¡No llegará la declinación para Castillo!

Dos meses de gira por el interior, tangos y candombes en el carnaval del Uruguay, "mano a mano con Gardel" y debut por canal 9
El antor de los "cien barrios" sigue firme, diciendo todas las angustias del suburbio, las desdichas de aquella francesita, los sueños peligrosos de las muchachas de Montmartre y Chiclana , y el filosófico buen humor de la proverbial "cachada" porteña.


EN el primer capitulo de la cartilla del suburbio se dice que el tango no tenia letra. Era el tango compadre que no necesitaba palabras porque cada bailarín le escribía las suyas sobre el piso. Al arrimarse al centro, arrastrado por la patota, comenzó a tenerlas. Se las dijo entonces con afán provocativo, con prosodia bien marcada. Y fué el tango de combate que venia a librarle batalla a la habanera, a los valses y a la tonada rural. Así resolvió volver a cantarlo Alberto Castillo cuando la pitucada se iniciaba en los encantos chirles del bolero. Las barras esquineras captaron rápidamente toda la intención de ese doctor que no se sometió a la disciplina métrica y dijo sus tangos con alma y vida, hondos, incisivos. Las barras esquineras le dieron ese aplauso incondicional que solo ofrece a los que le tocan el corazón; en cambio, otros espíritus más apegados a Chopin que a Villoldo si erizaron de escándalo ante ese muchacho cantor que se desprendía la camisa para gritarle su rencor a la "Muñeca brava'', de Cadícamo. Pero Alberto Castillo siguió irguiendo su tango reo frente al asombro y al desdén; libró su batalla y la ganó. En su garganta, el tango no era sólo una canción, sino un grito; el grito de una guerra de reconquista que fué necesario pelear cuando ya las amadas glorias tangueras pertenecían a la mitología de la ciudad. Y pudo decir él, universitario, médico: "¡Qué saben los pitucos, lambidos y shushetas, qué saben lo que es tango...!"' El lo sabía. Y no lo ignoraba tampoco la muchachada de los bailongos suburbanos, aunque no hubieran alcanzado a conocer al Pibe Ernesto ni a Pocho, ni hubiera confortado tampoco su amargura sin explicación sobre las mesas de los cafés de Suárez y Necochea, donde Eduardo Arolas fué bautizado para el tango bajo la cruz armoniosa que formaban las orquesta de Canaro, Firpo, Berstein y el tano Genaro, una en coda esquina sonora.

TANGO DEL PUEBLO
Últimamente, algunos detractores se empecinaron en decir: "Pasó el cuarto de hora de Castillo... Yo ya lo decía..." Por lo pronto, no habían vaticinado nada: lo habían deseado, y luego, ¡Castillo sigue triunfante! Cada vez que aplica su voz atenorada a los tangos reos, cada vez que, verso a verso, sílaba a silaba, borda la letra de los tangos endulzando el lunfardo arisco, suscita el aplauso frenético. Tiene un vastísimo auditorio —que va desde cualquier barrio porteño hasta Europa—, que lo quiere por precursor y lo admira porque comprende que nadie ha dicho jamás el tango como él lo dice, ni nadie se ha mantenido tan fiel al suburbio que le dio su esencia. Porque si Carlos Gardel fué el tango mismo, Magaldi el tango llorado, Corsini el tango de salón y Mercedes Simone el tango rezado, Alberto Castillo es el tango del pueblo. Algunos le dice eso, despectivamente, que es muy del pueblo; él lo dice también, pero con orgullo.

¡SIEMPRE AL FRENTE!
Ahora, al cabo de su triunfal ciclo ante los micrófonos de Splendid, volvió a lanzarse por los caminos polvorientos del Interior. Durante dos meses —este enero y el próximo febrero— su ritmo categórico concitará a su alrededor, una Infatigable caterva de bailarines que lo aguardaban, con fidelidad esperada. Es que otros cantores tienen admiradores, pero Castillo tiene hinchas. Pasará los primeros días de Carnaval en el club Talleres, de Andes, en Mendoza, y volará a Montevideo para que culminen con sus tangos y sus candombes esas carnestolendas bulliciosas de la vecina orilla. Allí, nadie concibe un carnaval sin Castillo. Saben y valoran, como entre nosotros, que su voz canyengue dice el tango, no como una crónica de penurias sabidas, ni como un llanto conformado con palabras, sino como una afirmación. Sus tangos enfáticos y tajantes, de estilo combativo, y sus candombes de puro ritmo ancestral, ya forman parte de los carnavales del Uruguay. Luego tornará a sus cien barrios porteños y, hacia abril, comenzará a rodar para el sello General Belgrano el film "Mano a mano con Gardel" en el cual se enaltecerán las figuras cumbres de nuestro tango. Será, pues, Alberto Castillo, el intérprete ideal. Luego, inaugurará el próxima canal 9 de T.V., pues ha firmado ya uno de los primeros contratos... ¡Siempre al frente!... Es que, indudablemente, con su arte y su garra, ganó íntegra la porción de gloria y de dinero que los dioses han reservado a los divos de la canción menor... "¿Decadencia...?" Castillo ha de juntar los dedos en un montoncito, según su particular gesto y repetirá, una vez mas, con tu voz, como hecha por el bandoneón de Bachicha y el violín del Pibe Ernesto: "¡Qué saben los pitucos, lambidos y shushetas... qué saben lo es qué es tango...!" Y si alguien, despectivamente, le dice que el suyo es el tango del pueblo, él no vacila en repetirlo, pero con orgullo.
revista Cantando
19-01-1960

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Alberto Castillo


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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