Archivos
Los que envasan la Historia

 

Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

OTRAS CRÓNICAS NACIONALES

La nueva caballería
El diario de Timerman
Radicales: que no se rompa que no se doble
Music-hall:los porteños aprenden a cantarse
La unión de los democráticos
Gobierno - CGT Sociedad Anónima
"haga patria mate una mosca" Lugano
Reportaje Borges - Mujica Lainez
Misceláneas 1969
Arte de la discusión en el barrio de Flores
algo de la tele 1968

 

 



pie de fotos
-Microcine, la historia en 16mm
-Cuando el pasado se torna amarillo
-Documentos, los frutos del amor

 

 

Todos apuntaron al mismo objetivo y dieron la misma orden: "Al Archivo General; apúrense antes de que vayan otros." Fue inútil, esa tarde se juntaron todos. Una montaña de cajas con fotografías de Alfredo Palacios los esperaba sobre un mostrador. Las más amarillas, las confusas, aquellas donde había que adivinar el motivo, eran las más codiciadas. Palacios mostraba el mismo chambergo, igual adustez, en distintos lugares y épocas. Había fotos para alimentar, sin repeticiones, a todas las publicaciones del país. Esa mañana, la del lunes 19 de abril, Palacios había entrado en coma, y los archivos de los diarios no eran suficientes para ilustrar las necrológicas en preparación.
El Archivo General de la Nación sirvió a todos. Las copias fueron hechas con una celeridad excepcional: Palacios murió al día siguiente, cuando las linotipos y los talleres de fotograbados habían compuesto su biografía y estampado su efigie. La noticia del deceso provocó un simple cambio en las rotativas y una página cuidadosamente diagramada, escrita e ilustrada se agregó a cada uno de los cientos de miles de ejemplares que inundaron las calles el 20 de abril.
Pero hubo también otra batalla en el viejo edificio del Archivo General. También en el segundo piso, en otro salón más pequeño, los noticiaros de cine y televisión "hurgaban en los ficheros y descubrían tambores de 16 milímetros que guardaban la imagen viva de Palacios y cintas magnetofónicas con su voz bronca. Se reservaron películas, se reprodujeron sonidos, se filmaron fotos.
Tres días después, cuando todo ese material haba sido publicado y exhibido, el Archivo tornaba a satisfacer su voracidad: sus camarógrafos y sonidistas registraban secuencias, discursos y cánticos en los funerales del líder socialista. El resultado fue un film de 15 minutos.
Con ese mecanismo, el Archivo surte permanentemente a la prensa escrita, filmada y televisada, exigiendo apenas una exigua retribución para solventar los costos del material suministrado. "Esto no es un negocio, sino un servicio público, por eso resulta económico. Claro que tenemos algunos convenios: por cada film viejo que prestamos nos dan un documental nuevo", explicó a PRIMERA PLANA el director de ese organismo, profesor Julio César González.
El sistema permite a algunos canales de televisión compaginar programas recordativos y reportajes al pasado. Las emisiones de Ayer (Canal 7, sábado a las 21) se surten en un 80 por ciento con la cinemateca del Archivo, a cambio de una cuota similar que provee el noticiero de la emisora. Contrariamente a lo que muchos suponen, las relaciones entre estos dos organismos estatales no difieran de las que el Archivo mantiene con empresas privadas. "Aquí no hay preferencias, todos los canales son atendidos por igual. El Archivo no hace negocio con nadie, pero tampoco regala su material." Esto también debieron entenderlo hace algunos años los directivos de Radio Nacional cuando solicitaban la entrega de la discoteca del Archivo para ahorrarse algunos pesos. "Aquí estén todos los discos grabados en el país desde 1943. Nos hemos tomado el trabajo de clasificar, ordenar y mantener cuidadosamente cada uno do los ejemplares que nos envía el Registro de Propiedad Intelectual y no es posible que el único registro completo que hay en el país se deteriore con el uso diario."

