Aramburu
¿Otra vez presidente?

—Dígame, Ministro, ¿es cierto que cuando Alsogaray desplace a Onganía, pondrá a Aramburu de Presidente?
El Ministro, mientras dejaba sobre la mesa una copa de whisky, sonrió; después, prefirió ponerse serio y responder a su contertulio:
—¡Cómo puede usted creer semejantes invenciones!
No son pocos, sin embargo, quienes las creen. Esto es, quienes creen que Pedro Eugenio Aramburu puede desembocar en la Casa Rosada, por segunda vez, en el momento menos pensado. Entre ellos se cuentan media docena de generales de brigada recién ascendidos, un grupo de líderes civiles, el mismísimo Aramburu y su alter ego Bernardino Labayrú.
Fracasadas sus acometidas posteriores a 1955 para ejercer la Presidencia, y dada la crisis política en que navega el Gobierno, Aramburu ha decidido presentarse ahora como el hombre de la Transacción, una especie de Charles de Gaulle argentino. Si este esquema parece sólo un castillo de arena, no lo son, en cambio, los movimientos que el general efectúa, en las últimas semanas, en busca de los apoyos necesarios como para asegurarse un sitial del que parecía haberse olvidado definitivamente después de su derrota en los comicios generales de 1963.
Así, a los 65 años, Aramburu atesora su tercera tentativa por atrapar un poder que abandonó en 1958 en manos de Arturo Frondizi, quien acababa de ganar la elección presidencial con el consentimiento de los peronistas; Aramburu se reservaba un modesto retorno a la vida cotidiana, a su casa de Montevideo al 1000, nimbado por aquella promesa cumplida: "Ni un minuto antes, ni un minuto después". Prestigio razonable, si se tiene en cuenta que es un militar y que fue ungido por un
régimen defacto que le podía tender la más transitada de las tentativas, la de perpetuarse en la Casa Rosada.
El primer intento de PEA se vislumbró con la caída de Frondizi, en marzo de 1962; surgió allí como mediador entre el Presidente y las Fuerzas Armadas, y como presunto candidato a cubrir un vacío colmado de nubarrones (la lucha por el poder entre generales de turno, la anarquía, quizás, y el seguro descrédito ante el exterior). Esa esperanza creció inútilmente, porque quien ingresó a la Casa Rosada fue un modesto abogado, el entonces Senador José María Guido, que juraba en la Corte Suprema de Justicia y desbarataba una irrupción militar que estuvo a punto de ceder la Presidencia al temperamental Raúl Poggi.
La segunda tentativa fue una franca incursión política, precedida por un viaje al exterior, por encuentros con el difunto John Kennedy, con Charles de Gaulle, la Reina Juliana de Holanda y una visita al Vaticano; en ese periplo, Aramburu destilaría una reflexión: "No me apresuraré a ser Presidente en las elecciones de junio de 1963; mi aceptación de la candidatura dependerá de los acontecimientos internos en mi país". Aramburu había montado su partido, Unión del Pueblo Argentino, y atraído al binomio las aspiraciones vicepresidenciales del periodista entrerriano Arturo Etcheveheré, desplazable sin problemas para el caso de que los radicales del Pueblo aceptaran una alianza previa a las decisiones de los Colegios Electorales. Con alguna habilidad, Arturo Illia arguyó: "Para aliarnos tendremos tiempo en el Colegio Electoral, después que se conozcan los resultados"; radicales y aramburistas temían que un alud de votos del peronismo llevara a postular la candidatura de Onganía, y la consagrara. El tercer intento, en cambio, forma parte de un proceso que se abrió en las últimas semanas: Aramburu convocó a sus oficinas de Cangallo al 1600, donde funciona el CEFES (Centro de Estudios Políticos, Económicos y Sociales), al ex Canciller Jerónimo Remorino, flamante Delegado personal de Perón; a Frondizi y al notorio emisario de Balbín, el ex Diputado Nacional Arturo Mor Roi; les propuso un plan de tres puntos:
• Declaración de estado de asamblea de los partidos y un plazo improrrogable, de un año, para reorganizarse; al cabo de ese tiempo, otro espacio de seis meses o un año para convocar a elecciones de Presidente, por vía constitucional.
• Mantener los lineamientos de la política económica según el programa del Ministro Krieger Vasena, pero con distensiones (aumentos de sueldos y renovación de los convenios de trabajo con márgenes prudentes).
• No intervención en el proceso sindical, permitir el desenvolvimiento de la dicotomía cegetista, aunque regulándolo, sin tolerar excesos.
De acuerdo con este esquema, Aramburu sustituiría a Onganía, actuando como Delegado de los tres Comandantes en Jefe.
Los políticos, sin duda realistas, preguntaron a PEA con qué apoyos militares contaba; aquí, el anfitrión se mostró reservado, pero quedó en claro que su confianza estriba en un esquema como éste: para el caso de que llegue a producirse una, situación de vacío, consecuencia de la convicción de que Onganía es relevable, la única forma de salvar el prestigio del país en el exterior derivaría de su postulación. "Soy resistido, personalmente, por muchos militares, cosa que no se me oculta; pero en conjunto, frente a la falta de alternativa, en el momento de alguna decisión no habrá dudas sustanciales", argumentó Aramburu.
