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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


Ya se logró el tratado, ahora falta la paz
Egipto - Israel
Jimmy Carter

Revista Somos
16 y 30 de marzo 1979

 

¿Compromiso de acuerdo o acuerdo de compromiso?
Casi al mismo tiempo en que se encendían las turbinas de su avión, listo para emprender el regreso a Washington, Jimmy Carter pidió una última llamada desde el mismo aeropuerto de El Cairo hasta la oficina del primer ministro judío, en Jerusalén. Con Anuar Sadat sonriendo nerviosamente a su lado, Carter intentó por última vez convencer al jefe político del Estado israelí sobre las bondades de un acuerdo de paz "mutuamente ventajoso" para ambos vecinos del canal de Suez. Y contrariando todas las expectativas y todos los problemas que se sucedieron en el azaroso ir y venir de Carter durante el fin de semana, el milagro se produjo a último momento.




 

 

Ya rumbo a su aeronave, secándose la cara y esforzándose por disimular la tensión que lo agobiaba en ese momento, el presidente norteamericano anunció: "Hemos logrado una fórmula de entendimiento. Creo que la paz es a partir de ahora algo posible".
La euforia de sus acompañantes parecía hacer coro a sus palabras. Sadat lo despidió con sus abrazos más elocuentes, y todo parecía indicar, ese lunes a la medianoche, que por fin la política exterior norteamericana había encontrado la fórmula mágica para poner de acuerdo a los inconformistas del Medio Oriente.
Pero, a todo esto, no está dicha la última palabra en el asunto.
Después de tantos meses de buscar alternativas transaccionales válidas para llegar a la paz, después de tantas reuniones "cumbre" entre los mandatarios participantes de la disputa, después de tantos viajes de los sucesivos secretarios de Estado norteamericanos, parece increíble que el acuerdo pueda surgir a través de una simple llamada telefónica, casi al pie del avión.
En realidad, el primer ministro israelí comprometió su palabra al acordar bases de entendimiento con Sadat. Pero en un Estado parlamentario como Israel, la última y definitiva palabra sólo puede salir de la Knesset.
"Si el Parlamento no me respalda en este plan de paz, renunciaré en el acto", le anticipó Begin a Carter el lunes. Si se tienen en cuenta los abucheos que enmarcaron el discurso del primer ministro ante sus legisladores, el fin de semana último, se comprenderá que en los próximos días puede ocurrir cualquier cosa: desde la aprobación de los planes de paz expuestos por Carter y aceptados por Begin, hasta la destitución del primer ministro judío.
Con todo, es poco probable la segunda hipótesis. El mapa del Medio Oriente ha cambiado tanto en los últimos meses que el Estado judío no está en condiciones de mantener su intransigencia sobre algunos temas vitales, como la cuestión palestina y la devolución de los territorios ocupados en la guerra del Yom Kippur, hace casi seis años.
Por un lado, se ha producido un vuelco fundamental en la conducción del país árabe mejor armado y de ejército más poderoso: el Irán. Con la caída del sha —viejo aliado de los Estados Unidos y absolutamente neutral con relación a Israel— asumió la conducción del país un fanático jefe musulmán, dispuesto a emprender cuanto antes una guerra santa contra sus vecinos judíos. Su primer acto de gobierno fue clausurar la embajada israelí e inaugurar, en el mismo edificio una embajada de la Organización para la Liberación de Palestina.
Pero no es ése el único problema estratégico para los israelíes. Hace un mes se formalizó también la federación de dos tradicionales enemigos del otro lado de la frontera, Siria e Irak, dos países militantes del sector "duro"' del grupo árabe y armados ambos por la Unión Soviética.
Por último, no hay que desatender el conflicto del Yemen, donde la fracción Sur, también armada y entrenada por soviéticos y cubanos, puede terminar imponiendo su sistema socialista y su militancia antijudía en el territorio del Norte.
No es improbable que Carter haya amenazado a Begin con la interrupción del suministro de petróleo si rechazaba las últimas propuestas de paz de Sadat. Con el cese de los acuerdos comerciales que lo abastecían de crudo iraní, Israel quedó a merced de los Estados Unidos en materia energética. Si a esta circunstancia se suma la ya crónica dependencia tanto en materia de comercio tradicional como de armamentos, la situación israelí aparece francamente comprometida y con pocas posibilidades de extender por mucho tiempo sus exigencias y sus condicionamientos previos a un acuerdo de paz.
Carter salvó a última hora los gastos —económicos y políticos— de su riesgoso viaje a Jerusalén y El Cairo. Al menos logró sacar a la diplomacia norteamericana de la "línea de fuego" del conflicto. El ya hizo su parte, y así lo anunció al mundo. Si ahora hay paz o no, queda bajo responsabilidad del Parlamento israelí. Y si no hay paz, ellos mismos sufrirán las consecuencias. 
SOMOS - 16/3/79



