Revista Siete Días Ilustrados
04.03.1974 |
Dedicada a la militancia política durante siete décadas,
integrante de los movimientos feministas que nacieron con el siglo,
a los 88 años evoca sus luchas al lado de quien fuera, además de su
compañero, el máximo exponente del socialismo criollo.
Desde lo alto de sus ochenta y ocho años aún conserva —como si fuera
una medalla— las virtudes de aquella generación caracterizada por la
humildad, la femineidad y el recato. Claro que sería riesgoso
encasillarla en una especie de moralina pasada de moda, porque no
vacila, por ejemplo, en elogiar la viril belleza de los cuerpos
desnudos que la antigua Grecia desparramara por todos los museos del
mundo. Los jóvenes de hoy en día la conocen poco; otros —de más
edad— se han olvidado de ella. Sin embargo, es una figura
legendaria, tanto por su lucha política de siete décadas —en parte,
como uno de los máximos dirigentes del viejo socialismo criollo—
como por haber sido esposa de Juan B. Justo: el diputado, el
senador, el político, el creador de un puñado de leyes sociales que
acabaron por modificar el panorama laboral argentino.
Alicia Moreau de Justo ocupa, en Vicente López, un modesto
departamento en un sexto piso, cuyo mayor atractivo reside en que
desde allí es posible avizorar por la ventana la línea del río
lejano y los yates y barquitos que parecen de juguete, comunicando
al ambiente una paz acorde con el avellanado, sereno rostro de la
dueña de casa. En ese entorno el diálogo resulta fácil.
—Doctora Justo, usted nació en Londres, circunstancia que muy poca
gente sabe... ¿Cómo fue?
—Mi nacimiento es un poco difícil de explicar, por supuesto. Pero yo
llegué aquí en brazos de mi madre... Todavía no sabía caminar. De
manera que, si la frase no es demasiado literaria, aprendí a caminar
sobre la tierra argentina.
—¿Qué recuerdos tiene en estos momento de Juan B. Justo?
—Conocí a mi esposo cuando entré al movimiento socialista, hace
muchos años... Alrededor de 1906 ó 1908. Yo había ingresado al
partido por la vía de la cultura popular. En los centros socialistas
se organizaban siempre cursos y conferencias. Yo estaba estudiando
medicina, y un día fui invitada por Ángel Giménez a trabajar con él,
cosa que acepté. Así conocí a mi esposo.
—¿Pero tuvo usted lo que puede llamarse un noviazgo normal?
—Yo no sé lo que usted entiende por noviazgo normal. Si es recibir a
un señor que le trae un ramo de flores o que le manda una caja de
bombones..., no..., nada de eso. Nuestra relación se hizo a través
de la difusión de los problemas políticos. Tengo una cantidad de
libros que él me enviaba, libros suyos, con dedicatorias muy
afectuosas, cuando no pensábamos de ninguna manera llegar al
matrimonio. Fue una larga, muy larga amistad.
—El doctor Juan B. Justo fue médico. Usted recibió el diploma de
doctora en medicina, inclusive con diploma de honor. Ambos fueron
médicos expectables. Esta vocación común, ¿tuvo algo que ver en la
unión de ustedes?
—Es muy posible. Creó una similitud espiritual. De todos modos, no
hay comparación posible entre la carrera de Justo y la mía. La mía
no tuvo ninguna importancia. La de él, sí. Fue una carrera que se
inició brillantemente. Y hay una característica que quiero destacar,
porque mucha gente no comprende estas cosas, algo alejadas en el
tiempo. Fue un hombre que estudió tan brillantemente que obtuvo una
medalla de oro. Casi inmediatamente de recibido fue a Suiza, Austria
y Alemania. Lo atraía la cirugía. Volvió de allí con una formación
médica muy sólida y con conocimientos que él aplicó de inmediato.
