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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Restauración de la monarquía en España
el revés de la trama

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Aunque sucedió en medio de una pronunciada indiferencia popular, España vivió el mayor acontecimiento político de los últimos años cuando Francisco Franco, con un hilo de voz apenas audible, presidió sus propios funerales al anunciar ante las Cortes el ungimiento del príncipe Juan Carlos como sucesor en calidad de rey. Se zanjó así un pleito: el que sostenían sorda pero tozudamente, desde 1957, falangistas y tecnócratas. Fue el triunfo de éstos sobre los sueños del Estado nacional-sindicalista.

 

 

Eran exactamente las 12 en todos los relojes de la aristocrática villa de El Estoril, un suburbio de Lisboa habitado por reyes destronados (como el italiano Humberto Saboya) y príncipes sin chance. Era el miércoles 16 de julio y uno de los más notorios vecinos del lugar, el príncipe Don Juan de Borbón, se paseaba furibundo por el despacho de su mansión La Giralda, que constituye la base de operaciones de su auto-exilio. Al mediodía en punto, su inconfundible nariz (aguileña, pero de linaje) y su rostro curtido -navegar es su deporte favorito- vibraron en un rictus de fastidio. Sonó el teléfono y Don Juan atendió después de permitir que la campanilla repicara un buen rato: "Papá: ha sucedido lo que tantas veces te he dicho ... El generalísimo Franco me 'ha nombrado sucesor a título de rey", tremoló la voz de su hijo Juan Carlos (31, 2 hijos), quebrada por la emoción. El amargado Don Juan colgó sin contestar: la designación de su hijo como heredero de Franco sellaba con el más estrepitoso de los fracasos su puja por conquistar el trono de España.

LA SANGRE DE SU ALTEZA

Quizá el miércoles 16, Don Juan recordó las palabras con las cuales Francisco Franco lo despachó del país en julio de 1936, cuando bajo el seudónimo de Juan López quiso incorporarse como simple voluntario a las filas del Caudillo: "La sangre de Vuestra Alteza es muy preciosa para el futuro de España; no podemos exponerla al albur de una simple bala". Durante años Don Juan se preguntó: "¿Qué habrá querido darme a entender?" Ahora lo sabía. Pero las peripecias de Don Juan, descendiente por línea directa de Felipe V (el primero de los Borbones que -en el siglo XVIII- reinó en España) e hijo de Alfonso XIII (derrocado en julio de 1931 por la II República), constituyen un paso de tragicomedia que cobra sentido pleno en la tarde del 22 de julio último. En el neoclásico Palacio de las Cortes, Francisco Franco da el primer paso para concretar un sueño que ni siquiera Napoleón pudo resolver con acierto: instaurar una monarquía. Pero más astuto que él pequeño corso, Franco no inventa un linaje familiar sino que busca sucesor entre las personas de una de las dinastías existentes. La maniobra huele a restauración monárquica, pero en rigor es una instauración. La nueva monarquía nada tiene que ver con anteriores gobiernos reales y así lo dice claramente Franco ante sus incondicionales 519 procuradores de las Cortes. Con voz entrecortada, el Generalísimo afirma: "El Reino que nosotros hemos establecido nada debe al pasado. Nace de aquel acto decisivo del 18 de julio -de 1936, fecha del alzamiento contra la República- que constituye un acto histórico, trascendental, que no admite pactos ni condiciones".
Durante 33 años Franco gozó de plenipotencias y sólo era responsable de sus actos ante Dios y la Historia; pero ya en 1947 decidió trasformar al país en monarquía "tradicional, católica, social y representativa"; incorporada a la ley orgánica del Estado, la sucesión fue refrendada en 1966 con el voto positivo del 95,9 por ciento de los españoles en un referéndum donde no se admitió la oposición. Como el artículo 6/0 de la ley de sucesión autoriza al jefe de Estado a proponer a las Cortes -"en cualquier momento"- el nombre de la persona que ha de ser llamada a heredar su poder, el príncipe Juan Carlos cumple con los requisitos de ser "un varón de sangre real, español, mayor de 30 años, católico, y que acate los principios del movimiento nacional". Sin duda que su padre, Don Juan, estaba primero en la cola de aspirantes reales, pero Franco, que es gallego, socarrón y enigmático, nunca le dio el sí ni el no, mientras jugaba a ser rey concediendo títulos de nobleza, y duques, condes y marqueses constituían la nueva aristocracia fiel al régimen.
Si algo no le gustó a Don Juan fue el título de príncipe de Asturias que en 1941, a los 3 años de edad, le ofrendó Franco a Juan Carlos. Es un título tradicional de la corona de España desde que en el siglo XIV, Juan II, rey de Castilla y León, lo otorgó a su hijo Enrique. También en 1941 Don Juan era, sin embargo, el candidato más visible cuando el destronado Alfonso XIII abdicó en su beneficio por si "su persona podía ser un obstáculo para la restauración monárquica". Pero algo nunca marchó bien en las relaciones entre Don Juan y Franco: la antipatía mutua estalló al finalizar la contienda civil, en 1939, ya que el Caudillo no restauró la monarquía; se ahondó en 1945, cuando los aliados le reprocharon a Franco su flirt con Benito Mussolini y Adolfo Hitler. En esa época Don Juan, conde de Barcelona (se arrogó tal título en el destierro), proclamó que estaba dispuesto a reinar en España junto con los republicanos (si alguien echaba a Franco) "para servir de poder moderador".
En 1948 Franco y Don Juan mantuvieron una larga entrevista donde discutieron la educación de los hijos de éste: Juan Carlos, el primogénito, y Alfonso (quien años más tarde se mataría accidentalmente limpiando un revólver). Allí se decidió que Juan Carlos -nacido en Roma en 1938- estudiaría en España; de tal modo que sólo a los 10 años el heredero pisó su patria y un joven profesor -cuyo nombre conviene retener- fue uno de sus primeros preceptores: Laureano López Rodó. En 1954, al cierre de otro rendez vous entre Franco y Don Juan, el príncipe Juan Carlos debió cursar estudios en tres academias militares. Luego -en 1962- se casó con la princesa Sofía de Grecia, pero quizá lo más sugestivo fue el domicilio que Franco eligió para el joven delfín: el Palacio de la Zarzuela, que simbólicamente puede traer rememoraciones a los fanáticos de tal género musical, pero que además se encuentra exactamente a mitad de camino entre el Palacio Real y el Palacio del Pardo, residencia del Generalísimo.

