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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

URSS
50 años después

Revista Panorama
julio 1967

 







 

 

El mismo sol que dora las espiras de la barroca catedral de San Basilio, levantada por Iván el Terrible para conmemorar la derrota de los Tártaros, se refleja sobre los rostros retóricos de las sólidas alegorías —Trabajo, Progreso, Proletariado, Ciencia, Juventud Comunista— con que el estalinismo coronó los edificios públicos de Moscú, por donde una puntual multitud comienza a desbordar todos los días a las cinco de la tarde. A primera vista, esta multitud de empleados y funcionarios —un insólito par de bluejeans la atraviesa abrazando libros y cuadernos —no difiere mucho de la de hace quince años, ni para el caso, de la de hace cincuenta, en épocas normales. No solo ha cambiado el escenario, sin embargo: también se han extendido los ecos de una revolución que mantuvo en ascuas a todo un continente, y el parecido de las gentes es solo superficial. En Rusia, la posguerra y la reconstrucción han terminado diez años después que en el resto de Europa, pero mirando los paquetes que traen las mujeres de las tiendas Gum —el monumental monopolio del Estado— se puede apreciar el esfuerzo por ganar tiempo perdido. En 1966 solamente, 200 nuevos productos han sido lanzados al consumo, y entre ellos, los primeros receptores de televisión en color, construidos a toda prisa según patentes francesas, para transmitir los festejos del Cincuentenario de la Revolución Rusa.

Las nuevas clases
Por las bocas de los subterráneos —en los que la revolución prodigó los lujos que el imperio derramaba en sus palacios—, desaparecen empleados con pesados portafolios y mujeres cargadas de bolsos. Junto a los hombres de aire urbano y burocrático descienden otros de gestos más bruscos y aspecto más sencillo, que traicionan un reciente pasado rural. Sobre las avenidas, donde ya es de noche y brillan los faroles, quedan aún dos grupos incompatibles; la juventud noctámbula y rebelde, y los hombres de abrigos oscuros y sombrero orión —un grado de elegancia por encima de los simples gorros de piel que se tragó el subterráneo— a los que aguardan las pulidas limusinas con chofer.
A pesar de las profecías marxistas de una sociedad sin clases y de la desaparición sucesiva de la aristocracia, la burguesía y finalmente los kulaks —pequeños productores agrícolas independientes—se ha comenzado a perfilar durante los últimos años una nueva división de clases en la Unión Soviética, surgida al margen del poder político o económico de sus integrantes.
A las antiguas clases dirigentes alimentadas por infinitos latifundios, ha sucedido la que Mijlovan Dilas se adelantó a bautizar la "nueva clase", la meritocracia cuyo poder está en su papel clave en la sociedad industrializada. Ingenieros, médicos, investigadores científicos, economistas, funcionarios de las empresas estatales y, también, artistas consagrados y altos jefes militares, constituyen este sector privilegiado de la sociedad soviética. Y así, llevan una vida adornada con los pequeños placeres burgueses de la sociedad occidental, y algunos de los grandes. No son sin embargo los únicos en gozar un status nuevo en la historia social rusa.
"En su estado actual de desarrollo", afirma el diplomático y escritor norteamericano Charles W. Thayer, "la sociedad soviética es bastante más dinámica que muchas de las que gozan de una tradición democrática en Europa Occidental. Un muchacho ruso tiene habitualmente más oportunidades de "llegar", partiendo de orígenes humildes, que cualquiera de sus semejantes en las demás sociedades modernas, con excepción de la norteamericana". Todo el futuro de la sociedad soviética descansa sobre esta posibilidad. Las masas de campesinos que se incorporan poco a poco a la vida urbana, alientan la esperanza de que sus hijos lleguen a gozar un día del bienestar de los trabajadores de "cuello blanco". Los obreros y los empleados esperan alcanzar el status de los funcionarios y los intelectuales.

Las puertas del Paraíso
No es extraño entonces que los adolescentes soviéticos estén poderosamente motivados para ingresar a la élite científica y profesional. La campaña persuasiva comienza desde la infancia. Los juguetes mecánicos, los equipos de química o ingeniería, los aparatos de televisión con que juegan los niños soviéticos están confeccionados con infinito celo y precisión. Los héroes de la literatura infantil son los astronautas y los científicos.
Pasada la escuela primaria, el Estado intensifica su esfuerzo. A los 17 años, un muchacho que ha acabado la escuela secundaria rusa ha padecido el impacto de diez años de matemáticas, seis de biología, cinco de física y cuatro de química. A la universidad solo ingresan los que pueden exhibir promedios brillantes. Prácticamente todos los estudiantes universitarios son becarios del Estado, que se preocupa por hacerlos rendir adecuadamente. A cambio de ello, ya les permite gozar de algunas ventajas, preludio de lo que vendrá. Un universitario recién recibido percibe un sueldo promedio de 200 rublos (casi 80.000 pesos) —más del doble que un obrero de su misma edad— y 100 rublos más para "gastos de investigación".

