EL ACTOR Y EL ESCENÓGRAFO
GASTÓN A. BREYER
(1969)

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

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Perón en Puerta de Hierro
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Tango y política
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Carlos Gardel: andanzas de un morocho y argentino
La censura en Argentina
Arturo Jauretche: tilingos

 

 


Viet-Rock, de Megan Terry, en el Teatro Payró, Dirección: Jaime Kogan, 1968


Timón de Atenas, de William Shakespeare, en el Instituto Di Tella, según la versión y puesta de Roberto Villanueva, 1967


Carlos Moreno, Helena Tritek, Livia Fernán, Laura Palmucci y Adriana Aizemberg en ¡América hurrah! de Jean Claude Von Itallie, por el Grupo Nuevo Drama. Dirección: Carlos Gandolfo, 1968

 

 

En este espectáculo no hay obra ... pero de todos modos algo importante pasa. Este comentario, con leves variantes, lo recogí repetidamente en el estreno de ¡América hurrah!
El año pasado cosas semejantes se dijeron de Viet Rock, en el Di Tella y de otros espectáculos de vanguardia. No hay obra ... pero algo importante pasa en el escenario. Pienso que este pasar algo en los escenarios está haciendo que algo nuevo pase en el teatro argentino. Estamos acostumbrados-aburridos de oír que el teatro argentino está en crisis. Por supuesto en esto tampoco estamos de acuerdo. El teatro no está en crisis. Estuvo, hace años, cuando nada pasaba en los escenarios, cuando los bufos-marionetas en escala humana, tipo Parravicinl y demás, hicieron el teatro muerto de que habla Peter Brook. Pero el teatro, ahora y aquí, está vivo y en auge y precisamente porque "algo" pasa en los escenarios. Durante años tuvimos actores pero no obras (éstas llegaban de afuera a través de la aduana, como cualquier otro artículo importado).
Durante otros años tuvimos actores y obras, pero no había dirección y, en consecuencia, hubo poco teatro importante. Después llegaron los directores y comenzaron a hacer "cosas escénicas", hechos escénicos sustantivos aparecieron con creciente asiduidad. Fue la época de oro del teatro independiente y del buen profesionalismo (La Máscara, Los Independientes, Nuevo Teatro, Florencio Sánchez y Cunill, Hedy Crilla, Caviglia ...). Opino, por intuición y experiencia, que estamos abriendo un nuevo momento. Pienso también que, por ahora, nadie singular reclamará la propiedad del teatro. Creo que, por fin, el teatro se libera de los patrones y gana su independencia, como cualquier pequeña república. Llega el tiempo del escenario a secas. El escenario, el piso escénico —lugar privilegiado entre todos— se instaura como nuestra patria.
En este curioso lugar, 'topos mimético', área de veda, es donde debe y puede darse el gran acontecimiento de la ejemplaridad, el hecho escénico cabal, el mensaje dramático esencial y puro ..., autárquico frente a la literatura e inembargable por las demás formas paraescénicas (TV, radio, cine).
Hechos escénicos, objetos escénicos están apareciendo —en generación espontánea— y no remiten a un background o capital literario. ¡Extraordinario! Acontecimientos desarrollados limpiamente en la escena y ante los cuales el espectador no echa de menos un libreto. El acontecimiento es autoportante y se porta bien, muy bien. ¡Sensacional! El fino olfato del crítico se frunce. ¿Dónde está la obra, el texto? ¿No hay texto, no hace falta, es prescindible? ¿No hay libreto para cotejar?
Pero pronto el crítico se cerciora: el texto está presente, más que nunca. Pero está fusionado dentro del acontecimiento. No hay obra propiamente dicha fuera del acontecimiento. Este no es sumatoria de partes ni mezcla. Es combinación química y explosiva. Toda individualidad queda sublimada en el Todo. El teatro deja de reducirse a dramaturgia o literatura escenificada.
Debemos cerciorarnos, apaciguarnos y afirmarnos. Algo nuevo está pasando, y así debe ser.
