Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL PENSAMIENTO VIVO DE ALICIA MOREAU DE JUSTO

Revista Siete Días Ilustrados
04.03.1974

Dedicada a la militancia política durante siete décadas, integrante de los movimientos feministas que nacieron con el siglo, a los 88 años evoca sus luchas al lado de quien fuera, además de su compañero, el máximo exponente del socialismo criollo.

Desde lo alto de sus ochenta y ocho años aún conserva —como si fuera una medalla— las virtudes de aquella generación caracterizada por la humildad, la femineidad y el recato. Claro que sería riesgoso encasillarla en una especie de moralina pasada de moda, porque no vacila, por ejemplo, en elogiar la viril belleza de los cuerpos desnudos que la antigua Grecia desparramara por todos los museos del mundo. Los jóvenes de hoy en día la conocen poco; otros —de más edad— se han olvidado de ella. Sin embargo, es una figura legendaria, tanto por su lucha política de siete décadas —en parte, como uno de los máximos dirigentes del viejo socialismo criollo— como por haber sido esposa de Juan B. Justo: el diputado, el senador, el político, el creador de un puñado de leyes sociales que acabaron por modificar el panorama laboral argentino.
Alicia Moreau de Justo ocupa, en Vicente López, un modesto departamento en un sexto piso, cuyo mayor atractivo reside en que desde allí es posible avizorar por la ventana la línea del río lejano y los yates y barquitos que parecen de juguete, comunicando al ambiente una paz acorde con el avellanado, sereno rostro de la dueña de casa. En ese entorno el diálogo resulta fácil.
—Doctora Justo, usted nació en Londres, circunstancia que muy poca gente sabe... ¿Cómo fue?
—Mi nacimiento es un poco difícil de explicar, por supuesto. Pero yo llegué aquí en brazos de mi madre... Todavía no sabía caminar. De manera que, si la frase no es demasiado literaria, aprendí a caminar sobre la tierra argentina.
—¿Qué recuerdos tiene en estos momento de Juan B. Justo?
—Conocí a mi esposo cuando entré al movimiento socialista, hace muchos años... Alrededor de 1906 ó 1908. Yo había ingresado al partido por la vía de la cultura popular. En los centros socialistas se organizaban siempre cursos y conferencias. Yo estaba estudiando medicina, y un día fui invitada por Ángel Giménez a trabajar con él, cosa que acepté. Así conocí a mi esposo.
—¿Pero tuvo usted lo que puede llamarse un noviazgo normal?
—Yo no sé lo que usted entiende por noviazgo normal. Si es recibir a un señor que le trae un ramo de flores o que le manda una caja de bombones..., no..., nada de eso. Nuestra relación se hizo a través de la difusión de los problemas políticos. Tengo una cantidad de libros que él me enviaba, libros suyos, con dedicatorias muy afectuosas, cuando no pensábamos de ninguna manera llegar al matrimonio. Fue una larga, muy larga amistad.
—El doctor Juan B. Justo fue médico. Usted recibió el diploma de doctora en medicina, inclusive con diploma de honor. Ambos fueron médicos expectables. Esta vocación común, ¿tuvo algo que ver en la unión de ustedes?
—Es muy posible. Creó una similitud espiritual. De todos modos, no hay comparación posible entre la carrera de Justo y la mía. La mía no tuvo ninguna importancia. La de él, sí. Fue una carrera que se inició brillantemente. Y hay una característica que quiero destacar, porque mucha gente no comprende estas cosas, algo alejadas en el tiempo. Fue un hombre que estudió tan brillantemente que obtuvo una medalla de oro. Casi inmediatamente de recibido fue a Suiza, Austria y Alemania. Lo atraía la cirugía. Volvió de allí con una formación médica muy sólida y con conocimientos que él aplicó de inmediato.