Los que ya han "llegado"
Cuando un científico norteamericano le preguntó al físico ruso Vladimir Veksler cuánto le había costado el enorme acelerador de partículas atómicas de Dubna donde se crearon las enormes bombas de hidrógeno rusas, obtuvo una insólita respuesta- "No sé. Para obtener la orden de construcción todo lo que tuve que decir fue que ustedes ya tenían uno". En la carrera por la supremacía científica, los rusos —que se complacen en recordar que producen el doble de ingenieros por año que los Estados Unidos— juegan el orgullo nacional pero también la seguridad de saber que hay un solo país en el mundo que puede hacer frente a su poderío tecnológico y militar.
Ser uno de los 150 titulares de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, por consiguiente, o alguno de sus varios miles de miembros correspondientes, es pertenecer a una clase mimada, consentida y halagada. Los camaradas académicos, que en su mayoría ni siquiera pertenecen al Partido Comunista, comen en los mejores restaurantes, deambulan plácidamente en sus limusinas Zil —en las que viajan adelante con el chofer para demostrar sus sentimientos "democráticos"—, veranean en las playas reservadas del Mar Negro o del Báltico que se ha puesto de moda hace poco, y gozan del restringido privilegio de suscribirse a cualquier publicación extranjera.
El sueldo de un académico puede llegar a 6.000 rublos —más de 2 millones de pesos— mensuales, pero esta cifra no incluye sus honorarios extra como profesor universitario, asesor ministerial, colaborador en programas de difusión científica y autor de libros y artículos especializados. Y aún por grande que sea su renta no basta para comprender su status dentro de la sociedad rusa. Hay muchas comodidades —y muchos servicios básicos: vivienda, transportes—, que en Rusia no se pueden adquirir con rublos sino que son otorgadas libremente por el Estado a quienes desempeñan funciones vitales para su subsistencia: viajes al extranjero, personal de servicio, departamentos de lujo o abonos para el Bolshoi, el teatro de Moscú mundialmente famoso por sus troupes de ballet.

Símbolos del "status"
Surgidos en la mayoría de los casos de orígenes muy humildes, algunos todavía en el pasado "prerrevolucionario", los miembros de la clase alta rusa poseen una pasión por esa cultura que estaba negada a sus padres. Así son ávidos compradores de cuadros modernos, empedernidos habitúes de conciertos y teatros y coleccionistas de las pocas reliquias del pasado imperial que quedan en las casas de antigüedades: porcelanas de Meissen, joyas, esmaltes de Fabergé y huevos de Pascua de porcelana. Pero una buena parte de sus gastos está destinada a la ropa. Los que pueden, cuidan su apariencia exterior con inquietud de nuevos ricos. Un visitante occidental observaba hace poco que el tema de conversación más común entre los científicos soviéticos —descontando su propia profesión— es la escasez de servicio doméstico.
En el intervalo entre dos sesiones de una conferencia técnica que se desarrollaba en Londres, un miembro de la delegación soviética se deslizó discretamente por un pasillo y ganó la calle con pasos subrepticios. Contra todas las sospechas, su propósito no era desertar. A los pocos minutos reaparecía con un aire no menos misterioso y un pequeño bulto en el bolsillo. Para decepción de los "observadores" occidentales que lo registraron sin que se diera cuenta, no había robado ningún secreto atómico. Solo había entrado a una perfumería vecina para comprar matizador para el cabello y lápiz labial para su mujer y sus hijas, dos productos que ni el mejor sueldo puede proporcionar en la Unión Soviética en tonos adecuados a la moda occidental.
Con toda seguridad, sin embargo, la preocupación principal de los rusos que han 'llegado" es la educación y el futuro de sus hijos. Pocos de ellos querrán verlos recorrer una vez más la escala social como lo han hecho ellos. A menudo les pagan profesores especiales para que puedan superar los severos exámenes de ingreso a las universidades y, cuando pueden, tratan de jugar sus influencias. Pero la tendencia más visible en los últimos años es legalizar el status: los nietos de los académicos gozan de privilegios especiales y una subvención extra si quieren realizar estudios superiores. El yerno de un alto funcionario del Partido tiene todas las chances de obtener un excelente cargo en la administración o la industria.
La juventud rusa refleja, sin embargo, con mayor claridad que nadie las angustias y tensiones de la sociedad en que se desarrolla. Dejando de lado a los que han nacido con el futuro resuelto, las actitudes de los jóvenes soviéticos se han polarizado crecientemente en los últimos años. La mayoría acepta su destino satisfechos: los que pueden ingresan a la universidad. Los que no, van a las fábricas o al campo, donde las posibilidades de mejorar su nivel de vida no dependerán ya de su capacidad personal sino de los cambios generales de la sociedad soviética. Aunque los no-conformistas son la minoría —y a menudo paradójicamente incluyen a los hijos de las "mejores familias"— no pasan inadvertidos en un país de 229 millones de habitantes.

