Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

CONFLICTO CHINO - SOVIÉTICO
UNA GUERRA IMPOSIBLE
Los choques en la frontera chino - soviética ocultan la trama interna de la política de Moscú y Pekín.
En la URSS implica el triunfo del revisionismo. En China, en cambio, significa su defenestración


Revista Siete Días Ilustrados
marzo 1969


 

 

En la mañana del domingo 2, el teniente coronel Strelnikov, comandante de un puesto fronterizo en el dilatado y remoto límite chino-soviético, aprestó a siete de sus hombres para una faena de rutina: convencer al destacamento chino que había aprovechado la noche para trasponer la frontera, de que retornara a los predios de Mao. Cuando se encontraban a menos de veinte metros, la patrulla invasora abrió fuego de ametralladora diezmando a los siete guarda-fronteras y al teniente coronel que marchaba a la cabeza. Para las autoridades de ambos gobiernos el incidente no produjo ningún tipo de sorpresa. Desde junio de 1962, el intercambio de disparos a lo largo de los 8 mil kilómetros de frontera que flanquean los ríos siberianos Ussuri y Amur, constituye un ejercicio frecuente.
Pero a partir de ese primer domingo de marzo, el invariable silencio que por una suerte de acuerdo tácito mantenían rusos y chinos, no sólo quedó roto: se abrió una nueva etapa en la violenta pugna que desde hace una década enfrenta a los dos colosos del comunismo. Aunque esta vez sus tintes "ideológicos" quedaron definitivamente impregnados en sangre, para la mayoría de los observadores es mucho más significativo el tratamiento dispensado al incidente por el Kremlin y Pekín que el hecho mismo de los choques armados.
Efectivamente, cuatro días después del violento encuentro el gobierno soviético desató una inusitada campaña publicitaria. La profusión informativa no constituye un hábito en la prensa moscovita. Sin embargo, a partir del viernes 7 los diarios daban a conocer fotografías de los caídos y detalles casi sensacionalistas del combate. Al mismo tiempo, mientras el vocero del Kremlin, Leónidas Zamiatin, flanqueado por el general lonov (adjunto al Comando de la Dirección General de la tropa de frontera), ofrecía una extensa conferencia de prensa a los corresponsales extranjeros, una delirante multitud de 50 mil moscovitas aplastaba los vidrios de la embajada china en Moscú, en la Calle de la Amistad. Durante los incidentes de la "revolución cultural", en febrero de 1967 apenas 400 soviéticos había desfilado pacíficamente por esa misma calle. Ahora, en cambio, también subió el tono de las consignas: ¡Sangre por sangre, muerte por muerte, abajo Mao!, aullaban los manifestantes.
Pero el paso más sorpresivo de la política soviética se dio en Bonn, la capital de Alemania Occidental, cuando el embajador Semión Tsarapkin traspuso las puertas del despacho del canciller Kurt Kiessinger, para informarle detalladamente acerca de la postura del Kremlin en el conflicto. Era la primera vez, desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, que la Unión Soviética daba algún tipo de explicación oficial acerca de su política al gobierno "revanchista" alemán. Fue un acontecimiento histórico que terminó de convencer a Occidente de que en vez de "reventar el abceso chino", el Kremlin prefiere utilizarlo para movilizar a la opinión pública en lo interno, y montar una estrategia de largo alcance en política exterior.
Desde el punto de vista del climax interior, los choques armados sirven por igual al clan maoísta como al tándem Brezhnev-Kosygin: el Partido Comunista chino se apresta a celebrar su 9' Congreso luego de un interregno de trece años (el último se realizó en 1956) y el fervor chauvinista que desata la nueva cruzada antisoviética bautizada luego de los incidentes con el nombre de "guerra contra el imperialismo de los nuevos zares" sirve simultáneamente como eficaz recurso diversionista y aglutinador de la voluntad nacional. Si hasta ahora el "enemigo principal" de la China de Mao era el "imperialismo yanki" o sus "socios revisionistas", con el presidente Liu Shao Chi a la cabeza, después del 2 de marzo el enemigo número uno pasó a ser el "imperialismo soviético". Del otro lado, en la URSS, hay un panorama casi simétrico: el creciente bienestar hace olvidar, a veces, el fervor político. La chispa patriotera vuelta a encender como no había ocurrido nunca desde los días de la guerra contra el nazismo, sirve ahora para movilizar a las masas y tenerlas en vilo. Igualmente, si antes el "enemigo principal" era el "revanchismo germanooccidental" —latiguillo que sirvió entre otras cosas para justificar la invasión de agosto a Checoslovaquia-—, el enemigo número uno del comunismo soviético está encarnado ahora por "Mao y su camarilla provocadora".
Ningún teórico del marxismo se hubiera atrevido a pronosticar que en pleno siglo XX, triunfantes las revoluciones proletarias en Rusia y China, el ancestral encono entre los dos países volvería a brotar tan violento e inmutable como en la época de los zares y del imperio Manchú.