Se le atribuyen otras frases; por ejemplo: "El país no puede volar por encima de sus hombres. Hay que ser realistas y buscar el concurso de los políticos que tenemos, de los dirigentes obreros que están en el escenario, de los sectores de la producción que conocemos". Otra: "Yo no culpo a Onganía; pienso que a él le han dado tres teoremas que no debieron plantearse; personalmente no creo que él no los sepa resolver".
Hacia mediados de abril de 1967, Aramburu conversaba off the record con Primera Plana en un balance de los problemas nacionales y de las posibles soluciones; lo más saliente:
• Es cierto que los dirigentes argentinos de los últimos diez años carecieron de aptitud para imaginar y para concretar el retorno del país a la economía mundial interdependiente, de altos niveles de inversión y basada sobre el gasto masivo. Es cierto que los partidos políticos están totalmente desprestigiados y que nadie vuelve a ellos, pero también es cierto que no se puede subordinar la política a la solución del problema económico.
• Yo creo que el Gobierno de Onganía tiene que hacer algo para ir construyendo nuevas fuerzas políticas: destruyó a las existentes y, sin embargo, no hace nada para elevar otras nuevas y marchar junto a ellas hacia una salida institucional. Porque sólo un Gobierno institucional es capaz de recabar la ayuda extranjera y reincorporarnos al concierto mundial. Otra cosa: los gremios no son obligatoriamente perturbadores. Al contrario, en los grandes países de Occidente juegan un rol imprescindible en el renglón de la producción.
• El Gobierno debe ser sólido y coherente. Las contradicciones se advierten en el extranjero. Hay un equipo económico, liberal, y un equipo político con mentalidad medieval que ha disuelto los partidos, y ambos términos chocan. Al margen de la bondad de sus hombres, un Gobierno defacto es un 'capitis diminutio' total para integrarse en el mundo moderno.
Las tentativas políticas de Aramburu suelen estar precedidas por silencios tácticos; sus amigos conocen la paciencia del Vasco para hilar la trama sin estridencias. Durante el frondicismo salió a la palestra una vez, quizá temeroso de plegarse a la campaña gorila que forjaba la oposición sobre el caballito de batalla del pacto Frondizi-Perón; fue para objetar el menguado Presupuesto dedicado a los docentes, y Alvaro Alsogaray, por entonces Ministro de Economía, respondió en tono amistoso y didáctico, con una explicación sobre las limitaciones financieras.
En cambio, sus críticas fueron frecuentes y duras durante la etapa radical del Pueblo: criticó entonces la política "dirigista e inflacionaria"; clamó, en 1965, por un Frente de Coalición; anunció, ese año, la perspectiva de una intranquilidad, presuntivamente militar, y postuló la creación de un Consejo Económico y Social. "La incorporación de un CES corregiría el déficit de representatividad de la institución parlamentaria. La identificación que suele hacerse entre dicho instituto y un determinado tipo de política económica no liberal, y el temor de que el mismo se concrete o sea directamente el instrumento del dirigismo estatal, es completamente infundada", pontificaba PEA.
Cada vez que Aramburu detectó algunas incertidumbres políticas, ensayó el escapismo de los viajes; su silencio, después del 28 de junio de 1966, tiene matices antológicos; para amurallarse en él aprovechó una visita, en noviembre último, en Francia, a su hija Sara, a sus dos nietos y a su yerno, Werner Bughart, Cónsul General de la Argentina. Sin embargo, mientras estaba ausente, halló en el radical Ernesto Sammartino un vocero nada tímido: "Aramburu sería la figura ideal para un eventual período de transición en la Argentina, acompañado por la conjunción de los partidos democráticos en torno de un gran programa constructivo y renovador", proclamó Sammartino, desde Montevideo.
Para PEA, propulsor de una fuerza política centrista, siempre hubo algo que procuró borrar, o por lo menos diluir su arribo a la Presidencia, después del putsch, del Vice liberal Isaac Rojas, que devoró al Jefe de la Revolución Libertadora, Eduardo Lonardi, un moderado que había hecho flamear la consigna "Ni Vencedores ni vencidos". Rojas personalizaba el antiperonismo ultra, y Aramburu, con la esperanza de suceder a Frondizi por elecciones, no podía menos que temer la confusión: de ese temor datan sus relaciones con dirigentes peronistas, sobre todo sindicales (al metalúrgico Augusto Vandor suele ubicárselo entre los contertulios).
El viernes 10, los políticos del entourage de PEA argüían que "jamás aceptará llegar al Gobierno condicionado"; el supuesto partía de la base de que tendría que someterse a algunas premisas que lo distanciarán de sus amigos militares colorados; de cualquier modo, esas salvedades podrían ser también el síntoma de que la tercera tentativa de Aramburu, quizá más distanciada de la realidad imperante que las anteriores, quizá sometida a un esquema que los políticos se empeñan en movilizar para él, se ha debilitado o, simplemente, no está madura.

