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San Miguel es un pequeño poblado mendocino. Quieta, misionera, una pequeña iglesia —codo a codo con la desolada salita de primeros auxilios y la única escuela del solitario maestro— arquitectura un indispensable aspecto ciudadano.
A cuatro kilómetros de allí, en el departamento de Lavalle, el 13 de enero del 65, un puestero abrió la boca hasta límites difícilmente imaginables, para entrechocar después, con un horrible chasquido, los torturados maxilares.
Después, ululando, enarboló un tartamudeante grito ("¡Mama, la luz mala!") y echó a correr a campo traviesa, tropezando a lagrimones con las piedras, cayendo y levantándose sin mirar atrás, como una intuitiva y avispada mujer de Lot que abominara la sal.
Vadeó cuatro mil irregulares metros, sin detenerse, hasta dar con sus huesos, todo encendido en lamentos, hecho un puro temor, en el destacamento policial de San Miguel.
Fue el interrogatorio más accidentado que pueda concebirse. Estaban el cura y el maestro y — por qué no— el policía. El factótum de la escuela decidió finalmente que, si algo había caído, debía ser un plato volador.
Muy distinto era lo que supusieron dos o tres avisados técnicos que, sigilosamente, y en un vehículo más avanzado que el puestero —avión—, recorrieron el camino que él había sobrevolado, pero a la inversa.
Llegaron antes que nadie y sí, había un objeto. Un gran cigarro de ocho metros de largo y uno de ancho, que culminaba en forro a de cono.
Atrás, se distinguía un inmenso orificio en forma de tobera. En suma, era un cohete de fabricación norteamericana exánime y accidentado, en territorio argentino. ¿Y qué otra cosa puede hacerse con un accidentado que ha muerto, sino una prolija autopsia?
Al emprenderla encontraron lo que esperaban hallar: circuitos y válvulas, envueltos en una sustancia con fascinantes propiedades, el 'potting'. Un material incombustible y aislante, especie de goma sintética, que enfrenta con éxito los infinitos azares —calor, frío, vibraciones— con que se encara el instrumental de la "nariz" de un cohete.
¿No hubo, entonces, sorpresas? Claro que sí. porque las grandes potencias divulgan el material que viaja en un artefacto, nunca su "trabazón y enlace", pocas veces la marca o alguna señal que permita individualizar los elementos.
Por eso, los técnicos argentinos del IIAE (Instituto de Investigaciones Aeroespaciales) se inclinaron vorazmente sobre el resto del cohete, lo dicotomizaron, estudiaron la manera en que se insertaban sus dispositivos, hurgaron en éstos, y, al reincorporarse, sonreían.
En la Argentina, cuatro frentes teóricamente armónicos llevan adelante la investigación espacial. Las universidades (especialmente las de Buenos Aires y Tucumán), con estudios exclusivamente científicos, que no incluyen específicamente cohetería. Aunque usen los vehículos lanzados por otros para su trabajo. Las Fuerzas Armadas, cuyo instituto tecnológico (CITEFA) es controlado por el Ejército y la Marina. Hace una cierta investigación de campo con sus cohetes Proson, nunca tan desarrollada —claro— como la de Aeronáutica, tercero de los factores en pugna. 
La Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) es, en realidad, organismo coordinador, encargado también de relacionarse con el exterior. Concretamente, se afana tras los trabajos de colaboración, fundamentales para las necesidades argentinas.
Cuando llegan norteamericanos y franceses, con un cohete al hombro, y le encargan eventualmente a técnicos argentinos que monten (o por lo menos que vean montar) la carga útil, es mucho lo que se gana —de un solo lanzamiento— en experiencia. "Oficio" al que no se accede cuando el aparato llega sellado. Será muy lindo contemplar cómo se eleva y extasiarse ante sus líneas, pero el saldo no es demasiado provechoso.
No menos importante, aunque de efectos no inmediatos, es el trabajo de investigación. Lo acomete —en lo estrictamente espacial, vehículos, por ejemplo— el IIAE, dependiente de la Secretaría de Aeronáutica.
Es un organismo muy anterior al salto espacial de la última década. Existe desde hace treinta años y se denominaba, hasta hace poco, Instituto Agrotécnico, abocado a estudiar el diseño y realización de aviones que se fabricarían más tarde en DINFIA, por lo que el IIAE, depende de ella y tiene la central en Córdoba.
Tienen —de aquella época— túneles de prueba aerodinámicos; inclusive uno supersónico. Cuando Brasil decide que los cohetes bailen samba, IIAE resuelve cambiar la ese por una zeta. Empieza la carrera chica del espacio que envuelve a América, pero claro, en la subdesarrollada zona del sur.
Que los argentinos vayan al frente, es la reafirmación de una meneada —pero efectiva— capacidad individual. Porque Brasil, a pesar de contar con más plata y más hombres, no está al nivel en que se mueve la Argentina. Nivel que la mueve a prometer a un rezagado, el Perú, cuatro cohetes Orion, presumiblemente muy superiores al Gamma, pero sin probar.
El primer acuerdo internacional (con Francia) permitió que los argentinos reprodujeran —viéndolos de afuera— los Centaure franceses. De ahí salen los nativos Gamma-Centauro, empeñosas obras del conocimiento y el tesón, que no pasan —desgraciadamente— de debiluchos treinta kilómetros de altura.
Esa desgracia, aunada a la inseguridad que se desprende, no empalidece la hazaña, pero sí los resultados prácticos. Hay que aprender sobre la marcha; algo que hicieron rusos y norteamericanos, con la diferencia de que ellos pueden gastar en un día, lo que para la Argentina es el presupuesto de un quinquenio.
Del 1º al 6 de noviembre del 64 se hizo el primer lanzamiento con cohetes argentinos, desde la base de Chamical, El segundo fue un operativo simultáneo. Chamical - La Antártida, que el 6 de febrero de, 1965 registró, en. ámbitos tan opuestos, las radiaciones electromagnéticas. Fue el "Operativo Matienzo", que arrastró al vice-comodoro Miguel Sánchez, como director, hasta la Antártida. Y al físico Horacio Bosch —jefe del laboratorio de Radiaciones del IIAE— le endilgó el cargo de Director Científico, con sede en Chamical.
El último fue del 3 al 8 de mayo, y para noviembre está previsto otro, el que enviará contadores semiconductores para detectar electrones. A principios del año que viene, en un insólito esfuerzo, el IIAE colocará en el espacio un equipo completo, para todo tipo de detección de radiaciones electromagnéticas.
Los objetivos son: uno a largo plazo, realizar investigaciones vehiculizadas en materiales argentinos; el segundo, más perentorio, formar a la gente en la única escuela posible: la del traspié, la de golpearse continuamente hasta dilucidar aquello que las potencias no revelan.
En el internacional COSPAR de Mar del Plata, Horacio Bosch, precisamente, agitó el ejemplo de la India. Un país muy atrás de los inalcanzables (URSS y USA) pero que escolta a Francia y al Japón en el duelo espacial.
Algo que no azora a Bosch, ya que él esgrime un sugestivo párrafo del desaparecido Nehru, casi como divisa: "Justamente por ser tan subdesarrollados, es que no podemos darnos el lujo de no investigar". 
PRIMERA PLANA
24 de agosto de 1965