FEMINISTAS ERAN LAS DE ANTES
A pesar del rigor de su pensamiento, de su firme negativa a
incursionar en temas frívolos, de su firme, sólida inteligencia, no
le falta coquetería. Cuando se anuncia la presencia del fotógrafo,
lanza un levísimo reproche: "Me hubiera avisado..., así me
cambiaba". Pero no tarda en volver a sumergirse en la conversación:.
—Usted fue periodista, también.
—Bueno, sí. Periodista por casualidad. Fui directora de La
Vanguardia durante cuatro años, en el momento en que se produjo una
división en el Partido Socialista, cuando surgieron el Partido
Socialista Democrático, por una parte, y el Partido Socialista
Argentino, por la otra. Y a mí me tocó una experiencia muy
desagradable, porque es difícil en un periódico semanal reflejar la
realidad del país, y más cuando uno quiere tocar muchos aspectos de
él.
—Usted tuvo también actuación al frente de ligas feministas.
—Podría decirle que ése fue mi debut en la actividad social. Tomé
parte en 1906 en un congreso internacional de libre pensamiento, que
reunió a hombres de muy distintos orígenes: españoles, italianos,
franceses... El alma de ese congreso, los que lo organizaron, fueron
los masones, la rama más liberal de la masonería. Yo quería asistir
a ese congreso, y fui a visitar al secretario general de la comisión
organizadora, que me dijo que para poder asistir a él debía
presentar un trabajo, cosa que no era verdad. Pero él quería buscar,
naturalmente, colaboradores. Y yo, con el entusiasmo de los primeros
años hice un trabajo justamente sobre educación. Eso me relacionó
con mucha gente, entre otros, con Agustín Álvarez, Del Valle
Iberlucea, Ángel Giménez...
—Con respecto al feminismo, ¿ha cambiado su posición en los últimos
años? ¿Qué opina actualmente de ese movimiento?
—El feminismo de entonces no tiene casi nada que ver con el
feminismo actual. Antes resultaba una cosa muy fácil de delimitar.
Se procuraba que la mujer adquiriera derechos políticos y civiles
iguales a los del hombre. Era algo que se enunciaba en diez
palabras. Esto ha tomado hoy otro aspecto, porque las mujeres ahora
votan en el mundo entero. Para mí, que he visto desarrollarse el
movimiento, ha sido una gran experiencia.
—¿Pero usted cree que la mujer tiene actualmente los mismos derechos
cívicos y políticos que el hombre en la Argentina?
—Teóricamente, sí.
—¿Y prácticamente?
—Prácticamente, se oponen a eso muchas costumbres. La costumbre
puede tanto como la ley en la conducta de los individuos, y a veces
puede más. Pero evidentemente las mujeres votan ahora. Y tenemos una
vicepresidenta, y hay en las Cámaras muchas representantes
femeninas, cosa que en la época en que yo empecé a militar era una
cosa impensable...
UN INCIDENTE CON EL ALMIRANTE ROJAS
—Doctora, usted integró la Junta Consultiva Nacional. ¿Qué cuerdos
tiene de su actuación en ese organismo?
—Bueno, no gratos. Yo creía que los socialistas no debíamos entrar
en la Junta Consultiva, porque no veía con claridad el papel que
podía desempeñar esa junta en un movimiento de origen militar,
aunque había habido un fuerte impulso popular.
—Pero usted y el socialismo habían apoyado el movimiento castrense
de 1955. Entonces ¿por qué no veía clara la participación del
socialismo en la Junta Consultiva, que era el brazo político de la
llamada Revolución Libertadora?
—Porque justamente no veía cómo esa junta, formada por hombres de
tan diversos matices, podía llegar a unificarse de tal modo que
constituyera el brazo político, como usted dice.
—¿No podía haber sido equiparado al Parlamento en un régimen normal?
—No, no. Porque su origen no era el sufragio popular. Fuimos
designados por nuestros partidos. El gobierno había invitado a los
partidos a designar sus representantes. Y fuimos cuatro: Américo
Ghioldi, Nicolás Repetto, Ramón Muñiz y yo.