FEMINISTAS ERAN LAS DE ANTES
A pesar del rigor de su pensamiento, de su firme negativa a incursionar en temas frívolos, de su firme, sólida inteligencia, no le falta coquetería. Cuando se anuncia la presencia del fotógrafo, lanza un levísimo reproche: "Me hubiera avisado..., así me cambiaba". Pero no tarda en volver a sumergirse en la conversación:.
—Usted fue periodista, también.
—Bueno, sí. Periodista por casualidad. Fui directora de La Vanguardia durante cuatro años, en el momento en que se produjo una división en el Partido Socialista, cuando surgieron el Partido Socialista Democrático, por una parte, y el Partido Socialista Argentino, por la otra. Y a mí me tocó una experiencia muy desagradable, porque es difícil en un periódico semanal reflejar la realidad del país, y más cuando uno quiere tocar muchos aspectos de él.
—Usted tuvo también actuación al frente de ligas feministas.
—Podría decirle que ése fue mi debut en la actividad social. Tomé parte en 1906 en un congreso internacional de libre pensamiento, que reunió a hombres de muy distintos orígenes: españoles, italianos, franceses... El alma de ese congreso, los que lo organizaron, fueron los masones, la rama más liberal de la masonería. Yo quería asistir a ese congreso, y fui a visitar al secretario general de la comisión organizadora, que me dijo que para poder asistir a él debía presentar un trabajo, cosa que no era verdad. Pero él quería buscar, naturalmente, colaboradores. Y yo, con el entusiasmo de los primeros años hice un trabajo justamente sobre educación. Eso me relacionó con mucha gente, entre otros, con Agustín Álvarez, Del Valle Iberlucea, Ángel Giménez...
—Con respecto al feminismo, ¿ha cambiado su posición en los últimos años? ¿Qué opina actualmente de ese movimiento?
—El feminismo de entonces no tiene casi nada que ver con el feminismo actual. Antes resultaba una cosa muy fácil de delimitar. Se procuraba que la mujer adquiriera derechos políticos y civiles iguales a los del hombre. Era algo que se enunciaba en diez palabras. Esto ha tomado hoy otro aspecto, porque las mujeres ahora votan en el mundo entero. Para mí, que he visto desarrollarse el movimiento, ha sido una gran experiencia.
—¿Pero usted cree que la mujer tiene actualmente los mismos derechos cívicos y políticos que el hombre en la Argentina?
—Teóricamente, sí.
—¿Y prácticamente?
—Prácticamente, se oponen a eso muchas costumbres. La costumbre puede tanto como la ley en la conducta de los individuos, y a veces puede más. Pero evidentemente las mujeres votan ahora. Y tenemos una vicepresidenta, y hay en las Cámaras muchas representantes femeninas, cosa que en la época en que yo empecé a militar era una cosa impensable...

UN INCIDENTE CON EL ALMIRANTE ROJAS
—Doctora, usted integró la Junta Consultiva Nacional. ¿Qué cuerdos tiene de su actuación en ese organismo?
—Bueno, no gratos. Yo creía que los socialistas no debíamos entrar en la Junta Consultiva, porque no veía con claridad el papel que podía desempeñar esa junta en un movimiento de origen militar, aunque había habido un fuerte impulso popular.
—Pero usted y el socialismo habían apoyado el movimiento castrense de 1955. Entonces ¿por qué no veía clara la participación del socialismo en la Junta Consultiva, que era el brazo político de la llamada Revolución Libertadora?
—Porque justamente no veía cómo esa junta, formada por hombres de tan diversos matices, podía llegar a unificarse de tal modo que constituyera el brazo político, como usted dice.
—¿No podía haber sido equiparado al Parlamento en un régimen normal?
—No, no. Porque su origen no era el sufragio popular. Fuimos designados por nuestros partidos. El gobierno había invitado a los partidos a designar sus representantes. Y fuimos cuatro: Américo Ghioldi, Nicolás Repetto, Ramón Muñiz y yo.
—Y esas molestias que usted tuvo en la Junta...
—No fueron molestias. Yo me encontré impotente ante el problema político. Y le puedo recordar un episodio de carácter personal, que le dará la medida del desencanto que tuve en más de una oportunidad. Se había constituido en la Junta un grupo para proyectar la reorganización laboral de los empleados nacionales. Como era una cosa que me interesaba mucho, yo entré de lleno a trabajar en eso. Tuve entrevistas con muchos gremialistas para conocer su opinión, qué veían ellos, qué posibilidad había de crear un organismo que defendiera al empleado frente a los derechos del Estado. No era una organización de carácter gremial. Era mucho más amplia. Llega el momento de presentar el informe y yo, como secretaria de la comisión, fui encargada de ello. Esa misma mañana el Consejo Nacional de Educación había sido, simplemente, echado a la calle. Eran todos maestros dignísimos, que habían sido víctimas del régimen anterior. Casi todos habían sido dejados cesantes. Ese gremio fue uno de los que no se entregó. Y ese día yo supe que a esos hombres los habían dejado cesantes porque tenían una actitud laica, porque querían sobre todo defender el laicismo de la enseñanza primaria... Fueron dejados cesantes sin explicación alguna, como nadie deja cesante a un obrero, a quien hay que darle por lo menos una justificación. Me indignó tanto... En esos momentos
presidía la reunión el almirante Rojas, que era el presidente de la Junta, y yo me negué a hablar. Dije que me rehusaba a tomar parte en esa comedia, lo que suscitó una actitud de sorpresa entre los compañeros de la Junta Consultiva. Me acompañaron en la protesta Muñiz y Noble. El que quedó muy desagradado fue el almirante Rojas: no esperaba una salida así.
—¿ Usted conserva relaciones amistosas con el almirante Rojas?
—No lo veo... Hay tanta gente que uno no ve...
—Pero después de ese incidente, ¿usted continuó su vinculación con Rojas?
—Sí, yo continué asistiendo a la Junta. Pero, usted sabe, la Junta Consultiva duró muy poco... creo que ocho meses. Habíamos sido creados por decreto, y fuimos disueltos por decreto, sin ninguna explicación. Recuerdo todavía, como un momento muy penoso para, la circunstancia en que el almirante Rojas nos reúne, no en el lugar habitual de sesiones de la Junta, sino en otro, y nos dice: "Señores, gracias".
—¿Eso fue todo?
—Eso fue todo.

