Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

viven4.jpg (20292 bytes)
Piers Paul Read, autor de "¡Viven!", el libro sobre la epopeya de la cordillera que está batiendo records en el mundo, Roberto Canessa y Fernando Parrado, en París


Revista Gente y la actualidad
1974

 

 

ROBERTO JUAN CANESSA. 21 AÑOS, LLEVA UNA NUEVA VIDA. JUNTO A FERNANDO PARRADO SE HAN CONVERTIDO EN VERDADERAS ESTRELLAS DE LA AVENTURA DE SUPERVIVENCIA EN LA CORDILLERA. EL DRAMA QUEDO ATRÁS, DEFINITIVAMENTE OLVIDADO. LA VIDA DE HOY, CON UN LIBRO EN LA CALLE QUE BATE RECORDS DE VENTAS, CON INVITACIONES A PARTICIPAR EN LAS REUNIONES DEL JET SET INTERNACIONAL, CON REPORTAJES Y ENTREVISTAS EN CADA CIUDAD QUE TOCAN, LOS HA CONVERTIDO PARA SIEMPRE EN PERSONAJES CASI MITOLÓGICOS DEL MUNDO ACTUAL.

El 23 de diciembre del año pasado, en una calle de Montevideo, volvimos a encontrarnos con los 16 sobrevivientes de la tragedia de la cordillera. Entonces decidimos —luego de las fotos, de las palabras, de las lágrimas— que ésa era la última vuelta de tuerca. La última nota de un hecho que habíamos vivido desde la primera noticia —un crudo cable que decía: "Hay sobrevivientes"— hasta ese aniversario, y que incluso nos había llevado a repetir la experiencia viviendo unos días en el avión uruguayo, entre nieve, hielo y tormentas. Sin embargo, la realidad nos ha pasado por encima.
El libro "Viven", del autor Piers Paul Read, único documento autorizado por los protagonistas, se agota ahora en doce países. Fernando Parrado y Roberto Canessa, los héroes de los héroes, han recorrido Europa y Estados Unidos. Basta recordar algunas cifras y algunos hechos. Ochenta entrevistas en radio, diarios y televisión en Estados Unidos. Tres mil quinientas cartas recibidas por "El show de David Susskind" luego del programa en que se presentaron y contaron su experiencia. Cuatro mil llamados telefónicos en Francia, durante otro programa, pese a que la opinión pública estaba abrumada por el duelo pre-electoral de Giscard D'Estaing y Francois Miterrand. Rápida y franca amistad con Jackie Stewart, incluida una gira con él por Montecarlo, Inglaterra y Suiza. Comida privada con Alberto y Carolina, príncipes de Mónaco. Abrazo de Grace Kelly. Elogios de Elizabeth Taylor y de David Niven. Charla con Philip Niarkos, hijo de Tina Livanos, ex mujer de Onassis.
De pronto. Parrado y Canessa se vieron envueltos en un cuento de lujo, de color, de fantasía. De pronto caminaron despreocupadamente por el jet set internacional.
Y entonces, aquella promesa de la última nota, aquella despedida, dejó de tener sentido. La tragedia de Los Andes, el milagro de Los Andes, es inagotable.
Y tuvimos que ponernos en marcha. Otra vez a Montevideo.

EL REPORTAJE

Roberto Canessa es enorme. Cuando uno le ve, inmediatamente piensa que es por eso —por tan notoria fortaleza— que pudo salvarse a si mismo, junto con Parrado, y salvar a los demás de una muerte segura por inanición y congelamiento. Es enorme pero muy ágil. Hay algo en él que intranquiliza, quizá ese preciso estado de simultánea atención y relajamiento, engañosamente disfrazado de indiferencia, desde el cual sus distraídos ojos acechan.
En su rostro, de rasgos definidos y acentuados, se destacan los ojos, rasgados y hermosos, y nublados por una cierta lejanía. Su mirada se mantendrá fija, durante casi toda la entrevista, en un punto inexistente, tal vez ubicado en su conciencia y en un pasado demasiado reciente.

—La gente vio las cosas, tal como fueron, a través del libro. Se dio cuenta de que nuestra intención no era el exhibicionismo sino que éramos tan sólo unos pobres tipos que tuvieron que salvar su vida. Nuestra presentación en los medios de difusión europeos y estadounidenses no fue vana: queríamos que la gente viera que la historia es real, que detrás del libro hay gente que existe. El libro es una respuesta a esa especial sensibilidad respecto de la antropofagia que reinó durante cierto tiempo: el libro prueba que con eso sólo no se salía del paso.

—¿Cómo los recibieron en Europa y Estados Unidos? ¿Qué repercusión tuvieron?

—En Estados Unidos hicimos como ochenta entrevistas en radio, diarios y televisión. Estuvimos, durante más de dos horas en el show de David Susskind: allí nos mandaron 3.500 cartas. En Francia, según decían, teníamos el problema de la campaña electoral: opinaban que la gente estaba en otra cosa. No fue así: en un programa televisivo, al que asistieron un profesor de nutrición, un cura y el matrimonio Nicolich (padres de un chico que no volvió), programa que cuenta con 250 líneas telefónicas, recibimos cuatro mil llamados. Se vendieron 100.000 libros de entrada. En España no queda uno solo.

