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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Nikita Kruschev
acerca de Kennedy

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Conocíamos poco a John Kennedy. Era un hombre joven, muy promisorio y muy rico..., un millonario. Sabíamos por la prensa que se distinguía por su inteligencia, su cultura y su habilidad política. Yo me había encontrado con él en cierta ocasión, durante mi viaje a Washington, cuando el Comité de Relaciones Exteriores daba una recepción en mi honor. El senador William Fulbright, quien lo presidía, me presentó a todos los miembros del Comité, entre ellos a Kennedy.

—He oído hablar mucho de usted —le dije a Kennedy—. La gente dice que tiene un gran porvenir.

Sin embargo, conocíamos mejor a Adlai Stevenson y confiábamos en su propósito de mejorar las relaciones existentes entre nuestros países, de modo que, en las elecciones presidenciales de 1960, su candidatura habría sido la más aceptable en lo que a nosotros se refería. Pero el Partido Demócrata no lo eligió; Stevenson ya había sido candidato a la presidencia en dos ocasiones, y lo habían derrotado ambas veces, de modo que los demócratas no querían correr el riesgo por tercera vez. Decidieron jugarse su carta con Kennedy.

Revista Gente y la actualidad
mayo 1974

 

 

"NOS GUSTABA MAS KENNEDY QUE NIXON"

Cuando los republicanos eligieron candidato a Nixon y los demócratas a Kennedy tuvimos que hacer una opción mental. Pensamos que habría mayores esperanzas de mejorar las relaciones soviético-norteamericanas si John Kennedy iba a la Casa Blanca. Sabíamos que no podíamos contar con Nixon en ese sentido; su actitud agresiva frente a la Unión Soviética, su anticomunismo..., todo esto nos era bien conocido. En suma, no teníamos motivo alguno para darle la bienvenida a la perspectiva de Nixon como presidente. Por lo tanto, tomamos muy en serio el asunto cuando el presidente saliente, Dwigth Eisenhower, apoyó a Nixon, pronunciando discursos en favor de su candidatura. Eisenhower, después de todo, influía mucho sobre la opinión pública norteamericana.
El compañero de fórmula vicepresidencial de Nixon era Henry Cabot Lodge, quien me acompañó en mi gira por los Estados Unidos. Yo siempre había estado en buenas relaciones con el señor Lodge. Antes de la elección, Lodge había venido a Moscú..., no a raíz de ninguna invitación oficial de los soviets, sino, como decimos nosotros, en el carácter de cosaco libre. Pidió una entrevista conmigo y lo recibí. Nos encontramos como dos viejos amigos. Durante nuestras conversaciones Lodge procuró convencerme de que las relaciones entre nuestros países no sufrirían si Nixon llegaba a la Casa Blanca. No dijo que mejorarían sino, sólo, que no empeorarían. Me explicó que Nixon no era, en realidad, el hombre que demostraba ser, deliberadamente, en las convenciones de las campanas electorales.

—Señor Khruschev —me dijo Lodge—, no les preste la menor atención a los discursos de las campañas electorales. Recuerde que son simples declaraciones políticas. Cuando el señor Nixon esté en la Casa Blanca, estoy seguro — absolutamente seguro— de que adoptará una actitud destinada a proteger —y aun quizás a mejorar— nuestras relaciones.

Tengo la impresión de que las observaciones de Cabot Lodge habían sido elaboradas por anticipado por Nixon y Eisenhower. Lo habían enviado a hablarme para que nuestra prensa no lo atacara ni lo alabara. Como dijo Lodge: "No necesitamos que ustedes apoyen al señor Nixon". Sabíamos perfectamente que todo nuestro apoyo seria una desventaja para el candidato. Lodge nos pedía que mantuviéramos una posición de absoluta neutralidad. Esto era correcto y razonable, y tratamos de aferramos a esa actitud. Con todo, íntimamente, adivinábamos que la candidatura de Kennedy era más favorable a nuestros intereses que la de Nixon.
En plena campaña, en vísperas del día de las elecciones, los Estados Unidos nos pidió oficialmente la liberación de Francis Gary Powers (Powers era el piloto de un avión U-2 que cayó en la U.R.S.S. en 1962. N. de la R.). El momento que habían elegido para |a liberación de Powers revestía una gran significación política. En esa hora algunas voces afirmaban en la prensa que el candidato que lograra mostrarse más capaz de mejorar las relaciones de Rusia con los Estados Unidos tendría mejores probabilidades en la elección. En realidad, no hablaban simplemente de las relaciones de los Estados Unidos con la Unión Soviética, sino conmigo personalmente..., mencionando mi nombre.
Le exprese mi opinión a la dirección de la U.R.S.S., diciendo:

"MANTENGAMOS EL SUSPENSO"

—El gobierno de los Estados Unidos nos ha pedido que dejemos en libertad a Powers. Este momento no es el adecuado para hacerlo porque ambos candidatos a la presidencia están tratando de capitalizar un mejoramiento de las relaciones. Si liberamos ahora a Powers, eso beneficiará a Nixon. A juzgar por la prensa, creo que entre ambos candidatos hay una situación de empate. Si le brindamos el menor apoyo a Nixon, ello será interpretado como una expresión de nuestro deseo de verlo en la Casa Blanca. Eso seria un error. Si Nixon llega a ser presidente no creo que contribuya a mejorar las relaciones ente nuestros países. Por eso, mantengamos en suspenso el paso final de liberar a Powers. Apenas hayan concluido las elecciones, lo entregaremos.
Mis camaradas se mostraron de acuerdo conmigo y no liberamos a Powers. Y resultó que habíamos obrado acertadamente. Kennedy ganó la elección por una mayoría de sólo doscientos mil votos, poco más o menos (Kennedy ganó la elección por 115.000 votos. N. de la R.), un margen insignificante si se piensa en la enorme población de los Estados Unidos. El más leve apoyo a uno o a otro habría podido ser decisivo.
De modo que Eisenhower abandonó la Casa Blanca y Kennedy se convirtió en presidente. Más tarde, cuando volví a encontrarme con él, me pareció un hombre agradable y sensato, y consideré que podía hacerle una broma con respecto a la elección.

—¿Sabe que nosotros votamos por usted, señor Kennedy? —dije.

Me miró atentamente y repuso, con una sonrisa:

—¿Cómo?

—Esperando que concluyera la elección para devolverle el piloto.

Kennedy se echó a reír, y dijo:

—Tiene razón. Admito que ustedes desempeñaron un papel en la elección, y que votaron por mí.

Desde luego, se trataba de una broma, pero una broma que reflejaba la realidad de la situación, y debo decir que, cuando Kennedy llegó a la presidencia, no tuve motivo para lamentarlo. Pronto resultó evidente que comprendía mejor que Eisenhower que el único camino razonable era un mejoramiento de nuestras relaciones. Eisenhower había apreciado plenamente el peligro de que la guerra fría llevara a una guerra caliente, y me había dicho más de una vez:

—Temo la guerra, señor Khruschev. También Kennedy temía la guerra. Nunca me lo dijo expresamente, pero parecía resuelto a hacer algo, a dar pasos concretos. Sabia que la guerra le trae un empobrecimiento a un país y el desastre a un pueblo, y que una guerra con la Unión Soviética no seria un paseo por los bosques..., que seria horrible, sangrienta. Por primera vez, los Estados Unidos tendrían que combatir por su propio territorio en vez de mandar a sus soldados a luchar en Europa en una guerra librada con cohetes nucleares, los monopolistas norteamericanos, quienes se beneficiaran con las guerras en el pasado, verían destruido el poder económico de los Estados Unidos. Kennedy comprendía perfectamente todo esto y no temía llamar a las cosas por su nombre. Por eso, desde el principio, trató de establecer estrechos contactos con la Unión Soviética, con vistas a llegar a un acuerdo sobre desarme y a evitar cualquier accidente susceptible de provocar un conflicto militar.