Ya se logró el tratado; ahora falta la paz

Sentado entre Menahem Begin y Anuar Sadat, con la más exultante de sus sonrisas, Jimmy Carter asistió al resultado espectacular de su misión: la firma de un tratado de paz entre Egipto e Israel. Los efectos negativos ya se manifiestan. Antes de que el Parlamento de Israel aprobara finalmente el tratado de paz con Egipto la semana pasada, un grupo de obreros estaba ya levantando una inmensa carpa anaranjada y amarilla sobre el césped de los jardines posteriores de la Casa Blanca. Los preparativos estaban destinados a dejar todo listo para la firma, el lunes, del presidente egipcio Anuar Sadat y del primer ministro israelí Menahem Begin, a las que Jimmy Carter agregaría la suya como huésped agradecido. En un primer momento, los jefes de ceremonial de la presidencia norteamericana habían calculado que la ceremonia coincidiera con el horario de la señal de ajuste de la televisión en los Estados Unidos. Pero Israel solicitó que fuera trasladada a las 2 de la tarde, horario de apertura de la televisión en Israel y Egipto. "Sólo Dios sabe", justificaba un ayudante de Carter, "toda la ayuda que esos muchachos necesitan conseguir en sus propios países".
No sólo ellos; también Carter necesitaba un pequeño apoyo en casa: la ceremonia de la firma sería observada directamente por nada menos que 1.500 invitados. Luego tendría Lugar un servicio ecuménico en el Lincoln Memorial, con la asistencia de un sacerdote católico, un rabino judío y un imán islámico. Más tarde, bajo la enorme carpa se serviría una cena de gala para más de 1.300 comensales. (Para ayudar a estos gastos, la Casa Blanca solicitó la colaboración de veinte corporaciones industriales que compraron talonarios de cuatro tickets, a 5 mil dólares el ticket.)
Sin embargo, este espíritu de festividad anticipada no era compartido en El Cairo y Jerusalén. En un enérgico discurso, con el que se abrió el debate de dos días en el Knesset sobre el tratado de paz, Begin respondió a la demanda egipcia de inmediata retirada de todos los territorios ocupados árabes, reprendiendo severamente al primer ministro egipcio Mustafá Khalil. "Doctor Khalil", advirtió el premier hebreo, "Israel no retornará jamás a las líneas anteriores a 1967. En segundo lugar, doctor Khalil, tome bien en cuenta mis palabras, Jerusalén, toda Jerusalén, es la capital eterna de Israel. Jamás será dividida de nuevo. En tercer lugar, doctor Khalil, en Judea, Samaria y Gaza no habrá jamás un Estado palestino". Naturalmente, el áspero discurso de Begin tenía un propósito concreto: tranquilizar a los "duros" de su propio partido. Pero en El Cairo, Khalil lamentó que la retórica de su contraparte "descompusiera de tal manera la atmósfera" de la próxima fase del proceso de paz: la búsqueda de una solución al problema palestino.
No es éste el único problema que queda pendiente después de la firma del tratado. El éxito espectacular que Carter ha obtenido en el terreno diplomático, y que parece haber encandilado a todos los medios de difusión, desaparecerá tan pronto como se esfumen los últimos colores de los fuegos artificiales con que se celebra su triunfo. Y quedará entonces sólo el oscuro fondo nocturno de un cielo cargado de problemas cuyo enorme costo habrá que saber afrontar. Sobre todo el pueblo norteamericano, cuyo bolsillo deberá cubrir la bonita suma de 5 mil millones de dólares anuales con que los Estados Unidos se han comprometido a sostener financiera y militarmente a los dos países signatarios. Todavía queda por ver qué ofrecerá Carter a los esforzados contribuyentes de su país para calmar sus justas quejas y compensarles tan elevada erogación.