Las grandes voces
Los 50 mil discos del Archivo, pulcramente enfundados en cajas de madera que forran íntegramente las cuatro paredes de una habitación y componen una isla musical en un mueble ubicado en el centro, son fácilmente identificables de acuerdo con el fichero que actualiza diariamente. Esta discoteca suele ser consultada por coleccionistas, biógrafos, críticos musicales, instrumentistas, sonidistas y curiosos. El disco solicitado jamás sale de la casa ni puede ser reproducido: "No podemos engendrar una competencia desleal con las grabadoras y casas de música", dice González.
Sin embargo, se admiten excepciones cuando se trata de otra clase de sonidos. El Archivo conserva voces famosas que muchos investigadores han podido llevarse registradas en cintas magnetofónicas. Se pudo así revivir conferencias, discursos y recitados ante auditorios más reducidos, en donde la imaginación suple a la presencia física del orador. Las cintas conservan la metálica sonoridad de Marcelo T. de Alvear, Juan B. Justo y Palacios; las chillonas acusaciones de Lisandro de la Torre, la áspera proclama setembrina de José Félix Uriburu.
Una catarata de poesías afluye de los grabadores cuando las cintas exhuman los recitados de Belisario Roldan (Plegaria por la paz, Oración a la Bandera, Alocución a Mitre y a Sarmiento) ; Carlos Guido Spano (Rayo de Luna, Buenos Aires); Margarita Xirgu (Romance de la pena negra); Juan Ramón Jiménez (Belleza consciente, Partida) y Ramón del Valle-Inclán (Clases líricas, Llegada del marqués de Bradonia), las grabaciones más antiguas.
Las charlas de Pío Baroja (Elogio sentimental del acordeón, Discurso del poeta de Cahusac) y los picantes monólogos de Florencio Parravicini (Lección de anatomía, No me puedo casar. Filosofía de Parra, Comerciante práctico) alternan en ese cementerio de voces con la ceremoniosa elocuencia de las conferencias de José Ortega y Gasset (El quehacer del Hombre, Concepto de la Historia); Arturo Marasso (Comentarios de cátedra); Santiago Ramón y Cajal (Pensamientos de tendencia educativa); Miguel de Unamuno (El poder de la palabra); Carlos Saavedra Lamas (Conceptos varios) y la complicada fraseología de León Tolstoi. Un mueble repleto de discos irrompibles de 45 centímetros de diámetro sepulta la cascada de palabras vertidas durante una década por Juan Perón. Melancólico, uno de los funcionarios de la división sónica del Archivo suelta una súplica: "Lo que no daríamos por tener aunque sea una frase de Hipólito Yrigoyen".

Cómo ver la Historia
Antes de elaborar la banda de sonido de un film, algunos directores llevan a sus técnicos a ese compartimiento para escuchar cintas documentales y discos. "Aquí tienen toda clase de comodidades y pueden seleccionar su melodía sin la fastidiosa mirada del vendedor de una casa de música. No se los pueden llevar, pero escuchan lo que quieren", aseguró González.
A veces, también recurren a la cinemateca del Archivo, para injertar trozos documentales. Mediante una costosa conversión de viejas películas de 35 milímetros (en nitrato) a 16 milímetros (en acetato), se han podido conservar indemnes los primeros films tomados en el país. La visita de Bartolomé Mitre al Museo Histórico Nacional, en 1902, resucita en una precaria pero valiosísima secuencia. Delante de la cámara, desfilan con el anciano general algunos endurecidos personajes de la época que no pueden resistir la tentación de mirar sorprendidos al cameraman. El film inmortaliza algunos gags involuntarios: cuando Mitre estira un brazo, un acompañante decide estrecharle la mano, pero el general, que intentaba señalar un objeto, la retira.
La visita de la Infanta Isabel, el año del centenario; las figuras de los presidentes Victorino de la Plaza y Roque Sáenz Peña, entrando en edificios públicos y participando de ceremonias oficiales; las recepciones diplomáticas en donde los invitados devoran canapés con la misma avidez con que siguen el derrotero de la cámara y una secuencia de los pioneros de la aviación, compaginada por el Ministerio de Aeronáutica, registran la historia de principios de siglo. La visita de Teodoro Roosevelt a Campo de Mayo descubre un episodio insólito: el desfile del ejército argentino por un camino fangoso, en donde los soldados hunden sus botas en la huella de barro dejada por la caballería.
El Archivo adquirió todo el material que los noticiosos precursores —Max Gluckman y Cinematografía Valle— conservaban al clausurar sus puertas. De allí surgieron cintas de celuloide que ahora sirven para recorrer el pasado; la más importante, el entierro de Yrigoyen, en donde se registran los apretujones que sacaron a Alvear y a Sancerni Jiménez de la cabecera del ataúd y las agrias disputas de sus correligionarios por asirse a él.
Todo este material está sometido a una reglamentación que alcanza al resto de las existencias del Archivo: no debe salir de la casa. La falta de negativos hace imposible reproducir buenas copias y se recurre entonces a un seguro mecanismo: un técnico del Archivo lleva el film al canal de televisión, lo proyecta y lo reintegra a su cofre.

