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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ


Los ingenuos colores de Buenos Aires
Anikó Szabó

Revista Mercado
21 de mayo de 1981

un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

 

 

La ciudad de Buenos Aires, más allá de la melancólica y dramática visión de los poetas del tango — probablemente tan justa como realista— ha motivado no pocas recreaciones fantásticas. Quinquela Martín, por ejemplo, reconociéndola en un islote inmigratorio al que cercó para siempre en un delirio de colores que no se ven; Aldo Sessa, fijándola en sus fotografías como a una ciudad silenciosa, sin gente, a la que podríamos confundir con París o Italia y también Anikó Szabó, la pintora "ingenuista" que muestra en su obra una Buenos Aires a la que es posible soñar pero difícilmente ver.
Lo de Anikó Szabó es un fenómeno interesante dentro de la plástica moderna. Sola, sin integrar ningún movimiento determinado ni siquiera entroncado a una carrera académica o de formación de bellas artes, generó en la ciudad el auge de la pintura naíve o ingenua, una pintura que hasta entonces únicamente era posible observar en obras centroeuropeas. "Me han etiquetado como pintora naíve aunque yo prefiero llamarme ingenuista" dice. O respondiendo a un interrogante sobre cómo un adulto puede desarrollar una temática infantil responde: "¿Usted cree verdaderamente que esto podría pintarlo un niño? Compruébelo".
Szabó es lo bastante conocida como para que cada vez que se sienta en una plaza a dibujar el paisaje que la rodea sea a su vez rodeada por un paisaje de niños y adultos.
"Me hacen las preguntas y comentarios más increíbles y encantadores desde decirme 'qué bien dibuja ese lápiz' hasta observarme que tal colectivo no pasa por la calle donde lo he dibujado o que aquel edificio en vez de catorce pisos tiene quince. Desde la aparición de sus primeras tarjetas hacia 1974, Szabó inició una carrera plástica que ella misma confiesa no haberse propuesto. Una carrera donde figuran sus trabajos como ilustradora de Maribel y Vosotras, su cargo de asesora artística de PADELAI, exposiciones en galerías y bancos, la multiplicación en posters y postales de muchos de sus trabajos y la próxima muestra que realizará en la galería Ficciones de esta capital.

