En Cuba, entre puros y mojitos, se firmaron acuerdos para
exportaciones argentinas por valor de 600 millones de dólares.
La misión Campero llegó a La Habana en la madrugada del miércoles
14. La capital cubana estaba ya hablando de otros argentinos: los
artistas y músicos que esa misma noche participarían del festival.
"Ayer y hoy, el tango", organizado por la Casa de las Américas. Para
el secretario de Comercio, la silueta de la isla del Caribe —vista
desde el avión— era bastante familiar: ya la había observado antes
otras cuatro veces cuando debió ir a Cuba para organizar la venta de
diversos equipamientos industriales en su condición de trader,
experto en comercio exterior al servicio de distintas empresas
argentinas. De aquellas gestiones la más importante fue la venta de
un sistema de comercialización de pescado, totalmente diseñado en la
Argentina, que modificó sustancialmente los hábitos de consumo en
Cuba, volcándolos hacia los productos marinos.
Campero llegó acompañado por Ernesto Weinschelbaum y Héctor Traverso
(subsecretarios de Industria y de Recursos Marítimos), el diputado
peronista Norberto Imbelloni, Daniel Roel Mora —titular del Forum de
Comercio Exterior argentino— y Juan Fábregas, empresario
metalúrgico, vicepresidente de la UIA, entre otros. En los tres días
que se extendió la gestión, el resultado concreto fue: operaciones
por 600 millones de dólares, que incluyen la renegociación de un
préstamo con destino a exportaciones hacia Cuba, 100 millones para
la compra de productos de origen primario y 200 para manufacturas.
Pero al margen de las cifras, hay ciertos renglones que conviene
detallar:
• El hecho más novedoso: el convenio para la elaboración en Cuba de
jugos de fruta argentina con azúcar de la isla, tanto para consumo
interno como para la exportación posterior a los países del Este
europeo.
• Por primera vez, vino: un paquete de acuerdos y convenios
comerciales y de cooperación científico-técnica permitirá a la
Argentina insertarse en el próximo plan quinquenal de La Habana.
Entre todos los ítem, está el vino, que por primera vez se le
venderá a Cuba.
• Artefactos para el hogar: es notorio el interés del gobierno de
Fidel Castro por la adquisición en la Argentina de bienes de tipo
intermedio, como el caso de los artefactos para el hogar, que
entraron a formar parte de los acuerdos.
• Repuestos: los cubanos insistieron en la necesidad de que se
reanude el suministro de repuestos para los módulos azules de
comercialización de pescado (con los que se instalaron 500 comercios
en 1974). En Buenos Aires se exhibirán videotapes de esos locales,
según quedó combinado durante la visita.
CARNE Y MOJITO. Durante su estada, el secretario de Comercio
argentino no dejó de hablar con sus huéspedes de ciertos temas de la
Argentina de hoy, sobre todo de
uno que enmarcó la salida y el regreso de Campero en esta gira por
Alemania Oriental y Cuba: la comercialización de la carne. La
ajetreada veda —resuelta horas antes de su partida de Buenos Aires—
terminaría, precisamente, poco después de su llegada al aeropuerto
de Ezeiza.
De carne y hábitos de consumo habló Campero con el ministro Manuel
Vilas Sosa (tiene su mismo cargo en el gobierno de Castro), mientras
todos los presentes sorbían de a poco el tradicional mojito (mezcla
de ron, jugo de limón, soda, azúcar, hielo y una ramita de "hierba
buena") y se encendían los infalibles cigarros. La reunión duró una
hora.
En un momento determinado, Campero se dirigió a una de las
pescaderías cercanas al edificio del ministerio. Pero la encontró
cerrada: se le explicó que era la hora del descanso para el almuerzo
de los empleados. Para llegar hasta allí cruzó a pie varias cuadras
de la llamada "ciudad vieja", el casco colonial de La Habana, que
está en remodelación, con materiales en la calle. El funcionario
argentino también se apartó del protocolo al día siguiente, cuando
junto a otros miembros de la delegación recorrió las angostas calles
del casco viejo para ir a la famosa "Bodeguita del medio", uno de
los lugares característicos de La Habana, donde se sirve comida
típica: frijoles negros, carne de cerdo en variadas formas y el
legendario "plátano a puñetazos", un plato de bananas verdes
aplastadas que también se conoce como chatinos o tostones. Con el
almuerzo Campero bebió mojito y cerveza.