En los Estados Unidos la prensa es muy influyente, pero también Kennedy tenia mucha influencia. Era un presidente flexible y, a diferencia de Eisenhower, obraba con toda independencia y por su cuenta en materia de política exterior. Contrataba asesores despiertos, jóvenes y cultos que fueran igualmente flexibles. Por eso pudo inducir a la prensa a propiciar una conferencia cumbre. Nos comunicó que le gustaría entrevistarse con representantes de la Unión Soviética. La prensa burguesa gusta de referirse a las personalidades; de modo que los periódicos norteamericanos hablaron siempre de que Kennedy quería encontrarse personalmente conmigo, con el señor Khruschev, el jefe de nuestro gobierno.

"QUIEN NO TEME A LA GUERRA ES ESTÚPIDO"

También nosotros queríamos establecer contacto con Kennedy porque compartíamos su temor a la guerra. Yo, ciertamente, la temía. ¿Quién no la teme, salvo que sea un estúpido? Afirmo, sin ambages, que le teníamos miedo a la guerra. Eso no significa que yo pensara que debíamos pagar cualquier precio para evitarla. Por cierto que no daríamos marcha atrás a expensas de nuestro respeto a nosotros mismos, nuestra autoridad y nuestro prestigio en el mundo. En muchas ocasiones, cuando yo era jefe del gobierno, nos enfrentábamos con la envidia y la agresividad de otros con respecto a nuestra posición, y teníamos que contraatacar a esas fuerzas. Contraatacando cuando lo hicimos, obtuvimos muchas victorias morales significativas. Pero eran victorias en la guerra fría. Logramos evitar la guerra caliente. Kennedy parecía perseguir el mismo fin.
Durante nuestras conversaciones en Viena, Kennedy reconoció la necesidad de evitar un conflicto militar. Consideraba que debíamos firmar un acuerdo formal declarando que adheríamos a los principios de la coexistencia pacifica. Pero lo que entendía Kennedy por coexistencia pacífica era congelar las condiciones de vida existentes en todos los países en cuanto concernía a sus sistemas sociales y políticos. Este concepto era totalmente inaceptable para mi, y se lo dije.

—Señor presidente —le manifesté—. Nosotros quisiéramos llegar con usted a un acuerdo sobre coexistencia pacifica, pero para nosotros eso significa convenir en que no recurriremos a la fuerza para la solución de las diferencias, y no intervenir en los asuntos internos de otros países... no significa congelar |as condiciones de vida prevalecientes hoy en esos países. El problema del sistema sociopolitico de un país debe ser decidido por el propio país. Algunas naciones están decidiendo aún qué clase de sistema les conviene más y no tenemos por qué congelarlos en una forma u otra.

—No estoy de acuerdo —repuso Kennedy—. Debemos congelar sus sistemas. De lo contrario toda clase de agentes secretos pueden minar el gobierno de un país.

Kennedy quería mantener en el mundo el status quo. En otros términos: quería que los países con sistemas capitalistas siguieran siendo capitalistas, y que nosotros estuviéramos de acuerdo en establecer una garantía en ese sentido. Esto era absolutamente inaceptable. Traté de hacerle comprender que su posición era reaccionaria.

—Señor presidente —le dije—. Su proposición huele a tiempos pasados. Hagamos una breve incursión a la historia. Hubo una época en que los Estados Unidos eran una colonia británica: ustedes tuvieron su rebelión, lograron la victoria y se convirtieron en un estado independiente. Y ustedes mismos decidieron cuál seria su sistema político. Ahora tomemos por ejemplo nuestro caso: también nosotros tuvimos una revolución y elegimos el sistema en que vivimos ahora. De acuerdo con su proposición, otros países habrían tenido el derecho de entrometerse y apoyar a la soberanía británica en las colonias norteamericanas y al zarismo en Rusia. En realidad, Inglaterra y Francia —eso para no mencionar a otros países— libraron una guerra intervencionista contra el joven estado soviético, y usted conoce suficientemente bien su historia para recordar cómo terminó. Como ve, señor presidente, no podemos estar de acuerdo con usted en la congelación del statu quo, porque eso implicaría privar a la gente de oportunidades de decidir por si misma su destino.
Nosotros representamos al socialismo y ustedes al capitalismo. Que los demás pueblos del mundo decidan por sí mismos en qué sistema social y político quieren vivir.