El teatro debe ponerse al día; pero no por manía de noticia publicitada, no por moda. El teatro debe ponerse al día por necesidad propia del hombre de ser - en - el - espectáculo. El teatro reacapara al hombre en la instancia existencial de la expectación, alimento imprescindible para que el espectáculo sea otra vez un hecho dialéctico, encuentro de dos hombres, actor-espectador.
Pienso que debemos, una vez más y seriamente, reconsiderar el hecho teatral desde abajo hasta arriba, comenzando por entender lo que significa la noción de espectáculo, como forma particular de existencia compartida y de impostación ontológica. Espectáculo... 'spectare'... Tal expectación y la especulación delineará, para nosotros, el espectáculo genuino de la tilinguería de medio pelo, farándula de happenings, audiovisuales y demás artilugios para conmover al público intelectualizante.
En este reencuentro, al cual invitamos desde hace tiempo, el actor revisará su responsabilidad. Pienso que el autor argentino vive aún atrapado en el modelo de teatro dramático-literario-silogístico y por las estrategias de la comedia de enredo, de ascendencia castellana y francesa. Vive pensando en Ibsen, pero escribe con el formalismo del enredo. La falencia metodológica es grave. La desorientación —folklorismo, porteñismo, brulote, filosofería escénica— es más grave aún. Todas estas formas no desembocan jamás en lo escénico. Si los jóvenes hombres de teatro están dando la espalda a esta producción, por algo será, De más están entonces las recriminaciones y lamentos.
Los autores deben rever su ingerencia en la cosa escénica. No es cuestión de adoptar formas nuevas o más nuevas; no se trata de algo superficial, no es cuestión de arropar buenas ideas dentro de estrategias publicitariamente actuales. ¡Nada más lejos de ésto! Lo primero será superar la dicotomía falsa de fondo y forma. El problema es metodológico-heuristico y no táctico. Voy a permitirme un ejemplo. Hasta ahora el autor creyó que su obra era la masa de la torta y que lo demás era simple molde ... La pasta, la masa, es decir lo esencial, se vierte en el molde de la cocinera..., pero es evidente que el sabor no depende del molde sino de la pasta.
Ahora el autor debe hacer un giro de ciento ochenta grados y pensar seriamente que su obra no es más que un ingrediente dentro de los otros muchos de la pasa de la cocinera..., harina o azúcar o agua... (y dicho sea de paso, creo que el autor se va a sentir mucho más a gusto).
El cine se constituyó en mensaje autárquico cuando superó la literatura filmada; la pintura superó también la etapa de la literatura pintada.
¿Reflexiones oportunas? El autor debe pensar en términos de escenario y no de escenificación: cosa escénica en vez de cosa escenificable. El problema del autor es metodológico. Metodologías y heurística de escena es la clave ..., no tesis dentro de formalismos. Quizá Saussure debiera ser el único autor extranjero de consulta para nuestros autores.
Me he detenido un poco en el autor porque pienso, con toda honestidad, que es el único caso serio del teatro. Todos los demás —directores, escenógrafos, actores, etc.— estamos en vías de recuperación. Todos estamos, por cierto, entrando en el gran camino, en la senda, en nuestro Tao teatral.
Y, nuestro Tao, el recto camino..., es camino de actor, de actor. El actor —el actor— ya no es el intérprete de un texto..., no es más el parlador o gesticulador trasmisor de un discurso-libreto.
El actor sí actualiza un hecho escénico y adviene a su descomunal responsabilidad. Como agente eficiente nace el pasaje de potencia a acto. Clavada la mirada en el piso escénico, bien sembrada y regada esta negra tierra con la pasión de todos los socios escénicos, crece como exótica planta el acontecimiento. Devélase un mundo por sí. Son conciencias que transitan un compartido existir: hacen, piensan, desean, caminan, mueven cosas... Un mundo es una urdimbre de actitudes. Una actitud es el enfrentamiento de voluntades dentro de coordenadas de circunstancias. Seres, fechas, cosas, pasiones, lugares, imágenes, ideas, lapsos, personajes ..., todas entidades —o que pueden ser tales— y que escénicamente se concrecionan, se materializan con el nombre de actor, actualizador.
