El avance de los golpistas

Al atardecer, cuando las sombras invaden Buenos Aires, en una discreta whiskería de Charcas al 600, donde antes sólo recalaban los enamorados y alguno que otro turista extranjero, un grupo de hombres maduros suele congregarse. Charlan entre ellos a media voz, pero, por momentos, todos coinciden en escuchar la palabra de uno, que aparenta ser el jefe: es un cincuentón enjuto, de pelo blanco y estatura mediana, algo encorvado, en cuya persona habitan la experiencia y también el desencanto.
A ratos, sin embargo, el personaje se arrebata, sortea la mesura y se lanza sobre su interlocutor con gestos y palabras que viven en sus manos, en sus ojos antes que en los labios. Entonces el lenguaje se torna sibilino, y las distancias se estrechan, como si él quisiera poseer a quien lo escucha, o hipnotizarlo.
Es que para Marcelo Sánchez Sorondo (56) sus verdades son artículos de fe, y los que las discuten, heréticos. Quienes ahora lo siguen se llaman, a veces, Ramón Edgardo Acuña, identificable en verano como en invierno por un sedoso poncho catamarqueño; o Jerónimo Remorino, un atildado peronista; o Joaquín Oscar Correa, que aún conserva los modales campechanos del cuartel; o Raimundo Ongaro, un gremialista pálido, impenetrable, ascético.
Para ellos, el jefe escribió, hace más de un cuarto de siglo, un libro titulado La revolución que anunciamos (y que cada uno sigue esperando). Porque la extrema ortodoxia del prócer nacionalista le impidió siempre adherir a los cambios que se produjeron en la Argentina, aunque los propició todos para luego repudiarlos.
A esta altura de su vida, no obstante, Sánchez Sorondo viaja al cenit; por una vez, los indicios simulan darle razón: un conglomerado cívico-militar, acaso insignificante, incapaz tal vez de acabar con el Gobierno pero siempre demostrativo de un estado de cosas, se unifica junto a él.
Es la "diversidad representativa en unidad de tendencias", una fórmula que Sánchez Sorondo elaboró hace tiempo para congregar a los partidos populares y al Ejército en torno de pocas consignas que todos pudieran aceptar porque —según su autor— son las del país.
Que las avanzadas de un pacto antioficialista son visibles lo muestra el reciente proceso interno de la CGT; hasta el 28 de marzo, en la central obrera existían, como nadie ignora, grupos opositores: liberales (antiguos socialistas, partidarios de la UCRP), marxistas o peronistas fieles a Madrid. Pero estaban dispersos.
Desde el 29 de marzo, en cambio, esas fuerzas tienen una dirección unificada: la que preside Ongaro, un visitante del salón de Charcas.
Tampoco era un secreto, cuatro meses atrás, que había militares descontentos con la Administración Onganía; ahora, la deliberación sobre temas de Gobierno se ha institucionalizado en las tres Fuerzas. Lo muestra a manera de símbolo la presencia del general retirado Adolfo Cándido López en una cárcel militar del Sur: fue él, por supuesto, quien puso mayor empeño en capitalizar el descontento que surge de aquellas conversaciones. Como se recuerda, estuvo aliado con Sánchez Sorondo hasta el 9 de febrero último; en la ruptura, el jefe nacionalista acusó de indeciso a López y marchó a integrar el Movimiento de la Revolución Nacional (MRN) junto con otro oficial: el general retirado Carlos A. Caro.
Si hasta los relevos en el peronismo son un testimonio de unidad opositora: lo que Juan Perón y Arturo Illía no lograron en un año de correspondencia intermitente —esto es, la alianza de radicales y justicialistas— volverá a intentarlo ahora Remorino, quien, sin embargo, tenderá también sus redes en el MRN, el "lopizmo" y los sectores "nacionalistas" del régimen. Lo importante: aunque en forma indirecta, a través de sus amigos Ricardo Lavalle, Vicente Mastrolorenzo y Carlos Bravo, el arúspice de la UCRP, Ricardo Balbín, ya tomó asiento en la mesa del pacto.

