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Las lágrimas prohibidas

 

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Al principio eran 500 personas que caminaban con reprimida ansiedad esas cinco cuadras de la avenida Las Heras que separan a Coronel Diaz de Canning, mientras la Policía desviaba los automóviles hacia calles laterales. Seis carros —dos de ellos hidrantes del tipo Neptuno y cuatro con tropas de asalto— completaban la vigilancia que ejercían agentes apostados cada 50 metros. Porque el homenaje estaba prohibido.
"¡Circulen, señores circulen!", instaban los vigilantes con voz gangosa, y los conjurados se movían al punto. Sólo Ana Tonaciuk y Josefina Merelles, del peronismo de Matanza, interrumpieron la forzada caminata, cobraron bríos para desacatarse: "¡Cobardes —gritaron a los policías—, temen a las mujeres!" Presurosa, la vecindad bajaba las cortinas de los negocios y se arracimaba en puertas y ventanas esperando los acontecimientos.
A las 17.5, desde la penumbra que amparaba la esquina de El Lazo y Cabello, a una cuadra de allí, brotó una columna que portaba un ramo de flores: era la Comisión de Homenaje a los Mártires del 9 de Junio, una organización formada por los ex combatientes de la infructuosa rebelión peronista de 1956, que dirige Raúl Tanco; el núcleo pretendía salvar los pocos metros que lo separaban de Las Heras y Salguero y colocar la ofrenda en el ángulo de la abatida Penitenciaría, el sitio donde se supone que fue ejecutado Juan José Valle, el líder de la subversión.
Como un rayo, toda la infantería policial se concentró en El Lazo: un piquete de lanzagases cumplió su misión; otros cargaron pisoteando las flores, y dispersaron al grupo con sus garrotes de goma. Pero el jueves pasado estaba allí el Diputado nacional Julio Antún: con voz tonante impuso el respeto a sus fueros, aunque no pudo impedir que un sector de los suyos (donde estaba Susana Valle, hija de la víctima) fuera rechazado hasta las cercanías de la Avenida del Libertador.
Con la tregua se alcanzó a ver también, nerviosos e impotentes, a Juan C. Cornejo Linares y Abraham Abdulajad, colegas de Antún en el bloque isabelista, y al Senador Lauro Ramírez. "En este país el único que tiene fueros es el contrabandista Cacho Otero", clamó Cornejo; Tanco, Haydée Pesce y Saturnino Funes —un miembro del estado mayor de Valle en 1956— completaban la partida.
Eran las 17.23 cuando los legisladores decidieron avanzar hacia el objetivo: por Salguero —rodeados de jinetes policiales— atravesaron Las Heras y treparon al terraplén que rodea el antiguo solar. Un grito se oyó: "¡Estos son los Diputados del pueblo!", y al segundo la policía fue rebasada con los viandantes que sortearon, a veces, los golpes de cachiporra para unirse con sus jefes. El clarín sonó y dos escuadrones montados convergieron.
Los peronistas que ascendían a la meseta tuvieron un segundo de calma —el necesario para depositar un ramo de claveles que conservó la previsora Haydée Pesce—, ya que los caballos no pueden trepar hasta allí; otros cayeron antes de llegar o cedieron ante el golpe de las fustas.
Pero en el segundo posterior arribaron refuerzos de la Guardia de Infantería, que se habían rezagado en El Lazo; fue cuando se vio caer a Cornejo Linares y una selva de bastones se abatió sobre los cincuenta manifestantes. Tanco resultó herido en una mano, César Faermann y Guillermo de Prisco, del Comando Delegado, pugnaban por evitar las lágrimas. Los gases cundían.
Entonces un pífano hizo sonar los cuatro primeros compases de la marcha peronista, en la esquina de Las Heras y Vidt, donde John W. Cooke en camisa y zapatillas (porque "en estos líos impiden los resbalones") presidia otro grupo: hacia allí marchó la Policía, pues los manifestantes ya se recomponían. Las pujas parciales duraron una hora más.
Al descender del montículo, Julio Antún mantuvo un agrio diálogo con funcionarios policiales: trataba de liberar al ex campeón argentino de box Gregorio Peralta, quien, en la refriega, había ejercitado sus dotes con algunos de ellos; lo logró. Ya entonces se procedía a desalojar las confiterías usando bombas de gases vomitivos.
De la trifulca no participaron ni dirigentes ni militantes vandoristas, y la explicación merece consignarse: "Usted sabe que nosotros somos sindicalistas de ideología peronista —dijo un influyente vocero del sector a Primera Plana—. Como sindicalistas no podíamos jugar la unidad de la CGT en un homenaje político. Como peronistas organizamos misas en sufragio de los caídos; pero ya no somos dirigentes sino vulgares militantes: hubiésemos colaborado si Isabel Perón lo hubiese pedido, pero no lo hizo".
La explicación fue descripta como un intento del vandorismo por aparecer imprescindible ante Isabel; pero también se anotó que ambos bandos peronistas esperan un golpe de Estado: si los isabelistas contribuyen a él creando el clima, los vandoristas, más duchos en su doctrina y conscientes de que ese golpe importará la disolución de todos los partidos políticos, pugnan por manifestar una dedicación exclusiva a la actividad gremial.
Un día más tarde, Susana Valle recordó que ningún otro Gobierno había prohibido los
homenajes a la memoria de su padre; en conferencia de prensa reveló también que una disposición policial impedirá, por algunos días, la presencia de particulares ajenos a la familia frente al sepulcro del militar.
14 de junio de1966
Revista Primera Plana