Revista Siete Días Ilustrados
27.08.1973 |
Poco amigo de recorrer el desván de sus memorias, el otrora popular
"Cantor de las cosas nuestras" rememoró los primeros, difíciles
pasos de su carrera artística, una actuación ante Perón y Evita y el
origen del legendario Rancho e' la Cambicha, un éxito de la década
del cincuenta, que le deparó fama y fortuna
La historia es absolutamente verídica: el rancho existía en Entre
Ríos y la Cambicha —una vieja de 67 años— empleaba a sus hijas
prostitutas en los bailongos de fin de semana". Nostálgico, aferrado
a una colección de espejos que reflejan su imagen hasta el infinito,
el cantante Antonio Tormo (55, un hijo) recordó en su lujoso
departamento del barrio de Belgrano el origen de El rancho e' la
Cambicha. De ese tema, cuando aún las formas actuales de promoción
discográfica no estaban tan desarrolladas, Tormo vendió —en los
primeros años de la década del 50—, más de tres millones de placas.
Se encontraba en el apogeo de su fama y entonces los fans que lo
esperaban en la puerta de Radio El Mundo debían soportar pacientes
plantones para llevarse su autógrafo como trofeo.
Ahora, el que fuera bautizado como El cantor de las cosas nuestras
está envejecido y se niega obstinadamente a reconstruir los primeros
pasos de su estrellato: pese a actuar en alguno que otro programa de
televisión, AT elude entrevistas periodísticas que evoquen,
precisamente, esa etapa de su trayectoria artística. Con todo, la
semana pasada hilvanó, frente a un redactor de Siete Días, los pasos
más destacados de su carrera.
SI SE CALLA EL CANTOR
El debut de Antonio Tormo se produjo en 1935, cuando participó en
uno de los frecuentes concursos que organizaba una radio de Mendoza,
su provincia natal. "Yo vivía en una pensión —recordó— y un
compañero de pieza, cantante él, me alentó a entonar algunas
estrofas. Y como entré a tomarle el gustito a la cosa, me largué.
Entonces formamos un conjunto de seis personas, que bautizamos La
Tropilla de Huachi Pampa, y nos presentamos.
—¿Nunca estudió música?
—Cuando intenté hacerlo con una guitarra me lastimé la mano en un
accidente y estuve dos años sin tacto. Después, me acostumbré a
cantar con acompañamiento. No necesité aprender las notas en el
pentagrama.
—¿Cuándo se produjo la presentación en Buenos Aires?
—Fue con La Tropilla, en septiembre de 1937, por Radio El Mundo. Con
ese conjunto ensayamos todas las combinaciones vocales posibles en
aquellos tiempos; dos dúos, un trío, un cuarteto y dos solistas.
Pero no iba: en 1942, nos desvinculamos por problemas económicos y
cada uno se fue por su lado.
—¿Y usted qué hizo?
—Yo tenía 25 años y abandoné el canto. Desencantado por eso me
marché a San Juan, a trabajar en los toneles.
—¿Toneles?
—Sí. Yo nací en Maipú, provincia de Mendoza; pero me crié en San
Juan, que también es una tierra de buenos vinos. Allí, cuando era
chico, aprendí en las bodegas el oficio de tonelero y a ese trabajo
volví entonces. No tenía ni un centavo y estaba pobre como un
linyera.
—¿Y cómo volvió a cantar?
—En Buenos Aires me di cuenta que eso de la radio era poco éxito y
muchas "liebres" (por lo del hambre, ¿se da cuenta?) y así le
escribí a mi novia (mi actual compañera) diciéndole que no quería
cantar más y que me iba. A instancias de ella, después que nos
casamos, comencé a cantar como solista en Radio Colón de San Juan y
más tarde, luego de una breve actuación en Mendoza, debuté en Radio
Belgrano de Buenos Aires acompañado por mis guitarristas. Era en el
año 1947.
—¿Y cómo nació el slogan de 'El cantor de las cosas nuestras'?
—Fue a comienzos de la década del 50. Yo trabajaba en Radio El Mundo
y Juan Casella, un ejecutivo de la agencia de publicidad Walter
Thompson, me bautizó así. Consideró que ese nombre aumentaría mi
popularidad. Y no se equivocó.
—¿Cómo era su relación con el público?
—Increíble. No podía salir a la calle, ir de paseo por ninguna
parte. Se amontonaban todos alrededor mío. En las mesas de las
confiterías, a las cuales yo iba de vez en cuando con Elena, mi
esposa, se producían unos tumultos que daban miedo. Era una locura,
se lo aseguro. Incluso, recuerdo que una vez un admirador fanático
pretendió que yo lo acompañara a un sanatorio, donde su mujer estaba
por dar a luz. Como era un capricho de su señora, pretendía que yo
estuviera presente en la sala de partos. ¿Se imagina?
