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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

EL ESTRUENDO VISUAL DE SIQUEIROS
Por RAFAEL SQUIRRU

El autor de esta nota conoció en 1968 a David Alfaro Siqueiros—el gran muralista mexicano que acaba de morir—. y mantuvo con él una larga conversación sobre su vida, su obra y la pintura latinoamericana. Cuatro años antes, en 1964, Siqueiros se había caído de un andamio cuando daba los toques finales a una de sus creaciones, accidente que lo mantuvo ocho meses inactivo. Décadas antes también había conocido la cárcel repetidas veces, por sus actitudes políticas como afiliado al Partido Comunista. Enyesado, filosofaba con un amigo a quien le decía: "Yo soy así, si no caigo preso, me caigo desde cuatro metros de altura". Celoso custodio de su fama y excelente defensor de su peculio, no vacilaba en repetir: "Yo vendo mis pinturas, porque un pintor de lo social no trabaja gratis".


1974

 

 

Mi primer encuentro con Siqueiros tuvo lugar en 1968 en su taller de Cuernavaca. Terminaba de realizar con su numeroso y bien dirigido equipo los últimos tramos del mural La marcha de la humanidad, que ya había comenzado a instalarse en un complejo cultural que funciona como anexo de un imponente hotel de la ciudad de México.
Un hombre alto, de porte marcial, la cabeza erguida con melena de león cano, los ojos azules, casi celestes, la nariz aguileña, Siqueiros acompañaba su tarea de cicerone con una voz clara y plena de autoridad.
Su taller había sido transformado en algo que asemejaba un astillero para la construcción de un transatlántico. Un ingenioso método permitía hundir los paneles metálicos en huecos que eran cavados en la tierra y mediante un complicado sistema de poleas éstos emergían a la altura requerida para la elaboración de las imágenes. Bajo el signo de una cordial hospitalidad Siqueiros monologó en torno a sus temas favoritos: el muralismo mexicano y su propia obra inserta dentro del mismo. Detectó la corriente de respetuosa admiración que acompañaba sus inteligentes reflexiones y ello le animó a explayarse por espacio de un par de horas.
Sus aseveraciones estéticas eran salpicadas cada tanto por observaciones políticas en las que reafirmaba su fe en las luchas del proletariado y la liberación final de los pueblos oprimidos.
Recuerdo que me enseñó un trozo de avión yanqui que tenia sobre la repisa de su cuarto de estar, abatido en Vietnam, y que le había sido enviado de regalo por Ho Chi Min.
Quizá ese día se sintiese particularmente comunicativo pues pese a mis esfuerzos por abandonarlo no quería dar por terminada mi visita y me insistía para que me quedase para seguir conversando.
Quizá una mal entendida prudencia de no querer acaparar al maestro, ya que habían llegado otros visitantes, hizo que me despidiese con promesa de renovar el encuentro, luego que hubiese tenido oportunidad de apreciar su opus magna, el referido mural de La marcha. Pasaron unos tres años antes que esto ocurriese.
Durante mi visita a México en el año 71 con motivo del homenaje a Emilio Pettoruti, polo opuesto de Siqueiros y por quien éste reveló sentir sincera admiración, volví a visitarlo, esta vez en su taller de ciudad México, después de haber visto el mural, tal como habíamos quedado. Un sector nada despreciable de la opinión local se expresaba duramente respecto de la obra. Incluso me pareció notar en algunos críticos que me habían interrogado acerca de mi impresión respecto de la obra, un tono de alepori como si la misma les causase una situación un tanto embarazosa.
Frente a algunas de las corrientes que se arrogaban y se arrogan el rol de vanguardias estéticas, la obra de Siqueiros resultaba extemporánea, desmesurada y hasta regresiva en cuanto decoraba nada menos que un complejo arquitectónico tal como un hotel de lujo, como si el maestro se estuviese desdiciendo de algunos de sus postulados ideológicos.
Sabemos que en posterior polémica no faltó la crítica señora, según entiendo compatriota nuestra, que le abofeteó en público sellando la desaprobación. Sabemos también que el viejo soldado que expuso su vida en cárceles y combates, no contestó la agresión, pero imaginamos el fuego que debieron despedir sus ojos.