LECHE DE CABRA PARA VIVIR 100 AÑOS
Sonríe levemente, casi con dulzura. Evoca los momentos más gratos de su vida, y oculta los de carácter íntimo, grandes acontecimientos como los de su universo personal. Prefiere evocar la liberación de París, la terminación de la Segunda Guerra, la caída del nazifascismo y, como ella dice, "la liberación de la humanidad". Cuando se le reclama un recuerdo ingrato, se resiste a contestar. Sin embargo, a pesar de su pretendido pesimismo, no parece tener evocaciones infortunadas. ¿Su prisión bajo el anterior gobierno peronista? "No tiene importancia, no tiene importancia. Se borran esos recuerdos. Al lado de cosas tan importantes como las que estamos evocando, que me hayan llevado presa alguna vez, ¿qué importancia tiene?"
Pero hubo momentos penosos: con los ojos vidriosos evoca la derrota de la República Española, la muerte de Salvador Allende. "Eso no se me va a borrar nunca más, aunque yo viva otros ochenta años, cosa que veo un poco difícil.
—Gandhi decía que iba a vivir ciento veinte años. Ocurrió que lo mataron, pero si no hubiera sido por esa circunstancia, es muy probable que efectivamente llegara a esa edad.
—Sí, pero yo no tomo leche de cabra.
Tras la sonrisa y la ironía, la reflexión personal, tal vez amarga:
—Se puede sentir hastío de vivir. ..
—Para algunos, la base teórica del socialismo es el marxismo-leninismo, no el marxismo químicamente puro. ¿Está usted de acuerdo con esa definición?
—No. No creo que el socialismo sea el marxismo, ni el leninismo, ni el stalinismo, ni ninguna de las doctrinas que se puedan unir al nombre de una persona. El socialismo es, para mí, uno de los procesos de la civilización humana. Apareció antes de Marx, naturalmente con otras formas. Y yo creo que si Marx viviera ahora, con ese inmenso talento que tenía, con el conocimiento de la realidad... él no volvería a decir todas las cosas que dijo entonces. Reconocería, por supuesto, que el factor económico es el factor básico en la trasformación humana; eso lo sabemos y se dice hace mucho tiempo: primero comer, primero vivir y después filosofar.
—¿Y en qué estarla equivocado Marx? ¿En qué reconocería él que habría estado equivocado?
—En el predominio del factor económico. Es importantísimo, es innegable, pero el hombre tiene más de una zona. No es la gástrica la que domina. En la inmensa mayoría de los hombres, sí, hay que reconocerlo.
—Pero hay excepciones...
—Hay excepciones. Y Marx era una de esas excepciones. Es la demostración más acabada de esa excepción. Porque él, hijo de la burguesía, casado con una mujer también de la burguesía, vivió en la miseria, expatriado, luchando por sus ideas contra viento y marea.
—Esta concepción suya sobre el socialismo, de que no debe ser marxista-leninista, ¿tiene algo que ver con la expulsión de Juan Carlos Coral del socialismo? Le pregunto porque, como usted recordará, Coral Intentó una prédica marxista-leninista.
—No, nada de eso.
—En aquella época se afirmó y se publicó tal cosa.
—Sí, bueno. Pero se publican tantas cosas...
—¿Cuáles fueron las causas de su oposición al llamado coralismo?
—Encuentro que la situación exclusiva, donde se trata de buscar un solo concepto predominante, está equivocada. La vida es sumamente compleja, y creer que la verdad está contenida en un solo lado, en lo que pasa detrás de las fronteras rusas, es totalmente lógico. Para mí, el socialismo es el porvenir de la humanidad.