—¿Fueron contratados por la editorial?

—En absoluto, íbamos a decir lo que sentimos ahora, sinceramente. Justamente lo que a la gente le impresionó fue nuestra espontaneidad: vieron que en realidad somos unos enamorados de la vida, en lo que nos toque vivir. La experiencia pasada nos sirve para vivir hoy.

—¿Cómo es el contrato que tienen con la editorial?

—Incluye todos los derechos, desde hacer una camiseta con nuestro nombre hasta una película. Por el derecho de publicar la historia en tapa dura nos dieron, de entrada, 250.000 dólares. Después hay miles de derechos más. Este libro se ha transformado, por qué ocultarlo, en un montón de plata. Mucha gente piensa que somos comerciantes... pero desde que sacamos un pie de la montaña ya lo sabíamos: debíamos enfrentar la realidad. Entre tantas otras cosas, el dinero es una realidad.

—¿Qué hicieron con tanto dinero de golpe?

—Es mucho más difícil dar cuando uno tiene que cuando no tiene. Al principio yo pensé: "Esto es mío, me lo dan a mí porque es mi vida; además ellos también lo usan". No quería dar nada a nadie. Pero después hicimos escuelas, ayudamos a gente que lo necesitaba. El dinero me pertenece, yo sé que nadie me va a regalar nada. Prefiero que digan: "Mira Canessa, qué bien que está", y no que digan: "Mira Canessa, pobre, qué mal que está".

—¿Tuvieron dificultades entre los dieciséis para tomar la decisión de publicar un libro?

—Relativamente. En un principio las hubo. Pero después nos dimos cuenta de que era el camino más corto para acabar con los rumores, los malos entendidos, las preguntas fuera de lugar. Pretendíamos, eso si, que se respetara la verdad. Si ahora alguien me pregunta qué pasó, le dijo: "Mira, lee el libro". Además hay otra cosa: ya han aparecido once libros piratas en los que supuestamente se cuenta la historia, con implicancias sexuales inclusive. El tema daba para que se hiciera una gran mezcolanza y nunca faltan los oportunistas. Con el libro, entre otras cosas, defendimos la verdad, que fue bastante dura, por cierto.

—¿Qué opinión te merece el libro?

—Algunos pensamos que la solidaridad que había existido en la montaña no estaba cabalmente reflejada, que le faltaban algunas vivencias personales y el espíritu con que vivirnos allá. Read, el autor, dijo que ése es su estilo y que el lector tiene que sacar sus propias conclusiones. Yo pienso que el libro es un relato verídico de los hechos durante setenta días, aunque Read no haya contemplado los sentimientos. Lo importante del libro es que no falta nada de la verdad objetiva, que no se oculta ningún hecho. Todas las partes que la gente imagina, digamos las más macabras, están. Cualquiera puede ver que detrás de toda una parte material triste existe la solidaridad, la generosidad. El libro es un poco "duro", pero hubiera sido espantoso hacer un libro rosa. Y por encima de toda conjetura, hay una realidad incontestable: una persona es tres cosas: la primera, como la ven los demás; la segunda, como se ve ella, y la última, como en verdad es. El libro está hecho así, ya que además de la versión particular está siempre la versión de los otros quince.

—¿Cómo te sentís a raíz de esta repentina popularidad internacional?

—Lo importante, como dijo no sé quién, no es ser una persona conocida sino una persona que valga la pena conocer. Eso es lo que yo siento: mucha gente me mira pensando en el pasado. Ahora quiero que me valoren por lo que yo soy. Por otra parte, la popularidad te facilita muchas cosas: cuando voy al banco, por ejemplo, me reconocen enseguida y no me oponen la menor dificultad. Pero también hay días en que quiero estar solo, ser dueño de mí. La gente cree que es dueña de ti, que tiene derecho a saber las cosas más banales de tu vida. En fin. Por otro lado, con el libro estás entrando en la persona que lo lee, estás dándole algo. Algunos me dijeron: "Cuando agarré el libro no lo pude dejar, y cuando lo cerré pensé que tenia que valorar la vida". Eso es bueno.

—Probablemente con el viaje, la popularidad, los miles de reportajes, te estarás alejando de lo que viviste en la cordillera. . .

—Si, a veces siento que de tanto hablar estoy perdiendo ese valor. Otras, en cambio, pienso que me pasó, se acabó y chau, a otra cosa. Del viaje, a mi lo que me gustó fue ir a pasear, pero además tenía que responder a una expectativa de la editorial. Concluí que lo mejor posible para ellos era dar algo que es mío. Soy yo el que habla, y si lo hago es porque creo que detrás de todo esto hay algo que habla del hombre, que habla de todos. Creo que antes de la montaña era igual a todos, y que allí arriba no era distinto de los demás: eso es bueno que se sepa, puede servirle a la gente.

viven1.jpg (17218 bytes)
viven2.jpg (34427 bytes)
viven3.jpg (15266 bytes)
viven5.jpg (33016 bytes)
Fernando Parrado y Roberto Canessa junto al arriero que los descubrió, después de diez terribles días de caminata

—¿El resto de tus compañeros estuvo conforme con que viajaran ustedes dos?