—Y esas molestias que usted tuvo en la Junta...
—No fueron molestias. Yo me encontré impotente ante el problema
político. Y le puedo recordar un episodio de carácter personal, que
le dará la medida del desencanto que tuve en más de una oportunidad.
Se había constituido en la Junta un grupo para proyectar la
reorganización laboral de los empleados nacionales. Como era una
cosa que me interesaba mucho, yo entré de lleno a trabajar en eso.
Tuve entrevistas con muchos gremialistas para conocer su opinión,
qué veían ellos, qué posibilidad había de crear un organismo que
defendiera al empleado frente a los derechos del Estado. No era una
organización de carácter gremial. Era mucho más amplia. Llega el
momento de presentar el informe y yo, como secretaria de la
comisión, fui encargada de ello. Esa misma mañana el Consejo
Nacional de Educación había sido, simplemente, echado a la calle.
Eran todos maestros dignísimos, que habían sido víctimas del régimen
anterior. Casi todos habían sido dejados cesantes. Ese gremio fue
uno de los que no se entregó. Y ese día yo supe que a esos hombres
los habían dejado cesantes porque tenían una actitud laica, porque
querían sobre todo defender el laicismo de la enseñanza primaria...
Fueron dejados cesantes sin explicación alguna, como nadie deja
cesante a un obrero, a quien hay que darle por lo menos una
justificación. Me indignó tanto... En esos momentos
presidía la reunión el almirante Rojas, que era el presidente de la
Junta, y yo me negué a hablar. Dije que me rehusaba a tomar parte en
esa comedia, lo que suscitó una actitud de sorpresa entre los
compañeros de la Junta Consultiva. Me acompañaron en la protesta
Muñiz y Noble. El que quedó muy desagradado fue el almirante Rojas:
no esperaba una salida así.
—¿ Usted conserva relaciones amistosas con el almirante Rojas?
—No lo veo... Hay tanta gente que uno no ve...
—Pero después de ese incidente, ¿usted continuó su vinculación con
Rojas?
—Sí, yo continué asistiendo a la Junta. Pero, usted sabe, la Junta
Consultiva duró muy poco... creo que ocho meses. Habíamos sido
creados por decreto, y fuimos disueltos por decreto, sin ninguna
explicación. Recuerdo todavía, como un momento muy penoso para, la
circunstancia en que el almirante Rojas nos reúne, no en el lugar
habitual de sesiones de la Junta, sino en otro, y nos dice:
"Señores, gracias".
—¿Eso fue todo?
—Eso fue todo.
LECHE DE CABRA PARA VIVIR 100 AÑOS
Sonríe levemente, casi con dulzura. Evoca los momentos más gratos de
su vida, y oculta los de carácter íntimo, grandes acontecimientos
como los de su universo personal. Prefiere evocar la liberación de
París, la terminación de la Segunda Guerra, la caída del
nazifascismo y, como ella dice, "la liberación de la humanidad".
Cuando se le reclama un recuerdo ingrato, se resiste a contestar.
Sin embargo, a pesar de su pretendido pesimismo, no parece tener
evocaciones infortunadas. ¿Su prisión bajo el anterior gobierno
peronista? "No tiene importancia, no tiene importancia. Se borran
esos recuerdos. Al lado de cosas tan importantes como las que
estamos evocando, que me hayan llevado presa alguna vez, ¿qué
importancia tiene?"
Pero hubo momentos penosos: con los ojos vidriosos evoca la derrota
de la República Española, la muerte de Salvador Allende. "Eso no se
me va a borrar nunca más, aunque yo viva otros ochenta años, cosa
que veo un poco difícil.
—Gandhi decía que iba a vivir ciento veinte años. Ocurrió que lo
mataron, pero si no hubiera sido por esa circunstancia, es muy
probable que efectivamente llegara a esa edad.