UN BALAZO EN PLENA CALLE
—¿Cómo ve usted al país? La pregunta tiene dos facetas: ¿Cómo ve al país en lo político, lo económico, lo social? Y luego, en lo cotidiano, lo menudo... Empecemos por la primera.
—Usted me hace una pregunta que trasformaría mis 88 años en la cima del Everest... Es muy difícil saber lo que pasa en un país. Si usted me preguntara qué es lo que pasa en Buenos Aires, tal vez...
—¿Cuál es su opinión, concretamente?
—Es como si me encontrara frente a varios caminos... No sé realmente cuál tomar... En fin. Pero sí sé que estamos todos dentro de un proceso de profunda trasformación. He visto tantas trasformaciones a lo largo de mi vida, he visto tantos, fracasos y tan pocos aciertos, que realmente en estos momentos no sabría decirle. Yo veo una enorme fuerza, que es la fuerza obrera. No estoy segura que su organización sea lo más inteligente, lo más acertado, pero es una enorme fuerza que por otra parte es una de las enormes fuerzas del mundo moderno. Tiene un peso que no tenía hace veinte años. Antes se iba a fórmulas pequeñas (8 horas, salario mínimo). Ahora usted ve que el movimiento obrero sale de estos moldes y se echa sobre la política, lo que le da un sentido distinto. Hay en nuestro país otro fenómeno interesante, la juventud. Nunca he visto una juventud más incorporada a la vida colectiva que la nuestra. No digo que esté acertada. ¿Acaso lo está la adultez o la vejez? Pero no hay duda que está tomando un interés en la vida política como hace mucho tiempo que no se veía.
—Ese sería el aspecto positivo. Pero ¿cuál sería el aspecto negativo de nuestro país?
—La violencia. No creo en el valor de la violencia.
—Sin embargo, teóricos marxistas como Sorel sostienen que la violencia es constructora.
—Hay que distinguir entre violencia y violencia. La violencia de una bomba es una cosa. La violencia de una masa ciudadana que se larga a las calles para reclamar un derecho, que va a apoyar la actitud de una asamblea legislativa para que esa asamblea legislativa se vea respaldada por el pueblo y tenga el coraje de dar el paso que debe dar, son dos formas de violencia muy distintas.
—¿Y cómo explica la aparición de la violencia en la Argentina?
—Bueno, porque la violencia está en el mundo, y la Argentina refleja el mundo. Vea usted lo que pasa en estos momentos de guerra en Asia, de lucha alrededor de Israel. ¿Usted concibe que un pueblo como el israelí tenga que entrar en lucha con un pueblo como el musulmán para poder existir? Eso es algo filosóficamente inconcebible. Ahora, esa fuerza está en el mundo entero. Fíjese usted: todos hablamos de la bomba Molotov. La personalidad política de Molotov está olvidada para la inmensa mayoría de los seres humanos, y él sigue viviendo entre nosotros gracias a una bomba que cualquier muchacho puede armar en los fondos de su casa. ¿No le parece una ironía? Es realmente: una ironía de la historia.
—Quería recordar la anécdota de cuando su esposo fue víctima de una agresión, de un balazo, en 1928.
—Sí, fue en pleno gobierno de Yrigoyen. El iba hacia La Vanguardia, que estaba en la calle Defensa. Iba conversando con Enrique Dickmann, y de atrás un hombre lo hirió. El balazo le dio en el fémur y lo derribó, aunque no perdió el conocimiento, pero naturalmente el dolor le hizo cerrar los ojos, y oyó que el frustrado asesino decía Este ya está listo. Dickmann, asustado, corrió hasta La Vanguardia, para pedir auxilio. Lo llevaron a la Asistencia Pública, donde fue atendido. Como la traumatología no era entonces lo que es ahora, la fractura quedó mal soldada, con un acortamiento de la pierna izquierda. De ese momento, puedo recordar que estando aún en su cama de enfermo, asistió a la discusión legislativa del presupuesto, y fue llevado en una camilla a la Cámara de Diputados. Querían eliminar al hombre más capaz del movimiento socialista...
—¿Nunca se supo de dónde provino la agresión?
—Hubo muchas suposiciones, como siempre las hay, pero la policía se demostró eficaz, cumplidora, y mató el asunto perfectamente, como suele ocurrir. Es una regla que se mantiene a través de todos los gobiernos.

