París monseñor Helder Cámara, el electrizante obispo de Olinda y Recife que desde hace tiempo ostenta el liderazgo de la Iglesia posconciliar en Brasil y aún en América latina. El esmirriado Dom Helder realizó allí su opción personal en favor de la no violencia: "Es evidente que existe en Latinoamérica una violencia establecida y usual. Se afirma la existencia de grupos que han optado por la violencia. No puedo profetizar, pero me parece que la no violencia, dentro de su dinámica actual, es formativa y consciente. Ella ayudará a movilizar una parte de la población y además contribuirá en forma decisiva para algunos cambios indispensables. Suplico a mis amigos que ya han optado por la violencia o han soñado con hacerlo, que no confundan de ninguna forma la no violencia con la pasividad, el comodismo y la falta de valor".
A pedido del Vaticano, Helder Cámara está organizando un movimiento de presión moral, no violento, en la línea del que encabezara en los Estados Unidos el líder negro Luther King, antes de su asesinato. Considera Cámara que esta acción pacifista provocará una reacción de los privilegiados. Entonces quedará en claro que la no violencia no es ni tan cómoda ni tan ingenua como algunos creyeron. "La no violencia es creer más en la fuerza de la verdad, de la justicia, del amor, que en la fuerza de las guerras, las muertes y el odio". O sea la misma posición que Pablo VI sostiene en su visita a Colombia.

Razones

La decisión de Dom Helder de organizar y encabezar un movimiento de opinión y de presión moral y social, para forzar la "revolución estructural" en América latina, desilusionó a los "cristianos violentos" que, sin embargo, siguen reconociendo en él la más valiente voz profética del Episcopado continental, ya que Cámara no ha temido denunciar las injusticias del "régimen establecido".
La menor acusación que recibió el obispo de Olinda y Recife fue la de ingenuo. Entonces contesto: "Mi opción se funda en el Evangelio, pero coincide además con las sólidas razones de un sano realismo". Entre estas razones se incluye, sin duda, la eficacia que Dom Helder asigna al papel revolucionario que puede jugar la propia Iglesia, en un continente históricamente católico: "Al estar en mi diócesis y comprobar las graves injusticias que se cometen -dice-, sabiendo que los obispos somos casi los únicos que podemos hablar, no he dudado en sacar partido de esto que puede parecer clericalismo".
Tampoco es ajena a la no violencia del prelado brasileño la convicción de que el éxito de la lucha armada, en las actuales condiciones, resulta imposible: "Inmediatamente llegarían 'los Grandes' y tendríamos otro Vietnam". Finalmente, Dom Helder cree que la fórmula "no violencia" permite promover la "revolución cultural", a su juicio necesariamente previa a la reforma de las estructuras. Lo que propone -en definitiva- es una vía original para la revolución latinoamericana, un tercer camino entre el liberalismo condenado por las Encíclicas como "nefasto sistema"- y el socialismo.

Violencia establecida

"América latina es un continente de violencia". La tajante afirmación está contenida en un documento que 800 sacerdotes de distintos países del Continente hicieron llegar a los obispos del CELAM. Con la aclaración de que debe evitarse, por todos los medios, "equiparar o confundir la violencia injusta de los opresores con la violencia justa de los oprimidos, que se ven obligados a recurrir a ella para lograr su liberación".
Apoyándose parcialmente en el documento de base que habrá de considerar el CELAM, los sacerdotes caracterizan así el estado de violencia latinoamericano:

• Existen regiones enteras donde el promedio de calorías por habitante oscila entre 1500 y 2000 por día, cuando lo normal para el desarrollo de una vida humana es entre 2000 y 3000. Regiones enteras donde más del 70 % de los niños presentan evidentes signos de desnutrición, con las consecuencias imaginables de orden físico, psíquico e intelectual.

• El grado de desarrollo económico puede medirse por el nivel medio de ingresos: apenas 300 dólares por habitante. Sin contar los desniveles entre las naciones y los grupos sociales. Los ingresos de un europeo son tres veces mayores y los de un norteamericano siete veces. El ritmo de crecimiento es tan lento que, para alcanzar el actual estadio europeo, suponiendo que éste se congelara, se necesitarían 45 años.

• Se vive una democracia más formal que real, a la que falta una auténtica libertad de organización. Los sistemas políticos se caracterizan por diversas formas de oligarquía. En ciertos países las Fuerzas Armadas constituyen un poderoso grupo de presión, decisivo en política.