Poco antes de retomar a Buenos Aires, bromeaba: "Mucho trabajo, todo
bien, pero no fue el mejor programa, porque no me llevaron a
Varadero", una de las principales playas de la isla.
HACE ONCE AÑOS. Con fuerte racionamiento de ciertos alimentos
(carne, café), Cuba es un país con mucha demanda insatisfecha. Hacia
1980, según estadísticas de la ONU, importaba unos 6.300 millones de
dólares, empezando por petróleo (20 por ciento), alimentos (17)
materias primas no combustibles (6), barcos (5,8), automóviles
(5,5), productos químicos (4,3) y textiles (3,6 por ciento).
Obviamente, su mayor proveedor es la Unión Soviética.
Los acuerdos argentinos de mayor volumen datan de la gestión que
inició en 1973 el gobierno peronista, cuando estaba al frente del
Ministerio de Economía José Ber Gelbard. En esa ocasión la Argentina
suministró a Cuba un virtual equipamiento ferroviario, con material
producido por la empresa Fiat en su planta de Materfer, en Ferreira,
Córdoba. Años después visitó la isla del Caribe una delegación
comercial encabezada por el entonces secretario de Comercio y
Negociaciones Económicas Internacionales, Alejandro Estrada, y luego
se concretó (en septiembre de 1982) una reunión del grupo de trabajo
argentino-cubano de comercio exterior.
El acta de entendimiento que firmaron Campero y el ministro Cabrizas
Ruiz (Comercio Exterior) da un vuelco notable a los guarismos de las
operaciones comerciales entre los dos países, que habían permanecido
en niveles muy bajos en los últimos años: 167 millones de dólares en
1977, 118 un año después, para caer luego a cifras variables entre
50 y 70 millones.
Al retornar a Buenos Aires, Campero declaró que, como balance de la
gira (incluía también su paso por Europa), "se logró en cantidad y
calidad lo que nunca en la historia argentina". Y se exaltó:
"Desafío papel sobre papel a cualquiera que demuestre si de 1810 a
esta parte se hizo una cosa como la que hicimos nosotros en sólo una
semana". En ese preciso momento salía también al cruce del fuego
graneado de los periodistas que estuvieron aguardando pacientemente
su llegada para preguntarle sobre la veda y los aumentos en los
productos sustitutos de la carne, y sobre las versiones que hablaban
de la subdivisión de su secretaría en dos partes, Comercio Interior
y Comercio Exterior.
Horas después, en charla con SOMOS, volvía a tocar el tema de su
gestión en Cuba. "Este es un comercio que se había pensado para
arriba de los 200 millones de dólares, y sustancialmente de
componentes industriales. Esto se revirtió durante el gobierno
militar, y no por cuestiones ideológicas sino por influencia de la
tablita cambiaría, como ocurrió también con las exportaciones a los
demás países".
Lo ideológico, asegura, no cuenta en estas cosas. "Nosotros
comercializamos con todos los países, sin distinción de ese tipo. Lo
hicimos durante la presidencia de Illia al venderle un millón de
toneladas de trigo a China, cuando era una herejía comerciar con
ellos. Y vendimos el trigo sin esperar a que nos den una señal de
afuera. Yo no creo en la dependencia política a partir de las
situaciones económicas; creo en las debilidades estructurales del
comercio cuando no está perfectamente diseñado en importación y
exportación y cuando tampoco se tiene en cuenta la complementación
económica."
En todo caso, ahora el nuevo desafío deberá ser el abordaje a otros
mercados de mayor envergadura, caso los Estados Unidos, Europa y
Japón. Un menudo trabajo para quienes tienen que demarcar la nueva
estrategia comercial argentina.
E. R.
La Habana: Miriam Castro, de P. L.
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