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La prueba primordial de que la
situación presente es única y no tiene parangón en el pasado consiste en que la ruptura
generacional abarca todo el mundo. Los acontecimientos particulares que se desarrollan en
un país cualquiera China, Inglaterra, Pakistán, Japón, Estados Unidos, Nueva
Guinea, por ejemplo no bastan para explicar la inquietud que conmueve a la juventud
moderna en todas partes. Los recientes cambios tecnológicos o el lastre implícito en la
falta de éstos, la revolución o la represión de las actividades revolucionarias, el
desmoronamiento de la fe en los viejos credos o la atracción de otros nuevos... he aquí
una serie de factores que solo explican parcialmente las formas particulares que asume la
rebelión juvenil en los distintos países. Indudablemente es más probable que el
nacionalismo prospere en un país como Japón, que se está recuperando de una derrota
reciente, o en países que acaban de desvincularse de su pasado colonial, y no, por
ejemplo, en los Estados Unidos. Al gobierno de un país tan aislado como China le resulta
fácil ordenar vastos cambios por decreto, en tanto que al gobierno de la Unión
Soviética, que actúa en el escenario europeo, le resulta difícil sofocar la resistencia
checoslovaca. La crisis de la familia es más evidente en Occidente que en Oriente. La
celeridad del cambio es más conspicua y se percibe con más claridad en los países menos
y más industrializados que en los países que ocupan una posición intermedia. Pero en
cierta medida todo esto es secundario cuando se fija la atención en la disconformidad
juvenil, cuyas dimensiones son mundiales,
El énfasis en las singularidades
sólo sirve para obstaculizar la búsqueda de un principio explicativo. En cambio, es
necesario despojar a los acontecimientos de cada país de sus aspectos superficiales,
nacionales e inmediatamente temporales. El deseo de implantar una forma liberal de
comunismo en Checoslovaquia, la búsqueda de igualdad "racial" en los Estados
Unidos, el anhelo de liberar a Japón de la influencia militar norteamericana, el apoyo
que se presta al conservadorismo extremo en Irlanda del Norte y Redesia o a los excesos
del comunismo en Cuba... todas éstas son formas particulares. El denominador común de
todas ellas es el activismo juvenil.
La pregunta clave es ésta:
¿cuales son las nuevas condiciones que han desencadenado la revuelta juvenil en todo el
mundo?
La primera de ellas es la
aparición de una comunidad mundial. Por primera vez los seres humanos del mundo se han
congregado, en razón de las informaciones que los unos tienen acerca de los otros y de
las reacciones que los unos provocan en los otros, en una comunidad unida por el
conocimiento y el peligro compartidos. Ahora no podemos afirmar con certeza si antaño
existió en algún momento una sola comunidad constituida por muchas pequeñas sociedades,
cuyos miembros se conocían entre si hasta tal punto que la conciencia de lo que
diferenciaba a una pequeña sociedad de otra avivaba la conciencia a que cada grupo
constitutivo tenia de si. Pero por lo que sabemos, dentro del periodo arqueológico no
existió ninguna comunidad única, interrelacionada de este tipo. Los racimos más vastos
de grupos humanos interrelacionado eran fragmentos de un todo desconocido aún mas vasto.
Los mayores imperios expandían sus fronteras hacía regiones habitadas por pueblos cuyas
lenguas costumbres y aspecto eran desconocidos. En el mundo de entonces, que sólo se
conocía en forma muy parcial, la idea de que todos los hombres eran, en el mismo sentido,
seres humanos resultaba irreal o una creencia mística. Los hombres podían reflexionar
acerca de la paternidad de Dios y la fraternidad del hombre y los biólogos podían
defender la teoría del monogenismo en oposición a la del poligenismo, pero lo que todos
los hombres tenían en común era un tema de continuas especulaciones y disputas.
Los hechos de los últimos
veinticinco años produjeron un cambio drástico. La exploración ha sido lo bastante
completa como para convencerlos de que sobre el planeta no hay tipos humanoides, con
excepción de nuestra especie. Los veloces viajes aéreos en escala mundial y los
satélites de televisión que giran en torno del globo nos han trasformado en una
comunidad única en la cual los acontecimientos que se registran en un punto de la Tierra
están inmediata y simultáneamente al alcance de los pueblos que habitan todo el resto
del mundo. Ningún artista ni censor político tiene tiempo de intervenir y corregir los
materiales cuando alguien asesina a un dirigente o clava una bandera en la Luna. El mundo
es una comunidad a pesar de que todavía carece de las formas de organización y de las
sanciones mediante las cuales se puede gobernar una comunidad política.
La revolución industrial del
siglo XIX reemplazó por otras las formas más burdas de energía. La revolución
científica del siglo XX ha permitido multiplicar extraordinariamente la producción
agrícola pero también ha creado la posibilidad de que se modifique radical y
peligrosamente la ecología de todo el planeta y de que se destruya a todos los seres
vivos. La ciencia ha facilitado, mediante el uso de computadoras, una nueva concentración
de afanes intelectuales gracias a la cual los hombres pueden iniciar la exploración del
sistema solar y abre el camino a la creación de condiciones simuladas mediante las cuales
los hombres y sobre todo aquellos que trabajan en grupos organizados pueden superar
anteriores hazañas intelectuales.
