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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


Uganda
El previsible final de Idi Amin

Revista Somos
13 de abril 1979

 

La sangrienta dictadura de Idi Amín tuvo el final que se podía prever. Uganda se sumerge ahora, sin embargo, en otra pesadilla: la encarnizada lucha por el poder. La fuga del "presidente vitalicio" desencadenará un enfrentamiento entre fuerzas, hasta el momento solapadas, que pueden transformar este enclave africano en un nuevo foco de guerra entre occidentales, chinos y soviéticos.


 

 

 

"Nadie puede sentirse tranquilo como vecino de un régimen que mató o hizo desaparecer a 300 mil personas en ocho años." El ministro tanzanio, con esa respuesta, eludió el fondo de las preguntas que le formulaban los periodistas extranjeros, interesados en saber hasta qué punto la participación de su país en la guerra ugandesa era oficial. Para Dar-es-Salaam, y en especial entre los colaboradores del presidente Julius Nyerere, uno de los jefes de Estado más prestigiosos del África negra, la participación tanzania en las hostilidades que permitieron desalojar del poder al voluminoso mariscal Idi Amín Dada fue una simple demostración de amistad hacia el ex presidente ugandés Milton Obote, derrocado por Amín el 25 de enero de 1971. Refugiado junto con su guardia personal, los míticos nubios que hasta julio de 1972 fueron organizados y entrenados por asesores militares israelíes, Idi Amín se vio obligado a abandonar primero Kampala y luego Entebbe, para refugiarse entre Jinja y Busia, en el extremo este ugandés, entre el Nilo y la frontera con Kenya. Para el sangriento dictador ugandés, el principio del fin fue la defección de los 2 mil efectivos enviados en su apoyo por el coronel libio Muammar Khaddafi, después de que los milicianos liderados por el profesor universitario Yusuf Lule tomaron el aeropuerto de Entebbe, a comienzos de la semana pasada. Retomado por los libios un día más tarde, el aeropuerto quedó sin embargo inoperable para los aviones pesados con que la Unión Soviética, aliada de Idi Amín en los últimos tiempos, le hacía llegar armas, municiones y equipos suficientes para hacer frente a la ofensiva de opositores ugandeses y tropas tanzanias, que en Moscú sospechan de inclinaciones prochinas.
La insólita mezcla de equipos soviéticos y combatientes libios, que dejó perplejos a los ugandeses, fue la última demostración de habilidad política desplegada por el dictador desde el poder. En el esquema defensivo de Idi Amín, los cohetes antiaéreos, las municiones y la artillería liviana llegados desde Moscú ilustran el interés estratégico de la Unión Soviética por Uganda, enclave privilegiado vecino de Kenya, Sudán, Zaire, Ruanda y Tanzania, otros escenarios de la solapada lucha de influencias que libran en África los agentes occidentales, chinos y, por supuesto, soviéticos. Por su parte los libios, despachados a Uganda sin mucha reflexión por Khaddafi, tenían como misión defender a la población islámica amenazada de exterminio masivo
Cuando los oficiales libios descubrieron que sus colegas tanzanios y los dirigentes de la oposición ugandesa eran tan musulmanes como ellos mismos, llegó la orden tajante de repliegue hacia los aeropuertos de Jinja, Guly y Nakasongola, en el nordeste del país, para reembarcar desde allí rumbo a Trípoli. Aislado, privado del abastecimiento soviético, el último recurso de Idi Amín fue su reconocida capacidad como animador de guerrillas psicológicas, que despliega a bordo de su Range Rover personal, color blanco, donde transporta el equipo de radio más poderoso con que cuenta en todo el país. En inglés, swahili y luganda, como de costumbre, pero con tono menos arrogante, el derrotado mariscal lanza sin cesar duros ataques contra "los imperialistas tanzanios y sus aliados, los traidores a sueldo", fantasea sobre hipotéticas y nunca probadas victorias de "los fieles simbas (leones) de nuestro ejército ugandés", y anuncia que dio órdenes de "armar y distribuir fusiles, todos los que haya disponibles, a las mujeres y a los niños, para que puedan defender su patria contra las hordas de tanzanios, esos ladrones. . ."
Para los dos mil blancos que, a pesar de todas las humillaciones y las vocingleras campanas de Idi Amín, se mantuvieron en Kampala y las principales poblaciones de Uganda, como comerciantes de algodón y otros frutos, la caída del sangriento y payasesco dictador es el fin de una pesadilla, pero quizá el nacimiento de otra.