• La Iglesia ha quedado marcada por este problema político. Allí donde existe la religión oficial, sus jefes religiosos son identificados con el poder político. En otras partes se los ve ligados a las clases dominantes, a los poderosos. La propia Iglesia constituye un grupo de poder. Lamentablemente, a veces ha callado ante los abusos del poder civil y militar.

Libertad de conciencia

Esta caracterización de la violencia establecida lleva a los 800 sacerdotes a solicitar que se exhorte a los cristianos para que opten por todo aquello que contribuya a una liberación real del hombre latinoamericano y a la instauración de sociedades más justas y fraternas. Para ello -sigue el documento- debe asegurárseles "un amplio margen de libertad en la elección de los medios que crean más aptos para obtener esa liberación y construir esa sociedad".
Lo que piden -esencialmente- es que el cristiano, cuando en el fondo de su conciencia haya llegado a la conclusión de que es imposible modificar la sociedad en que vive (en el sentido preconizado por la Iglesia) por medios pacíficos, apele a una violencia que no sea sino "una justa defensa" contra la violencia establecida. A esta última la califican así: "Se trata - dicen- de la violencia que una minoría de privilegiados, desde la época de la Colonia, practica contra la mayoría inmensa de un pueblo explotado. La violencia de la opresión, de la persecución y de la ignorancia. La violencia de la prostitución organizada, de la esclavitud legal pero efectiva, de la discriminación social, intelectual, económica y política".

Guerrilla

"Todo revolucionario sincero tiene que reconocer la vía armada como la única que queda. El pueblo espera que los jefes, con su ejemplo y con su presencia, den la voz de combate... Yo me he incorporado a la lucha armada. Desde las montañas colombianas pienso seguir la lucha con las armas en la mano, hasta conquistar el poder para el pueblo". El eco de este manifiesto todavía resuena en Colombia. Es del cura Camilo Torres, símbolo y precursor de los cristianos violentos de América latina. Desilusionado de las posibilidades de la revolución pacífica, que había venido intentando, cambió la sotana por el fusil y se unió a la guerrilla. El 15 de febrero de 1966, una partida del ejército tronchó su liderazgo político y lo trasformó en un mártir de la revolución latinoamericana. Su leyenda inspira hoy la actividad del sector más radicalizado, entre los cristianos violentos.
Camilo Torres había llegado a la conclusión de que, para romper la estructura del subdesarrollo, es necesario incorporar capitales y tecnología masivamente. Para ello, deben recibirse aportes financieros de todos los países del mundo, especialmente de los que mantienen entre sí mayor competencia política y económica. Esta política requiere una decisión previa, a nivel de gobierno. Y aquí se plantea la cuestión del poder. El poder formal siempre está constituido por una minoría -razonaba Torres- aunque haya sido elegido en una forma exterior que parezca democrática. Es que "la esencia del poder no está en la forma de llegar a él, sino en quién constituye el poder real", es decir, en los grupos minoritarios con capacidad para producir decisiones. "Mientras no existan grupos de presión mayoritarios no habrá solución eficaz al subdesarrollo".
Esta concepción del problema del retraso de nuestros pueblos como problema político, es la que finalmente llevó a Torres a la guerrilla. Antes había planteado posiciones no tan dogmáticas: "La revolución puede ser pacifica si las minorías no hacen resistencia violenta". En el momento decisivo, sin embargo, eligió la vía insurreccional y su muerte tipifica los problemas de conciencia a que se ve sometido un cristiano, ante la disyuntiva de matar o morir.

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En efecto, según lo plantea el jesuita uruguayo Juan Luis Segundo, un cristiano carece de aptitudes psicológicas -y éticas- para matar a sangre fría, en emboscada, como lo preconiza inevitablemente la guerrilla. Esa "inferioridad cristiana" de Camilo Torres pudo, en esta interpretación, detener sus dedos en el gatillo el tiempo estrictamente necesario para morir, antes de poder matar. Si así fuera, Torres, en los últimos instantes de su vida, habría dado la razón a Helder Cámara, cuando dice: "Personalmente prefiero mil veces ser muerto, a matar".