—Sí, pero yo no tomo leche de cabra.
Tras la sonrisa y la ironía, la reflexión personal, tal vez amarga:
—Se puede sentir hastío de vivir. ..
—Para algunos, la base teórica del socialismo es el
marxismo-leninismo, no el marxismo químicamente puro. ¿Está usted de
acuerdo con esa definición?
—No. No creo que el socialismo sea el marxismo, ni el leninismo, ni
el stalinismo, ni ninguna de las doctrinas que se puedan unir al
nombre de una persona. El socialismo es, para mí, uno de los
procesos de la civilización humana. Apareció antes de Marx,
naturalmente con otras formas. Y yo creo que si Marx viviera ahora,
con ese inmenso talento que tenía, con el conocimiento de la
realidad... él no volvería a decir todas las cosas que dijo
entonces. Reconocería, por supuesto, que el factor económico es el
factor básico en la trasformación humana; eso lo sabemos y se dice
hace mucho tiempo: primero comer, primero vivir y después filosofar.
—¿Y en qué estarla equivocado Marx? ¿En qué reconocería él que
habría estado equivocado?
—En el predominio del factor económico. Es importantísimo, es
innegable, pero el hombre tiene más de una zona. No es la gástrica
la que domina. En la inmensa mayoría de los hombres, sí, hay que
reconocerlo.
—Pero hay excepciones...
—Hay excepciones. Y Marx era una de esas excepciones. Es la
demostración más acabada de esa excepción. Porque él, hijo de la
burguesía, casado con una mujer también de la burguesía, vivió en la
miseria, expatriado, luchando por sus ideas contra viento y marea.
—Esta concepción suya sobre el socialismo, de que no debe ser
marxista-leninista, ¿tiene algo que ver con la expulsión de Juan
Carlos Coral del socialismo? Le pregunto porque, como usted
recordará, Coral Intentó una prédica marxista-leninista.
—No, nada de eso.
—En aquella época se afirmó y se publicó tal cosa.
—Sí, bueno. Pero se publican tantas cosas...
—¿Cuáles fueron las causas de su oposición al llamado coralismo?
—Encuentro que la situación exclusiva, donde se trata de buscar un
solo concepto predominante, está equivocada. La vida es sumamente
compleja, y creer que la verdad está contenida en un solo lado, en
lo que pasa detrás de las fronteras rusas, es totalmente lógico.
Para mí, el socialismo es el porvenir de la humanidad.
UN BALAZO EN PLENA CALLE
—¿Cómo ve usted al país? La pregunta tiene dos facetas: ¿Cómo ve al
país en lo político, lo económico, lo social? Y luego, en lo
cotidiano, lo menudo... Empecemos por la primera.
—Usted me hace una pregunta que trasformaría mis 88 años en la cima
del Everest... Es muy difícil saber lo que pasa en un país. Si usted
me preguntara qué es lo que pasa en Buenos Aires, tal vez...
—¿Cuál es su opinión, concretamente?
—Es como si me encontrara frente a varios caminos... No sé realmente
cuál tomar... En fin. Pero sí sé que estamos todos dentro de un
proceso de profunda trasformación. He visto tantas trasformaciones a
lo largo de mi vida, he visto tantos, fracasos y tan pocos aciertos,
que realmente en estos momentos no sabría decirle. Yo veo una enorme
fuerza, que es la fuerza obrera. No estoy segura que su organización
sea lo más inteligente, lo más acertado, pero es una enorme fuerza
que por otra parte es una de las enormes fuerzas del mundo moderno.
Tiene un peso que no tenía hace veinte años. Antes se iba a fórmulas
pequeñas (8 horas, salario mínimo). Ahora usted ve que el movimiento
obrero sale de estos moldes y se echa sobre la política, lo que le
da un sentido distinto. Hay en nuestro país otro fenómeno
interesante, la juventud. Nunca he visto una juventud más
incorporada a la vida colectiva que la nuestra. No digo que esté
acertada. ¿Acaso lo está la adultez o la vejez? Pero no hay duda que
está tomando un interés en la vida política como hace mucho tiempo
que no se veía.
