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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

Brasil: estrictamente militar
Los militares brasileños, hostiles a los políticos profesionales y a las manifestaciones opositoras, lograron controlar al país, cuando el viernes 13 indujeron al presidente Arthur da Costa e Silva a clausurar el Congreso. El gobierno enfrenta ahora un enemigo declarado: la Iglesia


Dom Helder Cámara

Revista Siete Días Ilustrados
diciembre 1968

 

 




 

"El Congreso no será clausurado. El Poder Legislativo sólo desaparecerá cuando me eliminen a mí", dramatizó el general Arthur da Costa e Silva ante los presidentes de ambas Cámaras que lo visitaron el 5 de octubre. Así reconfortó a los legisladores, muy inquietos por el enojo militar contra el joven diputado Marcio Moreira Alves, de MODEBRAS (Movimiento Democrático Brasileño), quien había aconsejado al pueblo no acudir al desfile del 7 de septiembre como exteriorización de censura a las Fuerzas Armadas. Los visitantes se retiraron satisfechos con esa demostración tan rotunda de legalismo; sin embargo, 69 días y siete horas después; el presidente clausuraba el Congreso por tiempo indefinido, precisamente para evitar que los militares ultraduros lo eliminasen.
La Quinta Acta Institucional, elaborada el viernes 13 y promulgada el 14 a las dos de la mañana, además de liquidar el Poder Legislativo y consagrar la autoridad absoluta del Ejecutivo, desató una oleada de arrestos: no sólo cayeron los dos ex presidentes Janio Quadros y Juscelino Kubitschek, el explosivo ex gobernador de Guanabara, Carlos Lacerda (creador del Frente Amplio de oposición al sistema) y legisladores de MODEBRAS y del partido oficialista ARENA (Alianza. Renovadora Nacional), sino también políticos retirados, personalidades civiles y militares, estudiantes, sacerdotes, sindicalistas, escritores y artistas de todo tipo, como la actriz Norma Benguell y el cantante y compositor Chico Buarque de Holanda.
SIETE DÍAS agotó todos los recursos para comunicarse con sus representantes en Brasil y con diversas agencias noticiosas extranjeras; sus esfuerzos se estrellaron contra el dique de acero de una censura omnipresente y de ejemplar eficacia. Se habla de 200 arrestos, pero la realidad parece superar ampliamente esta cifra. También se especula sin datos muy concretos sobre quién es el hombre fuerte que detrás de la opaca figura de da Costa e Silva ha capitalizado la crisis: sería el ministro del Interior, general Alfonso de Albuquerque Lima, o bien el ministro de Ejército, general Aurelio Lira Tavares; también se habla del cada día más notorio comandante del primer Ejército, general Sizeno Sarmento, y del general Jayme Portela, jefe de la Casa Militar.
Todos son férreamente anticomunistas, ultraduros y hostiles a los políticos profesionales; ante el menor conato de agresión, reaccionan con estrecho espíritu de cuerpo. Pero se sabe que hay diferencias de opinión entre los cuatro "grandes generales"; algunos observadores suponen que existiría una lucha sorda, pero feroz, por el predominio. El hecho de que sectores políticos influyentes, grandes diarios, masas estudiantiles y obreras, y un número abrumadoramente elevado de clérigos se opongan al régimen que domina Brasil, aglutina a los militares: si no fuera por esas amenazas a la estabilidad de una situación provocada, elaborada y sostenida por el Ejército, la Marina y la Aeronáutica, podrían tal vez producirse peligrosas fisuras en el bloque aparentemente monolítico de las Fuerzas Armadas. El prestigioso cotidiano francés Le Monde, describe a da Costa e Silva como "bonachón, débil y siempre retrasado ante los acontecimientos". Si esta caracterización fuera exacta, explicaría el lento desarrollo de la crisis parlamentaria que desencadenó el diputado de MODEBRAS, Marcio Moreira Alves, con su ataque a los errores del militarismo implantado en Brasil. Los militares ultraduros (inclusive los navales y aeronáuticos) exigían el desafuero y el posterior proceso judicial del diputado, quien ya en 1964 había sido encarcelado por publicar un libro que denunciaba las gravísimas torturas sufridas por los opositores a la revolución triunfante. Pero, si se quería procesar a Moreira Alves, una votación del Congreso debía despojarlo de su inmunidad parlamentaria.
DICTADOR A LA FUERZA
