Revista Periscopio
03.03.1970 |
"Solidaridad total con el movimiento", rezaba el telegrama que en la
primera semana de mayo de 1919 recibió, emocionado, don Ángel
Daduccio, el flamante secretario general de la Asociación Argentina
de Actores, fundada dos meses atrás. El despacho provenía de Cosquín
y estaba firmado por los socios que, en las serranías cordobesas,
reparaban sus pulmones averiados por la tuberculosis.
La solidaridad con la primera huelga de cómicos en la historia del
teatro argentino tenía su razón de ser: la implantación de la
sección vermut elevaba la jornada de trabajo a 12 horas por día,
contando los ensayos, y perjudicaba sobre todo a los apuntadores,
las primeras víctimas del bacilo de Koch, verdaderos galeotes,
obligados a hundirse en su estrecha sentina durante penosas
jornadas, donde absorbían el polvo levantado por las idas y vueltas
de los actores.
Hoy como ayer, los apuntadores sindicalmente se nuclean en la
sociedad actoral, aunque el destino, como el de sus colegas, ya no
es tan trágico. El circo criollo, de donde salía la mayor parte
hasta hace 25 años, ha desaparecido, y el teatro casi no necesita de
ellos (a veces, un discreto traspunte alivia las lagunas producidas
por los nervios dando el píe salvador), sin embargo, la raza de los
sopladores no se extingue. Más bien, sufrió un nuevo avatar: gracias
a la tecnología, sus integrantes se han refugiado en la televisión,
desde donde siguen practicando un oficio tan antiguo como el arte
escénico.
"La verdad es que yo dejé el teatro porque en la tv, sin mucho
esfuerzo, se gana más", afirmó linfáticamente a periscopio el
entrerriano Ángel Maidana, 65, soltero, puntal de actores en el
Canal 11 desde hace ocho años y pionero en el ramo: su primera
"apuntación" tuvo lugar en el 7 a los pocos meses de fundarse, en un
programa de Eva Franco escrito por Florángel Ortega.
Los pasos iniciales en el oficio los dio Maidana en 1927, con Pepe y
Antonio Podestá, en una gira cuyo repertorio incluía La piedra del
escándalo y La chacra de don Lorenzo, de Martín Coronado, y La ley
oculta, de Martínez Paiva ("a la que más tarde la rebautizaron como
El jagüel del diablo, y todavía no sé por qué".
Aunque jamás hubo una escuela donde se enseñara el arte de apuntar,
el semillero del gremio, según el memorioso veterano, hay que
buscarlo en el circo y también en los "maestros" españoles que a
principios de siglo iniciaron en las reglas del juego a las actuales
generaciones.
Si bien la TV ha elevado el nivel de vida de los sopladores, el
oficio ha terminado por mecanizarse. "El teatro era más cálido
—añora lánguidamente Maidana—; sentíamos en las espaldas las
reacciones del público y participábamos de los nerviosismos,
congojas y alegrías de los que circulaban por el escenario."
"Prefiero que no se diga nada sobre los bolos", previene Oscar
Martiarena, 40 años, casado, 2 hijos, quien después de guiar las
amnesias de Adolfo Stray en una grabación de Don Jacobo en el Canal
9, insume abundante cerveza. El tema de los aranceles es el mayor
tabú dentro del gremio, quizá porque una divulgación exagerada
derrumbaría prestigios o dejaría al descubierto algunas
mentirijillas.
Sin embargo, una investigación no tan sutil descubre varias cosas:
hay un convenio con Actores donde se fijan los mínimos niveles de
pago, horarios y categorías. En primer lugar, debe especificarse si
un soplador interviene en programas "unitarios" o en "tiras". Los
primeros, como Domingo 70. donde Maidana trabaja actualmente, son
los mejor remunerados, "porque, lógicamente, son los menos" (cuatro
por mes). En cambio, las tiras que se pasan de lunes a viernes
tienen un arancel distinto. Así, por ejemplo, por "soplar" en un
programa media hora, el apuntador recibe entre 3.500 y 4
mil pesos viejos. En los programas de una hora, en cambio, se puede
pasar la barrera de los 7.000, mientras que las tiras hacen
descender el mercurio hasta los 3.700 maravedíes obsoletos.
Tales emolumentos sirven no sólo para vivir; también, para compensar
otras pérdidas: "Después de cada grabación —afirma Martiarena— se
pueden rebajar hasta dos kilos de peso, pues no sólo se corre de una
parte a la otra para evitar entrar en cuadro, sino el calor que
llueve desde los focos, spots y lámparas deshidrata tanto como un
baño turco o un sauna finlandés".