UN DON JUAN EMPEÑOSO

Cualquier pesquisa hubiera detectado las obvias conclusiones acerca de las preferencias franquistas, pero quizá el cautivador camino hacia el trono obnubiló al empeñoso Don Juan, quien solía recordar que Alfonso XIII, su padre, había sido padrino de boda del generalísimo Franco: "Al rey le sigue el hijo del rey", repetía. Pero nadie como José María Areilza, conde de Motrico, alentó su empecinamiento. Hábil y brillante, ex embajador en Buenos Aires y Washington, hace 5 años que el conde de Motrico abandonó un cargo diplomático en París para sumarse al staff político de Don Juan. Su fluidez para moverse como una anguila por cancillerías, círculos financieros y embajadas produjo una enorme confianza en la "restauración monárquica con Don Juan" entre algunos sectores, aunque hoy se comprueba que las intrigas del conde sólo lo llenaron de seguridad a él mismo. Claro que sus argumentos no eran descartables: "Don Juan tranquilizaría al ejército y al capital; es lo suficientemente conservador como para no asustar a la derecha y pretende con su apertura integrar a la izquierda". Hasta la denominada izquierda democrática, nucleada en torno del socialismo, afirmó a través del profesor Enrique Tierno Galván que la monarquía "podía ser la salida del franquismo, pero ahora creo que también puede ser la solución". Estas palabras, pronunciadas hace varios años contribuyeron a consolidar el slogan: "Don Juan será el rey de todos los españoles".
El júbilo de Motrico alcanzó orgiásticas proporciones cuando en febrero de 1968 Don Juan arribó a Madrid, en compañía de su madre, la reina Victoria, para apadrinar el nacimiento de su primer nieto varón, el príncipe Felipe, hijo de Juan Carlos. Pero Don Juan cometió un desliz al mezclar lo familiar y lo político, ya que recibió a una delegación de las comisiones obreras (sindicatos clandestinos) mientras aceptó que algunos altos jefes militares le rindieran pleitesía. Motrico aseguró entonces a sus íntimos que sus cálculos no podían fallar y se soñó como un redivivo Antonio Cánovas del Castillo (1828-97), quien restaurara la dinastía borbónica a través de Alfonso XII, a fines del siglo pasado. El nuevo Cánovas lucubró el siguiente silogismo: Franco recibió el poder del ejército; algunos jefes militares vitorearon a Don Juan; a la muerte de Franco éste devolverá el poder al ejército. ¿Acaso la Ley Orgánica no asegura que los militares serán la salvaguardia de las instituciones? Los Capitanes Generales conocidos con el mote de "azules monárquicos" no permitirían el ascenso de Juan Carlos si el mozalbete llegara a gambetear a su padre. Don Juan nunca abdicaría y Franco no se atrevería a enfrentar a los Capitanes Generales.
Hasta aquí el casi irrebatible planteo del conde de Motrico. Pero la realidad se encargó de hacerle algunas pequeñas correcciones: los 4 mil monárquicos que en febrero de 1968 despidieron en el aeropuerto a Don Juan y a su madre Victoria fueron una cantidad apreciable; pero el oficialista Emilio Romero, director del diario Pueblo no estuvo desacertado al comentar con ironía: "Todos los partidarios de Don Juan no lograron llenar la terraza del aeródromo de Barajas". Además, el triunfo -más resonante que efectivo- de Don Juan en Madrid logró irritar a Franco, quien multiplicó sus deferencias para con Juan Carlos. Alarmadísimo. Don Juan escribió el 12 de octubre de 1968 a su hijo para recordarle que "tu presencia en España sólo significa que eres un enlace entre la dinastía y el régimen", a lo que Juan Carlos contestó el 7 de diciembre con un fino paso de comedia: "Estoy convencido de que el porvenir de la monarquía se juega dentro de las instituciones en vigor. Cuando esto suceda pido a Dios que seas tú el elegido. Suceda lo que suceda, ese día debemos estar más unidos que nunca".