UN BANCO DE ARENA
Que el conflicto fronterizo es más bien una excusa lo demuestran las propias características del territorio disputado: Isla Damansky, para los soviéticos; Chen Pao (Tesoro), para los chinos, un enclave de arena en el extremo septentrional de Siberia que durante la mayor parte del año se halla anegado por las aguas heladas del Ussuri.
A partir de la década del 60, en plena era kruscheviana, cuando las desavenencias ideológicas entre ambas potencias comenzaban a hacerse abismales, los chinos iniciaron sus incursiones a través de contingentes de ugrios y kazaks, pobladores de la provincia de Sinkiang, vinculados étnicamente con el Kazakstán soviético, para solicitar comida a los guardias fronterizos. Durante 1967, Mao mandó erigir en una de las cimas del Asia Central, junto a la frontera soviética, una inmensa estatua de Gengis Khan, el mogol que invadió y conquistó Rusia en el siglo XII. Un signo más sutil, anunciador del actual desenlace, había asomado mucho antes en la Conferencia de Bandung cuando algunos países asiáticos cuestionaron la presencia de la URSS, a pesar de que ésta cuenta con más de 18 mil kilómetros cuadrados en el Asia Central. Chou-En-lai, entonces ministro de Relaciones Exteriores de la bisoña República Popular China, se mantuvo en silencio, con los brazos cruzados y una impenetrable sonrisa oriental.
Ahora, a lo largo de la inmensa frontera, Moscú tiene apostadas cuarenta divisiones que vieron reforzadas sus fuerzas después de los últimos incidentes. Los viajeros que bajan de los montes Tien-Chian refieren cómo las estaciones de esquí recientemente construidas se han trasformado en plataformas de lanzamiento para cohetes. Toda Mogolia aparece erizada de emplazamientos balísticos. Pero Mao sabe que sus reivindicaciones son puramente verbales: los rusos no pueden ceder ni sus puertos del Pacífico, ni el Trasiberiano que corre a sólo 15 kilómetros del Ussuri. Lo curioso es que a pesar de las pantomimas que les hicieron jugar a ugrios y kazaks, los chinos habían terminado por aceptar las actuales fronteras. Sólo el agravamiento del cisma ideológico y sus consecuencias obvias sobre el movimiento comunista mundial explican el estallido bélico.
Hasta entonces, la disputa por erigirse en meca indiscutible de la ortodoxia marxista-leninista, un sueño imperial acariciado igualmente por rusos y chinos, ocupó torrentes de propaganda oral y escrita. Ahora existe en cierne una guerra que parecía imposible: nada menos que Moscú debe hacer frente a un fantasma que siempre desveló a Occidente, el peligro chino.