"Todo está demasiado confuso aún para saber si podremos regresar y recuperar algo de lo nuestro", confesó entre sollozos al llegar a Nairobi, después de abandonar su casa en las afueras de Jinja, la blanca ugandesa Sybil Gardner. No existen por el momento referencias precisas de la situación en la capital de Uganda. Nadie ignora ya el desprecio que el dictador ha mostrado siempre por los órganos de prensa y la brutalidad con que en muchas ocasiones fueron tratados los hombres que cubrían información en ese país, al que últimamente era imposible penetrar en calidad de periodista. El lamentable episodio del martes último es por demás elocuente: dos periodistas suecos (Karl Bergman, de Sveska Dagbladet, y Ame Lemberg, de Expressen) y dos alemanes occidentales (Wolfgang Stiens, de la revista Stern, y Hans Bollinger, de la agencia fotográfica francesa Gamma) fueron capturados y ejecutados en el este de Kampala después de tratar de introducirse en Uganda navegando en una pequeña embarcación a través del lago Victoria desde Kenya. Las escasas referencias señalan, sin embargo, que cuanto queda a Idi Amín es su guardia personal, un convoy militar que incluye una docena de camiones, algunos cañones livianos de tiro rápido, medio centenar de Land-Rover armados con ametralladoras pesadas, y cuatro Range Rover que utiliza personalmente el dictador en desbandada.
También se sabe que el "presidente vitalicio" envió a comienzos de febrero pasado a toda su familia y buena parte de sus recursos personales a Trípoli; la capital libia: en previsión de la catástrofe.
La retirada de Idi Amín sorprendió a las fuerzas de Yusuf Lule y las unidades tanzanias, que lo creían atrincherado en su bunker personal instalado en las afueras de Kampala, donde sólo se puede penetrar en helicóptero. Los informes fragmentarios llegados desde la capital ugandesa afirman que las construcciones blindadas fueron sistemáticamente bombardeadas por la aviación tanzania, que opera con entera libertad desde la retirada de los libios.
En la ruta de la retirada de Idi Amín, mientras tanto, empiezan a brotar las terribles represalias, en general obra de las tribus lango o acholi, que sufrieron durante ocho años en carne propia la instalación en el poder de sus rivales, los kakwas y los nubios del nordeste, principales sostenedores internos del régimen. Para evitar ese baño de sangre suplementario, Lule y los partidarios del ex presidente Obote tratan de movilizar a los bantúes sureños, que en mayor o menor medida mantienen la formación de los tiempos de la colonia británica, capaces de retomar y mantener en marcha los engranajes administrativos del país, abandonados a su propia suerte por los musulmanes instalados en tiempos de Idi Amín. Los sucesores del autoproclamado
mariscal, que siempre confesó su admiración por Adolfo Hitler y que se definía a sí mismo como "el más grande jefe de Estado del mundo entero", deberán poner orden en un país prácticamente agotado en lo económico, lo social y lo político. El régimen que hoy agoniza parece haber llegado a profundidades jamás alcanzadas por el desprestigio.
Sin embargo, las especulaciones que dieron base a la dictadura estaban lejos de constituir una fantasía. Como pocos, Idi Amín supo advertir que la decadencia británica y francesa en África, sumada al desgaste norteamericano en su tarea de gendarme planetario, debía provocar inevitablemente el interés de soviéticos y chinos, como consecuencia natural de la lucha estratégica por dominar el Océano Indico. Ubicada en el corazón africano, trinchera de la influencia británica frente al área francófila, Uganda es una base de gran importancia para influir sobre sus inmediatos vecinos, y aun sobre los más alejados. El relieve estratégico ugandés fue dado primero por Israel, al cortejarlo y obtener su amistad a fines de la década pasada, y por la Organización de Unidad Africana, más tarde, al confiar al brutal dictador Idi Amín el principal papel de esa corporación.
Con habilidad, el gigantón ex sargento colonial se desembarazó primero de Israel, para obtener así el pleno apoyo del mundo árabe, y luego se aproximó, siempre con la intermediación islámica, a la Unión Soviética, consiguiendo de ese modo una compensación económica y política a su forzada oposición a la penetración china que se producía a través de la vecina Tanzania, tierra de exilio para su enemigo Milton Obote. Esos éxitos, sin embargo, hicieron que Idi Amín perdiera contacto con la realidad. Si tres años atrás admitió que su mayor error político había sido "dejar escapar con vida a Obote", hoy puede aceptar que cometió la falla descomunal de creer que, al ser atacado por las fuerzas pro chinas de Tanzania, soviéticos y cubanos se iban a precipitar para sostenerlo.
La situación política cambió dentro y fuera de África, y mientras China y la Unión Soviética se oponen indirecta o directamente en el sudeste asiático, las fuerzas expedicionarias cubanas en África tratan de apagar los ecos despertados en cuatro años de intervenciones. Por otra parte, defender la causa anticolonialista de Angola es bien diferente a entrar en combate contra fuerzas populares para defender a un personaje tan sanguinario como el dictador Idi Amín.
Carlos Mutto (Corresponsal en París)

 

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