Y fuera de los Estados Unidos, ya comenzaron a escucharse las primeras oleadas de críticas, algunas indignadas, frente a lo que se estima como "la definitiva traición de Sadat al mundo árabe". En Beirut, el líder de la Organización para la Liberación de Palestina, Yasser Arafat, ha mostrado claramente a sus secuaces el camino a seguir: "Nos vengaremos. Quiero que Begin sepa que le cortaré las manos". Este miércoles, en Bagdad, se reunirán las naciones de la Liga Árabe para estudiar la naturaleza de las sanciones que se aplicarán a Egipto por "haber claudicado ante el enemigo sionista". El clima de tensión se agrava momento a momento. El martes por la mañana, 24 horas después de la firma del tratado, 50 estudiantes árabes se apoderaron de la embajada egipcia en Teherán, mientras el gobierno de Irán agudizaba sus ataques contra El Cairo en una declaración oficial en la que se condenaba el tratado. Simultáneamente, miles de palestinos desfilaban por las calles de varias ciudades canadienses y norteamericanas protestando por la firma del pacto bilateral. El ejército israelí fue puesto en estado de alerta, el martes por la noche debido a las amenazas de ataques guerrilleros desde Siria y el Líbano, en tanto en Jerusalén una granada de mano hería a 13 personas en un estrecho callejón frente a un hotel. Por su parte, la Comunidad Económica Europea, en un comunicado difundido el miércoles por la mañana, se pronuncia por un arreglo global que "traduzca en hechos los derechos palestinos a disponer de una patria". Eufemismo con el que, implícitamente, se niega el apoyo a un acuerdo que no los contempla. Aparentemente, el comunicado de la CEE refleja la influencia del presidente francés, cuya política es la más decididamente pro árabe de las nueve naciones que componen el Mercado Común.
El gobierno de los Estados Unidos no ignora que su papel de mediador será crucial en la nueva ronda de negociaciones. La Casa Blanca está ya considerando la posibilidad de crear un cuerpo de representantes especiales "casi a nivel de gabinete", que encabezaría la delegación norteamericana en las conversaciones tripartitas. Algunas fuentes han indicado los nombres de Henry Kissinger y del ex secretario de Estado Joseph Sisco. Pero los observadores estiman que Kissinger cuenta con cierta resistencia en algunos medios de la Casa Blanca, y Sisco, actualmente presidente de la American University en Washington, estaría poco dispuesto a aceptar un nuevo cargo que absorbería casi todo su tiempo útil.
La conclusión de un tratado de paz entre Egipto e Israel ha sido el mayor logro diplomático de Carter. Aun sin tener en cuenta sus otros dos propósitos: el acuerdo SALT con la Unión Soviética y la reanudación de relaciones diplomáticas con China, éste último ya satisfecho. Hasta ahora, los dos países signatarios están de acuerdo en realizar un esfuerzo de "buena fe" para completar las difíciles negociaciones sobre la autonomía palestina en el término de un año, vale decir, antes de mayo de 1980. Si las conversaciones se vieran quebradas o estancadas durante ese lapso, Carter se vería enfrentado a un desagradable contratiempo diplomático justamente al comienzo de una campaña electoral por la presidencia. Eso sólo sin contar las derivaciones que la reacción de la línea "dura" de los árabes puede producir en un plazo aún más perentorio. 