Idioma de la disidencia
La juventud soviética expresa su rebeldía a través de muchos síntomas, pero pocos son más insólitos que su mordaz dialecto particular que los divide en dos nítidas categorías: los chuvaki (literalmente, los "frescos") y los pravilni (despectivamente, los "bien-educados"). A la primera —que incluye objetos e individuos— pertenecen las klevaya chuvika (libre adaptación de clever chick "chica encantadora"), las taschkas ("carretillas") oportuno nombre para los rudos autos soviéticos, y los viajes en motor (taxi) después de una noche scheleschni ("fabulosa") de vuelta a la khata (la "rampa lanzacohetes", es decir, la cama).
A la segunda pertenecen les seriaki ("grises") conformistas, los koni ("animales de tiro") o padres laboriosos, los pirati (policías secretos) también conocidos como iskusstuovedy (literalmente, "expertos de arte") y, finalmente, los intouristi ("turistas extranjeros"), es decir, los numerosos e ingenuos ciudadanos que creen a pie y juntillas todo lo que lleva la rúbrica del Partido.
El escepticismo militante de la juventud ha infectado progresivamente a las generaciones mayores obligando a los rusos a modificar su forma de verse a sí mismos y a los que viven del otro lado de la frontera. Por más que los medios oficiales han intentado preservar la imagen del mundo occidental exactamente como se encontraba en las décadas precedentes a la revolución, los rusos han desarrollado un hipersensible poder de detección que les permite filtrar prolijamente las noticias de los diarios. En los textos de idioma con que se enseña inglés en las escuelas secundarias, las lecturas ilustran la vida cotidiana inglesa con elecciones de los más truculentos capítulos de Charles Dickens y la fuente más habitual para describir el problema negro sigue siendo la lacrimosa Cabaña del Tío Tom, omitiendo naturalmente que fue escrita antes de la Guerra de Secesión.
El arte de la sospecha ha alcanzado extremos absurdos. Viajando en un tren rumbo al confín de Siberia, un ruso preguntó no hace mucho a un periodista británico, por qué los norteamericanos se armaban para atacar a los rusos. Cuando el periodista le repuso que seguramente los norteamericanos no tenían ningún interés en invadir Rusia o cambiar su forma de gobierno, tan solo temían un ataque, su interlocutor lo miró con asombro primero, suspicaz en seguida, y francamente divertido, le contestó: "¿Pero quién puede tenerle miedo a semejante país?" Los rusos saben que todavía les esperan muchos cambios.

Reacción en cadena
La consolidación de la "meritocracia" es solo un eslabón de la reacción en cadena puesta en marcha hace cincuenta años por una revolución que difícilmente podía prever sus consecuencias finales. A Trotski le preguntaron una vez "quién había organizado la Revolución Rusa". "Nadie", contestó, "A los comunistas nos tomó por sorpresa". Pero el estupor les duró poco: en siete meses habían regresado del exilio y alcanzado el poder. La guerra civil que siguió, los obligó a transformarse en militares y adaptar la organización política a las necesidades de guerra. La victoria sobre los "blancos" los dejó ante un nuevo problema: la amenaza de las divisiones Panzer de Hitler.
La única solución era montar urgentemente una industria pesada capaz de armar a todo un ejército moderno. El Partido abandonó la conducción del Ejército a los militares profesionales que había formado en 10 años de lucha y se volcó a la industria. Pero este esfuerzo significaba posponer por muchos años las esperanzas populares que habían movido inicialmente a la revolución. La única salida era un férreo régimen policial. Stalin substituyó la estructura tímidamente democrática del Partido por una rígida burocracia destinada a cumplir órdenes sin hacer preguntas. De 1939 a 1952 los organismos "representativos" del Partido fueron virtualmente disueltos. La NKVD —policía de seguridad— se constituyó en el instrumento de la política nacional.

