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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES

España
El fin del principio
Sotelo en figurillas

Revista Somos
febrero y marzo 1981
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

Juan Carlos superó un momento crítico pero el golpe militar abre interrogantes.
"Papá, te han dejado solo. Incluso tus dos amigos te han abandonado". Esta frase de la hija del coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero Molina, dicha por teléfono cuando su padre veía desmoronarse la ilusión de haber dado el puntapié inicial para anunciar el ingreso a una España diferente, tiene, a pocas horas del golpe, una segunda connotación.

Suárez acude en defensa de Gutiérrez Mellado

La diputada Inés Vilarino de la UCD llora cuando abandona las Cortes

Calvo Sotelo

 

 

 

Las 18 horas que conmovieron a España desde que Tejero —al mando de 200 hombres de la Guardia Civil— irrumpiera el lunes 23 en las Cortes de Madrid interrumpiendo la votación que investiría a Leopoldo Calvo Sotelo como presidente, ni empezaron a las 18 y 25, ni han terminado todavía.
"Todo el mundo al suelo, y tú, córtala con esa cámara o te mato". Así empezó, en el palco de periodistas de las Cortes, el efímero episodio que Tejero y el general Jaime Milans del Bosch pensaron que culminaría en la capitulación del rey y el nombramiento de una Junta Militar. Casi simultáneamente, una figura que muchos definieron como valleinclanesca y que todos calificaron de grotesca, irrumpía a balazos en la sala donde los parlamentarios cantaban sus votos para elegir a un nuevo primer ministro. Era el coronel Tejero, con su tricornio a punto de caerse, una pistola en la mano derecha y su brazo izquierdo en alto, que daba las primeras órdenes: "Todos al suelo, todo el mundo quieto detrás de los escaños". Luego le siguió una breve arenga inaudible frente a la conmoción de las Cortes y, por último, un acto casi de clemencia hacia los vencidos: "pueden sentarse, pero con las manos a la vista".
Adolfo Suárez le daba un empujón al guardia que pretendía hacerlo callar ("No lo dejéis hablar —le había ordenado un oficial—, no va a ser él más bonito que los demás") y se abalanzaba sobre otros guardias que estaban maltratando al vicepresidente del gobierno, el discutido teniente general Manuel Gutiérrez Mellado. El diputado canario, Fernando Sagazeta, pedía la presencia de un médico. El ultraderechista Blas Piñar mostraba un rostro calmo. Manuel Fraga Iribame —el líder de la Alianza Popular— estaba pálido. El socialista Felipe González estaba virtualmente prisionero entre dos uniformados, y Leopoldo Calvo Sotelo no lograba cambiar su inexpresivo rostro. Para ellos había llegado el principio del fin. Aunque no fue así.
Dieciocho horas después concluía el minigolpe —el vigésimo sexto en los últimos 200 años de historia española— y los secuestrados abandonaban en fila el edificio de las Cortes. Seis infartos, cinco casos de diarrea, agotamiento y hambre era el precio que habían pagado los representantes. El ensayo monárquico-parlamentario veía consolidada la figura real. Tras una larga negociación todo había terminado. Milans del Bosch —un ex resistente del Alcázar de Toledo en los días de la Guerra Civil y voluntario de la famosa Legión Azul que el nazismo encolumnó en 1941 hacia Moscú—, Tejero Molina —el mismo que en noviembre de 1978 pensaba secuestrar el gobierno en pleno para exigir, ya entonces, la formación de un triunvirato— y varios oficiales, fueron destituidos el miércoles 24 y pueden recibir condenas que llegarían hasta los 40 años de prisión.
Ahora está claro que los protagonistas se insinuaban desde años atrás. Tejero fue protagonista de aquella frustrada operación: el Plan Galaxia. Y Milans del Bosch —hasta el miércoles jefe de la Tercera Región Militar de Valencia— sonó siempre como el hombre de mayor prestigio de las fuerzas armadas, el elegido para ejecutar la terapia intensiva si España perdía el rumbo y debía acudirse, otra vez como hace 45 años, a un régimen de fuerza.
Para los más radicales el momento de la terapia fue casi contemporáneo a la muerte del generalísimo Francisco Franco: descreyeron del flamante rey antes de que reinara y de su monarquía parlamentaria antes de que comenzara a funcionar. La difícil transición, con la complicada tarea de desmontar una autocracia y fabricar una democracia de recambio en el menor tiempo posible, originó suficientes irritaciones como para que en el camino se fueran sumando otras voces ansiosas de orden. En la ciudadanía también fue creciendo, al paso de estos años, un clima ambiguo en el que convivía por un lado la valoración de los bienes de la democracia y por el otro un sentimiento de nostalgia por la seguridad perdida.