Si John Kennedy hubiese advertido lo que estaba implícito en la proposición que formulaba no creo que hubiese sugerido la congelación de los sistemas políticos internos. Era un presidente muy inteligente, pero ahora quería que estuviéramos de acuerdo ¡con esa situación! Francamente, eso me sorprendió un poco en él. Por eso no pude dejar de usar un poco de ironía para burlarme de lo que sugería.

"CON KENNEDY HABLAMOS DE HOMBRE A HOMBRE"

¿Qué conclusiones positivas podían deducirse de mis conversaciones con Kennedy para una coexistencia pacifica? La más importante era que Kennedy comprendía que la primera etapa de la coexistencia pacifica consistía en impedir la guerra. Sobre todo, la guerra entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Pero no estaba dispuesto a llegar mucho más allá del punto básico. Ambos estábamos sentados en una habitación de Viena con sólo nuestros intérpretes, el secretario de Estado Dean Rusk y Gromyko.

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con Richard Nixon

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en 1959 en una gira por los EE.UU.

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4 de junio de 1961
John Kennedy, Nina Kruschev, Adolf Scharf (presidente de Austria), Nikita Kruschev y Jacqueline Kennedy

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en 1960 en un balcón neoyorquino

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1943 en el frente ruso arenga contra los nazis

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en la ciudad de Kiev liberada de los nazis

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con De Gaulle en 1960

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en 1961 con Jacqueline Kennedy

No recuerdo que Kennedy le haya hecho ninguna pregunta a Rusk ni que Rusk le diera ningún consejo a él. Para mi, esto significaba que Kennedy captaba muy bien los problemas internacionales y estaba bien preparado para las conversaciones. Ello constituía una sensible diferencia con la conducta de Eisenhower en Ginebra y Washington, donde primero John Foster Dulles y luego Christian Herter le sugerían siempre cosas. John Kennedy y yo nos encontramos de hombre a hombre, como los dos representantes principales de nuestros países. Kennedy confiaba perfectamente en poder responder a mis preguntas y en hacer notar circunstancias por su cuenta. Era, por así decirlo, a un tiempo mi colaborador y mi adversario. En tanto adoptábamos posiciones distintas, era mi adversario, pero en cuanto negociábamos el uno con el otro y cambiábamos puntos de vista, era un colaborador a quien yo trataba con gran respeto.
En una recepción, Kennedy me presentó a su esposa y a su madre. Jacqueline, la esposa de Kennedy, era una mujer joven a la cual los periodistas habían calificado siempre de gran beldad. No me impresionó en el sentido de que poseyera esa belleza peculiar y brillante susceptible de hechizar a los hombres, pero era juvenil, enérgica y agradable y me gustó mucho. Sabia bromear y era, como dice nuestro pueblo, ágil con la lengua. En otros términos: no le costaba nada encontrar la palabra justa para frenarlo a uno, si uno no se mostraba cuidadoso con ella. Mi conversación con ella consistía sólo en trivialidades, en esas cosas que cabe esperar en las recepciones o durante los entreactos en el teatro. Pero hasta en las trivialidades Jacqueline demostraba su inteligencia. Como jefe de la delegación soviética no me importaba en absoluto qué clase de esposa tenia Kennedy. Si a él le gustaba, eso era cosa suya..., y buena suerte para ambos. Lo mismo sucedía con la madre de Kennedy. Sabíamos que era millonaria y por lo tanto debíamos recordar en todo momento con quien teníamos que vérnoslas. Podíamos sonreír cortésmente y estrecharle la mano, pero eso no cambiaba el hecho de que estábamos en las antípodas.
Fue en una de esas recepciones o veladas en el teatro cuando me encontré por última vez con Kennedy. Recuerdo que estaba no sólo inquieto sino hasta profundamente contrariado. Recuerdo vívidamente su expresión fisonómica. Al mirarlo, no pude dejar de sentirme algo inquieto y contrariado también. No había tenido el propósito de causarle esa contrariedad. Me habría gustado que ambos nos separáramos con un estado de ánimo distinto. Pero yo no podía hacer nada para ayudarle. La diferencia en nuestras posiciones e clase nos había impedido llegar a un acuerdo... a pesar de todos los esfuerzos posibles por mi parte. La política es una tarea despiadada, pero el comprenderlo no me impedía compadecer a Kennedy.
Yo sabía que sus enemigos, sobre todo los políticos agresivos, aprovecharían la oportunidad para burlarse de él, diciendo: "¿Ve? Usted quería lucir su capacidad entrevistándose con Khruschev y llevarlo a un acuerdo con palabras zalameras. Siempre hemos dicho que los bolcheviques no comprenden el lenguaje suave de las negociaciones: sólo comprenden la política del poder. Se han burlado de usted, le han dado un tirón de narices. Y ahora usted vuelve con las manos vacías". Eso es lo que imaginé esperaba oír el presidente cuando volviera a su país.