La extensión del muro

No es mi intento entrar aquí en esa polémica, que en lo que a mí respecta he resuelto hace muchos años. Baste decir que apruebo la actitud de Siqueiros como apruebo la de Miguel Ángel al pintar la Sixtina, aún cuando en el proceso no vacilara en colocar en el infierno a alguno de los responsables del encargo; algo similar también hizo Ribera en sus murales del Rockefeller Center de New York que fueran oportunamente borrados (los Papas de la banca menos tolerantes que los del Vaticano). Si los artistas fuesen tan castos como los ideólogos, no habría Sixtina ni Polyforum de Siqueiros (que así se llama el mural).
Durante aquella visita y en posterior almuerzo en la Embajada de nuestro país, Siqueiros abundó en sus ideas madres y en el sentido de su obra. Su fundamental preocupación era llevar el arte pictórico a dimensiones heroicas con miras a su función social. Aunque eximio pintor de caballete como lo demuestra entre otras obras maestras su autorretrato de puño en escorzo, Siqueiros consideraba que el arte para alcanzar su última medida debía llevarse a la extensión del muro. Comparaba a la pintura de caballete con la sonata o aún el cuarteto musical mientras el mural equivaldría a la sinfonía o mejor aún a la gran ópera. Y lo cierto es que su mural tiene mucho de ópera. La pintura así entendida juega su rol de la mano de la arquitectura y obliga al artista a plantearse los problemas del espacio a nivel monumental.
Su temperamento desmesurado y fogoso, lo atestiguan sus actividades metaartísticas, requería el espacio colosal para desplegarse. Seria a mi entender errado plantear estas exigencias en términos polémicos, como lo seria hacerlo en materia de poesía.
Vale el poema épico, como vale el buen soneto y el breve poema lírico, cada uno en la medida del genio que lo creó, como ya lo planteó con inteligencia Edgar Allan Poe, en su filosofía de la composición. Interesa aquí destacar que Siqueiros fue maestro en todas las dimensiones que habitó su fuerte y agresivo espíritu.
Según sus propias afirmaciones un Jackson Pollock no hubiese existido sin sus propias experiencias informales, ni quizá se hubiese pintado el Guernica de Picasso sin la presencia del muralismo mexicano que rescató para los europeos la dimensión épica que tenían abandonada.
Podrán discutirse estos reclamos, pero más allá de toda discusión posible, resulta inadmisible hoy restar importancia y trascendencia a la obra de Siqueiros y de sus colegas.
Que sus murales pueden aturdir en la grandilocuencia de sus formas y colores, algo parecido sucedió con las óperas de Ricardo Strauss dando lugar a que algunos cantantes se negaran a emitir las notas respectivas; hoy, nos cuesta creer que ello fuese posible. Reconozco que al entrar al Polyforum sentí una sensación de agorafobia colmada: una verdadera agresión visual que sólo la humildad del observador puede tolerar.

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Pero si el artista tuvo que ser humilde para crear, ¿por qué no el contemplador para catar su obra? Son muchos los degustadores de música a quienes molesta Wagner con sus vientos. Lamento lo que se pierden. Y sería también lamentable que el estruendo visual de Siqueiros restase degustadores al formidable genio de su arte.

Dos opiniones de Siqueiros

El progreso en el arte

"La escultura no puede seguir como hace miles de años cuando no existía el fuego. Debemos usar la ciencia y los nuevos materiales, como el plástico. Buscamos una solución conjunta para la escultura y la policromía. Queremos apartarnos de la escultura lívida. No queremos el realismo de la escultura antigua. Queremos un neorrealismo. Hemos intentado la esculto-pintura en la Ciudad Universitaria..."

Los coleccionistas

"Hay un norteamericano rico que compra pinturas sólo de Picasso y mías. Me escribió sobre ellas, pero con más pasión sobre las mías que sobre las de Picasso. Un día fui a su departamento en Park Avenue y vi que tenía sólo Picassos. Mis pinturas las había dado a los museos. Le pregunté por qué y me dijo: 'Sus pinturas no van bien con mis muebles'. ¿Cree que pinto para complementar los muebles de nadie?"

 

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