El knack y cómo lograrlo
Pero, ¿qué quieren los golpistas? Desde luego, terminar con el Gobierno Onganía; en adelante, los senderos se bifurcan, así como la estimación de la realidad argentina. Los nacionalistas del MRN calculan que la salida puede revestir tres formas:
• El juego electoral, tras un interinato cuyo titular obligado sería Pedro Eugenio Aramburu. Tal es la "solución democrática", un retorno al pasado que ellos detestan, aunque lo apoye una parte de los altos mandos, del Ejército.
• El embate "desarrollista", protagonizado por los epígonos de Arturo Frondizi y el general Juan Enrique Guglielmelli: no convierte en imprescindible la partida de Onganía, siempre que el Presidente se avenga a sustituir al Ministro Krieger Vasena por cualquier discípulo de Frigerio.
• La "unidad nacional" a través de un movimiento revolucionario qué desde la Casa Rosada santifique un convenio entre el Capital y el Trabajo e implante una "democracia representativa" cuyas formas serán decididas mediante otra Carta Magna; la iniciativa constituyente —esto es, la facultad de proponer nuevas instituciones— queda reservada al Gobierno, que someterá su proyecto a plebiscito.
Esta última es la solución que patrocina el MRN en un Mensaje y Proclama que circula profusamente desde hace días. Un vocero del Movimiento explicó a Primera Plana que el golpe de Estado violento no será imprescindible si el MRN consigue dominar los cinco frentes: militar, político, gremial, estudiantil y empresario.
El cenáculo nacionalista cree haber reunido en torno de sí a los políticos —radicales, peronistas— y a los gremios (Ongaro); dice merecer también el apoyo de un importante núcleo de coroneles: en realidad, sólo se conocen las actividades de un oficial artillero de esa graduación adicto al binomio Sánchez Sorondo-Caro.
Los activistas del MRN se sumarán esta semana a la agitación estudiantil utilizando las bases socialcristianas universitarias; piensan levantar dos lemas: 1) Antiimperialismo y oposición a la "entrega" de la economía nacional; 2) Participación de la comunidad en las decisiones, y, accesoriamente, de los alumnos en el manejo de las Universidades. :
Más difuso es el caudal que los empresarios puedan aportar al nacionalismo; de allí que el Mensaje y Proclama sea leído en estos momentos en reuniones sectoriales; cuando las fuerzas vivas lo asimilen, una conferencia de prensa, en la que estará presente el general Caro, lo lanzará sobre toda la ciudadanía. Para entonces, aspiran los simpatizantes del MRN a que Remorino, Facundo Suárez (UCRP) y algún emisario de Balbín respalden el documento.
Los estrategos nacionalistas prevén crecientes adhesiones militares al MRN: piensan que Onganía ha fracasado y que la opción se plantea entre Caro y el Comandante en Jefe del Ejército, Julio Alsogaray; suponen a la oficialidad dispuesta a optar por el primero. Pese a su simplismo, la tesis ocupará las páginas de Segunda República, una revista que Sánchez Sorondo volverá a editar en la próxima quincena.
Los radicales, en cambio, no son tan optimistas: desean un cuartelazo que desaloje a Onganía e instale en el Gobierno al militar capaz de llevar el país hacia un proceso electoral; al menos, buscan hacerse lugar en la calle, para que la Casa Rosada les reconozca personería y prometa otorgar comicios más adelante, si la asonada no fuese posible.
Para conseguirlo, la UCRP echa mano de todos los métodos: desde el diálogo con ciertos generales que rodean a Onganía, hasta el contacto subversivo con Sánchez Sorondo y Perón. Todo lo que ofrece es remozar su programa: quizá hasta se allane a tolerar una reforma constitucional que incorpore los grupos de presión a un Consejo Económico-Social.
Por lo demás, las tácticas internas están divididas:, 1) Balbín incita a la lucha callejera para impedir que el régimen se consolide; 2) Illia trata de preservar la unidad partidaria y ensaya aperturas hacia el justicialismo; 3) Varios caudillos provinciales —el Grupo de los Diez— aceptan la tutela de Illia pero no la de Balbín; 4) La "generación intermedia", que lideran Suárez y Alberto Asseff, propone encabezar una gran coalición, con peronistas y nacionalistas como background.