EL ACTOR Y SU SOMBRA
Que un apuntador u otro participe o no de un programa, depende de
los ejecutivos de las oficinas de contratación de los canales y, en
algunos casos, de los productores. "Aunque ahora hay mucha gente
nueva en el oficio —desliza Martiarena— Contratación trata de
favorecernos por igual: nadie es importante, como antaño, en que
algún capo cómico no actuaba si no sabía que en el hueco estaba su
"susurrador" favorito, conocedor de sus debilidades y de sus
trucos." Y da un ejemplo: Parravicini viajaba a todas partes con un
apuntador y no podía trabajar sin "su sombra".
Aunque la tv haya cambiado la relación entre actor y soplador, sin
embargo repite el viejo esquema del teatro por secciones. "Como
antaño —dice el veterano con un dejo de orgullo herido—, no hay
tiempo material de estudiar bien el libreto: una comedia por semana,
con cuatro ensayos bravíos, puede destrozar los nervios del mejor
actor y del apuntador más eficiente. Algo así ocurría a principios
de siglo, cuando se estrenaban tres obras de teatro por semana." Y
añora los buenos tiempos, donde 500 representaciones no sólo
aliviaban la tarea del hombre de la escotilla sino "que hasta los
ratones se sabían la pieza de memoria".
Tanto en el teatro como en la TV, el punto de honra del encargado de
"dar letra" consiste en que no se lo oiga. "En la TV es más grave,
porque cuando el actor se convierte en el eco de su segundo, ya no
es posible ninguna magia", afirma. Y despotrica contra los actores
sordos, culpables de que muchas veces el espectador escuche la pieza
o la tira por partida doble.
"Siempre he sido actor", enfatiza Antonio Alemany, 41, soltero,
mientras trabaja en la parte Nº 5, rollo Nº 763, de la grabación El
patio está de verbena, que salió al aire el día 17 por el Canal 7
(operador: Marcelo Obando, con máquina 1200/2).
Carita de ángel, o simplemente Carita, un apodo que Francisco
Petrone le colgó hace 20 años, niega que el circo haya sido la
primera escuela de apuntadores. Al menos, en su generación. "Yo
llegué a tener mi propia compañía teatral, después de haber
trabajado con Paquita Bustos, Pepe Ratti y Malvina Pastorino —se
enorgullece—. Después, envejecí y las cosas cambiaron." Como la
tarea de apuntar era una de las tantas que cumplía en su elenco
propio, Alemany, al "no poder seguir haciendo papeles de galán",
decidió profesionalizar sus artilugios y radicarse en el Canal 7,
donde llegó a ganar hasta 500 mil pesos de los antiguos por obra y
gracia de 3 tiras de una hora cada una, dos programas los sábados y
domingos de 2 horas y las repeticiones.
Sin embargo, Alemany no ha cortado lazos con su viejo amor, el
teatro: los ensayos de Mamy, con Beatriz Bonet (dirección de Román
Viñoly Barreta) en el Cómico, le llevan toda la noche a partir de
las 22. De 8 a 14 graba en el Canal, y ambas actividades le reportan
200 mil pesos antiguos, de los cuales 60 mil corresponden al
escenario.
Pero niega rotundamente que la profesión se haya infectado de
"paracaidistas" advenedizos: "Hay que tener antigüedad para ser
reconocido por la Sociedad de Actores —pontifica— y la debida
experiencia para poder trabajar bien".
La experiencia lo ha provisto de ciertas normas personales: "Cuando
el actor es medio duro de oído hay que darle toda la letra y no el
pie, es decir, el comienzo. Ser duro de oído no significa ser un mal
actor. Para no salir al aire con lo apuntado es mejor gesticular el
texto que susurrarlo".
OFICIO MUDO
Hace diez años que trabaja en el Canal 13, aunque ha incursionado
por otros: Rafael Heredia, gitano, una tira que el año pasado se
derramó por el 11, lo llena de orgullo, Eduardo Pena, 35, ahora debe
lidiar con los actores de dos ciclos diarios: Tomasa, la de San
Telmo y Una vida para amarte (Elizabeth Killian, Germán Krauss,
Gabriela Gilli y Sebastián Vilar). "Las tiras —asevera— son una
verdadera tortura para los cómicos; en cambio, una obra completa es
más llevadera y permite una memorización más cuidada." Los
espectáculos musicales y de entretenimiento, por su parte,
martirizan más a los apuntadores que a los artistas, por el
despliegue escenográfico las escenas simultáneas, el juego de
cámaras y la colocación de los micrófonos. "A veces —se envanece—,
una sucesión de primeros planos me impide dictar la letra. Entonces
recurro a una serie de señas y gestos, un verdadero lenguaje de
sordomudos cuyas claves sólo las conocemos yo y los intérpretes que
trabajan conmigo."