A su vez, al reducir las
presiones favorables al incremento demográfico, la revolución médica ha empezado a
liberar a las mujeres de la ancestral necesidad de consagrarse casi por completo a la
reproducción, y en consecuencia alterará radicalmente el porvenir de éstas y la
educación futura de los niños.
Lo más importante es que estos
cambios se han registrado casi simultáneamente, dentro del ciclo vital de una
generación, y que el impacto de la idea de cambio es mundial. Apenas ayer, el único
contacto entre un nativo de Nueva Guinea y la civilización moderna podría haber
consistido en un cuchillo de marca llegado hasta su aldea después de trueques sucesivos,
o en un avión visto en el cielo. Hoy, apenas ingresa en la factoría de frontera más
pequeña, se encuentra con la radio de transistores. Hasta ayer, los aldeanos de todo el
mundo estaban escindidos de la vida urbana de sus propios países. Hoy, la radio y la
televisión les llevan sonidos e imágenes de las ciudades de todo el globo.
Nuestro pensamiento nos ata
todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra infancia y nuestra
juventud. Nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de nosotros
no entiende lo que ésta significa...
Todavía conservamos las sedes
del poder y controlamos los recursos y las aptitudes necesarios para mantener el orden y
organizar los tipos de sociedades que conocemos. Manejamos los sistemas educativos, los
sistemas de aprendizaje, las escalas profesionales por las que deben trepar los jóvenes,
peldaño por peldaño. Los adultos de los países adelantados dominan los recursos que los
países jóvenes y menos desarrollados necesitan para un progreso. Sin embargo, hemos
quemado las naves. Estamos condenados a vivir en un entorno desconocido y nos arreglamos
con lo que sabemos. Levantamos, con materiales nuevos y mejor entendidos, edificios
provisionales ajustados a los viejos esquemas.
En cambio, la nueva generación,
los jóvenes rebeldes y explícitos de todo el mundo que se baten contra los controles que
los sujetan, se asemeja a los miembros de la primera generación nacida en un país nuevo.
Están cómodos en su tiempo. Los satélites son algo familiar en sus cielos.
Viven en un mundo en que los
acontecimientos les llegan con toda su compleja proximidad, y ya no están amarrados por
las secuencias lineales simplificadas que dictaba la palabra impresa. A su juicio, la
matanza de un enemigo no es cualitativamente distinta del asesinato de un vecino, No
pueden conciliar nuestros esfuerzos por salvar a nuestros niños mediante todos los
recursos conocidos con nuestra predisposición a exterminar con napalm a los niños
ajenos. |
Al igual que la primera generación
nacida en un país nuevo, escuchan lo que sus padres les cuentan acerca del pasado y sólo
entienden a medias. Porque así como los hijos de los pioneros no tenían acceso a los
recuerdos topográficos que hacían llorar a sus padres, así tampoco los jóvenes de hoy
pueden compartir las reacciones de sus padres frente a acontecimientos que los conmovieron
hondamente en el pasado. Pero esto no es lo único que separa a los jóvenes de sus
mayores. Cuando observan con atención, descubren que sus mayores marchan a tientas, que
abordan torpemente, y a veces sin éxito, las tareas que les imponen las nuevas
condiciones.
Los jóvenes no saben qué es lo
que se debe hacer, pero intuyen que debe de haber un sistema mejor.
Actualmente en ningún lugar en
el mundo hay mayores que sepan lo que saben los jóvenes, por muy remotas y sencillas que
sean las sociedades donde viven estos últimos. Antaño siempre había algunos adultos que
sabían más que cualquier joven en términos de experiencia adquirida al desarrollarse
dentro de un sistema cultural. Ahora no los hay. No se trata sólo de que los padres ya no
son guías, sino de que no existen guías, los busque uno en su propio país o en el
extranjero. No hay adultos que sepan lo que saben acerca del mundo en que nacieron quienes
se han criado dentro de los últimos veinte años.
Los adultos forman una
generación extremadamente aislada. Ninguna otra generación ha conocido ni ha
experimentado jamás un cambio tan masivo y rápido, ni se ha desvelado por asimilarlo...
Necesitamos convencernos de que
ninguna otra generación experimentará jamás lo que hemos experimentado nosotros. Desde
este punto de vista hemos de reconocer que no tenemos descendientes, del mismo modo que
nuestros hijos no tienen antepasados.
En la mayoría de los debates que
se desarrollan en torno del abismo generacional se hace hincapié en la alienación de los
jóvenes, en tanto que se tiende a omitir totalmente la alienación de sus mayores. Lo que
olvidan los comentaristas es que la verdadera comunicación consiste en un diálogo y que
ambos interlocutores del diálogo carecen de vocabulario.