Donado y adquirido
La sección fotografía, creada en 1939, cuando el doctor Jorge Coll (ministro de Educación y Justicia) ordenó comprar los films de los viejos noticieros, se confeccionó básicamente con los archivos de la revista Caras y Caretas y los depósitos de la Galería Witcomb, donde quedaron registradas las efigies de los personajes más trascendentes en distintas épocas de su vida. Una tradicional manía de algunas familias egregias ayuda al Archivo a completar sus existencias: antes de reducir a cenizas viejos álbumes fotográficos en donde proliferan uniformes, atuendos, mansiones y vehículos del siglo pasado, las ofrecen para su custodia.
Pero cuando se trata de objetos más valiosos (cartas de próceres, armas, muebles, trajes) se producen negociaciones con los museos, En ellas tercia al Archivo para rescatar los manuscritos e impresos. Esos documentos son adquiridos tras una tasación efectuada por técnicos del Archivo que estipulan un precio inamovible. De esta forma, la sección Donado y Adquirido incorporó los archivos de Justo José de Urquiza, Alvarez de Arenales, Julio A. Roca, Victorino de la Plaza, Dardo Rocha, Mariano Moreno (hijo), José María Moreno, general Anselmo Rojo y Félix Frías. "Estamos en tratativas con la Viuda de Manuel Ugarte para incorporar un valioso archivo de documentación latinoamericana y antiimperialista", anuncia González.
Los primeros papeles históricos fueron conservados por el Archivo General de la Provincia de Buenos Aires, creado por Martin Rodríguez durante la administración de Bernardino Rivadavia, en 1821, "para unificar los documentos oficiales en un solo lugar". Tras airadas protestas, hasta los libros del Cabildo pasaron a ese nuevo organismo. Cuando se convirtió en Archivo General de la Nación, en 1884, se dividieron los documentos en dos secciones: división Colonia (hasta 1810) y división Nacional. Desde 1862, el Ministerio del Interior envía regularmente la documentación oficial (decretos y leyes).
Un promedio de veinte investigadores acuden diariamente al salón del Archivo para tomar apuntes. Pasan allí horas enteras hasta agotar sus búsquedas. Uno de ellos es el ahora director, que llegó al cargo conociendo todos los recovecos de la casa. No más de 60 personas custodian y manejan los documentos, las fotografías, los films y las grabaciones "con un amor increíble que los hace sentir dueños de esto".
Durante los mismos días en que el Archivo surtía a los medios de información con la historia audiovisual de Alfredo Palacios, la Municipalidad de Buenos Aires enviaba al Concejo Deliberante un proyecto de creación del Archivo Gráfico de la Comuna. Ásperas reacciones experimentaron los jefes del Archivo General: "¿Para qué copiar lo que ya existe? ¿Querrán sacarnos los documentos? Sería mejor que inventaran algo nuevo, porque la historia de Buenos Aires ya vive entre estas paredes"...
La frase alcanzaba también a una flamante entidad: el Archivo de la Palabra del Centro Nacional de Documentación e Información del Ministerio de Educación, creado para registrar voces célebres. "Supongo que no pasará como con los nuevos museos, que se surten del Histórico Nacional y terminan por saquearlo despiadadamente", se fastidió González.
Primera Plana
4 de mayo de 1965