Menuda, rubia, delicada, esta pintora que guardó en un cajón el título de arquitecta, se maneja en la charla con sencillez, casi con realismo: "Yo pinto así porque estoy contenta de pintar. Y si estoy contenta ¿por qué tengo que pintar una ciudad gris?". En su estudio de la calle Las Heras vecino al jardín botánico, al que curiosamente no conoce interiormente, recibe a MERCADO en un ámbito rarísimo para ser un taller de pintura: prolijo, pisos encerados sin la más mínima señal de color, paletas limpias hasta lo exasperante, lápices y pinceles colocados en lugares adecuados, cuadros que esperan ser exhibidos, y este comentario de Szabó acerca de su taller: "No puedo ver una pelusa fuera de su sitio porque me perturba. Sólo trabajo en el orden que yo misma fijo para mis muebles y elementos. Soy una obsesiva". Tratando de que la ceniza de un cigarrillo no cayese o importunase la charla ni que el fotógrafo arrastrase descuidadamente una silla por el piso encerado, pusimos el grabador y comenzamos la charla:
MERCADO -¿Cómo se inició esta moda de la pintura ingenua, qué había antes de usted, qué antecedentes?
SZABO —Creo haber sido la primera aquí en Buenos Aires. No se olvide que soy hija de húngaros, que nací en Alemania, que en Europa Central es donde la pintura naïve se ha mantenido durante siglos. Es probable que esa herencia haya crecido en mí. Cuando era chica dibujaba los sitios que me rodeaban o donde vivía. Después en la Facultad de Arquitectura seguí dibujando para mí estos motivos que ahora tienen tanta difusión. Recuerdo que mis compañeros, un poco displicentemente me decían que ya era grande para pintar esas cositas, que debía dedicarme a dibujar cosas más serias. Yo no podía. Entré y trabajé como ilustradora en revistas y diarios, me entrené en mi oficio y un día lancé mis primeras tarjetas con motivos de la ciudad.
MERCADO —Precisamente, esa ciudad que usted ve, que usted pinta contradice casi siempre todo lo que escriben o dicen los intelectuales que la cantan o la observan. En su Buenos Aires, Anikó, hay arbolitos de cuentos de hadas, colectivos simpatiquísimos, placitas donde hay más flores que gente, más colores que en una caja de pinturitas. ¿Podría explicar esta visión tan particular y a la vez explicar el por qué de su aceptación popular?
SZABO —Yo corrí el riesgo de no ser aceptada. La ciudad tenía ese estereotipo de tristeza y angustia que usted dice pero yo soy alegre y optimista cuando pinto. Así que mostré esta ciudad colorida, fresca, tierna. Y esto es lo que atrae a quien contempla mis trabajos: el optimismo. Creo haber incorporado una nueva imagen de Buenos Aires.
MERCADO —Un interrogante que suele plantearse a los pintores naïves o ingenuistas es cómo pueden pintar una temática o una atmósfera infantil desde la adultez.
SZABO —No hay que confundir infantil con lo que esta pintura tiene de ternura. Yo hago otra pregunta: ¿Ser tierno es propiedad exclusiva de un niño? Yo no creo que ningún chico pudiera pintar esto, como algunos con mala fe o por error han divulgado. Creo sí, que lo que tiene mi pintura en común con el mundo infantil es la ternura, la frescura, el candor de lo no contaminado.
MERCADO —Se aseguró que usted fue la primera expresión de este movimiento. ¿Cuáles son sus orígenes en el mundo?
SZABO —El ingenuismo se entronca con el arte primitivo de las cavernas. Pero también puede rastrearse en los trabajos artesanales folklóricos de aldeas y pueblos europeos. Trabajos hechos en cacharros, cerámicas, etc. Hace poco hemos visto las obras de artistas yugoslavos, dueños de una herencia que se trasmite de padres a hijos. Ellos no tienen una educación académica ni ortodoxa. Simplemente viven trabajando este estilo y han logrado la perfección que sólo se obtiene entrenándose. Porque no son las academias las que hacen a un pintor sino la pintura misma. Pero hubo también ejemplos como el del Aduanero Rosseau, a quien los académicos despreciaban. Es que el ingenuismo tuvo que defenderse de la marginación a que lo condenaban los académicos y ortodoxos. Recién cuando tuvo fuerzas logró resonancia. Por otra parte, hay una característica común a todos los pintores de esta escuela o movimiento, es que se hacen solos, son autodidactas.
MERCADO —Esa marginación a la que usted hace referencia ¿está apoyada en algún argumento por parte de quienes cuestionan?
SZABO —Dicen, lo mismo le decían a Rosseau, que lo naïve no guarda las proporciones. Yo en Europa vi uno de los más bellos trabajos: era un cuadro con un zorro grandote y alrededor la gente, tratando de cazarlo, que era muy chiquitita. En esa cacería estaba clara la alegoría: es muy difícil y peligroso cazar al zorro. Objetar las proporciones es casi estúpido, se podrían objetar otras cosas: si es o no mala pintura. Precisamente la irrespetuosidad hacia las reglas es lo que distingue a un pintor ingenuo.
MERCADO —Además hay otra característica, la temática: corresponde casi siempre a paisajes o ciudades. ¿Es así Anikó?
SZABO —Sí. En mi caso pinto siempre lugares donde he vivido o donde he pasado momentos importantes de mi vida. Belgrano R o la Plaza San Martín son mis preferidos. El caso de la Plaza San Martín es interesante: le gusta a casi todos. Siempre hay alguien que guarda un recuerdo de allí. Además la impresión, la visión de un pintor ingenuo lleva al contemplador a un paraíso perdido y ése es su secreto. Yo he pintado una Buenos Aires irreal para muchos pero real para otros que se han dignado a verla tal como podríamos verla si nos propusiéramos estar contentos alguna vez, un instante. Cierta vez una señora me objetó que yo nunca había pintado un barrio pobre o desparejo como Pompeya y que siempre pintaba barrios prolijitos. Yo le contesté que pintaba lo que más quería, lo que conocía y que a Pompeya todavía no había llegado. Lo que sí sé es que nuestros trabajos servirán como testimonio de un momento de la ciudad. Hasta es posible ver en ellos el pasaje de la primavera o el otoño. En ellos hay climas. Y en esta ciudad cambiante, ya voy notando que entre mis primeros cuadros de la Plaza San Martín y la actual edificación hay diferencias. La ciudad ha crecido y ya lo que se ve no es lo mismo.
MERCADO —Junto con usted, Szabó, hay otros pintores ingenuistas. ¿Quiénes son los más importantes a su juicio?
SZABO —Yo a través de mi cargo de asesora artística de PADELAI fui descubriendo todo un movimiento. El gato Frías, Franca Delacqua, Sergio Grass, Beatriz Porporato, Carlota Reyna, Hugo Teruggi, Susana Harsanyi, Anines Macadam, María do Nascimento Senna, Mercedes Colautti y Nicolas Rubio, son algunos de ellos. De todos modos somos un grupo que rara vez mantenemos contacto con otros pintores aunque los respetamos.
MERCADO —¿Qué significa es la última observación? ¿Que siguen manteniéndose aislados de resto de la plástica?
SZABO —Simplemente los pintores de otros estilos nos miran de reojo, impiden que podamos comunicarnos libremente con ellos Creo que hay celos, quizá lógicos porque la ingenuista es la pintura que más se vende en este momento. Yo he logrado vivir de ella. Mis tarjetas y posters y ahora mis cuadros tienen una cotización digna.
MERCADO —¿Cuánto vale un cuadro suyo?
SZABO —Oscila entre los 3.000 y 5.000 dólares.
MERCADO —Los pintores suelen temer la rutina, la repetición. ¿Cuál es su posición respecto a este tema?
SZABO —Mi temática es siempre la misma pero mi técnica no. Yo cambio permanentemente la técnica. Empecé con lápices y luego seguí con acrílico y ahora óleo. También creo haber conseguido un estilo más riguroso, más despojado que antes. Por otra parte veo mucha pintura y tengo preferencias entre los grandes: Botticelli, por ejemplo. Y entre los modernos me gustan los hiperrealistas.
MERCADO —¿Y de sus trabajos cuál prefiere?
SZABO —A la gente le gusta, sobre todo, el de Plaza San Martín. También uno al que la gente misma bautizó "Primavera" porque tiene muchas flores. Yo creo que todavía no pinté el que más me gusta. La ciudad es como un niño que crece y yo pinto momentos de ese niño. Me gustaría captarlo en un instante clave: justo en el momento en que su sonrisa está por convertirlo en adulto. 
Orlando Barone