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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Sharon Tate
fin del enigma


Las insólitas declaraciones de Melody Patterson —vieja amiga de la actriz asesinada y, además, ex integrante del grupo liderado por Charles Manson- aclaran definitivamente la tortuosa historia: en realidad, la esposa de Roman Polanski no fue la principal destinataria de la violencia desatada hacia fines de 1969 en su lujosa mansión de Hollywood.

Siete Días Ilustrados
mayo 1974

 


Sharon Tate


Charles Manson


Jay Sebring


Melody Patterson

 

Hace algo menos de cinco años una matanza escalofriante aturdió a los vecinos del elegante vecindario de Beverly Hills, en Hollywood: en la lujosa casa de Roman Polanski, ubicada sobre la colina de Bel-Air, una empleada doméstica había encontrado los cadáveres horriblemente mutilados de la bella Sharon Tate —esposa de Polanski— y de cuatro invitados a la casa. Los policías que acudieron de inmediato apenas pudieron soportar esa visión: sobre el césped, entre charcos de sangre, yacían Abigail Folger —hija de un rico industrial— y Voyteck Frykowsky, un escritor y cineasta amigo del dueño de casa. Un poco más lejos, dentro de un automóvil, se encogía el cuerpo inerte de Steve Parent, un joven de 20 años.
Pero la escena más macabra aguardaba en la sala principal de la villa: Sharon Tate (26, en ese momento promediaba su octavo mes de embarazo) se bamboleaba, suspendida del techo por una cuerda de nylon; una enorme herida había vaciado su vientre. El otro extremo de la cuerda anudaba el cadáver de Jay Sebring (26), un cotizado peluquero que poseía salones en San Francisco, New York y Londres. En la pared, sobre la cabeza de Sebring —cubierta por una capucha oscura— la palabra "pig" (cerdo, en inglés) aparecía nítidamente escrita con sangre.
Al día siguiente, el señor La Bianca y su esposa —una tranquila pareja de cincuentones— fueron hallados muertos en circunstancias parecidas, en su casa de Los Angeles. Pero, en apariencia, la policía no reconoció vinculación alguna entre ambos hechos. Nueve meses después, la investigación culminó con el arresto de un grupo de extraños personajes: sobre ellos, su jefe, Charles Manson, ejercía una misteriosa forma de liderazgo religioso. Entonces, en todo el mundo se tejió, alrededor del caso, una espesa malla de explicaciones descabelladas, que adjudicaban la verdadera responsabilidad de lo sucedido a las más improbables fuerzas sobrenaturales. Ignotos demonólogos no vacilaron en ubicar el motivo de los asesinatos en la aguda sátira sobre los pálidos chupasangres que fue el celebrado film La danza de los vampiros, dirigida por Polanski.
Pero el proceso concluyó en marzo de 1971, con la condena a muerte de los implicados, sentencia que no se cumplió, pues el mismo año se abolió la pena capital en los Estados Unidos. De todos los participantes en la sangrienta noche, sólo uno recuperó su libertad: Susan Atkins (21), quien, además de brindar una amplia confesión, colaboró con la policía para capturar al resto de los integrantes del grupo. "Éramos seis, cuatro hombres y dos mujeres, todos vestidos de negro —relató Atkins—; cada uno de nosotros llevaba un revólver o un cuchillo. Ese lugar, para Manson, era el símbolo de la humillación. A Sharon la mató Leslie Van Houten, hundiéndole su cuchillo en el vientre, fue impresionante, porque la pobre gritaba que le dejáramos tener a su hijo, que le permitiéramos vivir para eso".
Después de la bella actriz, les llegó el momento a sus huéspedes quienes, en vano, ofrecieron dinero para salvar la vida. Esa noche en la casa había habido una reunión, y muchos de los invitados decidieron luego quedarse a dormir. Es que Sharon prefería no estar sola, debido a su estado, mientras se prolongara el viaje de su marido por Europa. Cuando, por fin, el caso se dio oficialmente por concluido, quedaba aún un punto importante sin aclarar: ¿cuál había sido, en realidad, el móvil del crimen, más allá de las especulaciones vampiristas?