—Ese sería el aspecto positivo. Pero ¿cuál sería el aspecto negativo
de nuestro país?
—La violencia. No creo en el valor de la violencia.
—Sin embargo, teóricos marxistas como Sorel sostienen que la
violencia es constructora.
—Hay que distinguir entre violencia y violencia. La violencia de una
bomba es una cosa. La violencia de una masa ciudadana que se larga a
las calles para reclamar un derecho, que va a apoyar la actitud de
una asamblea legislativa para que esa asamblea legislativa se vea
respaldada por el pueblo y tenga el coraje de dar el paso que debe
dar, son dos formas de violencia muy distintas.
—¿Y cómo explica la aparición de la violencia en la Argentina?
—Bueno, porque la violencia está en el mundo, y la Argentina refleja
el mundo. Vea usted lo que pasa en estos momentos de guerra en Asia,
de lucha alrededor de Israel. ¿Usted concibe que un pueblo como el
israelí tenga que entrar en lucha con un pueblo como el musulmán
para poder existir? Eso es algo filosóficamente inconcebible. Ahora,
esa fuerza está en el mundo entero. Fíjese usted: todos hablamos de
la bomba Molotov. La personalidad política de Molotov está olvidada
para la inmensa mayoría de los seres humanos, y él sigue viviendo
entre nosotros gracias a una bomba que cualquier muchacho puede
armar en los fondos de su casa. ¿No le parece una ironía? Es
realmente: una ironía de la historia.
—Quería recordar la anécdota de cuando su esposo fue víctima de una
agresión, de un balazo, en 1928.
—Sí, fue en pleno gobierno de Yrigoyen. El iba hacia La Vanguardia,
que estaba en la calle Defensa. Iba conversando con Enrique
Dickmann, y de atrás un hombre lo hirió. El balazo le dio en el
fémur y lo derribó, aunque no perdió el conocimiento, pero
naturalmente el dolor le hizo cerrar los ojos, y oyó que el
frustrado asesino decía Este ya está listo. Dickmann, asustado,
corrió hasta La Vanguardia, para pedir auxilio. Lo llevaron a la
Asistencia Pública, donde fue atendido. Como la traumatología no era
entonces lo que es ahora, la fractura quedó mal soldada, con un
acortamiento de la pierna izquierda. De ese momento, puedo recordar
que estando aún en su cama de enfermo, asistió a la discusión
legislativa del presupuesto, y fue llevado en una camilla a la
Cámara de Diputados. Querían eliminar al hombre más capaz del
movimiento socialista...
—¿Nunca se supo de dónde provino la agresión?
—Hubo muchas suposiciones, como siempre las hay, pero la policía se
demostró eficaz, cumplidora, y mató el asunto perfectamente, como
suele ocurrir. Es una regla que se mantiene a través de todos los
gobiernos.
EL MISERABLE CAUDAL DE VOTOS SOCIALISTAS
—Usted sufrió gran angustia moral con el resultado de las elecciones
del 11 de marzo de 1973. Por supuesto, la voluntad de la mayoría se
acata en un régimen democrático, ¿pero qué ocurre cuando esa
voluntad no expresa lo que usted hubiera querido en ese momento?
—Para mí fue una enorme decepción ver el miserable caudal de votos
que obtuvo el socialismo. Se presentaron dos partidos socialistas y
fue muy poco lo que se obtuvo.
—A una parte del país le sorprendió la existencia de esos siete
millones de votos del ganador...