Algo es cierto: desde que Balbín cedió a los contactos extrapartidarios quedó cerrada, siquiera formalmente, la brecha que lo separaba de Suárez y Asseff; entonces la UCRP ganó en disciplina y comenzó a crecer la figura de Raúl Alfonsín, hasta entonces sólo un discípulo predilecto de El Chino. La campaña de agitación que el sector lleva en estos días —para descolocar al Gobierno y promover una intervención de las Fuerzas Armadas— obedece al dinamismo de Alfonsín, quien el Jueves Santo retornó a su pueblo natal, Chascomús (Buenos Aires), donde los pobladores lo recibieron como a un héroe: el activista salía de la prisión luego de siete días, multado por desorden con 200 pesos.
El martes 16, la campaña se reanudó en Bahía Blanca —el coto de Lavalle— con un acto relámpago en el cual habló Omar Stacco, un ex Concejal: no hubo detenciones. El 17, Carlos Perette pontificó en Paraná, y el viernes 19 otras dos manifestaciones radicales alborotaron a Rosario (Santa Fe) y Avellaneda (Buenos Aires). El sábado, los batallones de Alfonsín rindieron un homenaje a Leandro Alem, en Retiro, y luego se trasladaron a Ezeiza, donde recibieron tumultuosamente a Illia, quien regresaba de un periplo por América.
Los émulos de Alfonsín niegan que la UCRP ensaye volver al sistema de partidos por medio de un contubernio con Aramburu: sostienen, en cambio, que radicales y peronistas coincidirán en una solución, pero sin necesidad de que el balbinismo peregrine a Madrid. "La unidad se produce en las bases, lentamente, como en todo proceso histórico —explicó uno de ellos—. ¿Pruebas? La aparición de una CGT rebelde, donde justicialistas y radicales se dan la mano a través de su odio a Onganía."
Como sea, la tentación de volver al régimen de partidos al amparo del capote de Aramburu, es una seducción para muchos radicales, empezando por Balbín, Algo que sabe el 'udelpino' Héctor Sandler cuando afirma que "nunca resolveremos el problema económico si no comenzamos por desatar este nudo político. El general Aramburu sirve para eso. Onganía no".
Si el radicalismo cultiva dos esperanzas golpistas —a través de una conspiración liberal o por la revuelta popular—, el peronismo es bastante más pragmático: Remorino, que regresó de Madrid el 8 de abril, conversó el lunes antepasado con Suárez, del radicalismo; esa noche, un lugarteniente de Remorino, el abogado Edgar Sá, cambiaba, ideas con un acólito del Ministro del Interior.
Es que el peronismo, cuyas huestes se dividen por partes iguales entre el Gobierno y la oposición, adhiere a la Revolución Nacional que propala Sánchez Sorondo, pero no descuida la posibilidad de redimir a Onganía: se trataría de convencerlo —como anhela Frondizi—de que abandone a Krieger Vasena y retorne a sus primitivas convicciones nacionalistas.
El jueves 19, en una conferencia de prensa de la que participó una cincuentena de dirigentes, la Comisión Argentina Pro Retorno, dirigida por Sá, exigió al Gobierno que permita el regreso de Juan D. Perón. A la asamblea debió concurrir Remorino, quien se excusó de hacerlo a último momento: por teléfono avisó a Sá que tenía "una, reunión muy urgente con el Comité Nacional de la UCRP". La línea pacifista que seguirá la Comisión procura infiltrarse en los despachos —visitará a Guillermo Borda, al Cardenal Antonio Caggiano, a los Embajadores extranjeros— para interesarlos en su cometido; trata, de este modo, de excitar la emoción de las masas justicialistas. A la vez, buscará el triunfo del ala "nacionalista" dentro del oficialismo.
En cambio, Remorino tomará una actitud francamente opositora, ya sea sumado al frente general de nacionalistas y radicales, o negociando con militares disconformes o intentando asimilar al disperso socialcristianismo, para librar una batalla que destrone a Onganía.