LA MUERTE DEL CERDO
Hasta aquí, la historia conocida; sobre ella pesaba hasta ahora un interrogante: la motivación real del rosario de homicidios. Sin embargo, hace poco tiempo, una actriz de la televisión norteamericana, Melody Patterson, resolvió finalmente el tortuoso enigma: "Todos esos motivos que se adujeron son ridículos y falsos —evaluó MP en una charla con Jacques Harvey, periodista del diario Los Angeles Times—; la verdad es que toda esa matanza fue para castigar a un vicioso".
Las sorprendentes revelaciones de Melody acaban de dar coherencia a toda la construcción. Sin duda, nadie mejor que ella para conocer la realidad de los hechos: además de amiga de los Polanski, había sido, durante algún tiempo, miembro del extraño clan Manson. "El nudo de todo el drama es Jay Sebring, el coiffeur —puntualizó—. Yo lo conocía bien y, como todas sus amigas, sabía que él era un perverso sexual: en el subsuelo de su casa, en Beverly Hills, había montado una verdadera sala de torturas. Aunque tal vez esa denominación sea un poco exagerada, pues, en verdad, sus obsesiones y depravaciones jamás causaron verdadero daño físico a nadie".
Según relató Patterson, ese tenebroso sótano contaba con todos los refinamientos a los que puede aspirar un sádico perfecto: cadenas con esposas que colgaban de las paredes, ruedas sobre las que ataba a sus víctimas —por lo general, más o menos voluntarias, convencidas gracias al pago de unos cuantos dólares—, látigos, máscaras y toda una larga serie de increíbles utensilios. "En Hollywood, muchas chicas estaban al corriente de los gustos de Jay —aseguró Melody—; yo misma he ido varias veces a su casa. En esa época yo vivía con el grupo de Manson, pero, a pesar de las reglas que nos prohibían tener relaciones con el jet-set de Hollywood, a veces iba de visita a casa de Sharon o de Jay".
Poco faltó para que la misma Patterson participara, de uno u otro lado, en los salvajes crímenes: "En esa secta de hippies, medio mística, medio religiosa, yo procuraba reencontrar la paz que había perdido cuando mi novio murió en un accidente de aviación —memoró—. Alrededor de diez días antes de la matanza dejé la siniestra familia y retomé mi vida habitual. Pero el día de los asesinatos yo había sido invitada por Jay para ir a casa de Sharon, lo que no pude aceptar, pues Frank Sinatra, que daba una fiesta, me esperaba".
Al día siguiente se enteró del drama de la villa Polanski y, poco después, del asesinato del matrimonio La Bianca, dos crímenes, que, de inmediato, se le revelaron vinculados: los esposos muertos eran, nada menos, el padrino y la madrina de Jay y quienes le habían prestado el dinero para abrir su primer salón de peinados. "El 11 de agosto, aterrorizada por todas esas muertes, le telefoneé a Eddy, un amigo mío que también conocía a Sharon y a Jay. Pero él no me quiso escuchar en ese momento, y me dijo que hablaríamos otro día". Recién dos meses después del proceso, Melody logró enterarse de la verdad: "Cuando volví a hablar con Eddy, me dijo que, tres días antes de su muerte, Jay le había contado que en el barrio hippie de Los Angeles se había topado con dos chicas completamente drogadas. Eran, las seis de la tarde; por veinte dólares a cada una, se las llevó a lo que él llamaba su pequeña pieza, donde las tuvo hasta medianoche".
Naturalmente, Sebring no había olvidado sus peculiares manías sexuales: durante seis horas flageló y humilló a las chicas y se burló incansablemente de ellas. Antes de devolverles la libertad, las había hecho transitar por todas las variantes del sadismo. "Entonces, me di cuenta de la verdad; para mí, ya no quedaban dudas acerca del motivo —asegura Melody—. Es que esas dos chicas eran Patricia Kerwinkel y Leslie Van Houten, dos integrantes del grupo de Manson, que también participaron en los asesinatos. Es muy claro que, cuando ellas le contaron su experiencia con Jay, Manson se enfureció y decidió organizar una expedición punitiva".
El operativo se preparó rápidamente. Charles Watson —uno de los acólitos de Satán— se encargó de cortar los cables telefónicos de la residencia. Durante la noche, el grupo irrumpió en la casa, donde Manson quiso infligirle a Jay los mismos vejámenes que él había propinado a las jóvenes. "Sin duda, creyó que Sharon era su amante y, como él, una pervertida —deduce Melody—, por eso le hizo ver cómo la mutilaban y, después, la ató a él con una cuerda. Finalmente, cubrieron el rostro de Jay con una capucha, y escribieron sobre la pared, cerca de su cuerpo, la palabra cerdo".
Para Patterson, los otros pasos del grupo son también claros: "Del 7 al 9 de agosto siguieron a Jay, esperando el momento de castigarlo junto a sus amigos. Finalmente, para completar su venganza, el 10 mataron al matrimonio La Bianca, la única familia que Jay Sebring tenía en el mundo; allí también, sobre la puerta del refrigerador, se encontró la palabra pig, escrita con sangre. Seguramente, Manson supo de la existencia del matrimonio cuando seguía al desafortunado peinador".
Las declaraciones de Melody cambian el sentido de la historia: no fue la hermosa dueña de casa la verdadera protagonista, sino el personaje aparentemente secundario que la acompañaba. El fue el destinatario central de la venganza de un pequeño dios, que no pudo tolerar la ofensa hecha a dos de sus acólitos.

 

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