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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

Rhodesia
una independencia que significa opresión


"Si los negros llegan un día al gobierno, la culpa será nuestra, por no haber sabido impedir su progreso" Ian Smith, primer ministro rhodesiano

Revista Siete Días
(Suplemento del diario La Razón)
diciembre 1965

 


 

 

El alborozado júbilo con que las Naciones Unidas acostumbran a celebrar el nacimiento de una nueva nación estuvo ausente el 11 de noviembre. Esta vez no hubo en la sede de la organización mundial vítores, ni bandas de música ni salvas de saludo. Y la bandera de Rhodesia, el nuevo Estado surgido en el corazón de África meridional por obra y gracia de Ian Smith, no fue izada al tope del mástil de honor en medio de los pabellones de sus 112 hermanas mayores.
Poco antes, a las 13.15, el primer ministro de Rhodesia leía con voz resuelta el mensaje al término del cual surgiría una nueva nación y se habrían roto —"cualesquiera sean las consecuencias"— los tenues lazos que hasta ese preciso momento subsistían entre la ex colonia y la Corona británica.
Y mientras Ian Smith enunciaba enfáticamente el texto de la declaración unilateral de independencia —la plataforma que le llevó al poder por aplastante mayoría dos años antes —, la población del país vivía de modo harto diverso la trascendencia del momento, tan deseado o temido. Deseado por los 217.000 blancos; temido por los cuatro millones de negros.
Así se ponía punto final a semanas de tensas negociaciones con el gobierno británico, en las que el primer ministro Harold Wilson —que hasta llegó a viajar a Salisbury— intentó por todos los medios disuadir a Smith de su riesgosa aventura. Fue tiempo perdido; sus argumentos se estrellaron una y otra vez contra la coraza de obstinada intransigencia del colono rhodesiano.
Caía así el telón sobre el primer acto de un drama y una epopeya que comenzaron simultáneamente en 1888, cuando una columna de 700 pioneros descontentos con la dominación 'boer' en la actual Sudáfrica, cruzó el río Limpopo y penetró en los dominios del rey Lobengula. El jefe de la columna, un cazador de fieras llamado Cecil Rhodes, entró en tratos con el rey y comenzó a obtener concesiones y ventajas sobre la base de un contrato "perfectamente legal" que el rey le había firmado. Naturalmente, el incauto monarca no sabía ni leer ni escribir.
Los colonos se fueron extendiendo por el territorio, despojando de las mejores tierras a los súbditos de Lobengula, quien, harto de tantos atropellos, se rebeló en 1893 contra los intrusos. Los rifles de los colonos pusieron las cosas en su lugar sin grandes dificultades, y el monarca perdió el trono, la pequeña renta que los blancos le habían asignado y, poco después, la vida.
Nuevos colonos fueron llegando de las islas británicas, atraídos por el sol y las riquezas que brindaba la nueva colonia. Compraban o arrendaban tierras de las que previamente eran desalojados sus ocupantes negros, y, poco a poco, se fueron apoderando de las regiones más fértiles del país, y los negros fueron arrinconados en "reservas".
Los abusos llegaron a tales extremos que para ponerles coto, el gobierno—desde 1923 la colonia tuvo gobierno autónomo— dictó en 1928 la Ley de Distribución de la Tierra, citada por los rhodesianos como ejemplo de magnanimidad, que asignaba a los 217.000 blancos el 37 por ciento del territorio y el 47 por ciento a los cuatro millones de negros, quedando el otro 14 por ciento teóricamente para las dos razas.
Los blancos disponen de chacras ultramodernas, donde en centenares de hectáreas cultivan casi todo el tabaco que consume el Commonwealth. Los negros viven en míseras cabañas, cultivan un lienzo de tierra en el que a duras penas viven unas cabezas de ganado; el estado en que se hallan lo refleja este detalle: no hace mucho una organización asistencial tuvo que hacer un envío urgente de leche en polvo a Rhodesia para evitar que 85.000 niños murieran de hambre. Algo similar sucede en las ciudades. Los blancos viven en la ciudad propiamente dicha y los negros se hacinan las colosales villas-miseria, como Highfield y Horere, en las afueras de Salisbury, la capital. La ley les prohíbe poseer o alquilar casas o negocios en la zona céntrica; tampoco pueden entrar en bares o restaurantes a menos que haya un cartel que advierta que el local es "multirracial", (lo cual tampoco es cierto porque esos lugares jamás los pisan los blancos).
Algo muy distinto en teoría —aunque similar en la práctica— sucede en lo que se refiere al trabajo en la industria. "A igual trabajo, igual salario", es el principio que rige. Lo malo es que los sindicatos blancos monopolizan los mejores empleos, dejando a los negros los trabajos manuales menos calificados, lo cual implica los salarios más bajos y la existencia más miserable. Si dos hombres se presentan para un mismo trabajo, el empleador está obligado por ley a tomar al blanco.
Los sindicatos blancos ejercen presión sobre los industriales en demanda de aumentos, y éstos, para restablecer sus finanzas, deben reducir la paga de los negros. Un obrero rural negro gana al año, como promedio, 65 libras (unos 175 dólares), un blanco recibe, en cambio, casi 1.300 (más de 2.500 dólares) y lo mismo sucede en otros sectores de la producción. Un negro que trabaje en la industria puede llegar a las 120 libras al año, un blanco ganará por encima de 1.250.