—Evidentemente. A mí me sorprendió también. Creía que los votos iban
a dividirse más, y tal vez el triunfo del peronismo no hubiese sido
tan grande si los otros partidos hubieran comprendido la importancia
real del movimiento peronista, sus raíces populares tan profundas y
se hubiesen unido. En cambio, se dividieron en sucesivas alianzas
que no tenían mucho sentido y que presentaban una cantidad de
programas que parecían uno copia del otro... Y no hubo polarización.
La polarización la hizo la masa votante. Después de haber estado
tantos años en un partido que tiene más de tres cuartos de siglo, y
que fue el que lanzó en este país la idea de las reivindicaciones
obreras, partido que dio las primeras leyes obreras, que tuvo el
primer diputado socialista en toda América, después de haber
trabajado más de 50 años en un partido así, evidentemente yo tenía
que estar profundamente desilusionada acerca de la penetración de
las ideas socialistas en la masa popular. Porque a pesar de lo que
pasa en el mundo entero, el socialismo no es mesiánico. El
socialismo está ligado profundamente al sentido de la evolución
humana, y la evolución humana se hace de generación en generación,
de siglo en siglo. En ningún hombre vive a través del tiempo. De
manera que quedan, sí, grandes nombres, que son etapas de ese
proceso, pero juntar las dos cosas (el proceso político, social,
económico y científico, juntar eso a la existencia de un hombre) es,
desde el punto de vista socialista, un error. Porque los hombres
pasan y el proceso queda. Esa idea no está arraigada en la masa
popular, y usted ve aparecer el maoísmo, el stalinismo, el
hitlerismo, el mussolinismo, el franquismo. Los hombres todavía no
han evolucionado del todo. La base de todo es la cultura popular.
Esa cultura popular es muy lenta. Yo no echo la culpa a nadie:
comprendo que estamos dentro del devenir histórico. ¿Nos conducirá a
la democracia? Esa es una de las dudas que tengo...
—¿Qué otras dudas tiene?
—Pienso que todavía el mundo no ha llegado a la tolerancia
religiosa, por ejemplo. Digo que todavía no ha llegado, porque
pienso en Irlanda, porque pienso en el problema de árabes e
israelíes...
—Ese no es un problema religioso. ..
—Pero hay mucho de ello.
—No obstante, ambos pueblos convivieron durante muchísimos años. Fue
el surgimiento de los problemas políticos y económicos lo que
produjo este conflicto.
—Sí, evidentemente, pero en todos los momentos de la intolerancia
religiosa hubo mucho del proceso económico y social. Piense usted en
te lucha de protestantes y católicos en Francia, en la emigración de
los protestantes hacia Holanda e Inglaterra llevando las pequeñas
industrias que tenían. La duda mía no es de origen religioso. La
gran duda mía es, ésta: el gran desarrollo de la técnica, de la
ciencia y de la economía, ¿no llevará a la creación de una
aristocracia cerebral que dirija la vida de una enorme masa
productora, que se conformará con el cinematógrafo, la televisión,
el deporte...?
—¿Usted ve televisión?
—Sí. Pero la elijo mucho. En particular veo los noticieros.
—¿Y otros programas?
—A veces, a veces veía. Me han entretenido mucho las discusiones de
los periodistas en la época de Lanusse. Me parecieron muy
interesantes, muy formativas. Ahora veo que la televisión no se
inclina hacia lo formativo, sino hacia la formación de la
masificación...
—Que es una deformación...
—Sin duda. Usted sabe muy bien que la televisión puede convertirse
en un gran elemento de masificación. Por eso yo le decía que una de
las grandes dudas mías es ésta. Que haya en algún lugar una especie
de gran cerebro que todo lo controle.
LAS PREGUNTAS INDISCRETAS
—¿Cómo se desarrolla su vida cotidiana?
—Leo mucho. La Biblia. Y hay una enorme producción sociopolítica que
me interesa mucho, pero no alcanzo a leerla toda. Me desborda.