—Bueno, nos invitaron a nosotros, pero creo que lo tomaron bien. Recibíamos cartas de ellos, en las que nos decían: "Che, ¡qué bien les va!". Era una envidia sana, nada más que el normal deseo de poder estar allí.

—Contanos algo del viaje.

—Pasé momentos increíbles, conocí personas y lugares que no imaginaba conocer. Por ejemplo, nos hicimos muy amigos de Jackie Stewart. Fuimos a ver las carreras juntos en Montecarlo, fuimos a almorzar con él en Inglaterra y nos invitó a su casa, en Ginebra. Actualmente Nando está allá con él. Va a hacer un curso de automovilismo (el 26 de junio corrió una carrera de turismo de carretera en Londres). Jackie es un tipo generoso, agradable, simpático, y no sólo un buen corredor. Conoce a todo el mundo: en Mónaco se tomó la molestia de invitarnos a cenar con Carolina y Alberto de Mónaco.

—¿Cómo son?

—Carolina es una chiquilina todavía. Tiene diecisiete anos. Es simpática, macanuda. Me impresionó más el hermano. Nos trataron bárbaro. Al otro día nos invitaron a una recepción en el palacio. Cuando Grace Kelly nos vio nos abrazó, imagínate, y nos dijo lo contenta que estaba de que sus hijos nos hubieran conocido. Algo increíble, realmente. Allí conocí a Elizabeth Taylor: me pareció árida. David Niven, en cambio, es un tipo sensacional; nos aconsejó respecto de la gente con la cual podíamos hacer la película. Philip Niarkos, el hijo de Tina Livanos, la ex mujer de Onassis, nos invitó a navegar en su barco. Recibimos también la calidez de la gente sencilla: en Portofino, un pescador que no sabía qué regalarme me dio una cajita de fósforos en la que escribió: "Al montañista li doy il mió afecto de corazane". Un taximetrero, al llegar al hotel, no me quiso cobrar, y ante mi insistencia por pagarle me dijo que no lo ofendiera y que aceptara lo único que tenia para darme: un mapa de la ciudad.

—¿Qué hay de la película?

—Hay gran interés en hacerla: demasiado interés, demasiadas ofertas. Junto con los derechos del libro, la editorial Lippicott compró cualquier otro derecho, incluido el de la película. Es por eso que nosotros no podemos intervenir prácticamente en nada, salvo, claro está, en exigir que sea verídica: a la filmación irán tres de nosotros como supervisores. Se está buscando un director, un tipo que sea capaz de hacer valer la realidad. Todavía no se sabe si se va a filmar en España o en Estados Unidos. A mi lo que me interesa es la verdad, que se logre una película que haga sentir, por lo menos, lo mismo que el libro. Nosotros no vamos a actuar...

CONCLUSIÓN

A medida que pasaba el tiempo la entrevista fue sucesivamente interrumpida por la presencia de amigos, hermanos, y no faltaron los padres de Canessa. Roberto "Músculo" Canessa recibió toda interrupción con evidente alivio, como si se lo liberase de una tarea a veces demasiado pesada. El sabe —y lo dice— que ha entrado en un círculo del que por el momento no podrá zafarse.

—Tengo un examen el 10 de julio y ya perdí dos semanas de facultad. Me he puesto a estudiar duro porque siento que tengo que hacer algo, algo que me cueste. Voy a tratar de terminar la carrera y recibirme de médico.

—A casi dos años del suceso, ¿no sentís como si todo eso le hubiera pasado a otro?

—Sí. En general lo siento así. Pero de repente hay cosas, un ruido, el olor a sintético que tienen los aviones, que te recuerda todo, te hace volver.

—¿Te han molestado los malos sueños, las pesadillas?

—Nunca los tuve. El problema se superó en la montaña. El verdadero problema es el temor a la muerte, poder convivir con la muerte, ver muertos continuamente. Pensás que tú, que estás vivo, te estás sirviendo de otro que está muerto. Es decir, que si somos iguales, pero yo estoy vivo y el otro está muerto, mañana quizás yo esté igual que él. Ese temor a la muerte, como a algo desconocido, es lo que aterra a la gente.

—¿Y a vos?

—Estábamos tan acostumbrados a la idea de morimos que no teníamos ese problema. Te acostumbras a tenerla tan vecina que lo inexplicable pasa a ser otra cosa.

La entrevista terminó con estas palabras:

—La montaña siempre estuvo allí. Ella me dejó salir. Con eso estoy contento. Allá arriba me preguntaba continuamente: "Pucha, ¿cómo voy a poder salir de acá?" Y siempre me respondía a mi mismo: "Tengo a Dios, que es mi amigo, y él es el dueño de la montaña".

Esto es todo. Pero nada más que todo por ahora. Porque no nos atrevemos, nunca más, a decir "este caso está cerrado". Al fin y al cabo no deja de ser una lección.

HELENA SERROT

Fotos: HÉCTOR MAFFUCHE

 

Google
Web www.magicasaruinas.com.ar