Tras una guerra civil, tras un desarrollo económico que les trajo un llamativo índice de consumo, tras una etapa de penas y olvidos, el ingreso a los tiempo modernos significó para los españoles más de un traumatismo. Cuando a tres años de la muerte del Caudillo se empezaron a oír en las calles frases tales como 'Con Franco estábamos mejor', en ese instante puede decirse que todo el proceso de la transición empezaba a desmoronarse o, por lo menos, a entrar en picada. Ante un foro político que se pulverizaba en la lucha menor olvidando lo social, ante una economía a la que los precios del petróleo vinieron a dar un golpe de gracia, ante una seguridad que desaparecía de las calles en manos del terrorismo y la delincuencia de todo tipo, el español medio quedó colgado y a expensas del azar. Y al caos creciente, mayores posibilidades para un golpe restaurador.
En 1980, con la Unión de Centro Democrático (UCD) naufragando como partido nacional ante las autonomías en auge, se tuvo un claro signo de los tiempos que vendrían. O se estaba yendo demasiado rápido o se estaba yendo demasiado mal. Y la ETA allí, día a día, con explosivos, con crímenes, con secuestros, con impunidad, terminó por liquidar las últimas esperanzas de quienes vieron en la transición el puente hacia el paraíso democrático. Podía pasar cualquier cosa en cualquier momento. Y pasó. Aunque no en el momento preciso. Y tal vez sea por eso que ahora España despierta de una pesadilla y se pregunta cómo fue posible que se llegara a esto. Preguntas que se hacen por primera vez los líderes políticos, quienes tras haber estado 18 horas inmersos en las mismas condiciones en que han permitido que estuvieran otros ciudadanos, comprenden que su misión, de ahora en adelante, deberá ceñirse más a la realidad que a la fantasía. Mucho más al rigor de la cosa pública que a la frivolidad de la lucha por el poder.
Si lo que sobresale de un iceberg es siempre la octava de sus partes, el coronel Tejero y su funambulesca acción son apenas esa octava parte visible. Lo que no se vio, lo que no salió por televisión, lo que todavía subyace en los sucesos últimos de España, es el malestar de las siete partes del témpano que siguen críticamente sumergidas. Que quisieron manifestarse y salir a la superficie lo demuestra el hecho de que 90 minutos antes de que Tejero irrumpiera en el Congreso, ya los tanques de Milans del Bosch comenzaban su marcha hacia Valencia, ya la proclama del sucesor de Franco estaba redactada (y en algunos de sus puntos con significativas cercanías al documento que inició la vida política del Generalísimo), ya había una proclama similar en cuarteles de Valladolid, ya...
¿Qué impidió que una decisión que abarcaba mucho más de lo que se vio remitiera tan rápida y fácilmente hasta desembocar, en lo emocional, en la frase que la hija le dijo por teléfono al coronel Tejero? Todos los análisis apuntan al rey como protagonista clave. En su decisión y en su poder de convicción parecen residir los argumentos que detuvieron el golpe ya iniciado, congelándolo hasta un punto que por ahora no es posible determinar. El hecho de que Milans del Bosch se adelantara en los relojes le permitió a Juan Carlos encarar
firmemente el diálogo con otras áreas conflictivas que se alistaban y volver las cosas paulatinamente a su lugar. A partir de esa suspensión, sus reuniones con los jefes de Estado Mayor primero y con los líderes políticos después, habrán alcanzado la coincidencia necesaria como para que de aquí en más España ya no sea lo que era hasta el lunes por la tarde.
En su Epístola a los Marciales Juan Carlos habrá recordado que 1981 no es 1936, que aquel violento comunismo no es el minúsculo y alicaído de hoy, que aquel socialismo urticante es sólo ahora un civilizado negociador dispuesto a hacer mejor letra cada día. Y, sobre todo, que la mayoría del pueblo español de estos días es la antípoda de aquel furibundo que, armado hasta los dientes, andaba en son de guerra por las calles.
Su Epístola a los Civiles habrá señalado que lo que él pudo detener en la noche anterior no fue fabricado por él, sino por ellos mismos al anteponer intereses partidarios y dejar que la democracia se ablandara tanto hasta convertirse en una caricatura de sí misma. Y, sobre todo, que la mayoría del pueblo se ha hundido en estos últimos años en un profundo desencanto del cual ellos, como nadie, son responsables.
Lo sucedido el 23 de febrero no es el principio del fin, como algunos suponen. Pero podría ser el fin del principio. De ese principio que algunos creyeron podría alargarse ociosamente. Como si la democracia no fuera cosa de todos los días. Y algo precisamente fuerte, como estos días le exigen que sea. 