Pero padre e hijo no son los únicos competidores por el trono que técnicamente Franco regentea: ambos pertenecen a la casa de Borbón y Borbón, pero tienen algunos primos sumamente malhumorados. Los carlistas, de la rama Borbón Parma, quienes también participaron del torneo en demanda de la corona y a los que sin duda no les faltan argumentos atendibles. Cuando en 1936 Franco se alzó contra la República, sus aliados vinieron de todas partes: un aporte inapreciable lo constituyeron los batallones de requetés, civiles de boinas rojas, con un Sagrado Corazón de Jesús bordado sobre las camisas caquis y blancas banderas cruzadas por la cruz de San Andrés. Estos carlistas ya combatieron en tres guerras civiles contra la rama dinástica a la que precisamente pertenecen Don Juan y su hijo Juan Carlos. Pero a fines de diciembre del año pasado el príncipe Carlos Hugo, líder carlista que arengaba a sus partidarios y estaba claramente en la puja política, fue expulsado de España acusado de inmiscuirse en los asuntos internos de la política local. Es que Carlos Hugo es de origen francés; los amargados carlistas comentaron: "Cuando el 18 de julio del 36 Don Xavier -padre de Carlos Hugo- movilizó a los carlistas, no se les preguntó qué nacionalidad tenían".
El 15 de enero de este año, por la prensa y la radio hispanas se difundieron unas declaraciones de Juan Carlos al director de la agencia informativa gubernamental Efe, donde el príncipe, distanciándose oficialmente de su padre, afirmó: "La legitimidad del 18 de julio está por encima de la legitimidad monárquica". Era evidente que el "operativo Juan Carlos" ya estaba en la calle. Pero en abril, aun el conde de Motrico ensayó una sutileza: "Se equivocan los madrugadores. Franco nunca nombrará sucesor a Juan Carlos". Quien paradójicamente vestía el sayo tempranero era el propio Motrico, olvidado quizá que al ser Franco un jefe absoluto "por la gracia de Dios" sólo respondía ante el Inescrutable y no tenía por qué consultar a un ejército al cual se encargó de convertir en incondicional durante muchos años de calladas y precisas maniobras. Además ¿por qué iban a jugarse los jefes militares? En el fondo -aseguraban los observadores- el putsch realista de Juan Carlos contra su padre no afectaba a las instituciones.
En la noche del pasado martes 15 el conde de Motrico regresó a Madrid desde El Estéril al frente de una delegación de consejeros políticos del atribulado Don Juan, conde de Barcelona. Los crecientes rumores de que el viernes 18 Juan Carlos juraría ante las Cortes (Cámara de Diputados al uso corporativo, integrada por adictos nombrados por Franco en razón de sus puestos oficiales o sus servicios al Caudillo) preocupaban a Don Juan. Eran las 10.30 de la mañana del miércoles 16 cuando Motrico declaró al director de la agencia noticiosa Europa Press (Julio Herrero Losada) que las versiones en favor de Juan Carlos eran puro bluff. "No hay nada, todo ha sido aplazado", persistió el conde. Pero a las 11.30 de ese mismo miércoles, el propio Juan Carlos telefoneó al vetusto escritor José María Pemán, presidente del Consejo Privado de Don Juan de Borbón, comunicándole que había aceptado la sucesión. Este nuevo paso de minué permitió que Pemán comunicara a Don Juan la noticia mientras el revuelto staff se reunía en Madrid en sesión de urgencia, redactando una violenta declaración en donde se afirmaba que Don Juan eliminaba a su hijo de los derechos de la sucesión, condenando el "golpe de Estado" de Franco. Fue a las 12 del miércoles que Juan Carlos comunicó la -para él- buena nueva a su padre, telefónicamente; entonces Don Juan asumió la más violenta de sus actitudes, si es que no contestar a un diálogo telefónico puede calificarse como violencia. Para algunos observadores esa fue una reacción coherente con la indecisa personalidad de Don Juan, quien quizá prefería en ese instante estar navegando, aunque la tormenta no estaba como para botes de vela.
Mientras tanto la noticia corrió por las calles de Madrid y a la 1.30 se enteró el periodista José Oneto, quien antes de comunicarla a su diario (el matutino Madrid) se la trasmitió al ministro de Información, José Fraga Iribarne, el cual inmediatamente estableció la censura sobre todo lo referente al asunto. En tanto, a El Estoril arribaba el marqués de Mondejar, ayudante de Juan Carlos, quien le trajo a Don Juan una carta de su hijo. El marqués alegó que debió llegar el martes pero como no consiguió avión se había retrasado. En la misiva, Juan Carlos repetía lo que minutos antes había comunicado telefónicamente, concluyendo: "Papá, te pido la bendición".
Pero su padre no estaba para bendiciones. Minutos después de retirarse el marqués de Mondejar apareció en la antesala de la villa La Giralda el embajador de Franco en Portugal, José Antonio Giménez Arnau, quien le entregó una carta personal del Generalísimo.