EUROPA: LA GRAN SOLUCIÓN
Hay un aspecto de la crisis que esclarece el curso actual de las tensiones agudizadas en la cúspide del poder soviético a partir de la invasión a Checoslovaquia: ¿por qué Moscú demoró cuatro días en hacer público el choque de la isla Damansky? Este se produjo el domingo 2 y recién el viernes 7 apareció la eclosión de los diarios y las convocatorias a las movilizaciones de masas.
Pocas semanas atrás, el periódico Sovietskaya Rossia, órgano del Ejército Rojo, dogmático y conservador, vocero de la "línea dura" del Kremlin, publicó un artículo que insinuaba casi explícitamente su oposición al endurecimiento ilimitado de la actitud rusa hacia China. "Es necesario tener conciencia —-decía el periódico— de que el alejamiento odioso de dos gigantes del comunismo produce, en definitiva, efectos devastadores sobre el propio comunismo."
Parece evidente entonces que durante aquellos cuatro días de principios de marzo, los halcones y las palomas del Kremlin mantuvieron una intensa puja para determinar la actitud definitiva hacia China. Mientras los duros pugnaban por ocultar el hecho y mantener la política del silencio para facilitar una cada vez más remota conciliación con Mao, la línea más "revisionista", capitaneada por Kosygin, quien se había opuesto a la invasión contra Checoslovaquia, pasó a la ofensiva enancada en el chauvinismo ruso. El esquema esgrimido por el clan Kosygin fue muy sencillo: la invasión de agosto produjo el alejamiento de la órbita del Kremlin de dos países claves en el diagrama de Europa: Yugoslavia y Rumania; la reticencia creciente de Hungría, el latente resentimiento checo y una virtual ruptura con el Partido Comunista más poderoso de Occidente, el italiano. En consecuencia —remataron— al peligro del sur, encarnado por Alemania Occidental, se une ahora la ofensiva de Mao: el único modo de contrarrestarlo es restañar el frente europeo; para ello, hay que condenar al maoísmo como el "enemigo fundamental" e iniciar una inmediata apertura a Europa.
El resultado de este debate parece inequívoco: la entrevista de Tsarapkin en Bonn y la reciente asamblea relámpago de los países del Pacto de Varsovia, celebrada en Budapest, indican que en Moscú las palomas recuperaron el trono. El lunes 17, al término de una conferencia que duró apenas dos horas, la Unión Soviética y sus seis aliados del Pacto emitieron una declaración que es sugestiva desde el mismo título: "Llamamiento de los países miembros del Tratado de Varsovia a todos los países europeos". En ella no hay una sola línea sobre la guerra en Vietnam, ni vituperios contra el "revanchismo germano-occidental"; tampoco se menciona la crisis del Medio Oriente.
De ahí que el amo de China no haya demorado en contraatacar diciendo que los "nuevos zares" anudan relaciones con los regímenes "reaccionarios", para ahuyentar la hora de la revolución mundial y construir un cerco que aisle a China. "Nuestra línea es la justa —profirió Mao— y el esfuerzo por aislarnos se parece ridiculamente al que intentaron hace 40 años los Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia para ahogar la revolución bolchevique en Rusia. Tales esfuerzos fracasarán como entonces porque contamos con la ayuda de todos los pueblos revolucionarios del mundo, y todos los amigos de China incluido el pueblo soviético".
La tirada de Mao demuestra hasta qué punto los choques armados en la frontera con la URSS apuntalan su estrategia para pergeñar el próximo 9 Congreso del comunismo chino: si aún quedan partidarios del presidente Liu (el "Khrushchev chino"), sus posturas ni siquiera podrán aflorar en medio del delirio nacionalista que sacude a China y la estrella ascendente del virtual sucesor de Mao: el mariscal Lin Piao.
Los rusos, por su parte, pueden aspirar a que en mayo la Conferencia Mundial de Partidos Comunistas recupere la ortodoxia pacifista de la "coexistencia", aplastando definitivamente a los duros. El más perjudicado fue Walter Ulbricht, jefe de la Alemania comunista: el episodio de la isla Damansky se desató tres días antes de las elecciones presidenciales, en el lado occidental. El asedio a Berlín, prometido por los soviéticos, había pasado al olvido.

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar