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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Atentado al Papa Pablo VI

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Pablo VI en la ruta de los apóstoles

La accidentada travesía del Papa a través de 9 países y 45 mil kilómetros provocó un nuevo enfrentamiento entre la "Iglesia de los Pobres" y los grupos preconciliares.

Revista Siete Días Ilustrados
1970

 

 

"Este viaje no tiene nada que ver con el turismo, ni con el deseo de descubrir nuevas tierras. No estoy viejo, como se dice, ni enfermo. Tampoco voy en son de conquista; en todo caso, trato de reeditar la experiencia de los apóstoles cuando viajaron por Asia y Europa. Llevo conmigo los más dulces acentos de la verdad y el amor. ¡Oh Cristo! ¿Acaso no estás con nosotros en este corrupto y confuso mundo?" La invocación, que a mediados de la semana pasada deslizó el Papa Pablo VI en Australia, segunda etapa de su viaje de 45 mil kilómetros por Asia y Oceanía, no dejó mayores dudas de cuáles fueron fas razones que, simuladas por otras de carácter estrictamente religioso (la culminación de la mayor asamblea de obispos católicos asiáticos efectuada en las Filipinas) obligaron a Giovanni Montini, pese a sus 73 años, a recorrer 9 países en los cuales la comunidad católica (48 millones de personas) apenas representa el 2,5 por ciento de la población total de ambos continentes. El esfuerzo ("apostólico y pastoral", lo denominó Pablo VI) no sólo responde a la preocupación papal de consolidar su imagen entre los cristianos asiáticos. Intenta, también, un mejoramiento de las relaciones entre los países comunistas y el Vaticano. No es casual que la última escala del periplo haya sido Hong Kong, en los umbrales de China continental, cuyos 3 millones de católicos apenas representan el 0,4 por ciento de la población.