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Don Juan lo despidió sin dignarse abrir esta nueva carta. Minutos después leyó que Franco le decía lo mismo que su hijo, al tiempo que le recordaba la memoria de su padre Alfonso XIII, quien a su vez había abdicado en favor de Don Juan.
Entre el miércoles y el viernes siguiente, una apresurada contradanza se tejió con las idas y venidas de los asesores de Don Juan, quienes votaban de Madrid a Lisboa ida y vuelta. Motrico pretendía que Don Juan -el eterno pretendiente al trono- firmara su explosiva declaración enfrentando abiertamente al régimen, mientras otros consejeros presionaban sugiriendo que lo mejor era abdicar, "ya que la monarquía, aunque mal nacida, había sido instaurada en España". El duque de Alba y el profesor Juan López Ibor opinaban que lo más prudente era guardar silencio, pero Don Juan presintió en muchas ausencias que la mayoría de sus vasallos emprendía el apurado camino del Palacio de la Zarzuela para rendirle pleitesía a Juan Carlos.
A las 20 del viernes 18, Don Juan y sus allegados arribaron a una solución de compromiso que no conformó a nadie. El conde de Barcelona hizo pública una declaración en la que dijo no ser "responsable" de la medida de Franco, lo que además era rigurosamente cierto. Disolvió no sin melancolía la aparatosa pero frágil pompa que le significaba su Consejo Privado, licenció a los dos diplomáticos que Franco había puesto a su servicio en calidad de secretarios y, cuando su hija, la infanta Pilar, le preguntó desde Madrid qué debía hacer. Don Juan, que es muy madrileño castizo, le respondió por teléfono: "Niña, haz lo que te pida el cuerpo. Yo he cerrado la botica". Los monárquicos liberales se habían quedado sin rey y los delirios parlamentarios de Motrico se habían disuelto. Pero los monárquicos no eran los únicos derrotados.