Agregue usted el diario, las revistas... Una buena parte de mis
horas las paso en la contemplación de ese río, de ese paisaje
sedante. Cuando yo veo los domingos, por ejemplo, los barquitos a
vela que se despliegan en el horizonte, envidio esa paz, esa
tranquilidad, y pienso por qué el hombre no ha llegado todavía a
encontrar, con toda la técnica que tiene, la posibilidad de dar esa
paz y esa tranquilidad. Mientras unos están allí, otros están
gritando en las canchas de fútbol, peleándose...
—Es parte de la vida también.
—Sí, naturalmente. Pero es parte del hombre también tener cabeza y
pies. ¿Qué predomina más?
—¿Por qué desdeña las preguntas aparentemente frívolas?
—Es verdad. Si usted me pregunta por ejemplo qué clase de ropa uso
yo, o si soy partidaria de los pantalones me parece ocioso
contestarle. O como en una entrevista que me hicieron esta pregunta:
¿Qué piensa usted cuando ve un muchacho con el pelo largo y la
barba?
—¿Y qué respondió usted?
—Dije que en parte lo admiro, porque a mí se me ha caído mucho el
pelo, y por otra parte no tiene más que tomar una enciclopedia para
ver cómo el traje ha variado a través de la historia. Lo único que
no ha variado, no se lo dije a aquel interrogador, pero se lo digo a
usted ahora, es la desnudez humana. El hombre, desde los tiempos de
los griegos al presente, desnudo es más o menos la misma cosa. Y tal
vez no siempre, porque los griegos desnudos eran algo muy hermoso.
.. Pero esas preguntas no me gustan... Que una vieja de mi edad sea
partidaria de los pantalones, ¿qué importancia tiene?
—¿Por qué insiste en llamarse vieja, si lo que importa es la
juventud cerebral?
—Bueno porque soy vieja. ¿O cree usted que con 88 años cumplidos una
es joven?
—Fíjese que hay muchísimos ejemplos, como el de Churchill y tantos
otros, que se consideraban jóvenes mentalmente...
—Bueno, serían muy indulgentes con ellos mismos.
—¿Cómo ve usted el porvenir inmediato de la Argentina?
—Como una época de mucha lucha. Creo que la aspiración al
entendimiento común, a la colaboración, es una aspiración loable
pero que no se va a dar. Nosotros acabamos de ver en Chile la
coexistencia de una parte de la población que quiere una
trasformación tremenda, y por otro lado subsistiendo una parte de la
población que acaba por vencer porque tiene el fusil. ¿Por qué no
vamos a pensar que nosotros tenemos también esa contextura social?
¿No lo hemos visto actuar en Paraguay, no lo vemos en Bolivia, en
Brasil? ¿Por qué nos vamos a creer tan afortunados que podamos
entendernos?
—Durante muchos años la Argentina fue un país privilegiado, no sólo
en el contexto latinoamericano, sino en el mundial. ¿Por qué no
puede volver a serlo?
—Ojalá.
—Usted es pesimista.
—Soy pesimista, desde cierto punto de vista, porque la hora mundial
está en el pesimismo. Lo ve usted en todas partes. Fíjese usted en
la actitud de la juventud mundial. ¿No es una actitud de lucha?
—Sí, pero a través de la historia la lucha ha existido siempre.
Inclusive la violencia, a través de miles de años también ha
existido. La violencia cotidiana, en muchas épocas, países e
imperios era algo mucho más ostensible que ha que se ve ahora en
grandes ciudades como Nueva York o Buenos Aires.
—No digo lo contrario, pero si usted le hubiera preguntado a uno de
aquellos que vivía entonces cómo veía las cosas, ¿qué habría
contestado?
—Pienso que hubiera sido pesimista.
—La vejez la vuelve a uno pesimista, y sin embargo, en esencia, yo
creo ser optimista, porque tengo fe en el porvenir del hombre.
Armando Alonso Piñeiro
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Alicia Moreau de Justo
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