La política full-time
¿Se puede avasallar la realidad con un esquema? El ideólogo Rogelio Frigerio, en un trascendental artículo para Clarín, sostuvo, el 5 de mayo, que las contradicciones de ,La Revolución Argentina derivan de que no ha cumplido "la etapa de transformación económica y está amenazado [el Gobierno] por una crisis política que se manifiesta en lo que es de público dominio: una conspiración que enarbola la gastada bandera de los golpes reaccionarios de nuestra historia contemporánea, la bandera de la restauración liberal republicana. Sabemos, por inveterada experiencia, que estas reivindicaciones seudodemocráticas desembocan siempre en la implantación de una democracia mutilada".
Frigerio hace un recuento de peripecias —cierres de fábricas, contracción del mercado, sobre todo para la industria automovilística, reducción de los créditos bancarios— para abonar la conclusión de que "el país está más estancado y atrasado que hace dos años"; pero reivindica a Onganía: "Si es cierto que este cuadro satisface los intereses del monopolio internacional, también es verdad que lo alarman algunas decisiones valientes del Presidente de la Nación".
Son éstas: 1) Veto al Convenio de la U.A. Steel con Acindar; 2) Resolución de construir la central nuclear de Atucha sobre la base de uranio natural, producido en el país, en lugar del uranio enriquecido que debe ser importado; 3) Tentativa de liberarse; de la tutela del Pentágono en la provisión del material bélico para la defensa; 4) Pronunciamiento en favor del desarrollo previo de la Argentina y contrario al esquema colonialista de la división regional del trabajo.
El Jueves 9, en Cangallo al 2300, reducto de su Centro de Estudios. Arturo Frondizi agotaba en una charla con un grupo de dirigentes juveniles del MID, del barrio de San Telmo, su cuota de seis horas diarias dedicadas a las visitas de correligionarios; a ellos les repitió las reflexiones de Frigerio, internado en el Sanatorio Finocchietto, el viernes 3, para una intervención quirúrgica en la columna: "Ha terminado el idilio del 28 de junio; ahora hay que enfrentarse a los problemas económicos y sociales cada vez más agudos, y para resolverlos es imperativo que el Gobierno adopte la línea nacional. No hay ninguna otra salida".
En la plática, Frondizi desmenuzó otro análisis: "Después de los enfrentamientos de 1962 y 1963, los azules y el propio Onganía salieron con fuerza militar, pero débiles políticamente. Lo que se repite ahora es la divisoria de entonces entre los sectores retrógrados, liberales, antidesarrollistas, y el nacional. No hay dudas de que prevalecerá el sector nacional; en cuanto a lo del Ministro Borda, es algo episódico". Desestimó Frondizi, además, un futuro Gabinete mixto con aramburistas.
Entretanto, en Rivadavia al 800, en un estudio jurídico del primer piso, los radicales del Pueblo congregados por Ricardo Balbín tramaron un Documento, el martes 7, para esclarecer una supuesta confusión: la que les atribuye encuentros con Aramburu y complicidad con un golpe militar liberal; debía firmarse esa noche, pero, como en los tiempos del comité, se prefirió dejarlo en hibernación hasta el viernes, día en que se acordó otra prórroga; entretanto, Balbín vaticinaba que "no habrá novedades de bulto hasta dentro de 15 ó 20 días".
Menos dudas acosaron a Arturo Illia; el semanario Marchar, de Guillermo Patricio Kelly, publicaba el martes un reportaje a Illia en la residencia de su hermano Ricardo, en Martínez; las respuestas parecen apócrifas porque no se acomodan al lenguaje mesurado del ex Presidente: "Se afirma que en su nombre se ha sellado o se va a sellar un pacto con Perón". Illia: "Es falso, quien dice eso olvida que yo no consiento inmundicias". "¿Cree Ud. en la formulación de una nueva Unión Democrática?". "Esa es una mala palabra, joven. Eso sí que es mirar para atrás/' "¿Conoce Ud, al doctor Marcelo Sánchez Sorondo?" "Quedamos en hablar de cosas importantes, ¿no fue así?"
Las respuestas resultaban comprometedoras para el Comité Nacional, pero las rápidas consultas telefónicas que se hicieron a Martínez no consiguieron arrancar a Illia nada concreto; le preguntaban por el reportaje pero él hablaba distraídamente del estado del tiempo.