LA ESCALADA PAPAL

La nueva relación que intenta Pablo VI con el área socialista y la necesidad de convertir al catolicismo en una fuerza social religiosa de importancia, trasforman al viaje del pontífice en el más trascendente de los 8 que realizó a través de sus siete años de reinado. Las escalas de la gira (Filipinas, Australia, Pakistán Oriental, Irán, Samoa, Indonesia, Ceilán y Hong Kong) no marcan en definitiva una mera presencia papal; significan que el Vaticano se dispone a dialogar abiertamente de los hondos problemas sociales, políticos y económicos que afectan al continente asiático, una región donde la Iglesia es identificada con la riqueza y el poder o se halla limitada en su crecimiento por la incorporación de liturgias paganas, ajenas a la ideología del cristianismo.
Pese a la trascendencia del mensaje "para el gran pueblo chino", la escala más importante del viaje de Pablo fue sin duda, Manila. No por el atentado del que fue objeto el pontífice, ya que —según todas las informaciones— sólo respondió a una actitud demencial del frustrado pintor boliviano Benjamín Mendoza y Amor, sino por la tremenda contradicción que plantea la existencia de una Iglesia opulenta en un país cuyas mayorías viven marginadas en los territorios del subconsumo, con un ingreso anual per cápita que apenas supera los 150 dólares. Los 32 millones de católicos filipinos que suman los dos tercios del total de católicos asiáticos, conforman una singular congregación: en las Filipinas se hablan 55 lenguas distintas y 150 dialectos locales; la mayoría de los 69 obispos y 4.565 sacerdotes filipinos habitan en las dos principales de las 7.017 islas que constituyen ese país, Luzón y Mindanao, lo que significa que gran parte de los católicos no han visto en su vida a un sacerdote. La Iglesia, por su parte, parece preocupada por otros intereses: es propietaria del banco de préstamos más importante del país y administra, además, 40 mil hectáreas de tierras. El discurso de inauguración de la Asamblea Episcopal en Manila fue una clara advertencia del Papa a quienes "tienen la obligación de manifestar que la salvación traída por Jesucristo debe ser ofrecida a todos, sin distinción de condición, sin vínculos privilegiados; la Iglesia debe favorecer del mejor modo la lucha contra la ignorancia, el hambre, la enfermedad y la inseguridad social; debe dirigir todos sus esfuerzos, animar, impulsar las iniciativas que se esfuerzan por la promoción integral del hombre; debe asumir, en definitiva, la defensa del débil y del pobre contra las injusticias sociales".
Que la travesía de Pablo VI es una expresión del compromiso personal del pontífice con "la justicia social, la paz y el desarrollo económico", y no un aspecto más de la actividad misionera interesada en la conversión al catolicismo de las marginadas masas asiáticas, lo demuestra la propia interpretación del Papa: "Vamos mucho más allá de lo que podría significar una mera fuerza numérica. Asia, es cierto, necesita la inyección de nuevos valores, generosidad, honestidad, caridad cristiana. Si logramos que eso sea lo que expresen nuestras misiones, nuestros hospitales, nuestras escuelas, entonces seremos verdaderamente fieles a Cristo". Tanto en Manila como en otras regiones en las que recató, el pontífice exaltó la actividad misionera realizada en Asia a partir del siglo XVI por San Francisco Javier, "quien nos enseñó que con humildad es posible llegar no sólo a todos los rincones de la tierra sino hasta lo más profundo del corazón humano"; fue San Francisco Javier quien consolidó las actuales comunidades católicas de Pakistán, Taiwan, Hong Kong, Ceilán, Corea, Japón, Malasia, Birmania y Tailandia, lugares donde las congregaciones superan ya los 100 mil adeptos, atendidos hoy por 9 mil sacerdotes nativos (entre ellos 26 chinos consagrados por el Papa Pío XI en 1926) y 5.700 misioneros extranjeros. La exaltación de esa imagen del santo, refuerza el concepto que Pablo VI insiste en destacar: el de la actividad misionera como un nuevo elemento para la concreción de hondas reformas sociales. De ahí que durante su escala en Sydney, Australia, sorprendiera a muchos con su declaración de apoyo a las rebeliones juveniles: "Hay un rayo de luz en el descontento que os atormenta".
No fueron pocos quienes trataron de asociar esas inquietudes con el insólito intento de asesinato del pasado 27 de noviembre. El atentado (se perpetraron 47 a lo largo de la historia contra pontífices católicos, 31 de los cuales resultaron muertos) no pareció guardar ninguna relación con cuestiones políticas; ni siquiera religiosas. Mendoza y Amor, en sus declaraciones a la policía filipina; reconoció que "no quería matar al Papa.

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Eludiendo la férrea vigilancia policial que establecieron los australianos en torno al Papa, un hombre puede acariciar su túnica púrpura

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Pablo VI en barrios pobres de Filipinas

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el agresor

Sólo traté, a través de mi acto, de denunciar la hipocresía e ignorancia de la religión, obviamente representada por Paulo VI. No soy comunista ni pertenezco a ningún grupo de ultraderecha actué solo". Esta confesión, que sólo habla de un rapto demencial (el agresor había inscripto en su cuchillo las herméticas palabras "sumisión, podredumbre, miseria, Iglesia, superstición, engañifa"), no detuvo, por supuesto, a Pablo VI, pero reverdeció las polémicas que había despertado su viaje. En un editorial de la semana pasada, el diario derechista il Tempo concedió: "Aquellos que están familiarizados con el Papa saben con seguridad que este incidente no afectará sus planes. El continuará como un peregrino viajando alrededor de los continentes. Pero —se pregunta el redactor—, ¿no sería éste el momento de que se abstuviera de su viaje, sólo hasta que la armonía y la paz regresen a su discutida Iglesia?" Tímida reprobación la de il Tempo, que no quedó sin réplica: "Me siento tan pequeño como una hormiga —dijo humildemente Pablo VI después del atentado—, tan débil e indefenso como un pequeño que nada contra la corriente. Quizás así se sintieron Cristo y los apóstoles cuando llevaron sus palabras a tierras tan lejanas".

 

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