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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Jaque a Najdorf

revista mercado
3 de abril de 1980

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

 

(Especial para MERCADO, por Ricardo Fraseara).— Estoy frente a frente con Miguel Najdorf. Sólo nos separa un tablero de ajedrez y tal parece que no hay otra manera de acercarse al gran maestro nacido hace 70 años en Polonia y convertido, desde 1939, en una de las más trascendentes figuras del ajedrez argentino. En su oficina de Callao y Corrientes, desde donde maneja su asesoría de seguros, Najdorf ha creado un pequeño reducto en el que se mezclan libros de esos dos temas. Uno, el ajedrez, lo apasiona hasta ser casi excluyente en su vida; el otro, el seguro, simplemente es una profesión a la que tiene acceso por todas las puertas que le abre el deporte de los trebejos.
"¿Siempre está este ajedrez aquí?", le pregunto, señalando el tablero que se encuentra sobre su escritorio. "Siempre", contesta, con una sonrisa en la que se unen la picardía de un hombre al que es imposible llamarlo anciano — por la vitalidad que surge de su mirada, de su charla—, con la apostura y la seguridad que da el trato con gente de todo el mundo.
En esta nota sólo hemos podido captar un fragmento de ese hombre, porque, como él dice, "¿qué anécdotas quiere que le cuente de mi vida, si tendría que hacer una selección rigurosa para publicar un libro?" Sin embargo, por supuesto, insisto. Y él, acariciando permanentemente las piezas del ajedrez, con unos dedos cuyas yemas han palpado alfiles y torres de todos los tipos, concede: "¿De quién tengo mejores recuerdos? Por supuesto, como jugador, de Capablanca. El ha sido el más grande ajedrecista de la historia. Pero claro, yo he jugado con todos. ¿Qué edad tenía usted en 1937?" "Tres años", respondo. "¿Ve? Usted ni sabía leer y yo ese año hacía tablas con Capablanca, en Inglaterra". En esa expresión Najdorf encierra una muestra de su espíritu jocoso, que aflora en cada tramo de la conversación, y ese tono orgulloso que manejan quienes tienen una vida que no puede ser expresada con la sola visión de su persona. Porque yo, que, como todos, conozco parte de su trayectoria, lo veo allí, sentado ante un escritorio, con esa cabeza blanca y esa sonrisa que no sé por qué me hace acordar al gnomo Pimentón, un personaje de historietas de mi infancia, y no puedo imaginármelo en toda la dimensión de su grandeza, peleando partidas con Capablanca, Lasker, Petrossian, Fischer y tantos otros que han tratado de descubrir la manera de abatir a ese obstinado hombrecito.
"¿Qué significa el ajedrez para mí? Es lo mismo que me preguntara qué significa la vida. Una y otro son una pasión." Y entonces se larga a hablar sin que sea posible interrumpirlo. Ríe, gesticula, busca libros, apuntes, fotos, mientras sigue contando y manoseando esos trebejos sobre los que armó sus dos vidas: la de Europa, hasta los 29 años, y la de la Argentina, donde formó su hogar, que le dio dos hijas y cinco nietos. Yo no llegué a ser campeón mundial quizás porque hubo una sola cosa que me importó más que el ajedrez: mi familia. Y mi familia es toda argentina; mire esa foto que está ahí, sobre su cabeza, es uno de mis nietos; se llama Facundo Ordóñez, mire si será criollo".
Luego, volviendo a la pregunta anterior, explica: "El ajedrez, que juego desde los cinco años, me permitió conocer a todo el mundo. Pero conocerlo en serio. No es como otras actividades, en las que uno cree que conoce. Yo he jugado ajedrez con Tito, con Castro, con Menuhin, en fin, he estado con Kruschev y con tantos otros. Con Menuhin nos hemos conocido bien porque hay una afinidad entre los ajedrecistas y los músicos. Son dos actividades que imponen un entrenamiento o ensayo permanente y para relajarse uno no puede simplemente sentarse a descansar. Entonces Menuhin juega al ajedrez en los momentos en que tiene que aflojar tensiones, y yo me dedico a escuchar música...