EL MISERABLE CAUDAL DE VOTOS SOCIALISTAS
—Usted sufrió gran angustia moral con el resultado de las elecciones del 11 de marzo de 1973. Por supuesto, la voluntad de la mayoría se acata en un régimen democrático, ¿pero qué ocurre cuando esa voluntad no expresa lo que usted hubiera querido en ese momento?
—Para mí fue una enorme decepción ver el miserable caudal de votos que obtuvo el socialismo. Se presentaron dos partidos socialistas y fue muy poco lo que se obtuvo.
—A una parte del país le sorprendió la existencia de esos siete millones de votos del ganador...
—Evidentemente. A mí me sorprendió también. Creía que los votos iban a dividirse más, y tal vez el triunfo del peronismo no hubiese sido tan grande si los otros partidos hubieran comprendido la importancia real del movimiento peronista, sus raíces populares tan profundas y se hubiesen unido. En cambio, se dividieron en sucesivas alianzas que no tenían mucho sentido y que presentaban una cantidad de programas que parecían uno copia del otro... Y no hubo polarización. La polarización la hizo la masa votante. Después de haber estado tantos años en un partido que tiene más de tres cuartos de siglo, y que fue el que lanzó en este país la idea de las reivindicaciones obreras, partido que dio las primeras leyes obreras, que tuvo el primer diputado socialista en toda América, después de haber trabajado más de 50 años en un partido así, evidentemente yo tenía que estar profundamente desilusionada acerca de la penetración de las ideas socialistas en la masa popular. Porque a pesar de lo que pasa en el mundo entero, el socialismo no es mesiánico. El socialismo está ligado profundamente al sentido de la evolución humana, y la evolución humana se hace de generación en generación, de siglo en siglo. En ningún hombre vive a través del tiempo. De manera que quedan, sí, grandes nombres, que son etapas de ese proceso, pero juntar las dos cosas (el proceso político, social, económico y científico, juntar eso a la existencia de un hombre) es, desde el punto de vista socialista, un error. Porque los hombres pasan y el proceso queda. Esa idea no está arraigada en la masa popular, y usted ve aparecer el maoísmo, el stalinismo, el hitlerismo, el mussolinismo, el franquismo. Los hombres todavía no han evolucionado del todo. La base de todo es la cultura popular. Esa cultura popular es muy lenta. Yo no echo la culpa a nadie: comprendo que estamos dentro del devenir histórico. ¿Nos conducirá a la democracia? Esa es una de las dudas que tengo...
—¿Qué otras dudas tiene?
—Pienso que todavía el mundo no ha llegado a la tolerancia religiosa, por ejemplo. Digo que todavía no ha llegado, porque pienso en Irlanda, porque pienso en el problema de árabes e israelíes...
—Ese no es un problema religioso. ..
—Pero hay mucho de ello.
—No obstante, ambos pueblos convivieron durante muchísimos años. Fue el surgimiento de los problemas políticos y económicos lo que produjo este conflicto.
—Sí, evidentemente, pero en todos los momentos de la intolerancia religiosa hubo mucho del proceso económico y social. Piense usted en te lucha de protestantes y católicos en Francia, en la emigración de los protestantes hacia Holanda e Inglaterra llevando las pequeñas industrias que tenían. La duda mía no es de origen religioso. La gran duda mía es, ésta: el gran desarrollo de la técnica, de la ciencia y de la economía, ¿no llevará a la creación de una aristocracia cerebral que dirija la vida de una enorme masa productora, que se conformará con el cinematógrafo, la televisión, el deporte...?
—¿Usted ve televisión?
—Sí. Pero la elijo mucho. En particular veo los noticieros.
—¿Y otros programas?
—A veces, a veces veía. Me han entretenido mucho las discusiones de los periodistas en la época de Lanusse. Me parecieron muy interesantes, muy formativas. Ahora veo que la televisión no se inclina hacia lo formativo, sino hacia la formación de la masificación...
—Que es una deformación...
—Sin duda. Usted sabe muy bien que la televisión puede convertirse en un gran elemento de masificación. Por eso yo le decía que una de las grandes dudas mías es ésta. Que haya en algún lugar una especie de gran cerebro que todo lo controle.