El arte de susurrar sin ser oído lo conoció Pena cuando don Oreste
Caviglia lo invitó a trabajar con Inda Ledesma, Milagros de la Vega
y Ernesto Bianco, en Gente de Teatro Asociada: su record mayor
fueron las 300 representaciones de 'Mi querido mentiroso'.
Si se le pregunta por otros secretos de su arte, pontifica: "Todo se
reduce a brindar al actor el apoyo necesario. Cuanto mayor es la
distancia más problemática es la intervención del apuntador. En tv.
la mesa de sonido, en el control central, puede llegar a borrar la
voz del apuntador, pero la voz no es todo: a veces la presencia del
hombre que tiene el libreto en la mano basta para evitar el 'trac'
". Y da como ejemplo a Martha González, a quien, después de trabajar
con Pena cinco años, le basta una mirada de éste para recuperar la
memoria perdida por los nervios.
"En los casos de una tira de media hora —especifica—, hay 23 minutos
de grabación divididos en tres bloques. Si el actor se pierde y se
adelanta, basta una palabra clave para que vuelva al diálogo y reine
el orden otra vez. La ciencia consiste en saber cuál palabra en cada
bocadillo tiene afectos terapéuticos."
En el teatro, las técnicas son otras. Durante los ensayos llamados
en seco ("cuando los actores no tienen aprendida del todo la letra")
hay que apuntar fuerte y sostenido. Lo mismo ocurre en el primer
ensayo de TV, pero más tarde basta apenas un bisbiseo, que puede
subir de tono, según los casos.
Se duele Pena de que el trabajo de apuntador, en la tv, quede
siempre en el anonimato, aunque recuerda que en los primeros tiempos
los créditos incluían a los intérpretes invisibles. "'Pero más
anónimo podría llegar a ser nuestro trabajo —se espeluzna— si se
utilizara, como en Europa y en los Estados Unidos, el llamado
apuntador electrónico: desde la cabina del director, un empleado
acciona un carrete sobre el cual se encuentra grabado el texto, de
acuerdo con las indicaciones que va recibiendo del director por un
par de audífonos."
En el país, el sistema se probó hace un par de años, pero no llegó a
implantarse. Pena cita las causas: la mayor rapidez con que se hacen
las cosas en la Argentina y, sobre todo, la necesidad que el actor
tiene de ver, más allá de la cámara, un rostro amigo y
tranquilizador.
TAMBIEN LAS MUJERES
"Mi marido es apuntador en este mismo Canal", se ufana doña Leonor
Viera de Cortese, 54, sin hijos ("que puedan heredar mi oficio"),
quien disputa el liderazgo femenino en un oficio tan insólito como
desconocido. Su marido es un recién llegado a la TV, "aunque no se
puede hablar de veteranos y novatos en un arte que nació, en la
Argentina, recién en 1952".
Como Alemany, del Canal 7, la señora de Cortese también fue actriz.
Por los micrófonos de LR3 Radio Belgrano hizo derramar abundantes
lágrimas al país entero en casi todos los episodios de 'Chispazos de
tradición', un novelón campero de González Pulido que parecía no
terminar nunca.
Hasta 1960 pensó que podía seguir siendo actriz. Ese año, un ciclo
de Jorge Salcedo por el Canal 13 la convirtió "en la primera
apuntadora de la televisión argentina", como ella se presenta. La
segunda, según la Cortese, fue la cuñada de Sabattini, introducida
en el oficio tres meses después. Tal aseveración es discutida por
otros colegas suyos, quienes recuerdan que también Juanita Martínez
anduvo por el arte de susurrar entre las cámaras.
En el teatro, "sopló" a Raúl Rossi en el Smart, y a Iris Marga y
Santiago Gómez Cou en el Odeón; pero desde que ancló en el Canal 11
no ha vuelto a circular "entre cajas", quizá por las diferencias que
existen entre el teatro y la TV. Esquivando un decorado rodante,
Cortese divide a los actores en dos grupos: los que engranan cuando
se olvidan si se les dice una palabra clave, y los otros, "aquellos
que si no se les dice la letra exactamente, no arrancan para ningún
lado". Entre los primeros ubica a Rodolfo Salerno, y entre los
segundos a Atilio Marinelli.
"Aunque ser apuntadora es algo así como revivir los años de teatro
que no volverán —suspira la Cortese—, el teatro no reemplazará a
ningún sucedáneo." Es que tal vez los apuntadores no sean otra cosa
que actores invisibles, intérpretes que han perdido su rostro para
siempre.
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Apuntador en acción
Susurrador Alemany |
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