Ejemplo de Cristo

Jesús amó a su pueblo tan eficazmente que las autoridades constituidas lo condujeron a la muerte para conservar sus privilegios. Fue muerto por ser revolucionario, y esto sin ser violento. Realizó la revolución más grande de la historia sin derramar más sangre que la suya propia. A diferencia de los "zelotes" -revolucionarios violentos que luchaban por la liberación de Israel del imperialismo romano- Jesús encontró el camino para llegar al corazón del hombre en la mansedumbre del Profeta, y no en el poder del Rey, aunque fuera un rey de justicia para los pobres.
Sin embargo, en circunstancias especiales, no desdeñó la violencia. Por ejemplo, sacó a latigazos a los mercaderes del templo. De esto se desprende -para algunos cristianos- que el Evangelio no conduce a adoptar principios rígidos, sino a buscar, en cada situación histórica concreta, los medios más apropiados para ayudar al prójimo. No habría una receta de no violencia aplicable a todas las situaciones. Pero para la ética cristiana la violencia serla "el último cartucho", que sólo se justifica, según la Encíclica Populorum Progressio, "en caso de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente contra los derechos fundamentales de la persona y damnificase peligrosamente el bien común del país".

Limites

Descartar el camino de la insurrección, como lo hace la doctrina oficial de la Iglesia, no significa, desde luego, la renuncia a denunciar el orden establecido. En la inauguración del 39º Congreso Eucarístico de Bogotá, el lunes 19, el legado papal, cardenal Lercaro, pronunció en el curso de la misa una homilía suficientemente clara. En síntesis, dijo:
-Bajo las apariencias del orden establecido se ocultan fenómenos de injusticia y hasta de odio. Por otra parte, asistimos al despertar de un mundo nuevo. El progreso de los medios de comunicación lleva a la unificación de la familia humana, pero al mismo tiempo, por un misterioso contraste, se despiertan egoísmos sociales que llegan hasta el genocidio.
Lercaro exhortó a tener el mayor respeto por la justicia, a velar porque el pan, el vestido, la vivienda, el trabajo, la seguridad del mañana, la salud, la cultura, la libertad y la participación en la vida comunitaria sean distribuidos de manera equitativa. "La tentación de desdeñar al prójimo -dijo- es la tentación de Caín, pues somos los guardianes de nuestros hermanos. Debemos tener la obsesión de la justicia".

Sabiduría

Indudablemente, la posición morigeradora de Pablo VI tiende a preservar la unidad de la Iglesia latinoamericana, para que pueda cumplir, sin fisuras, su tarea como motor del cambio, ya que, haciendo "pendant" con las tendencias "violentas", existe también un cierto conservadorismo, un cierto quietismo en buena parte de la jerarquía tradicional acostumbrada a considerar que el terreno espiritual y de la misión es el único en el que legítimamente puede moverse el sacerdocio. Este sector se ha visto impactado por el propósito de "fundar desde acá abajo el Reino de los Cielos". También por algunas novedosas ideas de las Encíclicas, según las cuales no se condena ya solamente el egoísmo de los ricos como causa moral de la injusticia social, sino que se indaga en las causas socioeconómicas de la miseria y se propone una acción audaz e innovadora para combatirla.
En el pasado, la Iglesia alentó acciones guerreras. El papa Urbano II predicó en el siglo XI las Cruzadas que tuvieron como objetivo recuperar, en Jerusalem, el Santo Sepulcro, en manos de musulmanes. La Inquisición fue una manera violenta de averiguar y reprimir delitos contra la fe; los tribunales eclesiásticos obraron de acuerdo a la autoridad civil y sus pronunciamientos se tradujeron incluso en ejecuciones; la última sentencia de muerte inquisitorial se realizó en 1781. En el siglo XVI, Julio II, llamado "el Papa guerrero", tomó las armas para recuperar los Estados de la Iglesia y librar a Italia del yugo extranjero; peleó con éxito contra los franceses y sus aliados venecianos y ferrarenses. Algunas décadas más tarde, las guerras de religión entre católicos y protestantes encendieron a Europa; en París, una sola noche, del 23 al 24 de agosto de 1572, el almirante Coligny y 2000 hugonotes fueron muertos por los católicos.
Pero esta actividad airada, que incluso llegó a justificarse con una "teología de la guerra", está en contradicción con los principios que defiende la iglesia posconciliar: amor, paz, coexistencia, desarrollo económico y denuncia de la injusticia social. En una línea absolutamente coherente de prédica, Pablo VI desalienta tanto las corrientes tradicionalistas, fuertemente conservadoras, como las esencialmente violentas. Con respecto a estas últimas, admite lo que su impaciencia tiene "de generosidad y espíritu positivo", pero exhorta a deponer el método revolucionario, en beneficio de un amor activo.

 

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