Revista Periscopio
13.01.1970 |
Había ido a visitar a mi madre, que vive en una casita junto al
zanjón. Estábamos tomando mate cuando sentimos un trueno aterrador.
En seguida avanzó sobre nosotros una ola que tapó toda la casa y me
tiró contra el ropero. Yo estaba con mi hijita de dos meses en
brazos. El agua me arrebató a la nena y se llevó a mi marido. Ellos
murieron, yo me salvé no sé cómo; hubiera preferido morirme, se lo
juro, señor.
Mabel Rodríguez de López, 35, no es la única mendocina que tiene una
funesta historia para contar. Suman miles los testigos del siniestro
que el domingo 4 de enero, a las seis y media de la tarde, se ensañó
con la capital y las zonas de Guaymallén, Godoy Cruz y Las Heras. A
fines de la semana, el Gobernador, José Eugenio Blanco, estimaba las
pérdidas en 9.300 millones de pesos viejos; se habían contado, hasta
entonces, 26 cadáveres, más de 300 automotores destruidos, 1.500
dañados y 1.000 familias sin hogar.
El primer síntoma de que algo inusitado sucedía en Mendoza vino en
el ulular de la sirena de un camión de bomberos. Momentos antes, un
estruendo feroz llamó la atención de los pobladores: acababa de
desmoronarse el dique de contención Frías. Los bomberos indicaban a
los vecinos que se retiraran calle arriba, "porque el agua avanza
con furia". Mucha gente desoyó la exhortación, o no entendió de qué
se
trataba: pronto 'ba a saberlo y a presenciar la mayor tragedia que
azotó la provincia desde el sismo de 1861.
Las fuertes lluvias caídas en los cerros que forman el parapeto
occidental de la ciudad tuvieron la culpa del desastre, o, al menos,
lo instigaron: desbordaron el Río Mendoza, rompieron el dique Frías,
superaron los zanjones colectores adyacentes y, hechas una tromba de
agua fangosa, se abatieron sobre la capital y sus alrededores. El
proceso duró unos diez minutos; sólo en la avenida San Martín, más
de mil coches resultaron chocados entre sí. El aluvión era
incontenible, como el pánico; una madre, abrazada a su chico, fue
tumbada por el oleaje: los hallaron muertos, bajo un automóvil.
"Yo iba caminando con unos amigos, justamente por San Martín —relató
Teresa Fuente—. Parecía increíble, porque de pronto sentimos un
estampido y, después, vimos que desde lejos se acercaba un alud de
agua. Comenzamos a caminar un poco más rápido con mis amigos, pero
en un momento dado tuvimos que correr. Y lo peor de todo es que
éramos impotentes para escapar del alud. Por suerte, entramos a una
confitería y nos refugiamos en el piso alto. Veíamos pasar chicos
flotando, o madres desesperadas que perdían a sus hijos como si se
les cayera un paquete".
Un griterío ensordecedor se mezclaba con el rugir del torrente, en
el que viajaban piedras, fragmentos de puertas, pedazos de
carrocería, macetones de la avenida San Martín, sillas y mesas de
bares. Esa masa letal, que alcanzó en algunos sitios una altura de
metro y medio, cubrió una extensión de 4 kilómetros de largo por 3
de ancho, arrasó viviendas, demolió postes, se coló por la puerta de
algunos edificios. En la esquina de San Martín v Sarmiento, una
docena de autos quedaron amontonados sobre un quiosco de diarios,
que fue arrancado de cuajo por el aluvión y lanzado a la mitad de la
calle. De un coche detenido frente a un supermercado, bajó una niña
aterrorizada: un par de muchachones lograron salvarle la vida,
luchando contra el caudal que ya la devoraba.
Por fortuna, el viejo dique Cipolleti, en Luján de Cuyo, soportó la
andanada, aunque las aguas del Río Mendoza pasaron por encima de él
y demolieron el puente Olive, que comunica a la capital con Maipú y
Luján. El desborde del canal Guaymallén anegó vastos sectores de
Luján y Godoy Cruz; en Chacras de Coria, una villa veraniega a 10
kilómetros de Mendoza, la inundación provocó serios daños: lo mismo
sucedió en zonas marginales del Río Tunuyán, en el departamento
Rivadavia, donde un barrio de emergencia fue estragado por la
creciente. El Río Mendoza registró un caudal de 350 metros cúbicos:
su marca habitual, en esta época, oscila entre 85 y 90 por segundo.