Pero mientras haya un adulto que
piense que él, lo mismo que los padres y maestros de antaño, puede asumir una actitud
introspectiva e invocar su propia juventud para entender a los jóvenes que lo rodean, ese
adulto estará perdido.
Desde un punto de vista
particular, la situación en que nos encontramos actualmente se puede describir como una
crisis de fe en la cual los hombres, que han perdido su confianza no sólo en la religión
sino también en la ideología política y en la ciencia, se sienten despojados de todo
tipo de seguridad. Pienso que esta crisis de fe se puede atribuir, por lo menos en parte,
al hecho de que ahora no hay adultos que sepan más que los mismos jóvenes acerca de lo
que éstos experimentan.
Sin embargo, la mayoría de los
padres se sienten demasiado inseguros para atreverse a ratificar los viejos dogmatismos.
No sabe cómo educar a estos hijos que son tan distintos de lo que ellos mismos fueron
otrora, y la mayoría de los jóvenes es incapaz de aprender de padres y adultos a los que
ellos jamas se parecerán.
Estos jóvenes disconformes
comprenden que existe la necesidad critica de que el mundo actúe inmediatamente para
solucionar problemas que afectan a la totalidad del globo. Lo que desean es, en cierta
forma, empezar a partir de cero. La idea del cambio ordenado, evolutivo, no entusiasma a
esta generación de jóvenes, que no pueden asumir el pasado de sus mayores y que sólo
atinan a repudiar lo que éstos hacen ahora. Desde su punto de vista el pasado es un
fracaso colosal, ininteligible, y es posible que el futuro no encierra nada más que la
destrucción del planeta.
El cambio revolucionario eficaz y
rápido, en el curso del cual no se producen decapitaciones ni se imponen exilios, depende
de que muchos de aquéllos que participan del poder cooperen con los desheredados que
pretenden alcanzarlo.
Cuando una idea de cambio se
encarnó en muchas culturas como elemento postfigurativo, los jóvenes pudieron aprender
de sus mayores que debían ir más lejos que ellos, que debían conseguir más y hacer
cosas distintas. Pero este "más lejos" se encontraba siempre dentro del radio
de la imaginación informada de sus mayores. Era licito pretender que el hijo cruzara
mares que su padre jamás había atravesado, que estudiara física nuclear cuando su padre
sólo había recibido una educación elemental, que volara en un avión mientras su padre
lo contemplaba desde tierra. El hijo del campesino se convirtió en sabio. El hijo del
pobre cruzó el océano que su padre nunca había visto. El hijo del maestro se trasformó
en científico.
Los adultos que todavía piensan
que existe un camino seguro y socialmente consagrado que conduce al tipo de vida que ellos
nunca conocieron, son los que reaccionan con más ira y acritud cuando descubren que lo
que ellos habían anhelado ya no existe para sus hijos. Estos son los padres, los
fideicomisarios de universidades, los legisladores, los columnistas y los comentaristas
que denuncian más estridentemente lo que sucede en las escuelas, las facultades y las
universidades en las que ellos depositaron las esperanzas que alimentaban para sus hijos.
Esta honda renuncia a permitir
que los hijos se internen demasiado en el futuro induce a pensar que la imaginación
adulta, actuando por si sola, permanece amarrada al pasado.
Ahora, tal como lo veo, el
desarrollo de las culturas prefigurativas depende de que se entable un diálogo continuo
en el curso del cual los jóvenes gocen de libertad de actuar según su propia iniciativa
y puedan conducir a sus mayores en dirección a lo desconocido. Entonces la vieja
generación tendrá acceso al nuevo conocimiento experimental, sin el cual es imposible
trazar planes significativos. Sólo podremos construir el futuro con la participación
directa de los jóvenes, que cuentan con ese conocimiento.
Hemos aprendido las respuestas,
todas las respuestas; lo que ignoramos es el interrogante.
Tal como sucede en un país nuevo
donde las viviendas de emergencia son el producto de la adaptación de modelos obsoletos,
los hijos deben disfrutar del derecho a proclamar que tienen frío y a especificar de
dónde provienen las corrientes de aire. El padre continúa siendo el hombre que tiene la
pericia y la fuerza necesaria para derribar el árbol con el que edificará una casa
distinta.
...criando hijos desconocidos
para un mundo desconocido.
El Futuro es Ahora. Esta consigna
tiene un acento irracional e impetuoso, y si analizamos algunas de sus exigencias resulta
que es irrealizable en sus detalles concretos. Pero pienso una vez más que los jóvenes
nos marcan el camino para modificar nuestros procesos mentales. Debemos ubicar el futuro
como si fuera el niño nonato encerrado en el vientre de la madre dentro de
una comunidad de hombres, mujeres y niños, entre nosotros, como algo que está aquí, que
ya está listo para que lo alimentemos y lo debemos preparar antes de que nazca, porque de
lo contrario será demasiado tarde. De modo que, como dicen los jóvenes: El Futuro es
Ahora. |