VICTORIA TECNOCRATICA

Juan Carlos estaba en el secreto desde el mediodía del 10 de julio, cuando el Generalísimo se lo comunicó personalmente; el día 12 Franco confiaba la noticia al virtual vicepresidente español, almirante Luis Carrero Blanco y al presidente de las Cortes, López Rodó y Oriol, y soto el ministro de Hacienda, Espinosa San Martín, constituía el tercer cómplice de la confidencia, ya que tuvo que preparar con la mayor discreción un presupuesto extraordinario para la nueva Casa Civil y Militar del príncipe de España (antes de salir de viaje hacia los Estados Unidos a fin de entrevistarse con funcionarios del Banco Mundial). Los expertos afirman que no es casual que entre los personajes enterados de la noticia se halle Carrero Blanco y en cambio falte un líder de la Falange.
En rigor, el movimiento nacional-sindicalista es de hecho el otro gran derrotado en esta puja por la sucesión. Cuando en 1936 Franco aglutinó a monárquicos -carlistas y alfonsinos-, militares y clero en su "cruzada anticomunista", los miembros de la Falange (inspirada en José Antonio Primo de Rivera) otorgaron con sus camisas azules y su escudo con yugo y flechas el aire corporativista y filofascista al movimiento. También constituían el elemento más populista y paradójicamente republicano del frente franquista. Oficialmente, todavía hoy, Franco es, además de Caudillo de España, Presidente del Gobierno, y Generalísimo de los Ejércitos, el Jefe Nacional de la Falange (partido único donde se amalgaman todas las fuerzas que combatieron en las filas franquistas) que con el paso de los años se trasformó en el Movimiento Nacional. El primer gran golpe público asestado por su Jefe al falangismo fue la resolución de 1947 que convirtió a España en monarquía. Pero como España es un país donde apenas existen monárquicos, los líderes de Falange juzgaron entonces que la medida no debía ser demasiado tomada en cuenta. Claro que el militante nacional-sindicalista, aun antes del 47, se sentía desengañado por comprobar cada día más lejanas las distancias entre los proyectos de Primo de Rivera y la realidad española manejada por un Franco pragmático. Pero José Solis Ruiz, un andaluz algo verborrágico, simpático y demagogo, jugó en 1968 la carta del "poder sindical" como opción ante la monarquía. Solís Ruiz, el más hábil ministro franquista, secretario general del Movimiento y delegado nacional de los sindicatos, verticales, únicos y obligatorios, vivía como todo el mundo en España, un clima de posfranquismo, ya que a nadie escapaba el año pasado la necesidad de reubicarse en función de lo que pasaría cuando Franco desaparezca o se retire. Antiguo jefe de la burocracia partidaria, Solís Ruiz controla de hecho las dos terceras partes de las Cortes, pero es lo suficientemente hábil para comprender que no maneja ni a la oligarquía del régimen ni a los obispos; siempre supo (al revés de Motrico) que el ejército permanecería neutral. Fue por eso que inició en 1968 una "escalada" en gran estilo: por un lado jugó a una apertura que algunos sectores denominan "peronista", multiplicando los actos de hermandad entre ejército y sindicatos y alabando a los generales "azules". Por el otro intentó asustar a la derecha y ganarse a las masas pregonando, más o menos abiertamente, la lucha por "el poder sindical".
Pero cuando a Franco le disgustó el operativo (ya que el Generalísimo piensa que el único militar que debe hacer política en España es él), el resto de ensueño republicano que aun sobrevivía en la burocracia de la Falange se esfumó. El 22 de julio, cuando el Caudillo anunció en las Cortes que había nombrado sucesor, Solís convocó al Consejo Nacional del Movimiento y a la Comisión Permanente del Congreso Sindical. Todos giraron 180 grados, pidieron a los falangistas que votaran "Sí" en las Cortes, y en 24 horas la desteñida camisa azul adquirió para siempre una tonalidad incolora.