El actor actualiza actitudes. Hay sí que calificar tal misión como ejemplar y escénicamente pura; hay también que acotar que tal misión puede ser asumida por todo cuanto tenga acceso al escenario. En otras palabras, todo lo que accede al escenario y es desglosable como entidad actuante, eficiente..., es actor y perentoriamente debe acceder a esta categoría existencial. Simétricamente, todo lo que no puede actuar como actor debe ser proscripto, desterrado del escenario. 
¿Mitología escénica...? Puede ser, y en hora buena.
Y volvemos al comienzo: algo pasa en nuestros escenarios. Sí, efectivamente, algo pasa. No será nuevo, originariamente nuevo. Pero relativamente a nuestro devenir teatral, es un momento nuevo, de apertura.
La tradición de interpretación actoral, de teatro de lectura y de escenografía de boato está vetusta. Formas nuevas ensayan estructurarse en un mensaje teatralmente puro. La metodología se centro en el actor como actualizador de mundos.
El actor entra al tablado, ingresa al área de veda. Lo primero que nos dice (sin palabras) es acerca de su presencia, su estar simple y fundante. Está ahí. Es un hombre joven, un niño, una anciana... es un centro de recuerdos..., una conjunción de imágenes... es un objeto o un utensilio que funciona, una cafetera, una silla o la ausencia de la silla en la silla...; es un vacío, un olvido, un silencio, una oscuridad, una partida, un sonido que se pierde. Todos pueden estar ahí, todos están ahí. Lo óntico está con ellos, en el escenario ante la platea. Lo óntico nos mira a los ojos, nos interroga. La tremenda presencia de lo presente resulta irrenunciable.
Así ha comenzado la actualización de un mundo. Se sienta y mira su paisaje. Se puro.
Ahora el actor inicia, desde sí mismo, la desocultación de lo otro. Sencillamente, con verdadera castidad espiritual, despliega las actitudes esenciales de su ser.
Está ahí de pie, en su sitio. Recorre su paraje. Persigue o rehuye las cosas de su mundo. Se sienta y mira su paisaje. Se acuesta bajo su cielo. Lugar, paraje, cosas, paisaje, cielo: cinco categorías mundanales dialogan en correlato con cinco mantras corporales. Y continúa el juego humano y cósmico.
Llegan otros actores. Hay miradas y saludos, diálogos, rechazos, abrazos, despedidas y silencios.
Llegan las cosas, y los lugares y los tiempos, y los recuerdos. Y siguen llegando actores, actores.
El actor —este actor en el cual todos los socios nos encontramos por definición y vocación— es habitante del escenario. Con sus actitudes genera un paisaje e invita al espectador a habitarlo. Habitar exhaustivamente un mundo y hacerlo habitable es la misión del actor. No es tarea fácil. Requiere tiempo, mesura, parsimonia, tozudez, pasión. Reflexión e ingenuidad en resumidas cuentas.
Lo que parece decir la nueva postura es que todos quienes deben intervenir en la construcción del mensaje escénico deben participar de la misión actoral de habitar el escenario. Lo harán mejor o peor, con más o menos intensidad, en primer plano o en el último fondo del piso, pero todos lo harán a conciencia, con toda la sangre. Con sus medios específicos, desde sus diversos tiempos y lugares, todos — actores, directores, autores, técnicos, cosas concretas y cosas espirituales— todos habitarán la sede de excepción.
En la medida que todos aceptemos el compromiso de convivencia, habremos dado las condiciones de advenimiento del acontecimiento puro. En la medida en que se mire el escenario desde lejos, o se mantengan en egotistas posturas, seguiremos a la deriva.
El índice de eficacia de nuestra convivencia está dado por la intención actoral que cada uno de nosotros pueda lograr dentro de los límites propios de su específica tarea.
Terminemos pues, y así explicitando, la relación actor-escenógrafo, tema de este artículo.
revista hechos de máscara
1969