Asesor de seguros, melómano, profesor de matemática recibido en Varsovia y, por sobre todo, ajedrecista. Cumple 70 años el 15 de abril. Es,por supuesto, un pedazo de historia; tanto, que me hace un adelanto: "La Federación Internacional de Ajedrez está planeando otorgarme un premio. Es que soy el único ajedrecista en actividad que ha jugado con cinco generaciones de grandes maestros". Otra vez, y no es para menos, surge ese remolino de gestos que lo rejuvenecen, que hacen pasar por su rostro una película de su vida. Es claro, si ha jugado con Capablanca y con Fischer, con Lasker y con Korchnoi, con Grau y con Tempone. Con el norteamericano Fischer, al que considera el genio de la época ("nació ajedrecista"), jugó ocho partidas, de las que ganó una, perdió 3 y hubo 4 tablas.
Le conté entonces que yo deseaba entrevistarlo desde fin del año pasado, cuando tuvo una actuación magistral en el torneo organizado por Clarín . Le dije: "Realmente me sorprendió, como sorprendió a muchos, que usted siga peleando con esa lozanía los primeros puestos en certámenes internacionales de esa categoría". Ahora ya ríe a carcajadas y me cuenta: "Yo no estaba muy decidido a jugar. Es decir, quería, pero no sabía si realmente podía. Porque usted sabe, yo diría que ahora tengo mejor concepto del juego, pero la agilidad mental no es la misma. Yo sé jugar mejor que antes, pero a veces no respondo. Perdóneme pero justo me acuerdo de una anécdota que le va a revelar lo que le digo: yo siempre juego en el café; hace poco estaba jugando una partida con las negras, una India-Benoni, y me encontraba mal, tenía problemas sobre problemas y no podía resolverlos. Sin embargo yo sabía que había una solución, pero no la encontraba. Al llegar a casa comencé a buscar entre mis libros y me encontré con la solución, en una partida desarrollada en la Olimpíada de 1961 en Cuba: con las blancas jugaba el yugoslavo Ivkov y con las negras... Najdorf. ¿Ve? Yo había descubierto la solución veinte años atrás para un problema que se me planteaba ahora".
"Pero vuelvo al torneo de Clarín. Resulta que yo trato de no hacer esfuerzos prolongados, porque no es lo mismo jugar partidas rápidas que estarse horas y días frente al tablero. Me fui entonces a ver al médico, para hacerme un chequeo, y así decidir qué hacer. Bien, fui, examen de esto, de lo otro, presión, análisis, y el doctor me dice: 'Najdorf, usted puede jugar al ajedrez, pero no le aconsejo competir, y menos en un torneo de esta envergadura... son 70 años...' Eso me decidió a anotarme. Bien, terminé el torneo invicto y volví a verlo al médico. No me quiso cobrar la consulta".
Nueve veces campeón argentino, periodista, escritor, Najdorf mantiene el récord mundial de partidas simultáneas a ciegas; fue en San Pablo en 1947, cuando sobre 45 tableros ganó 39, empató 4 y perdió 2. "Sí, es un gran ejercicio mental", confirma. Y recuerda que esa vez estuvo jugando casi 24 horas. "Ahora ya no lo podría hacer. El apogeo del ajedrecista es entre los 30 y los 40 años. Allí es cuando funcionan todas las luces, las reacciones. Ve, por ejemplo, Korchnoi y Petrossian están en el tobogán; no son los mismos. Yo antes era agresivo, me gustaba jugar a ganar. Ahora lo pienso más, me conformo con un pájaro en la mano".
¿Contento de la Argentina? Por supuesto. Como le dije, me dio mi familia, que es lo que más quiero en el mundo. Además es uno de los países en los que la afición por el ajedrez es más grande?
Nos levantamos. Salimos de su oficina, pasamos a la de las empleadas. Mientras avanzamos hacia la puerta, Najdorf pregunta "¿cobraron ese cheque? ¿hicieron aquella llamada?"; más bien bajo, semiencorvado, con los brazos colgando y el gesto adusto, parece un septuagenario. En la puerta me doy vuelta, lo enfrento y le pregunto: "Maestro, ¿cuando deja esto (y envuelvo a la oficina en un ademán) que hace?" "Me voy al café a jugar al ajedrez; todas las noches, todas..." Y recupera la sonrisa... lo veo crecer ante mis ojos.