La Policía, la Gendarmería, el Regimiento 8 del Ejército y la IV
Brigada Aérea, ejercieron las tareas de auxilio. Apelando al uso de
grupos electrógenos, ciertas radioemisoras intentaron calmar a la
población despavorida. Dos gigantescas torres de alta tensión
—pertenecientes a una línea de 66.000 voltios en la zona de Cacheuta—
fueron barridas por el alud: el apagón —eran cerca de las ocho—
agregaba otro toque de desesperación. Para peor, se deterioraron los
filtros de Obras Sanitarias y hubo escasez de agua potable en el
distrito urbano. En pleno centro de Mendoza, la dueña de una
confitería de la calle San Martín trajo agua hasta su comercio, en
tanques, y comenzó a venderla a 70 pesos el litro; casi la linchan:
los vecinos se apoderaron del líquido y lo distribuyeron.
El Ministerio de Bienestar Social coordinó la asistencia de los
evacuados. En la Capilla de Nuestra Señora del Valle, la Escuela de
Cadetes de la Policía. el parque General San Martín y la Escuela
Hogar Biedma fueron convertidos en alojamientos provisionales. El
primer envío de elementos de auxilio, desde el exterior, llegó de
Chile en la tarde del lunes, en un avión militar: 1.500 frazadas y
300 colchones. El Banco de Mendoza donó 5 millones de pesos viejos,
por voluntad de sus accionistas. El Papa giró 10.000 dólares a)
Arzobispado de Mendoza para socorrer a las víctimas.
El amanecer del lunes 5 mostró un espectáculo de esos que parten el
alma: las huellas de la catástrofe estaban ahí, bajo el cielo
plomizo, en la vigilia imborrable de los afectados, en el llanto por
los muertos. El panorama no había variado demasiado en la mañana del
jueves, cuando el Presidente visitó los lugares del siniestro, junto
con los Ministros Imaz, Gotelli y Consigli; antes de dirigirse a
Chile, Onganía ordenó la formación de un grupo de trabajo integrado
por funcionarios nacionales y de la provincia, que debe expedirse a
fin de mes sobre los daños y el tributo que puede brindar el Estado
federal a Mendoza.
¿Y las causas del siniestro? El Gobierno local, a través del
Ministro de Obras Públicas, ingeniero Luis María Magistocchi,
sostuvo que la precipitación del domingo 4 fue desigual; se habían
registrado, desde las 7 del sábado a las 9 del domingo, 55
milímetros en una región comprendida entre Tunuyán y Las Heras, esto
es, un frente cordillerano de 300 kilómetros. No llegaba a la
capital. "Si se recuerda que la media anual de toda la provincia es
de 200 milímetros, puede deducirse la inmensa cantidad de agua que
cayó en sólo 26 horas. Por supuesto, toda esa agua fue a parar a los
desagües naturales, guiados por los diques de contención".
"El Frías estaba calculado para soportar un embalse de 140.000
metros cúbico; y durante más de treinta año? —fue levantado en 1939—
constituyó una sólida garantía contra los aluviones". Añade
Magistocchi que se efectuaban inspecciones periódicas; en la del
sábado 3 "todo estaba normal", no se notaron deterioros o fisuras.
"Si las precipitaciones hubieran sido de 30 milímetros, no habría
pasado nada"; por otra parte, "ninguna obra de ingeniería admite un
ciento por ciento de seguridad".
Increíble: se pretende reglamentar hasta los aluviones. Deben tener
el volumen o el empuje que les marquen las autoridades, nada más. Y
todos los que viven cerca de un dique deberían estar siempre
confesados.
Sin embargo, el ingeniero Daniel Cardone señaló que en la base de
contención del dique Frías se hallaba una gruesa capa de material de
arrastre, "proveniente de la crecida del domingo". Otros expertos
juzgan que ese embanque data de mucho tiempo atrás, pues el di que
nunca fue limpiado en sus 30 años: de ahí que se haya reducido su
capacidad de almacenamiento. En 1959 el zanjón Frías se desbordó,
inundando las aguas el centro de la capital; se creó entonces la
Dirección de Defensa contra Aluviones y, en 1960, el cauce fue
desembancado. La operación, dice Clarín, no se repitió desde aquella
vez.
El grupo de estudio fundado por el Presidente merece despejar esta
controversia y decidir si sólo la lluvia fue responsable del
desastre.
10 • PERISCOPIO Nº 17 • 13/1/70
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