Según advierte el semanario británico The Economist, el principal defecto de da Costa e Silva es su "inmovilismo"; razón por la cual el desarrollo de la escalada contra Moreira Alves fue lentísimo no obstante la presión militar. Recién el 12 de diciembre, la Asamblea Nacional se dispuso a votar el desafuero. Puesto que el partido oficialista ARENA tiene 276 bancas y MODEBRAS sólo dispone de 133, se suponía que el diputado Moreira Alves estaba condenado al desafuero. No fue así. En un espectacular acto de rebeldía, por 216 votos contra 141 y 12 abstenciones, la Cámara mantuvo la inmunidad parlamentaria del belicoso diputado. Según cuenta Ireneo Guimaraes, corresponsal de Le Monde, cuando se conoció el resultado de la votación, el recinto se estremeció con gritos que vivaban a Brasil y a la democracia, mientras parlamentarios de MODEBRAS y de ARENA se abrazaban con lágrimas en los ojos. No sabían que al Congreso sólo le quedaba un día de vida.
A Da Costa e Silva le disgusta terriblemente que lo llamen dictador; según observadores brasileños que lo conocen bien quiere "ablandar" la revolución que inspiró el ex presidente general Humberto Castelo Branco, aunque el militar Albuquerque Lima lo haya desautorizado implícitamente en el pasado mes de octubre, afirmando que "el régimen es duro por vocación y naturaleza".
No es extraño, entonces, que hayan proliferado las organizaciones de extrema derecha: al MAC (Movimiento Anticomunista), que ya tiene algunos años de acción directa violenta, ahora se agregan la FAC (Federación Anticomunista) y el CCC (Comando de Caza a los Comunistas), que ametralló la casa del arzobispo Helder Cámara y amenazó de muerte al moderado Abreu Sodre, gobernador de San Pablo y buen amigo de da Costa e Silva. Al mismo tiempo, la izquierda agudiza su virulencia y también apela al terrorismo.
En la primera quincena de abril, la situación era tan explosiva que se estuvo al borde de instalar una dictadura militar franca y declarada. Da Costa e Silva salvó el gravísimo escollo y siguió manteniendo lo que él ha calificado ante ciertos íntimos suyos como "una forma dirigida y restringida de democracia". En julio se le planteó la necesidad de decretar el estado de sitio, pero el presidente brasileño logró eludir la medida de fuerza. En septiembre se le volvió a poner ante los ojos la solución dictatorial, pero da Costa e Silva la soslayó. Con la rebelión y campesinos, sobre todo cuando están desorganizados y desmoralizados. En cuanto a la prensa y a los políticos, no escapan a la "ley de la mordaza". Pero subsiste un problema: como dice The Economist, una dictadura se tolera y hasta se justifica cuando actúa eficazmente en provecho de la mayoría del pueblo. Un profesor estadounidense, Howard J. Wiarda, de la Universidad de Massachusetts y especialista en asuntos brasileños, responde: "El gobierno de Da Costa e Silva sigue siendo insensible a las necesidades populares. Decreta un aumento del 20 por ciento en los salarios y el mismo día emite otro decreto que permite el aumento de los alimentos y los alquileres en un 30 por ciento. Castelo Branco y Da Costa e Silva han logrado algunos éxitos importantes en lo económico-administrativo, pero dejan marginada y en condiciones deplorables a una mitad de la población. En cuanto al desarrollo político-social, la revolución de 1964 ha sido un fracaso abismal".
LA REBELIÓN DE LOS OBISPOS
El peligro mayor para la recién instaurada dictadura, además del pesado lastre de todo lo incumplido en cuatro años de militarismo gubernamental, es la creciente oposición de la Iglesia. Y ya no se trata sólo de sacerdotes y aun de monjas, que en elevado número reclaman urgentes y profundos cambios, sino que la jerarquía interviene activamente en estos reclamos. Brasil es el único país latinoamericano donde se puede hablar hoy, sin exagerar, de "una rebelión de obispos".
Sin insistir en la figura señera de monseñor Helder Cámara, líder del movimiento de presión no violenta en la línea del Mahatma Gandhi y de Martin Luther King, abundan los ejemplos de esta singular rebelión. El 14 de febrero, monseñor Antonio Fragoso, obispo de Crateus, abogó por el ejercicio, de la democracia en todos los municipios brasileños, censurando el proyecto gubernativo de privar de comicios a más de 200 municipios en "zonas inseguras". Algunos generales reclamaron que se encarcelara a monseñor Fragoso por su ingerencia en política; semejante medida no se llevó a cabo, pero causó malestar en el episcopado brasileño.
