Revista Periscopio
07.07.1970 |
Se fue al hotel contentísima y "enamorada de Buenos Aires". Esa
noche no pudo pegar los ojos. Pero poco habría de durarle tanta
exultación: hojas después, una lluvia de abonos caía sobre el
despacho del empresario, que, furioso, le rescindió el contrato.
"Aquella velada deliciosa con los estudiantes fue la ruina de mi
viaje a Buenos Aires", recordaría después la Duncan.
La deliciosa velada había tenido lugar la víspera del centenario de
la Independencia, en un cabaret porteño donde la insólita diva, ante
un grupo alegre de universitarios y envuelta en una bandera
argentina, obtenía clamoroso éxito contoneándose al compás del Himno
Nacional. Al día siguiente la novedad penetraba en los hogares, y lo
que Isadora creyera una reverencia hacia el país fue interpretado
como una ofensa.
No sería la célebre bailarina norteamericana la única arruinada ese
9 de Julio de 1916. Juan Mandrini, 25, un albañil oriundo de Azul,
compartiría la frustración con el fracaso de su atentado a balazos
contra el Presidente Victorino de la Plaza. El primer disparo falló,
pero el segundo casi dio en el blanco, rebotando a pocos centímetros
de la insigne cabeza. Todo fue tan rápido que el Jefe del Ejecutivo
no alcanzó a darse cuenta, y minutos más tarde ordenaba la libertad
de Mandrini, reducido por la policía entre gritos de "¡Viva la
anarquía!"
Desde la declaración de la Independencia hace 154 años, los nueve de
julio han sido pródigos en acontecimientos; algunos faustos, otros
dolorosos. Al cumplirse el primer aniversario, en 1817, bajo el
Gobierno de Pueyrredón, toda la República fue escenario de los
festejos patrios. En Buenos Aires, las candilejas a sebo alumbraron
durante cuatro noches consecutivas la Plaza de la Victoria y
edificios aledaños. La hispanofobia reinante hizo que las corridas
de toros —el entretenimiento favorito de los porteños— carecieran de
éxito. En cambio, las riñas de gallos, las cuadreras y los bailes de
salón estuvieron a la orden del día. Pero la verdadera celebración
fue la de los negros, y no era para menos: su trata había sido
declarada acto de piratería, y se los reconocía como seres libres.
A partir de 1837 y hasta Caseros, los colores patrios, blanco y
celeste, compartirán todos los actos del 9 de Julio con el punzó,
divisa del partido gobernante. "No quedarán sin castigo estos
unitarios asesinos", proclama el Gobernador Don Juan Manuel; el
juicio sigue su curso y es la mayor expectación de la fecha: semanas
después los hermanos Reinafé, Santos Pérez y sus acólitos, acusados
de asesinar a Facundo Quiroga en Barranca Yaco, dejarán sus cabezas
en el cadalso.
El Cincuentenario encontró a la Nación en plena guerra —la de la
Triple Alianza—, desangrada, escindida entre Buenos Aires y sus
hermanas del interior. "¿Cuándo terminará esta guerra?", se
preguntaban los argentinos.
Y no había ningún indicio de que ello fuera a suceder. Mitre, con su
uniforme y su viejo sombrero de ala ancha, "tiene una cierta
semejanza con Don Quijote", anota el cronista Jorge Thompson. Para
ese entonces ya no sobrevivía ninguno de los congresales de Tucumán:
el último, José Eusebio Colombres, había fallecido siete años antes.
En 1884, el progreso se alió con la celebración. Atrás habían
quedado las candilejas a sebo, aceite y gas; ahora el resplandor del
invento edisoniano hacía resaltar los adelantos urbanísticos del
progresista Intendente de Buenos Aires, Torcuato de Alvear. Y
mientras el baile del Club del Progreso restaba público al Teatro
Colón (donde se representaba "Los Hugonotes"), El Diario se quejaba
de que, con la obligatoriedad del uso de frac, las invitaciones a
presenciar el desfile militar constituían "un resabio colonial".
El 9 de Julio de 1924 abunda en sorpresas deportivas: Boca, en
partido de gran interés internacional, empata sin goles con los
ingleses del Plymouth Argyle; en el hipódromo de La Plata,
Chrysalis, con monta de Triani, festeja el clásico conmemorativo
regalando a sus adictos la friolera de 12 pesos con 30 centavos por
boleto; y desde Francia llega la noticia de que el equipo olímpico
argentino se clasifica campeón mundial de polo al derrotar a los
ingleses por 9 a 5.
Ya enfermo Roberto M. Ortiz, es el Vicepresidente en ejercicio,
Ramón Castillo, quien asiste al tradicional Tedeum en la Catedral en
1940. Horas más tarde, en el estadio de Independiente, la delantera
local —Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla— brinda a 25.000
espectadores una espléndida coreografía futbolística y golea por 5 a
1 a Nacional de Montevideo.
La celebración julia de 1952 ve al Tedeum trasladarse a la iglesia
de San Francisco, donde los ruegos se alzan por la salud afectada de
la esposa del Presidente. No obstante, esa noche Eva Perón concurría
a la representación de "Il Trovatore" en el primer coliseo: a tan
sólo 17 días de su muerte.
Este año, la Casa Rosada ha anunciado que no habrá función de gala
en el Teatro Colón. ¿Austeridad? Tal vez. Por ahora, sólo se sabe
que la cuota de tradición se cubrirá con un Tedeum y el desfile
militar.
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