Sotelo en figurillas
Tras el golpe todos los sectores respaldan a Juan Carlos.
Cumplido el vigesimosexto golpe en los últimos 200 años de historia ., española (el suceso más grave desde la Guerra Civil, a la par que uno de los más insólitos de la historia del mundo moderno),37 millones de españoles se preguntan de qué galera y con qué prestimanía podrá Leopoldo Calvo Sotelo reflotar la nave del Estado, neutralizar los cañonazos del terrorismo, retomar la ruta perdida y dejar atrás cuanto antes el ojo de la tormenta.
A una semana del pistoletazo en las Cortes, el balance no es todavía para nada estabilizador. Se produjeron algunos hechos que permiten respirar y, por lo menos, acariciar la esperanza de llegar a puerto. Pero la situación sigue siendo de emergencia y requiere un pronto golpe de timón que la Unión de Centro Democrático (UCD) quiere dar por sí sola y de la mano del por ahora imprevisible Calvo Sotelo.
Tras los dramáticos momentos del 23 y 24 de febrero, en los que el rey jugó su destino a suerte y verdad y, maestro en esta estrategia, superó la difícil telaraña que envolvió al Estado, su figura alcanza ahora una estatura difícil de medir. "Juan Carlos ha hecho más monárquicos en tres horas que todos los borbones en tres siglos", fue el comentario de un líder socialista.
Superó el golpe, consiguió el crédito y ahora son los políticos quienes deberán, y pronto, pagar los intereses. Un gobierno de coalición hubiera podido saldar esa cuenta con mayor solvencia, pero Calvo Sotelo rechazó esa posibilidad. ¿El nuevo presidente sabrá mantener el equilibrio en todo el espacio que va de aquí a 1983? ¿Podrán sus manos sostener la pesada pértiga que recoge de Suárez y tras el pistoletazo de Tejero? ¿Se mantendrá tensa la cuerda o alguien, mucho antes de las elecciones generales del '83, se encargará de aflojar los tensores? Abundan los temores, y algunos incluso aseguran que otros militares preparan otra ofensiva.
Calvo Sotelo se vio en la disyuntiva de elegir con premura entre el gobierno ideal y el gobierno eficaz. Optó por el segundo (aun a riesgo de que se lo considerara demasiado monocolor) pues entendió que el horno no estaba para bollos y que carecía de tiempo político.
El martes 24 el rey dejó claro a la clase política que su papel no es el de parar golpes y que correspondía a los civiles robustecer sus instrumentos y encontrar fórmulas que resolvieran los problemas pendientes y crecientes. Calvo Sotelo no se salió de ese libreto ni perdió tiempo, y antes de lo que se suponía armó su equipo (en el que permanecen todas las figuras del anterior) convencido de que la UCD anduvo hasta ahora a medio motor y que es posible obtener de ella otros resultados. Este primer gesto político corrobora por lo menos el pragmatismo que se le asigna a su persona. En algunos círculos se dice que su urgencia llegó empujada por la necesidad de salvar cuanto antes el clima de provisionalidad que vivía el Estado y que, pasadas estas primeras angustias, se entrará en algún tipo de colaboración que permita ampliar la sustentación del gobierno.
Que está en el aire y en el ánimo de todos alcanzar la armonía de las variantes para reforzar el cuerpo democrático de España, se vio en la gigantesca movilización del viernes 27: que Fraga Iribame y Santiago Carrillo, que la UCD y el Partido Socialista, que Rafael Termes (presidente de los banqueros españoles) y Nicolás Redondo (dirigente de la sindical socialista) confraternizaran a la cabeza de una Marcha por la Libertad es una buena muestra de la amplitud del espectro democrático que vive el país en estas horas. Pero una cosa es la respuesta inicial, espontánea, emocional, ante un golpe que hirió a los españoles más allá de sus intereses particulares, y otra cosa distinta es ya, fríamente, juntarse en un gobierno de coalición para dar con fórmulas comunes. Calvo Sotelo no se dejó llevar por el entusiasmo y con el estilo que lo caracteriza (eso ha hecho que Le Monde diga de él que es demasiado lógico para ser español) optó por el camino más seguro. Y lo más seguro era huir con la UCD hacia adelante.
Esteban Peicovich

 

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