El 16 de mayo, en una misa en memoria de los veteranos de la Segunda Guerra Mundial, en San Luis, capital del estado de Maranhao, el obispo auxiliar Emilson Cruz interpeló en forma directa a la oficialidad presente sobre si existía o no libertad en Brasil; los militares se retiraron del templo en medio del sermón y protestaron estrepitosamente ante los jefes regionales. El obispo Cruz no fue apoyado solamente por sus sacerdotes, sino por prelados de otras diócesis y de otros estados de Brasil.
Si esto llama la atención son más sorprendentes las peripecias que se dieron en la arquidiócesis de Río de Janeiro, considerada como la más conservadora del país. A fines de marzo y comienzos de abril se realizaron manifestaciones estudiantiles en las que intervinieron sacerdotes autorizados por la jerarquía. La represión fue tremenda. En un documento aprobado por el cardenal Jaime de Barros Cámara, campeón del tradicionalismo, la Curia Metropolitana de Río confesó su desazón "ante tanta severidad, tanta atrocidad y el uso descontrolado de la fuerza contra personas indefensas"; lamentó que estuvieran siendo "gradualmente eliminadas todas las garantías humanas"; definió la insatisfacción brasileña como "frustración en el campo político y social". Este explosivo documento fue inspirado, sin duda, por el arzobispo José Castro Pinto, vicario general de Río, un moderado más cercano a los conservadores que a los progresistas.
Algunos meses más tarde, el cardenal Barros Cámara se arrepintió de haber suscripto el documento de abril y se acercó al gobierno. El 18 de octubre, criticó a los sacerdotes que participaban en manifestaciones callejeras. Pero al día siguiente, el vicario monseñor Castro Pinto salió en defensa de esos sacerdotes, diciendo que obraban legalmente y en pro de un ideal. El corolario de todo esto es prueba de cómo los eclesiásticos más conservadores de Brasil se ven obligados a actitudes "duras" frente a los militares: el 26 de octubre, la casa del arzobispo Cámara fue ametrallada, y el cardenal Barros Cámara, principal opositor de 'Dom' Helder dentro de la jerarquía eclesiástica, fue a presentar su queja formal por lo sucedido ante un contrito general da Costa e Silva.
La tensión Iglesia-Gobierno no decrece: el 29 de octubre, el arzobispo de Porto Alegre, monseñor Vicente Scherer, refutó enérgicamente las apreciaciones del ministro del Interior, Albuquerque Lima, quien acusó al clero de "subvertir" y corromper a la juventud en los colegios. En ese clima irrespirable, hechos como el ocurrido durante la huelga metalúrgica de julio, en el suburbio paulistano de Osasco, cuando los obreros huelguistas y los sacerdotes que colaboraban directamente con ellos fueron apoyados por el obispo auxiliar de San Pablo, monseñor Evaristo Arnes, no pueden sorprender. Tampoco que un prelado bastante conservador como monseñor Agnello Rossi, cardenal de San Pablo, presionado por el clero de su diócesis, se atreviera a rehusar una condecoración ofrecida por da Costa e Silva, y hasta se negara a celebrar una misa en ocasión del cumpleaños del presidente.
El episodio mas áspero y mas reciente de esta pugna surgió con motivo del arresto de tres sacerdotes asuncionistas franceses y un seminarista brasileño, acusados de subversión y llevados a principios de diciembre ante un Consejo de Guerra, en Belo Horizonte. El obispo auxiliar de esa ciudad, Serafim Fernandes de Araujo, afirmó abiertamente que en Brasil había persecución religiosa; el arzobispo Joao de Resende Costa subrayó que "se está haciendo cada vez más difícil predicar el Evangelio bajo el actual régimen". La conferencia nacional de obispos brasileños señaló graves incorrecciones en el fondo y en la forma de las actuaciones militares contra los sacerdotes procesados y declaró: "La Iglesia reivindica hoy una parte activa en la búsqueda del desarrollo del hombre y de todos los hombres, y ella sola tiene el derecho de juzgar el modo en que se enseña y se sigue el Evangelio".
Esta situación próxima al estallido se planteó la semana anterior a la crisis parlamentaria del viernes 13; todavía eran muy numerosos los prelados que renegaban de la violencia, aun de tipo moral y buscaban la persuasión y el diálogo con el gobierno. Esperaban poder influir sobre él para que brindase un mayor bienestar y una más amplia libertad para la población. Otros prelados temen que, con el nuevo rumbo ultraduro emprendido ahora por los militares brasileños, se hayan frustrado las esperanzas de diálogo: en tal caso sólo quedaría abierto el camino de la resistencia no violenta que preconiza 'Dom' Helder Cámara.

 

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