LA GRAN EPOPEYA
DEL BÁSQUETBOL ARGENTINO

 

 

 

 

 

 

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En la madrugada del 4 de noviembre de 1950 un espectáculo inusual cambió la fisonomía tradicional de la porteñísima avenida Corrientes: bullanguera, feliz, una inmensa caravana, iluminada por antorchas, no cesaba de gritar su alegría. Pocas horas antes, en la noche del viernes 3, la selección nacional de básquetbol había logrado el título de Campeón Mundial, al vencer a la representación de los Estados Unidos de América por 64 a 50. Fue una verdadera apoteosis. El certamen, disputado por primera vez, había tenido como escenario el legendario estadio Luna Park. Un marco que resultó pequeño para el gentío atraído por la actuación de los argentinos. En aquella memorable jornada final la recaudación superó los 20 mil pesos. Centenares de espectadores quedaron en la calle o debieron conformarse con seguir las alternativas del match por radio. Varias horas antes del choque las graderías ya estaban repletas y ni los mismos funcionarios del gobierno peronista pudieron eludir el plantón: más de cuatro horas de nerviosa espera.
Por entonces el país vivía los actos alusivos al Año del Libertador General San Martín, al cumplirse el centenario del fallecimiento del prócer. Por disposición presidencial todos los impresos eran acompañados por una leyenda evocativa. Las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos registraban cierta tirantez. Detalle que otorgaba al resultado de aquel partido una importancia accesoria, al margen del hecho meramente deportivo. Pero al grueso del público solo parecía interesarle ésta última circunstancia. El diario La Nación, del día 4, tituló en su edición de escasas páginas: "Conquista el valioso título el equipo más brillante y calificado". En el comentario, a dos columnas, ilustrado por una fotografía del equipo, recapituló; "Se concretó el ambicioso propósito y la ciudad —¿por qué no el país?— volcó su interés deportivo en un acontecimiento singular: el primer campeonato mundial de básquetbol. Y en jornadas de calor y color —ardorosos estímulos y refulgentes trusas y casacas— asistió a un animado y vibrante despliegue de afanes victoriosos y malogrados, tan animado y tan vibrante como las propias acciones y el común impulso de vencer".

Una noche para recordar
Eran casi las siete de la mañana y las luces del alba sorprendían a los flamantes campeones todavía cenando en El Tropezón. Atrás quedaban largas jornadas de entrenamiento. En el mes de julio Jorge Hugo Canavesi —técnico del conjunto— inició las tareas de preselección. Un mosaico heterogéneo que integró pon más de cuarenta jugadores de todo el país. Posteriormente la lista se fue achicando y tal como lo había exigido antes de hacerse cargo de sus funciones, comenzó la concentración. El plantel se fue reduciendo: primero a 20 hombres, luego a 16 y finalmente quedaron los 12 que integraron la lista de buena fe. A fines de agosto los seleccionados ya estaban alojados en el estadio de River Plate, lugar elegido para las prácticas cotidianas. Sin descanso, los entrenamientos se sucedían mañana y tarde, solo quedaban los domingos para descansar. Todos los problemas laborales o de estudio fueron subsanados con el otorgamiento de licencias a los convocados.
Aquel trabajo fue fundamental para la puesta a punto. Años después, en 1970, Ricardo González, capitán del equipo, evaluó así para la revista "El Gráfico" los resultados de esa tarea: "Pero nada de aquello nos molestó nunca a ninguno de los dieciséis convocados. Es más, pienso que fuimos los primeros convencidos de los beneficios que nos traería el sistema, porque solo trabajando así podíamos tener chance en el torneo. Y de aquel tipo de entrenamiento, que personalmente no había hecho nunca ni volví a hacer en mi carrera, puedo citar algunos resultados fundamentales. Por ejemplo: al comenzar a trabajar, sobre series de cincuenta tiros libres cada uno embocaba un promedio de treinta y cinco lanzamientos. Y sobre el comienzo del campeonato habíamos llegado a 46 ó 47 encestadas"... Toda la fuerza reunida en meses de sacrificada preparación técnica, mental y física fue necesaria para superar el último escollo antes de la gloria. Sin alterar una costumbre que ya se había hecho cábala, la delegación partió de Núñez en micro y tomó por la ruta habitual. En avenida del Libertador y Pueyrredón esperaban los amigos y familiares que los jugadores hacían ingresar al estadio sin pagar entrada. "Yacaré Paguá" y "Debajo de la morera", los himnos de guerra, sonaban entonados con estridencia por los futuros campeones. El inefable Francisco Menini en dialecto turfístico adelantaba el marcador: "Argentina paga dos pesos con cinco ..." Era favorita absoluta. El análisis del juego realizado por la revista "El Gráfico" (edición del 10 de noviembre de 1950) es una descripción apropiada de lo que aconteció esa noche: "Argentina fue casi siempre adelante, a no ser dos o tres minutos del principio. El equipo se movió con la misma potencia de siempre, pero sin la soltura de antes. Es que los nervios atan y allí una pelota perdida o lanzada sin sentido se pagaba al precio de dólar. Hubo una sobriedad magnífica, porque es mérito también que jugadores aptos para el lujo se dediquen nada más que a lo último, cada jugador era desde la cabeza a los pies una extraordinaria fuerza que no quería hacer más que lo necesario, pero con la máxima perfección. En la marcación fue extraordinario el rendimiento y la conciencia. En dos oportunidades los americanos achicaron la distancia de 10 a 3 puntos. Cada vez que así ocurrió el team argentino recibió un cambio que dio el exacto resultado: primero Menini, que en seguida hizo siete puntos, y después Del Vecchio, imparable en su carrera al cesto. Ya fue definitiva la segunda vez que se obtuvo la ventaja y Del Vecchio escuchó su nombre coreado por la tribuna".
Al final sobrevino la locura colectiva, cuando restaban tres minutos el Luna Park parecía derrumbarse. Después un festejo interminable, agasajos, obsequios, plácemes. A los dos días los campeones concurrieron al hipódromo de San Isidro invitados —se corría el Pellegrini— y recibieron una ovación inolvidable. Pocos años después, en 1956, el revanchismo político llegaba al deporte y les mostraba la otra cara de la moneda todo el conjunto era suspendido de por vida acusado de violar las normas del amateurismo. Juan Domingo Perón, bajo cuyo mandato habían logrado el título, ya no era presidente...