Dicho en otras palabras, un obrero blanco vale lo que diez negros en el mercado del trabajo. Para él no hay nunca desocupación. Inclusive, él mismo es en cierto modo un patrón; es frecuente ver por las calles de Salisbury a un mecánico blanco, por ejemplo, que maneja su coche a discreta velocidad para no dejar atrás a su ayudante negro, quien le sigue pedaleando furiosamente en bicicleta. Llegados al lugar del trabajo, el negro carga con la caja de las herramientas y después con minuciosa eficiencia, casi como si estuviera en un quirófano, alcanza los destornilladores y tenazas a su jefe.
— Dice una publicación del gobierno que Rhodesia gasta más en la educación de los negros que los demás estados africanos. "Seiscientos mil niños frecuentan las escuelas elementales. El porcentaje de analfabetos entre la joven generación no supera el 11 por ciento". A lo que contestan los líderes negros: "Los sirvientes son más útiles cuando saben leer y escribir y pronunciar algunas palabras en inglés". Las estadísticas demuestran que sobre 30.000 niños blancos, 20.000 recibirán, además, educación secundaria; en cambio, sobre 600.000 escolares negros, solo 10.000 tendrán ese privilegio. Por ahora, en el país hay apenas una docena de médicos y tres abogados negros; la situación mejorará sin duda en el futuro, con la nueva universidad construida junto al Mount Pleasant, a 10 kilómetros de Salisbury, con sustancial ayuda del gobierno británico y de las Naciones Unidas, en la cual, junto a unos cuatrocientos blancos estudia un centenar de jóvenes negros. En la administración pública no hay un solo cargo importante cubierto por un hombre de color. Los 15 diputados elegidos por el padrón electoral "B" que teóricamente representan a los negros en el Parlamento, no tienen poder y viven en el temor de ir en cualquier momento a dar con sus huesos en un campo de confinamiento, ya que la ley autoriza al gobierno a encerrar sin ninguna explicación y por tiempo indefinido a cualquiera que perturbe el orden establecido.
Las cosas anduvieron casi perfectamente hasta después de la II Segunda guerra mundial, cuando el viento del nacionalismo africano comenzó a agitar todo el continente. Las poblaciones negras de las colonias, antes tan sumisas, exigían ahora sus derechos y cuando no se los daban, los tomaban, lisa y llanamente.
En Rhodesia hubo también agitación, y los blancos se vieron obligados a hacer concesiones. En 1961 la nueva constitución de Rhodesia, bajo el entonces primer ministro Garfield Todt —actualmente también él confinado por "demasiado liberal—, se crearon dos padrones electorales. En ambos pueden participar "todos los ciudadanos sin exclusión de raza, con tal de que reúnan ciertos requisitos, que se exigen sin excepción". Para el padrón "A", que elige a 50 diputados los requisitos son tener título universitario o ganar más de 792 libras al año. Apenas unos pocos centenares de negros están inscriptos en el padrón "A", en el que figuran todos los blancos por el solo hecho de serlo. En el padrón "B", que elige solo a 15 diputados, figuran los que ganan más de 264 libras al año; unos 60.000 negros, menos del 2 % de la población, reúnen este requisito.
Como los líderes nacionalistas consideran que este sistema es una burla, decidieron la abstención electoral. Joshua Nkomo y el reverendo Sothole fueren enviados al campo de confinamiento. Pero su prédica surtió efecto y solo unos pocos de los negros empadronados concurrieron a las urnas. Lo cual fue considerado por el primer ministro Ian Smith y sus correligionarios como una prueba más de que no vale la pena conceder el voto a los negros, ya que después no ejercen su derecho.
La única fórmula aceptada por los nacionalistas negros es el sufragio universal. El lema "one, man, one vote" fue coreado el año pasado en las calles de Salishury por muchedumbres que por primera vez parecían haber perdido el miedo a los policías y a sus perros adiestrados para la caza del negro.
Ante la creciente marea de las reivindicaciones negras, los colonos tenían una opción: línea blanca, es decir, conceder derechos a los negros a fin de incorporarlos gradualmente al gobierno, o línea dura, es decir, intransigencia, obstinación y fuerza. Sintieron temor y eligieron esta última salida. "Somos muy débiles numéricamente para hacer la menor concesión" es la explicación más común.
En Ian Smith, el ex piloto de caza con "cara de poker" (la debe a que fue derribado durante la guerra y hubo que reconstruirle el semblante por medio de varias operaciones) encontraron el líder que les guiaría en la empresa.
"Mientras yo viva, los negros no serán jamás gobierno" es casi toda la filosofía política del primer ministro. Consecuente con ello, declaró la independencia aun sabiendo que sería declarado "rebelde" por el gobierno británico y que el país tendría que arrastrar sanciones económicas, y acaso también una acción militar de los estados africanos. Inclusive dentro de Rhodesia, la situación, tranquila por unos días, comienza a agitarse.
Nunca antes en la historia del mundo un acto político de un gobierno concitó tan unánime rechazo mundial como esa proclamación de independencia que —nadie tiene derecho a engañarse— no es otra cosa que un intento de perpetuar la opresión de la población negra. El bloque soviético y el occidental, los países europeos y los afro-asiáticos, las naciones de todas las Américas condenaron al régimen de Ian Smith. Pocas veces ha nacido un país tan falto de amigos. Ni siquiera le han defendido con calor Sudáfrica y Portugal, sus hermanas en el pecado de mantener viva una variante disfrazada de la esclavitud.

 

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