La posición de los "duros"
Pocas horas antes de la firma del tratado de paz, "Newsweek", obtuvo una entrevista exclusiva con el rey Hussein de Jordania, en Amman, y con el presidente de Siria, Hafez Assad, en Damasco, a quienes formuló las mismas preguntas. He aquí un extracto de lo conversado con los dos representantes de la "línea dura" árabe.
—¿Qué sentido tiene aplicar sanciones económicas y políticas contra Egipto?
Assad: —Es una medida de autodefensa. Es evidente que los árabes debemos tomar ciertas precauciones contra el régimen egipcio, que se ha colocado en una posición abiertamente hostil a la nación árabe y ha estrechado vínculos con Israel. Después de eso ¿cómo puede esperarse que demos una mano a Sadat?
Hussein: —No creo que la iniciativa del presidente Carter resuelva los problemas más serios de la cuestión: la retirada israelí de todos los territorios árabes ocupados, incluida Jerusalén, y la autodeterminación palestina. El problema de las sanciones árabes contra Egipto deberá ser discutido en detalle. Pero la primera medida obvia será retirar la sede de la Liga Árabe de El Cairo y expulsar a Egipto de la Liga.
— Si Jordania, Siria, la OLP y los árabes de la ribera occidental del Jordán rehúsan intervenir en la iniciativa de Carter ¿no están creando con esa actitud una situación favorable a la anexión de facto de la ribera occidental por Israel?
A.: —La firma del tratado consolidará la ocupación israelí en los territorios tomados en 1967 y denegará los legítimos derechos del pueblo palestino, dándole a estos atropellos validez internacional ¿Qué significa realmente la autonomía de los palestinos? ¿No significa el reconocimiento árabe de que la ribera occidental del Jordán y la franja de Gaza forman parte del Estado de Israel? ¿No lo ha reconocido así el propio Begin cuando afirmó la semana pasada que si se reconoce la autonomía a los palestinos ello se debe sólo al hecho de que se trata de población árabe establecida sobre suelo israelí? Esto es una trampa. Y Carter pretende ofrecernos esto en bandeja de plata.
H.: —Lo que nos ofrecen, discúlpeme la expresión, es un cero a la izquierda. Nosotros ya hemos probado las buenas intenciones de Israel desde 1967, sin ningún resultado. El objetivo de Israel ha sido siempre aislar a Egipto y consolidar así su permanencia en la ribera occidental. La iniciativa norteamericana ha contribuido significativamente a la materialización de ese objetivo. La firma del tratado terminará por despedazar las cordiales relaciones internas entre los árabes y desestabilizará toda el área.
—¿Cuál es entonces la alternativa?
A.: —Nosotros buscaremos ahora nuevos métodos y nuevos recursos que nos ayuden a restaurar nuestros derechos. Y, para que sea efectiva, la presión deberá también ser penosa. Es natural, por supuesto, que los árabes utilicemos todas nuestras armas disponibles. En cada caso, haremos lo que estimemos como más útil y eficaz. Si se resuelve un embargo petrolero, no escatimaremos nuestro apoyo a la medida.
H.: —Debemos demostrar a los Estados Unidos el error de su política y llevar nuevamente el problema al seno del Consejo de Seguridad. Jordania no rehusará unirse a las decisiones que se tomen en conjunto. Si un embargo petrolero asegura la supervivencia de la nación árabe, lo apoyaremos. Debemos salvaguardar la verdadera identidad árabe, hoy amenazada.
Somos 30/03/79

 

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