CON LA FRENTE MARCHITA
Autor de más de 40 canciones, Antonio Tormo confiesa que siempre
tiene un músico a su lado: "Como yo no sé escribir las notas, le
tarareo la canción y él me la anota en el pentagrama". Así nacieron
Mis harapos, La mama vieja, El linyera —quizá su mayor éxito—, La
limosna, Dos que se aman y Flores para mi madre. Ahora, de vez en
cuando, los vuelvo a cantar". Mientras trina, con voz gastada, los
primeros compases de Dos que se aman, Tormo recuerda las giras que
emprendió: "Cantando recorrí medio mundo —dice—: Paraguay, Chile,
Perú y Colombia.
—Pero eso no es medio mundo...
—Es cierto. ¡Fíjese qué cosa! Cuando me quisieron contratar para
actuar en Japón, cayó el gobierno del general Juan Domingo Perón. Y
entonces, simplemente por la suba del dólar, no viajé.
—A propósito de peronismo: ¿Usted actuó delante de Perón o de Evita?
Sí. Fue en 1953 en el Luna Park, durante un festival. En esa
oportunidad el general Perón me pidió que cantara El rancho e' la
Cambicha y más tarde hizo palmas con el público cuando entoné 'La
jota cordobesa'.
—Algunos afirman que usted ganó mucho dinero pero que esa racha se
cortó después de septiembre de 1955. ¿Es cierto?
—Mire: aparte de mis épocas de tonelero yo viví siempre de la
música; por y para ella.
—Usted trabaja actualmente en televisión, ya que tiene un contrato
que lo obliga con Canal 11, ¿su cachet le alcanza para vivir?
—Ahora yo vivo de rentas. Todavía gano muy bien con los discos, las
regalías y con los temas que pasan los disc-jockeys de las radios.
Además nunca tuve problemas para cobrar en SADAIC, lo cual es una
tranquilidad. Incluso, con las autoridades actuales, los autores
criollos cobramos mejor y recibimos préstamos. Pero qué le parece,
también invierto dinero en la compra de casas, que arreglo a fondo y
luego vendo.
—Lo extraño de usted es que, como solista de canciones folklóricas,
muy rara vez apareció disfrazado de gaucho. ¿Por qué?
—No es necesario. Carlos Gardel solía vestirse de gaucho, pero no
por eso cantaba mejor.
—A propósito: ¿Conoció a Gardel personalmente?
—Sí, porque antes de morir cantó en San Juan. Yo por ese entonces
tenía 16 años. Y como la entrada al cine era muy cara, conseguí tres
pesos y compré una para, el "gallinero". Recuerdo que esos mangos me
los prestó mi mamá, sin que papá se enterara. Mamá me alentaba a que
cantara.
—¿Y su papá?
—No. El no. Decía que si me dedicaba al canto iba a ser un
atorrante.
—Volviendo a Gardel: ¿Lo vio una sola vez?
—Sí. Fue la vez que cantó en dos cines durante la misma noche: en el
San Martín y en el Cervantes. Yo fui a verlo en los dos lugares. Él
se presentó con smoking negro y cantó 5 temas. En ese entonces los
cines no tenían micrófonos ni amplificadores. Recuerdo que cuando
entonó las primeras estrofas de Silencio se olvidó la letra. Se puso
todo colorado y nervioso, pero el bache se salvó gracias a un
guitarrista que le sopló el verso.
—¿A usted no le pasó nunca una cosa así?
—¿Sabe que sí? Pero cuando alguien me lo recriminó yo le recordé esa
actuación de Gardel. "Si a él le pasó —decía yo—, ¿por qué no me
puede pasar a mí?" Era razonable, ¿no le parece?
—¿Por qué usó siempre smoking para cantar sus canciones gauchescas?
—Eso empezó en Colombia al comienzo de mi carrera, mientras yo
actuaba en la boite As de Copas. En esa oportunidad el empresario me
aconsejó que cantara vestido de smoking y que desechara de mi
guardarropa los trajes de gaucho. Como era más fino pensó que a la
gente le gustaría y así fue.
—¿Y qué hizo con esa ropa gauchesca?
—Nunca más la volví a usar. Tenía cuatro equipos completos y como
estaban casi nuevos, se los vendí a Horacio Guarany en 80 mil pesos.
Los dos hicimos negocio.
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