LAS PREGUNTAS INDISCRETAS
—¿Cómo se desarrolla su vida cotidiana?
—Leo mucho. La Biblia. Y hay una enorme producción sociopolítica que me interesa mucho, pero no alcanzo a leerla toda. Me desborda. Agregue usted el diario, las revistas... Una buena parte de mis horas las paso en la contemplación de ese río, de ese paisaje sedante. Cuando yo veo los domingos, por ejemplo, los barquitos a vela que se despliegan en el horizonte, envidio esa paz, esa tranquilidad, y pienso por qué el hombre no ha llegado todavía a encontrar, con toda la técnica que tiene, la posibilidad de dar esa paz y esa tranquilidad. Mientras unos están allí, otros están gritando en las canchas de fútbol, peleándose...
—Es parte de la vida también.
—Sí, naturalmente. Pero es parte del hombre también tener cabeza y pies. ¿Qué predomina más?
—¿Por qué desdeña las preguntas aparentemente frívolas?
—Es verdad. Si usted me pregunta por ejemplo qué clase de ropa uso yo, o si soy partidaria de los pantalones me parece ocioso contestarle. O como en una entrevista que me hicieron esta pregunta: ¿Qué piensa usted cuando ve un muchacho con el pelo largo y la barba?
—¿Y qué respondió usted?
—Dije que en parte lo admiro, porque a mí se me ha caído mucho el pelo, y por otra parte no tiene más que tomar una enciclopedia para ver cómo el traje ha variado a través de la historia. Lo único que no ha variado, no se lo dije a aquel interrogador, pero se lo digo a usted ahora, es la desnudez humana. El hombre, desde los tiempos de los griegos al presente, desnudo es más o menos la misma cosa. Y tal vez no siempre, porque los griegos desnudos eran algo muy hermoso. .. Pero esas preguntas no me gustan... Que una vieja de mi edad sea partidaria de los pantalones, ¿qué importancia tiene?
—¿Por qué insiste en llamarse vieja, si lo que importa es la juventud cerebral?
—Bueno porque soy vieja. ¿O cree usted que con 88 años cumplidos una es joven?
—Fíjese que hay muchísimos ejemplos, como el de Churchill y tantos otros, que se consideraban jóvenes mentalmente...
—Bueno, serían muy indulgentes con ellos mismos.
—¿Cómo ve usted el porvenir inmediato de la Argentina?
—Como una época de mucha lucha. Creo que la aspiración al entendimiento común, a la colaboración, es una aspiración loable pero que no se va a dar. Nosotros acabamos de ver en Chile la coexistencia de una parte de la población que quiere una trasformación tremenda, y por otro lado subsistiendo una parte de la población que acaba por vencer porque tiene el fusil. ¿Por qué no vamos a pensar que nosotros tenemos también esa contextura social? ¿No lo hemos visto actuar en Paraguay, no lo vemos en Bolivia, en Brasil? ¿Por qué nos vamos a creer tan afortunados que podamos entendernos?
—Durante muchos años la Argentina fue un país privilegiado, no sólo en el contexto latinoamericano, sino en el mundial. ¿Por qué no puede volver a serlo?
—Ojalá.
—Usted es pesimista.
—Soy pesimista, desde cierto punto de vista, porque la hora mundial está en el pesimismo. Lo ve usted en todas partes. Fíjese usted en la actitud de la juventud mundial. ¿No es una actitud de lucha?
—Sí, pero a través de la historia la lucha ha existido siempre. Inclusive la violencia, a través de miles de años también ha existido. La violencia cotidiana, en muchas épocas, países e imperios era algo mucho más ostensible que ha que se ve ahora en grandes ciudades como Nueva York o Buenos Aires.
—No digo lo contrario, pero si usted le hubiera preguntado a uno de aquellos que vivía entonces cómo veía las cosas, ¿qué habría contestado?
—Pienso que hubiera sido pesimista.
—La vejez la vuelve a uno pesimista, y sin embargo, en esencia, yo creo ser optimista, porque tengo fe en el porvenir del hombre.
Armando Alonso Piñeiro

 

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Alicia Moreau de Justo
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