"LO DE VIENA AGRAVO LA GUERRA FRÍA"

Yo lo lamentaba doblemente porque lo sucedido en las conversaciones de Viena agravaban la guerra fría. Esto me inquietaba. Si nos volvían a empujar hacia la guerra fría, seriamos nosotros quienes tendríamos que pagar por ella. Los norteamericanos empezarían a gastar más dinero en armamentos, obligándonos a hacer lo mismo, y una nueva y acelerada carrera armamentista empobrecería nuestro presupuesto, disminuiría nuestro potencial económico y haría bajar el nivel de vida de nuestro pueblo. Conocíamos demasiado bien todo ese esquema dada nuestra experiencia pasada.
De modo que mi entrevista con Kennedy concluyó y nos despedimos sin que nuestras posiciones hubiesen variado en lo fundamental y después de haber aumentado un poco las tensiones existentes entre nuestros países. Pero, a pesar de nuestras preocupaciones y desencantos, tenia algún valor el hecho de que nos hubiésemos encontrado y cambiado opiniones.
Creo que Kennedy era más inteligente que cualquiera de los presidentes que lo habían precedido y quiero que mis hermanos los comunistas me comprendan bien cuando le hago ese cumplido al presidente de los Estados Unidos. Reconocerle a un hombre sus méritos cuando los tiene, no implica elogiar el sistema social y político que ese hombre representa. Kennedy era un capitalista y un representante de los capitalistas; le fue fiel a la clase capitalista hasta el último día de su vida. Pero comprendía que el bando socialista había alcanzado tantos conocimientos económicos y culturales —y poseía tantos conocimientos científicos y técnicos, inclusive los medios para hacer la guerra— que los Estados Unidos y sus aliados no podían ya pensar seriamente en una guerra contra nosotros. Siempre lo respetaré por eso.
¿Qué clase de hombre era Kennedy? En cuanto se refiere a nuestros antecedentes, él y yo estábamos en las antípodas. Yo era un minero, un armador de metal que —por voluntad del partido y del pueblo— había sido elevado al cargo de primer ministro de mi país. Kennedy era un millonario y el hijo de un millonario. Perseguía el objetivo de fortalecer al capitalismo, mientras que yo procuraba destruir al capitalismo y crear un nuevo sistema social basado en las enseñanzas de Marx, Engels y Lenin. Como lo demostraba nuestra entrevista de Viena, nuestros puntos de vista sobre muchos problemas importantes eran diametralmente opuestos.
A pesar de lo irreconciliables que eran nuestros antagonismos de clase, Kennedy y yo hallamos un terreno común y un lenguaje común cuando se trató de impedir un conflicto armado. Durante la crisis de Berlín y la de los cohetes de Cuba, por ejemplo, convinimos en establecer entre nosotros una línea directa de comunicación, pasando por alto los canales diplomáticos, a fin de usarla en un caso de emergencia. Algunos dirán: "¿Quién necesita eso?" Yo diría que eso podría resultar útil algún día.
Me gustaría presentarle mis respetos a Kennedy, mi antípoda de esa época en el serio conflicto que surgió entre nuestros países. Demostró una gran flexibilidad, y juntos evitamos una catástrofe. Cuando lo asesinaron lo lamenté sinceramente. Fui directamente a la embajada de los Estados Unidos y expresé mi condolencia.

 

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