Quiénes, cuándo y cómo
Esta es la nómina de la representación argentina en aquel Mundial: presidente, coronel Carlos Alberto Hawkes; director ejecutivo del certamen, capitán (R) Fernando Pablo Ayroles; delegado, Carlos Torres; árbitros, Ernesto Lastra y Mario Horacio Lescurieux; director técnico, profesor Jorge Hugo Canavesi; ayudantes, Casimiro José González Trilla y profesor Jorge Eduardo Borau; jefe del cuerpo médico, doctor Carlos María Bouret. Jugadores inscriptos: Nº 3 Pedro A. Bustos, Nº 4 Hugo Oscar Del Vecchio, Nº 5 Leopoldo Contarbio, Nº 6 Raúl Pérez Varela, Nº 7 Vito Liva, Nº 8 Oscar Alberto Furlong, Nº 9 Roberto Viau, Nº 10 Rubén Francisco Menini, Nº 11 Ricardo P. González, Nº 12 Juan Carlos Uder, Nº 13 Omar Monza, Nº 14 Alberto López. Completaban el plantel Jorge Nuré, Osvaldo Venturi, Alberto Lozano e Ignacio Poletti. La campaña se desarrolló de la siguiente manera:
Lunes 23 de octubre de 1950: ronda preliminar (sistema de doble eliminación), Argentina 56, Francia 40.
Domingo 29 de octubre de 1950: ronda final, Argentina 40, Brasil 35.
Lunes 30 de octubre de 1950: ronda final, Argentina 62, Chile 41.
Martes 31 de octubre de 1950: ronda final, Argentina 66, Francia 41.
Miércoles 1 de noviembre de 1950: ronda final, Argentina 68, Egipto 33.
Viernes 3 de noviembre de 1950: ronda final, Argentina 64, Estados Unidos 50.
Goleador del equipo fue Oscar Alberto Furlong con 67 tantos. Además, el mencionado logró la mayor cantidad de tantos en un partido: 20 ante Estados Unidos.
La clasificación final quedó así establecida: 1º Argentina, 2º Estados Unidos, 3º Chile, 4º Brasil, 5º Egipto, 6º Francia, 7º Perú, 8º Ecuador, 9º España, 10º Yugoslavia.
Las grandes hazañas del deporte, por Alejandro Marti
Centro Editor para América Latina -1971-

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