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Pedro Eugenio Aramburu
Aramburu

Consejos y admoniciones
El viernes, la Federación Nacional de Partidos de Centro daba a luz una Declaración prometida a fines de marzo: 15 carillas borroneadas por Carlos Aguinaga; un tratado, más bien, según
ironizó uno de los dirigentes que discrepa con el oficialista Emilio J. Hardoy, cuya influencia sobre los prohombres conservadores no parece ceder.
El leve documento consigna que no se cumplen las previsiones del Anexo 3 del Acta de la Revolución Argentina, y después de prolijas citas de Onganía y Borda, recae en algo sobre lo que ya abundaron los empresistas amigos de Alvaro Alsogaray: no se advierte una salida institucional clara; esas manifestaciones desorientan, "salvo que respondan a razones o tácticas por convicción totalitaria, que aconsejarían no hablar claro en este tema". En lo económico, "no se advierte el necesario dinamismo", y en cuanto al porvenir inmediato "hay angustia por una nueva frustración".
El Socialismo Democrático, que congregó a las federaciones en un plenario, bucea las causas de las contradicciones del Gobierno "en la ambivalencia del Comunicado 150" (de los militares azules, en abril de 1963, que proyectaba una salida de unidad nacional superando el dilema frente al peronismo). Ahora —abonan los socialistas— el Gobierno resulta prisionero de tal esquema de artificiosa bi-polaridad, y el esquema termina por ser causa principal del descrédito del Gobierno.
Menos inofensiva fue la Declaración del Secretario General del Movimiento Nacional Justicialista, Jorge D. Paladino, el martes, a propósito de los actos del 1º de Mayo; es una apología de la CGT de Paseo Colón, pero lo más avanzado es la exhortación final: a confundirse todos los peronistas en una Santa Alianza con la oposición, para derrotar y repudiar la política gubernista; el Documento recreó la semana pasada las iras del grupo político heterodoxo, afincado al vandorismo, que promete una respuesta (Antonio Cafiero, Rodolfo Tecera del Franco, Delia Parodi) con el título "Acá estamos nosotros", para condenar aproximaciones que podrían evocar sin mayor dificultad la Unión Democrática.
El viernes se confiaba en la diplomacia de Remorino para acallar al sector político; en la misa del martes 7 en la Inmaculada Concepción, en Belgrano, por el natalicio de Eva Perón (hubiera cumplido, la difunta, 49 años), Remo se confundió en abrazos con todos, menos con el ex Delegado, Bernardo Alberte, a quien rodeaban algunos exponéntes de la Juventud Peronista; esa adhesión tal vez le preocupaba menos al ex Canciller que las imputaciones policiales, derramadas desde la Seccional 15ª, el mismo martes, que complican a Héctor J. Spina, un amigo del gremialista José Alonso, y otros militantes peronistas o no (Arístides Bonaldi, Pedro R. Zarate, David Anaya Martínez, Carlos A. del Río, Valentín Luco, Jorge C. Menna, Adolfo Silenzi de Stagni —de 23 años, hijo del abogado y economista nacionalista—, Elena Campos y Marta E. Cerrano) en hechos delictivos como el asalto al Banco de Llavallol.
Para la Policía son delincuentes comunes: curiosamente, descarta que se trate de una célula terrorista, tal vez con el prepósito de hacer más severa la condena. Otro tropiezo para Remorino proviene de un cisma que se ha creado en la Comisión Nacional Pro Retorno de Perón, fundada un mes atrás en Montevideo por el Delegado Pablo Vicente; aparece un grupo, capitaneado por el Diputado Nacional Edgar Sá, que sigue fiel a las instrucciones de Vicente, y otro que secunda a aquél, encabezado por Ángel Ponce; Sá renunció la semana pasada y Ponce pidió licencia.
La comisión tenía por finalidad mantener relaciones secretas con el sector católico del Gobierno y desplegar una campaña de "unión y pacificación nacional" con el pretexto retornista; para el Delegado en Buenos Aires, la Comisión es inoperante, sin ninguna atribución.
Mientras tanto, el documento nacionalista (Mensaje y Programa del Movimiento de la Revolución Nacional), que se dice firmado por Marcelo Sánchez Sorondo y Carlos Caro (las firmas no figuran), recorre las guarniciones en copias mimeografiadas —nueve carillas— en busca de acólitos.
14 de mayo de 1968
PRIMERA PLANA

 

 

 

 

 

 

Frigerio
Frigerio

Remorino y Paladino
Remorino y Paladino

Illia
Illia

 

 

 

 

 

 

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