Días de la "meritocracia"
La muerte de Stalin coincidió con el fin de la etapa industrial básica prolongada por la reconstrucción. Pero desarrollar una tecnología de vanguardia es una tarea más delicada que la simple extracción masiva del carbón y el hierro. La "nueva clase" surgió al principio como una minoría aislada e ignorada en el corazón de Rusia. La existencia de esta clase privilegiada, sin embargo, desencadenó un movimiento general en busca de mejores niveles de vida, cuya primera respuesta fue la campaña de Kruschev para levantar el nivel general de consumo. El fracaso de la aventura de las "Tierras Nuevas" fue uno de los factores que precipitó la caída del sucesor de Stalin. Pero en esta crisis de dirección jugó también otra fuerza nada despreciable.

Dolores de crecimiento
El Ejército, principal interesado en preservar la potencia y el crecimiento de la industria pesada, vio con creciente alarma cómo la mano de obra era desplazada de las industrias básicas a las del consumo, haciendo peligrar la potencia del armamento ruso. La polémica entre los "comedores de hierro" —los partidarios del desarrollo prioritario para la industria pesada— y los promotores de la liberación del consumo y la descentralización de la economía fue el primer enfrentamiento visible entre la nueva organización del Partido y el Ejército, que teme que la política de "coexistencia pacífica" lo despoje de su rol primordial en la estructura soviética. Pero Rusia es hoy un país de "ocupación plena": la única forma de obtener más mano de obra para satisfacer las nuevas necesidades es desplazándola de un sector a otro, y reemplazándola donde sea posible con maquinarias que multiplican la producción.
La incentivación y la descentralización —a las que se suman la introducción intensiva de computadoras electrónicas, análisis del consumo y técnicas de prospección de mercados— elevarán el nivel del factor tecnológico e individual de la producción. Disminuyendo en parte con la mecanización la necesidad de mano de obra agrícola, el factor humano se desplazará del campo a la ciudad. Mientras el 60 por ciento de los trabajadores soviéticos se dedican a tareas rurales, en los Estados Unidos solo ocupan el 10 por ciento del efectivo humano. Este proceso que ya ha comenzado modificará substancialmente la estructura de la sociedad soviética.

Prolegómenos del cambio
Estos nuevos hombres que se incorporan a la vida urbana exigirán también gozar de algunas de sus ventajas y este es el comienzo del conflicto más serio que vivirá la sociedad soviética en los próximos años. Anastas Mikoyan, el hombre que hace treinta años previo el curso que seguiría la sociedad soviética y trabajó para establecer las bases prácticas de su desarrollo —relaciones económicas internacionales, mercado interno de consumo— dijo hace unos años, criticando el aventurerismo económico de Kruschev: "Sé bien que el nivel de vida de Europa Occidental es tres veces mayor que el nuestro, y el de los Estados Unidos otras tres. Es absurdo pensar que podremos alcanzar a los norteamericanos en el futuro próximo, pero tal vez podríamos colocarnos a la misma altura que el resto de Europa... si conseguimos reducir nuestro armamento y participamos intensamente del comercio internacional".
Ni la mecanización de la agricultura, ni la creación de la industria liviana alcanzarán a elevar el nivel de vida si el gasto no se limita. La oposición del Ejército a todo tipo de plan económico que afecte a la industria pesada conducirá probablemente a un enfrentamiento, del que pueden resultar espectaculares cambios de elenco. Las vacilaciones en la designación del nuevo Ministro de Defensa, tras la muerte del veterano mariscal Rodión Malinovski son solo el síntoma aparente de una lucha que se libra en el Secretariado y el Presidium del Comité Central, de donde por otra parte han surgido los últimos movimientos decisivos en la política rusa.

Límites y horizontes
Hace cincuenta años, un pueblo que no conoce límites para el sacrificio o la paciencia, decidió ingresar drásticamente a la historia y al mundo contemporáneo. A pesar de la perspectiva del tiempo, es difícil decir todavía si en aquellos días de convulsión y violencia tuvo la posibilidad de elegir otro camino. Sus crisis y sus conflictos con los restos de su pasado que sobreviven todavía en su cuerpo social, son los mismos que lo han alejado políticamente de China. En dos extremos del proceso revolucionario que los ha arrancado de una Edad Media económica para introducirlos en pleno siglo XX, chinos y rusos apuntan a objetivos aparentemente incompatibles. China, sin embargo, todavía está en los comienzos, y pocos habrían podido prever, cinco décadas atrás, en el amanecer de la Revolución Rusa, que al cumplirse su ciclo, acabaría por acercarse a la forma de vida que a nosotros también nos ha costado medio siglo conquistar.
Martín Felipe Yriart

 

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