¿Pero quiénes son los verdaderos triunfadores de la hora? Sin duda aquel profesor López Rodó (primer preceptor de Juan Carlos) y el almirante Carrero Blanco, de quien se afirma que en octubre será convertido oficialmente por Franco en primer ministro del régimen. Representan un estilo diferente, y son miembros del grupo que en 1957 comenzó a compartir el poder con la Falange. Hombre joven, que no participó en la guerra, el almirante tiene la característica de haber introducido en España la idea de la modernización, de la planificación tecnocrática. Su ideal político es la Francia degaullista pero adaptada al franquismo; es decir, sin Parlamento ni partidos políticos. Obsesionados por la eficiencia se sienten muy a gusto entre organigramas y lejos de las masas; constituyen una nueva clase política de hombres fríos, ambiciosos, calculadores y hábiles. "Lo que importa es que España alcance una renta per capita de mil dólares anuales; después hablaremos", comentó uno, en tanto otro aseguró que era necesario quitar al régimen sus residuos fascistas para hacerlo presentable ante Occidente.
Otro miembro del grupo, Gonzalo Fernández de la Mora, posible ministro de Información después de octubre, es autor de un libro de título significativo: "El crepúsculo de las ideologías". Para el equipo, "el régimen nace el 18 de julio, pero de 1969". Es por eso qué, cuando el martes 22 de julio Franco propuso a Juan Carlos como su sucesor, la voz se le cortó por la emoción y los sollozos. No faltaron los irónicos que comentaron: "El Caudillo se retira porque a los 76 años le falla el control de la emotividad". Algo de eso puede haber, pero cuando uno de los 491 procuradores. Mateo de Ros, gobernador civil de Asturias, fue llamado a votar, gritó: "Sí, a Franco". Esa era la filosofía del "Sí", pero casi ninguno de los miembros de las Cortes (salvo los quizá lúcidos 19 votos en contra y las 9 abstenciones) comprendió plenamente que con sus aplausos estaba sellando su propia defunción. Solís Ruiz afirmó con engañosa euforia de derrotado que "hemos asistido a la culminación de una obra que empezó el 18 de julio; el Caudillo, con su decisión, ha logrado su más clara, limpia y rotunda victoria". Sin embargo nadie como Franco comprende que asistió a sus probables exequias políticas y que el comienzo de una nueva era excluyentemente tecnocrática comienza en España. Paradójicamente, los hombres de Carrero Blanco pueden hacer suyo aquel estribillo del himno de la Falange según el cual -y para ellos- "en España empieza a amanecer".
Las reacciones por la medida casi fueron nulas: no más de cien entusiastas aplaudieron el miércoles a Franco y a su delfín a la salida de las Cortes, cuando subieron al coche del Generalísimo. Entre los soldados de la Guardia de Honor, algunos turistas norteamericanos tomaban fotografías. Muchos esperaron la reacción del poderoso Opus Dei, logia religiosa con influencias políticas. Pero en realidad ésta tiene adeptos tanto entre los monárquicos de Don Juan como entre los tecnócratas que formaron a Juan Carlos. Los estudiantes están de vacaciones, el izquierdista moderado Tierno Calvan se manifestó en contra de la monarquía y el partido Socialista Obrero, de liberalismo avanzado, calificó estruendosamente a Juan Carlos como "príncipe de opereta". En tanto, la izquierda revolucionaria ignoró totalmente el hecho.
Y cuando a las 9.30 del miércoles 23 el flamante príncipe de España llegó, rendido, a su Palacio de la Zarzuela, se lanzó ansiosamente sobre el teléfono pidiendo una comunicación con El Estoril. Minutos después y con cierta aprensión, Juan Carlos inició el diálogo:
-Papá, soy yo...
El conde de Barcelona respondió:
-Di, hijo mío...
-El general Franco me acaba de ascender a general de brigada, de infantería y de aviación; me ha hecho también contraalmirante de la marina y además...
Durante 25 minutos Juan Carlos barbotó la suma de poderes y honores que Franco había desplomado sobre sus hombros. Al finalizar el diálogo, Don Juan bendijo a su vástago. El climax de la discordia familiar apenas había durado una semana.
revista siete días
agosto 1969

 

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