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Carrillo, Yessi, Protetto y Sá
Carrillo, Yessi, Protetto y Sá

Más allá de los cafés
Como se ve, la estrategia de los principales sectores golpistas difieren: si el nacionalismo capitaneado por Sánchez Sorondo dice buscar una transformación profunda de la política local, el radicalismo ansia el retorno a las urnas por la conjura militar o la resistencia civil, mientras el peronismo hasta se ilusiona con un posible giro de Onganía.
Sólo un hecho de armas puede servir de catalizador para la unidad total; entonces, la utópica rebelión militar conseguirá disolver los matices: primero será la toma del poder y luego el modo de encaminar a la Nación, Por el momento, los únicos ejes de las fuerzas principales son los simposios conspirativos, donde se cambia ideas con militares, y la CGT rebelde, un foco sedicioso cuya presencia inquieta al Estado.
El martes 15, un par de bombas estallaron en Rosario para sancionar a un obrero antihuelguista; el jueves, otro petardo asoló la casa de un jefe vandorista en La Plata, y el viernes, un grupo tiroteaba a la CGT marplatense de igual tendencia.
Que la central rebelde es el pivote de la alianza, lo señaló Ongaro el 16:
"Estamos formando el movimiento de la liberación nacional —enunció—. Esta CGT expande sus bases hacia todos los argentinos, no importa que sean radicales, comunistas, peronistas o nacionalistas". Pero "no somos golpistas", se defendió.
Algo que no creyeron sus adversarios del movimiento obrero: el viernes 19, la Comisión de los 9, en una declaración sostuvo que "los intentos divisionistas son parte de un operativo montado por los sectores liberales que tienen por móvil echar las bases de un nuevo contubernio para asegurarse la vuelta al poder a través de otra farsa electoral".
Es el pensamiento del Gobierno; de todos modos, Onganía se niega a equilibrar fuerzas cediendo, o bien a los partidos tradicionales, o al nacionalismo. Él ensaya únicamente el cambio de hombres y promueve una apertura comunitaria que ya fracasó en oportunidades anteriores.
Probablemente, hace un año estas maniobras hubiesen bastado para sofocar el clima golpista; hoy, en cambio, la situación se complica, porque son sus propios camaradas quienes le piden un giro profundo: el Estado no puede oscilar entre una política populista y una economía de mercado, no debe alarmar con los anuncios de una racionalización que no se cumple. El monto del déficit fiscal y la emisión monetaria respectiva contrastan con las exorbitantes promesas de una estabilización que no podía llegar tan pronto, como por arte de birlibirloque.
Sería fantástico suponer que las charlas de café puedan tumbar a un Gobierno, salvo que él lleve envuelto en contradicciones su propio fracaso. Que la sensación de atonía oficial desalienta al país, lo muestra la audacia con que ciertos grupos se suman al frente opositor, amenazando invertir la relación de fuerzas hasta ahora favorable al Gobierno.
"Civiles y militares, laicos y religiosos coinciden en que llegó el momento de acabar con el régimen antinacional", indicaba el martes pasado Nuestra Palabra, órgano del Partido Comunista. Quince días antes, la revista católica Criterio —que dirige el presbítero Jorge Mejía— publicó la más ácida oración antioficialista que se haya leído en los últimos 22 meses. El viernes 19, los estudiantes de Derecho se permitieron rociar al general Alsogaray con un griterío, a la salida de un acto que se efectuó en esa Facultad; eran los prolegómenos de una ofensiva que culminará el 15 de junio, cuando se cumpla el 50' aniversario de la Reforma.
Nadie, ni el mismo Onganía, sabe cuándo las conspiraciones dejan de ser un hobby para abogados inquietos y se convierten en un peligro que los Gobiernos deban temer. Sí se sabe que la reversión de fuerzas ocurre más rápidamente en el Ejército que en la civilidad; y el Ejército ha comenzado a preguntarse si se cumple la revolución prometida en 1966. 
23 de abril de 1968
Primera Plan

Onganía y Caro por el dibujante Flax

 

 

 

 

 

 

Aramburu
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Alfonsín
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Caro
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